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misión improbable


[Anthony Shadid y Steve Fainaru] Construir el ejército iraquí. Proyecto revela profunda división entre fuerzas norteamericanas e iraquíes.
Baiji, Iraq. Una hora antes del amanecer, con el cielo todavía nublado por una tormenta de arena, los soldados de la Compañía Charlie del ejército iraquí comenzaron su misión con una balada al derrocado presidente Saddam Hussein. "Hemos vivido en la humillación desde que usted nos dejó", cantó uno en árabe, fuera del alcance del oído de sus contrapartes americanos. "Habíamos esperado pasar nuestra vida con usted".
Pero los soldados iraquíes no tenían idea de dónde iban. Se encogieron de hombros cuando se les preguntó que harían. Los militares norteamericanos habían dicho que la misión era crucial para el avance de los iraquíes como una fuerza de combate, pero habían mantenido secretos el destino y objetivos por temor a los que los iraquíes filtraran la información a los insurgentes.
"Hay un montón de cosas que no les podemos contar, porque no estamos realmente seguros de quién está de nuestro lado y quién no", dijo Rick McGovern, un sargento de tono estricto de 37 del pelotón, de Hershey, Pensilvania, que dirige el adiestramiento militar de la Compañía Charlie.
La reconstrucción de las fuerzas de seguridad iraquíes es la condición previa para la retirada americana de Iraq. Pero a medida que el gobierno de Bush ensalza los continuos progresos del nuevo ejército iraquí, en Baiji, una desolada ciudad petrolera en la estratégica encrucijada en el norte de Iraq, el proyecto ilustra los formidables retos de construir de la nada un ejército en medio de una violenta resistencia.
La Compañía Charlie se desintegró una vez después de que su comandante muriera en un atentado con coche-bomba, en diciembre. Y miembros de la unidad amenazaron con renunciar en masa esta semana por quejas que van desde las deprimentes condiciones de vida hasta las amenazas de los insurgentes. En esa enorme división cultural, el idioma es sólo uno de los obstáculos. Jóvenes soldados iraquíes, mal equipados y reclutados entre la desencantada minoría árabe sunní, dicen que ni siquiera están seguros de para qué están peleando. Se quejan amargamente de que sus mentores americanos no los respetan.
De hecho, los americanos no lo hacen: Frustrados soldados norteamericanos ponen en duda el coraje, disciplina y dedicación de los iraquíes y se preguntan si alguna vez podrán pelear por sí solos, para no decir nada de alcanzar la meta militar norteamericana de que para otoño operen autónomamente.
"Conozco la línea del partido. Sabes el ministerio de Defensa, el ejército norteamericano, los generales de cinco estrellas, los generales de cuatro estrellas, el presidente Bush, Donald Rumsfeld: Los iraquíes estarán listos en cualquier período de tiempo", dijo el teniente primero Kenrick Cato, 34, de Long Island, Nueva York, oficial ejecutivo de la compañía McGovern, que vendió su parte en una firma de base de datos para unirse completamente a los militares después de los atentados del 11 de septiembre. "Pero desde el terreno te puedo decir con certeza que no estarán listos para cuando yo me marche. Y sé que volveré a Iraq probablemente en tres o cuatro años y no creo que estén listos para entonces".
"No queremos tomar esa responsabilidad; no lo queremos", dijo Amar Mana, 27, un soldado iraquí cuya frente fue rozada por una bala durante un ataque de los rebeldes en noviembre. "Aquí, ni modo. La situación es que no estaremos dispuestos a hacernos responsables en los próximos mil años".
El general de división, Joseph J. Taluto, comandante de la División de Infantería 42, que supervisa el área del centro-norte de Iraq que incluye a Baiji y es del tamaño de Virginia del Oeste, dijo que las fuerzas iraquíes había "mejorado" y estaban "mejorando". Reconoció que los iraquíes sufrían de escasez de equipos y personal, pero predijo que al menos en su área de operaciones los militares norteamericanos alcanzarían su objetivo de contar con unidades a nivel de batallón que operen independientemente para fines de otoño.
"Te puedo decir que, calculando, creo que lo lograremos", dijo en una entrevista.
