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ceniciento en el ring


[Stephen Hunter] ‘Cinderella Man' suena a verdad hasta el último round.
En todo excepto una cosa, ‘Cinderella Man' es tan cuadrado que podrías jugar al billar en su cabeza. Es la historia directa, honesta e inspiradora de un tipo directo, honesto e inspirador -y lo que estás pensando en estos momentos es: ¿cómo es que esperaron tanto tiempo para llevarla al cine?
Y, a diferencia de la última colaboración de Ron Howard con Russell Crowe, ‘Una mente maravillosa', está casi enteramente libre de trucos. No hay una cámara oculta subjetiva con la que pensamos que estamos viendo el mundo que es considerado realidad, cuando de hecho estamos dentro de una mente enferma. En esta, lo que vemos es todo lo que hay.
Y lo que hay es el arco de triunfo profesional de Jim Braddock, un peso pesado de Nueva Jersey en su treintena, de corazón grande, puño firme y manos frágiles. Después de quebrarse la derecha, cayó en desgracia con los barones del ring -la película los representa como pomposos fumadores de cigarros en trajes de tres piezas, sentados en una sala de reuniones con paneles. Perdió su permiso neoyorquino, no pudo conseguir peleas, así que se fue a trabajar como estibador en el muelle de Hoboken para mantener a su adorada esposa y tres hijos. Era lo peor de la Depresión y pronto le despidieron de su trabajo de jornada completa; la familia apenas pudo sobrevivir con su trabajo parcial, con el subsidio del paro y acurrucándose en las frías noches de Jersey en un apartamento destartalado y sin electricidad.
Finalmente Jim tuvo otra oportunidad. Después de estar casi un año sin pelear, un boxeador muy apreciado canceló de un match y le pidieron a Braddock que lo remplazara; sin estar en forma, acosado por la desazón de su esposa, pero desesperado por la paga, decidió intentarlo. Y ganó. En lugar de ser alguien que pudo ser un pretendiente, repentinamente se vio convertido en un contendiente. Volvió a ganar. Y volvió ganar. Repentinamente, después de cuatro peleas de su segunda oportunidad, estaba peleando con Max Baer, el titular de peso pesado del mundo.
La historia cuenta que durante su período en el muelle, había favorecido su izquierda por sobre su quebrada derecha, transformándolo en un violento pistón de puñetazos, que no tenía antes. Curiosamente, su desdicha lo hizo un mejor boxeador de lo que pudo llegar a ser de otra manera.
Hay que agradecer a Howard y Crowe por no ceder ante la tendencia en la biografía moderna de descubrir y explotar las vidas secretas de los grandes hombres (¡e incluso de los que no somos tan grandes!). Algunos biógrafos inventarán incluso alguna bonita y sabrosa vida secreta por la sucia ambición, tal como el tipo que decía que Errol Flynn era un espía nazi o el otro que decía que J. Edgar Hoover iba a sus fiestas vestido de mujer. Pero Howard y Crowe nunca se rebajan, y Braddock, que Dios bendiga, impide esas tentaciones: Parece que no se emborrachó nunca, ni era faldero, ni gritaba ni peleaba fuera del ring. Era un sólido hombre de familia, tan humilde como heroico y tan heroico como noble. Era simplemente un caballero del ring, con la determinación de propósito de un Parsifal, que se encontró a sí mismo dentro de una combinación uno-dos en el cálice del boxeo.
En manos menos expertas, seguramente esa virtud se habría transformado a mitad de camino del Rollo 2. Pero Crowe logra mantenerla disfrutable gracias a la honestidad: No se lo siente pavoneándose ni posando, no hay pretensión ni timidez. Nos entrega la imagen de un buen hombre que no sabe que es bueno y por esa razón no deriva ningún placer de su virtud, que simplemente es y hace lo hace sin fanfarria. Particularmente ahora, cuando estamos habituados a ver atletas con el narcicismo y egolatría de una prima ballerina, rodeados de recaderos, aduladores y vecinos, para no mencionar los diamantes, visones y lencería de seda -¡estoy hablando de los atletas, no de sus novias!-, causa enorme sorpresa ver a un tipo de familia cuya idea de pasar un buen rato es leer cuentos para dormir a sus hijos, y luego sentarse junto a la chimenea con su esposa, Mae (representada bastante bien, aunque de vez en vez con un titubeante acento de Jersey, por Renee Zellweger). Estamos en una zona casi libre de ironía, donde todo es exactamente como se ve, y sin subtextos para fanáticos.
