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torturas y ejecución simulada


[Glenn Frankel] Relato de británico sobre torturas muestra un aspecto de la justicia saudí.
Sowerby Bridge, Inglaterra. Durante los dos primeros meses de su encarcelamiento, dice Sandy Mitchell, sus interrogadores saudíes le golpearon todos los días. E incluso después de que les dijera lo que querían oír y confesara por televisión un delito que no había cometido, no dejaron de golpearle.
Una mañana llegaron a su celda, recuerda, y le pusieron cadenas en los tobillos, esposas y una venda azul de terciopelo y lo llevaron a otro cuarto. Cuando lo hicieron arrodillarse en el suelo, estaba seguro de que lo iban a ejecutar.
"Lo sentí como una eternidad -empecé a pensar en los errores que había cometido en mi vida y sobre mi familia, todas esas cosas pasaron por mi mente", dijo la semana pasada en un bar de su Inglaterra nativa. "Luego recibí un fuerte golpe en la nuca. Debo de haberme desmayado durante unos segundos. Pensé que estaba muerto. Y cuando volví en sí, les oí reír".
El simulacro de ejecución fue sólo una de las torturas que sufrió Mitcheel durante los 32 meses que pasó bajo custodia saudí acusado del asesinato de un compatriota británico en Riyad. Mitchel dice que también fue pinchado, pateado, escupido, golpeado con un hacha en la planta de sus pies y encadenado durante nueve días al marco de acero de la puerta de su celda. Sus interrogadores lo amenazaron con detener y torturar a su esposa. Tras su confesión fue condenado a muerte después de un juicio de 10 minutos.
La historia de Mitchell ofrece una vista de los métodos y estado mental del rico aliado de Estados Unidos y Gran Bretaña en Oriente Medio. Pero él y su hermana, Margaret Dunn, que viajó a Arabia Saudí cinco veces para pedir su liberación también dicen que el gobierno británico puso sus intereses comerciales y diplomáticos sobre su deber de proteger a sus ciudadanos, dejando a Mitchell y a medida docena de otros nacionales extranjeros entregados a su destino.
El gobierno saudí ha negado que Mitchell fuera maltratado. Jamal Khashoggi, portavoz de la embajada saudí en Inglaterra, dijo que la tortura es ilegal en Arabia Saudí y que Mitchell y los otros podrían iniciar una acusación en el reinado si tenían pruebas de los maltratos.
El gobierno saudí finalmente liberó a cinco ingleses, incluyendo a Mitchell, y otros dos extranjeros condenados por su participación en una serie de atentados con coches-bomba hace cinco años. Pero funcionarios saudíes continúan insistiendo en que los atentados fueron llevados a cabo por extranjeros en una guerra por territorio para la venta de licor ilegal, y no por terroristas islámicos del país, aunque ataques similares continuaron cometiéndose después de que Mitchell y sus supuestos cómplices fueran detenidos.
Mitchell ha iniciado un proceso en Gran Bretaña contra el reino y acaba de publicar un libro, ‘Saudi Babylon', sobre sus penurias, escrito con un periodista británico, Mark Hollingsworth. Los detalles de su relato no pudieron ser verificados independientemente, pero grupos de derechos humanos han acusado al gobierno saudí en el pasado de utilizar la tortura.
Un detective de Scotland Yard enviado a Arabia Saudí a investigar los atentados dijo en una indagatoria oficial británica en febrero que no había visto pruebas de que Mitchell y otro recluso, William Sampson, estuvieran implicados en los atentados. Y un portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores británico, que debido a las reglas oficiales no puede ser identificado, dijo: "No conocemos ninguna prueba creíble de que los hombres fueran culpables de lo que se les acusa".

Espíritu Quebrado en Fases
Alexander H. Mitchell, 49, conocido para todos como Sandy, es un hombre pelirrojo de voz suave y el rítmico acento de su nativa Glasgow. Fue paramédico en el ejército británico; luego trabajó en hospitales en Oman e Iraq antes de trasladarse a Arabia Saudí en 1992 para trabajar como técnico anestesista jefe en el Hospital de Fuerzas de Seguridad de Riyad.
Mitchell dijo que tenía buenas relaciones con la policía local y era conocido por su habilidad de movilizar wastah, la palabra árabe para influencias. Dijo que había ayudado a gestionar un bar, parte de la bullente cultura subterránea de tugurios de la ciudad, bares que operan en las áreas de trabajadores extranjeros con el consentimiento tácito de la policía.
En noviembre de 2000, un atentado con coche-bomba mató a Christopher Rodway, un ingeniero británico que trabajaba en Riyad, e hirió a su esposa, en una serie de atentados contra extranjeros. El ministro saudí del Interior, el príncipe Nayef, responsabilizó a otros extranjeros de los ataques, aunque Mitchell dice que uno de sus contactos en la policía le dijo antes que los atentados eran claramente obra de extremistas islámicos.
Después de otro atentado en diciembre detuvieron a un amigo belga de Mitchell, y lo mantuvieron detenido durante dos semanas. Entonces, el 17 de diciembre, cuando Mitchell aparcaba antes de entrar a trabajar en el hospital, fue capturado por un grupo de hombres, encapuchado, esposado y metido a empujones en un coche que esperaba. Dijo que tuvo miedo de estar siendo secuestrado. En lugar de eso, fue llevado al Centro de Interrogatorios de Mabatha, donde Ibrahim y Khaled, los dos hombres que serían sus principales interrogadores y torturadores, lo estaban esperando.
"Antes de salir de aquí", dice Mitchell que le dijo Khaled, "confesarás los atentados o estarás loco".
Lo quebraron por fases, dijo Mitchell, golpeándolo todos los días hasta que sus brazos se cansaban, y encadenándolo por las noches a la puerta de su celda de modo que no pudiera tenderse a dormir. Al quinto día, dijo, confesó que había matado a Rodway detonando una bomba con un aparato de control remoto desde su coche -incluso aunque el día en cuestión el coche estaba en el taller de reparaciones.
Pero Ibrahim y Khaled querían más: nombres de cómplices, detalles y motivos. Cuando a él no se le ocurría nada, dijo Mitchell, ellos le proporcionaban información falsa para adornar la historia.
Finalmente confesó ser un agente del M16, el servicio de inteligencia británico, y de llevar a cabo atentados con bomba por órdenes de dos diplomáticos británicos. El supuesto motivo del asesinato era desacreditar al gobierno de Arabia Saudí y comprometerlo ante Gran Bretaña.