Oficiales norteamericanos dijeron que los iraquíes han sido particularmente efectivos en obtener informaciones que condujeron a la detención de varios líderes rebeldes sospechosos en la región. Dijeron que era injusto evaluar las fuerzas iraquíes con normas americanas.
"Aquí no estamos tratando de crear la Aerotransportada 82", dijo Taluto.
En general el número de militares y policías iraquíes adiestrados y equipados es más de 160.000, de acuerdo a las fuerzas armadas estadounidenses, que también dijeron que hay 107 batallones militares y policiales operacionales especiales. Para el mes pasado, sin embargo, jefes militares de Estados Unidos e Iraq habían calculado en tres los batallones capaces de operar autónomamente.
Dos periodistas del Washington Post pasaron tres días viajando con los norteamericanos e iraquíes, respectivamente. La unidad fue escogida por militares norteamericanos. El viaje reveló diferencias fundamentales, quizás irreconciliables sobre todo, desde la reluctancia de los soldados musulmanes a allanar mezquitas y casas hasta cuestiones básicas de estilo de vida. Antes este año, por ejemplo, los americanos importaron inodoros portátiles occidentales que los iraquíes, acostumbrados a otro estilo, encontraron objetable. En un intento de abreviar las diferencias, los militares instalaron diagramas describiendo el uso correcto del port-a-johns.
El choque de diferencias en un paisaje que se ha hecho cada vez más violento desde las elecciones parlamentarias del 30 de enero en Iraq, cuando los comandantes estadounidenses hicieron del adiestramiento de las fuerzas iraquíes una prioridad de primer orden. En febrero, en la región de Taluto, los insurgentes hicieron estallar cinco coches-bomba; hubo 35 en mayo. En ese período, se colocaron 1.150 bombas improvisadas de calle, de acuerdo a cifras de la división.
La semana pasada, soldados norteamericanos del Primer Pelotón, Compañía Alfa, e iraquíes del Segundo Pelotón, Compañía Charlie, se subieron gateando a sus vehículos para patrullar las calles de Baiji. Los americanos conducían Humvees completamente blindados, los iraquíes lo llevaban abierto por detrás, con bancos, con los lados protegidos con un blindaje que era el equivalente de un chaleco antibalas. Los americanos eran parte del Primer Batallón del Regimiento Blindado 103 de la Guardia Nacional de Pensilvania.
Cuando un periodista americano se trepó con los iraquíes, los soldados estadounidenses se quedaron mirando perplejos.
"A lo mejor tendrás que volver a casa solo", le dijo un soldado al otro periodista.
"¿Va delante o atrás?", preguntó otro. "Voy a agregar una oración".

Colegiales con Armas
Los soldados iraquíes se veían fatales cuando patrullaban las calles donde vivían y las mezquitas donde rezaban. Cuando entraban a sus vecindarios, algunos se ponían sus pasamontañas negros y pañuelos verdes para ocultar su identidad. Pasaron frente a pintadas en paredes, como el pueblo, de matices marrones. "Sí al presidente Saddam", decía un eslogan. "Vivan los muyahedines", decía otro. Casi todos los hombres habían recibido folletos conminándoles a renunciar; las casas de varios habían sido atacadas por los rebeldes.
"¡No te atrevas a moverte!", gritó el capitán Ahmed Zwayid, 26, apuntando su arma a un coche que se aproximaba.
Los hombres hablaban de los insurgentes con un toque de sobrecogimiento, diciendo que los combatientes estaban dispuestos a morir y los superaban en armamento con sus lanzagranadas y, más temible, sus coches-bomba. Zwayid, padre de tres hijos, miró con disgusto su propio rifle de asalto AK-47, con un cordón de zapatos verde de correa.
"Si disparamos diez veces, se desarma", dijo. Zwayid acarició una ametralladora pesada montada en el piso del Humvee. "Este se atasca", dijo. "¿Son estas armas dignas de un soldado?" Él y otros dijeron de que era un signo de la falta de confianza que mostraban los americanos hacia ellos.
"Nosotros confiamos en los norteamericanos. Vamos a todas partes con ellos, hacemos lo que nos dicen", dijo. "Pero no nos confían".