Por ejemplo, Howard y el guionista Cliff Hollingsworth evitan en gran parte la tentación que los creadores de esa otra inspiradora historia de un atleta de los años treinta, aunque cuadrúpedo, no pudieron: El último hizo de Seabiscuit un símbolo del New Deal de Roosevelt, de una naciente esperanza que dio a millones de desempleados la certeza de que les esperaban tiempos mejores. Tú pensabas: ¿Qué es esto, un poni veloz o algún tipo de máquina de salvación nacional?
En contraste, el púgil es solamente un púgil, de pe a pa, y siempre. Crowe lo mantiene anclado en la realidad y Howard, que adora la recargada pobreza de los gimnasios de boxeo de los viejos tiempos, alejados de la cinematografía comercial de Lincoln Continental que también fastidiaba a ‘Seabiscuit'. La Depresión de Howard es costrosa y fría, llena de villas miseria (nada menos que en Central Park) y legiones de condenados; el director de reparto de Howard pasó un buen tiempo buscando caras que podrían haber sido sacadas de las fotos de las tormentas de polvo de Walker Evans.
Hasta la coreografía del boxeo es buena, y fotografiada tan brillantemente que recuerda el trabajo que hizo el cineasta James Wong Howe en la que es probablemente la mejor película de boxeo de todos los tiempos, ‘Body and Soul', de Robert Rossen, de 1947. No es la simplificación de estilo, como en ‘Rocky', ni las estilizaciones de Scorsese en ‘Toro salvaje'. El simplemente el deporte, el batacazo de puños envueltos en cuero estrellándose contra otro cuerpo, de puñetazos al cuerpo, de golpes cortos, de combinaciones uno-dos.
¿Con tantas cosas en juego, debemos preguntarnos, por qué no lo cuentan derechamente?
En otras palabras, ¿por qué se sienten compelidos a crear un Max Baer completamente falaz para que el virtuoso Jim pelee en el reconocidamente convincente clímax de un torneo? Yo entiendo las exigencias melodramáticas de la narrativa: Para mostrar la bondad de Jim, Howard y Hollingsworth pensaron que tenían que crear un retrato igualmente exagerado del mal, de modo que las líneas entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, lo decente y lo profano se hicieran incluso más marcadas, de modo que el match no es tanto entre boxeadores como entre sistemas morales.
Pero era entre boxeadores. Estos significados que imponen los extraños -Schemling es un semi dios ario que tenía que ser derribado por el recto Louis; Griffith como un noble icono gay destruyendo al intolerante Paret; Clay como un gamberro presuntuoso que tenía que ser corregido por Papa Liston (cuya carrera como matón de la mafia era convenientemente olvidado); Smokin' Joe poniendo en su lugar al mismo gamberro presuntuoso, ahora llamado Alí; luego Alí, un icono de la identidad negra, recuperando el título contra el mismo Joe- no tienen realidad en el ring, donde no hay nada más que puñetazos, voluntad y umbral de dolor.
‘Cinderella Man' construye toda una nueva personalidad para Baer, convirtiéndolo en un psicópata con cara de loco y libertino, con dos rameras al brazo o dando vueltas en el cuarto de su hotel, en satén, un cretino que se fanfarronea de matar a hombres en el ring y hace crudos avances sexuales a Mae. Craig Bierko es el campeón, como un cruce de Al Capone con Atila el Huno. ¿Cree que es su camino hacia el Oscar? ¿Quiere ser el siguiente Mr. T?
No es correcto. De hecho, Baer fue tan querido como cualquier peso pesado de la historia, era considerado como un tipo de personalidad amistosa y bufonesca, y cuando un boxeador murió después de una pelea con él, se transtornó tanto que dejó el boxeo durante varios meses. Cuando volvió, fue necesaria la intervención de Jack Dempsey y un curso intensivo en golpes cortos para ponerlo en
la pista. Hizo una gran pelea -contra Schmeling. Como lo dice el gran escritor deportivo Jimmy Cannon, "Baer estaba hecho para ser un gran púgil, pero su corazón no pertenecía a ese inmenso y vibrante cuerpo. Era el corazón de un payaso. Un corazón que tiene que haber sufrido temor y terror en los años en que Baer fue obligado a pretender que era un boxeador".
No es suficiente para arruinar la película, pero te queda un dejo amargo en la boca. Quizás, como en un acto de contrición, Crowe y Howard deberían colaborar en una última película biográfica: ‘Clown Man: The Max Baer Story'.

3 de junio de 2005
©washington post
©traducción mQh

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