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otro imperio del mal


[William Grimes] Donde el imperio del mal somos nosotros, y el velo, liberación.
Inmediatamente después del derrumbe del World Trade Center, el editor del Wall Street Journal encargó una importante misión a Yaroslav Trofimov: recorrer el mundo musulmán y medir su temperatura.
Durante los tres años siguientes, Trofimov, un ucraniano que estudió en Estados Unidos, habla fluidamente árabe y tiene un pasaporte italiano, viajó desde El Cairo a Kandahar, de Túnez a Timbuktu. Cuando las tropas de la coalición entraron en Iraq, se puso un chaleco antibalas y casco y las siguió en un Yukon GMC alquilado. Acompañó a los soldados norteamericanos y afganos en su cacería de los talibanes en la frontera afgano-paquistaní. Donde fuera se preocupaba de hablar con musulmanes corrientes, no sólo sobre los atentados contra el World Trade Center, sino sobre sus vidas, su religión y lo que muchos musulmanes ven, en términos apocalípticos, como una guerra religiosa global entre el islam y Occidente.
Los cables elegantemente escritos y delatando una fina observación que conforman ‘Faith at War' [Credos en Guerra], entregan en general malas noticias. Estados Unidos es considerado, en grandes secciones del mundo musulmán, con una mezcla de desconfianza y odio que la intervención militar en Afganistán e Iraq ha avivado a intensidades nunca vistas. Las voces musulmanas moderadas están siendo ahogadas por los gritos de los fanáticos.
Esto puede sonar a una vieja historia, pero Trofimov la hace parecer fresca. Proporciona detalles, con nombres y caras. Cuando Raghda Mahroughi, una mujer egipcia, comenta los atentados contra el World Trade Center diciendo: "Espero que haya habido un montón de judíos en ese edificio", los sentimientos parecen doblemente chocantes, debido a quién es (es una estudiante universitaria) y dónde está (en un McDonald's frecuentado por los yuppies de El Cairo).
"A menudo los que tienen ideas más sangrientas es gente próspera y privilegiada que han tenido alguna experiencia con Occidente -y no las "masas" oprimidas e ignorantes que son habitualmente descritas como la fuente de la furia anti-occidental", escribe Trofimov. "A veces los que nos conocen mejor, son los que más que nos odian".
El apoyo americano de regímenes opresivos es una de las quejas más graves en la lista de quejas musulmanas. Trofimov encuentra un fascinante caso de estudio en Túnez, una sociedad laica en la que las mujeres tienen derechos iguales, el aborto es legal y los judíos ultra-ortodoxos disfrutan de libertades que son denegadas a los fundamentalistas musulmanes. "Estamos mucho más cerca de los italianos y de los franceses", le dice un funcionario de gobierno.
Bueno, no es tan simple. Zine el-Abadine Ben Ali, el primer ministro de Túnez, ha impuesto el laicismo con mano de hierro, enviando al exilio o encarcelando a los disidentes, al tiempo que corteja el apoyo norteamericano adoptando una línea blanda hacia Israel y protegiendo a la diminuta comunidad judía de Túnez. Como en Irán durante el shah, los detractores liberales del régimen se encuentran aliados con los islamitas, y el velo, paradójicamente se ha transformado en un símbolo de liberación. Cuando entra a su hotel en Túnez no puede evitar darse cuenta de que alguien del personal ha sintonizado la televisión de tal manera que lo primero que se ve es el canal Al Manar, de Hezbollah.
Trofimov tiende a destacar cosas nimias como esta. ¿Quién sabía que los proyectiles Tomahawk huelen como los coches nuevos? En Afganistán la curiosidad de Trofimov por los detalles raros lo lleva a un taller en Kandahar donde los artistas callejeros, libres del régimen talibán, decoran bicitaxis motorizados con la versión afgana de arte heavy-metal: leones rugiendo, princesas a caballo o pataletas de Rambo, a veces los tres en la misma pintura.
Sin embargo, por coloridos que sean los detalles, no cristalizan nunca en una imagen general. Trofimov trata de descripciones vívidas, encuentros fortuitos y conversaciones espontáneas. El contexto puede sufrir. Cuando describe a un coche con hombres saudíes que se paran en una carretera del país y apedrean a una colonia de babuinos sólo para divertirse, el incidente se queda en su mente, pero no explica demasiado. Fanáticos brutos arrojan vasos de cerveza en el Yankee Stadium. ¿Qué dice esto, si acaso, sobre Estados Unidos?
Emergen algunos temas. Uno es el extraordinario éxito que ha tenido Arabia Saudí en fundar escuelas en todo el mundo musulmán para propagar su versión particular del islam. En Bosnia, para mencionar un alarmante ejemplo, las "renovaciones" financiadas por los saudíes de Begova Dzamina, una mezquita del siglo 16 de Sarajevo, implicaban retirar los azulejos decorativos, sacar los adornos y cubrir las paredes con yeso blanco... Jóvenes bosnios, enviados a Arabia Saudí e indoctrinados con la puritana versión wahhabi del islam, han retornado para predicar el apocalipsis y radicalizar a los musulmanes de Bosnia.
El segundo gran tema de Trofimov, desarrollado en los capítulos militares del libro, es el intento americano de exportar la democracia a Iraq y Afganistán. Aquí dobla la mano. Es severo con la política exterior norteamericana y tiende a despreciar a la gente que la realiza, militares y civiles que con pocas excepciones no tienen ni idea del país que han invadido y son insensibles ante la sensibilidad local. Todos los días, y de muchos modos, como cuenta Trofimov, Estados Unidos crea nuevos enemigos.
"¿Qué es esto: liberación u ocupación?", preguntó a menudo a los iraquíes en la calle durante las fases iniciales de la guerra. Obviamente, él ya sabía qué decir, incluso si los iraquíes no sabían qué responder. Después de un tiempo, ya no necesita preguntar. "Incluso si transformáis este país en un cielo, no lo queremos, porque lo habremos recibido de vosotros", le dice un jefe tribal a Bob Silverman, el administrador civil norteamericano de Tikrit. "Idos de Iraq y dejadnos en paz. Ya hemos tenido suficiente y no podemos seguir aguantando".
Justo cuando la imagen parece más sombría Trofimov se encamina hacia Mali. Uno de los países más pobres de África, más del 90 por ciento de la población de Mali es musulmana, y sin embargo allí florece la democracia (una feminista fue candidata a alcalde en Timbuktu), el estado y la iglesia están separados y la versión local del islam es optimista y suave. "Este es un país laico", le dice el clérigo más importante del país a Trofimov. "Si le gusta beber, hágalo. No me importa".
Es una idea alegre. Después de la desalentadora excursión de Trofimov, los lectores realmente necesitarán un cóctel.

3 de junio de 2005
©new york times
©traducción mQh

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