Más adelante, McGovern hace su propia excursión del panorama de violencia de Baiji. Señaló la "arboleda del muerto", un grupo de árboles que los americanos talaron recientemente porque era usado para ocultar bombas, y la "carretera del muerto", un peligroso tramo de la autopista. Un terreno adyacente estaba sembrado de pedazos de un coche-bomba.
"Honestamente, no creo que la gente en Estados Unidos entienda lo delicada que es realmente la situación', dijo McGovern. "Tenemos el poderío militar, el poder militar, pero estamos haciendo todo con guantes de seda porque esperamos que los iraquíes aumenten y empiecen a hacerse cargo de las cosas. Pero ellos no tienen ni idea de cómo hacerlo".
Interrogado sobre cuándo pensaba que los soldados iraquíes estarían listos para operar autónomamente, McGovern dijo: "Honestamente, hay una parte de mí que dice nunca. Hay cuestiones culturales que no creo que podamos superar".
McGovern agregó que los iraquíes habían "avanzado un montón en un breve período de tiempo" y predijo que finalmente tendrían éxito. Pero dijo que el intento estaba todavía en los pañales.
"Nos referimos al ejército iraquí como colegiales con armas", dijo.
Una hora más tarde los hombres retornaron a la Base Operacional de Avanzada Summerall, una arenosa extensión detrás de barricadas de cemento y alambre de púas a unos kilómetros fuera de la ciudad. Seguían el protocolo militar norteamericano: Al bajar del vehículo, los soldados deben limpiar sus armas. Zwayid se quedó en el camión, le pasó su arma a un amigo y le pidió que la limpiara.
"¡Bájate y limpia tu arma!", le gritó el capitán William Kozlowski a Zwayid, en inglés.
Zwayid respondió en árabe: "Ese es mi arma", explicó, indicando a su amigo.
"¡Cabo, usted es un jefe!", gritó Kozlowki. "¡Hágase cargo!"
Zwayid le sonrió. "¿Qué me está diciendo?", susurró.

A la Búsqueda de Respeto
La Compañía Charlie colapsó el 5 de diciembre a las 9:15 de la mañana. Un Chevrolet Caprice gris atestado de explosivos explotó entre una multitud de soldados iraquíes durante un cambio de turno. Entre los cinco muertos se encontraba el capitán Mohammed Jassim Rumayidh, el comandante de la compañía. Su muerto provocó que todos los 250 soldados de la compañía, excepto 30, renunciaran; muchos se llevaron sus armas.
El atentado coincidió con la llegada de un batallón de la Guardia Nacional del Ejército de Pensilvania. La unidad empezó a reconstruir desde la nada la compañía iraquí. Los norteamericanos enviaron inicialmente a un pequeño grupo de soldados a trabajar con los iraquíes. Eso cambió después de las elecciones del 30 de enero. Cato dijo que la unidad recibió una avalancha de órdenes de los comandantes para transformar el adiestramiento de las fuerzas de seguridad iraquíes en "nuestro principal esfuerzo".
El batallón envió al pelotón de McGovern, unos 35 soldados, para trabajar exclusivamente con los iraquíes. Pero el proyecto estuvo plagado de problemas desde el principio. Debido a un lío con los papeles, docenas de soldados iraquíes estuvieron sin paga durante tres meses. muchos de ellos carecen de uniformes, equipos de protección personal y armas adecuadas. Para suplir ese déficit, las fuerzas norteamericanas entregaron a los iraquíes rifles y municiones confiscadas durante allanamientos en Baiji. De los seis intérpretes asignados a la compañía, dos renunciaron y otros dos dijeron que renunciarían pronto.
"Han avanzado un montón en un corto período de tiempo", dijo Cato, el oficial ejecutivo de la Compañía Alfa sobre los soldados iraquíes. "Cuando llegamos aquí, los soldados iban a dormir en el objetivo. Otros soldados vendían sus armas cuando salían a patrullar. He estado en misiones en que los soldados se cansaban y empezaban a arrastrar las armas o a usarlas como bastón".