"Fueron mentiras estúpidas", dijo Mitchell. "Pero yo estaba dispuesto a decirles lo que quisieran".
Incluso después de que confesara en la televisión saudí en febrero de 2001, las golpizas continuaron porque, sospecha, sus interrogadores creían que así no se retractaría de las declaraciones. Más tarde ese año, él y William Sampson fueron condenados a la muerte por decapitación.

Un Impasse Diplomático
De vuelta en casa en Sowerby Bridge, la hermana de Mitchell no sabía nada de los problemas de su hermano hasta que encendió la televisión una mañana y vio su confesión diferida en televisión. "Se veía tan chico en la televisión, terriblemente pálido y temblando, y me convencí a mí misma de que no era él", dijo Dunn. Pero cuando él repitió su nombre, dijo, se "rompió en pedazos".
Dunn dijo que telefoneó al ministerio de Asuntos Exteriores, y los funcionarios le dijeron que estaban haciendo lo que podían y que no debía hablar con la prensa. "Me dijeron: ‘Tiene que darnos tiempo para hacer nuestro trabajo'. Y, ingenua de mí, pensé, este es el ministerio de Asuntos Exteriores y saben lo que están haciendo. Pensé que esta gente estaba defendiendo los intereses de Sandy. Y descubrí que era lo contrario".
Las autoridades británicas dicen que presentaron el caso de Mitchell a los ministros del gabinete y funcionarios saudíes cada vez que pudimos. "Hicimos lo que pudimos", dijo un funcionario del ministerio de Asuntos Exteriores. "Durante dos años y medio, nuestros ministros y funcionarios presentaron repetidas veces el caso ante los saudíes y mantuvieron permanente contacto con las familias".
Un diplomático, que habló a condición de mantener el anonimato, dijo que el destino de los británicos se puede transformar en parte de la lucha por el poder entre Nayef, el ministro saudí de Interior, y rivales dentro de la familia real saudí. Nayed había insistido en que no había miembros de la red terrorista Al Qaeda operando desde Arabia Saudí y habría perdido cara si concedía que los terroristas eran responsables de los atentados.
El impasse continuó por más de dos años. Entonces, en mayo de 2003, terroristas suicidas atacaron tres recintos residenciales de trabajadores extranjeros en Riyad, matando a 35 personas, incluyendo a siete estadounidenses, e hiriendo a otras doscientas. Los atentados demostraron ser un giro fundamental en demostrar más allá de toda duda de que Al Qaeda estaba operando en el reino.
Hacia la misma época, funcionarios estadounidense entregaron a cinco detenidos saudíes de la prisión norteamericana en Bahía Guantánamo, Cuba, a custodia saudí. Tres meses más tarde, Mitchell y los otros fueron liberados. Más tarde el New York Times informó que la liberación era parte de un secreto entre Estados Unidos y Arabia Saudí que incluía a los cinco sospechosos de terrorismo saudíes.
Dunn dijo que algunos funcionarios británicos, entre ellos Derek Plumby, entonces embajador ante Arabia Saudí, mostraron genuino interés en su hermano. Pero dijo que sus preguntas fueron generalmente ignoradas o desdeñadas, y que los funcionarios británicos estaban sobre todo interesados en que ella no pusiera en entredicho al gobierno. "Todo lo que yo quería era que alguien hablara francamente conmigo, no importa lo mal que se pusieran las cosas", dijo. "Y nadie me habló con franqueza".
Visitó a su hermano en la prisión con la presencia de Ibrahim y Khaled, los dos interrogadores. Khaled trató de congraciarse a sí mismo hablando de sus hijos. Cuando Khaled le dijo que quería que terminaran las penurias de Sandy, si Dios quiere, ella le dijo: "No es Dios el que lo tiene en este lugar, sino usted. Y todo lo que tiene que hacer es enviarlo a casa".
Dijo que Khaled había respondido: "Si yo hiciera yo, me encontraría yo en su lugar".
Cuando Mitchel y sus colegas fueron dejados en libertad, la embajada saudí en Londres declaró que el rey Fahd había concedido clemencia a los hombres debido a que creía que había pasado suficiente tiempo en prisión.
Mitchel dijo que todo lo que quería era un reconocimiento de su inocencia y excusas. El gobierno británico ha dicho a los hombres que se opondrá a su demanda legal, citando una ley de 1978 que garantiza a los estados extranjeros inmunidad ante procedimientos judiciales en otros países.
Mitchell todavía sufre de una afección cardíaca que empezó a sufrir cuando estaba en prisión. Se ha mudado a este pintoresco ex pueblo molinero donde él, su esposa y su hijo de 6 años viven justo a otro lado del valle de su hermana.
"Nunca más lo perderé de vista", dijo Margaret Dunn, abrazando por la cintura a su hermano. "Para nosotros fue malo; para él fue un infierno".

19 de mayo de 2005
©washington post
©traducción mQh

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