Los hombres son albergados en lo que llaman simplemente "la base", un lugar tan espartano como su nombre. La mayoría de los iraquíes duermen en dos tiendas y un cobertizo con un piso de cemento y tejado de hojalata ondulada. Algunos tienen catres; otros duermen en pedazos de cartón o de madera terciada encima de mantas deshilachadas y andrajosas. El aire acondicionado no funciona. No hay electricidad.
El agua potable proviene de un camión tanque con camuflaje de verano cuyo magra canilla también proporciona el agua para asearse.
"Esta es la ducha de la Guardia Nacional, División Baiji", dijo Tala Izba, 23, cabo. Los otros rieron.
"Minas antipersonales, coches-bombas y nuestros deberes, ¿y tenemos que volver a esto?", dijo otro soldado, Kamil Khalaf.
El soldado Aziz Nawaf, 23, sacudió la cabeza. "En la noche tengo tanto calor que parece que se me va a desprender la piel".
Casi todos los soldados dijeron que se habían unido a la fuerza por el dinero -unos relativamente generosos 300 a 400 dólares al mes. Las fuerzas militares y policiales ofrecían una de las pocas oportunidades de trabajo en la ciudad. Incluso entonces los soldados estaban indignados: Querían más tiempo libre, cuarteles con aire acondicionado como sus contrapartes norteamericanos y, más importante aún, respeto. Lo más frustrante, dijeron, era la espera de dos a tres horas para el control en la puerta de la base cuando vuelven de un permiso.
Los soldados dijeron que en los últimos días 17 colegas habían renunciado.
"En 15 días más no quedará nadie", declaró Nawaf.
Las dos docenas de soldados reunidos asintieron.
"Todos nosotros", dijo Khalaf. "Todos dependemos de Dios, pero queremos que se nos respete".
Pero los americanos dijeron que los iraquíes no se lo habían ganado. "Como hombres árabes, quieren que pensemos que ellos son lo mismo que nosotros como soldados, que son igual de valientes", dijo Cato. "Pero muestran cobardía. Me dicen: ‘No tengo miedo'. Pero si estás escapando corriendo, entonces obviamente no sólo tienes miedo, además te estás escapando".

Divididos por la Cultura
El mes pasado tres camiones llenos con dos docenas de soldados de la Compañía Charlie fueron emboscados cerca de un puente en el río Tigris. En lugar de hacer frente al ataque, los iraquíes huyeron y pidieron ayuda por radio. Los americanos dijeron que los iraquíes les habían dicho que habían perdido 20 hombres, se les habían acabado las municiones y estaban completamente rodeados.
Cuando llegó una fuerza de reacción rápida norteamericana, el área estaba tranquila y los soldados iraquíes estaban acurrucados junto a sus camiones. Cuatro estaban perdidos; más tarde se supo que se habían marcjado en taxi a casa a cambiarse ropa. Otro soldado, el oficial superior de la compañía, se negó a salir, diciendo que seguía estando rodeado por los insurgentes.
Después del incidente, McGovern dijo que había llamado a un intérprete, le había pedido que tradujera literalmente las palabras del soldado y "deshonrado" a los soldados iraquíes.
"Sois todos unos cobardes", empezó. "Mis soldados han venido hasta aquí, dejando atrás a sus familias durante un año. Estamos dispuestos a morir para que vosotros tengáis libertad, pero vosotros debéis estar dispuestos a morir por ella. Si continuáis huyendo del enemigo, el enemigo continuará persiguiéndoos. No triunfaréis nunca".
McGovern le preguntó al intérprete, Nabras Mohammed, si acaso había ido demasiado lejos.
"Bueno, no debió decirles que eran mujeres, y no debió llamarles" chulos, dijo Mohammed.
"Por supuesto tenían miedo", dijo el capitán Idris Dhanoun, 30, nativo de Baiji con dos años en las fuerzas de seguridad, que defendió a sus colegas. "La mayor parte de ellos no han estado nunca en una batalla, no saben lo que es la guerra, no son soldados. Todos ellos quieren morir. Es la guerra santa. Quieren morir sirviendo al Señor".
Poco después de la emboscada, un francotirador disparó contra un soldado norteamericano que estaba parado en el tejado de una comisaría de policía, causándole una grave herida en la cabeza. Los americanos sospechaban que el fuego provenía de la cercana mezquita de Rahma. Tropas americanas e iraquíes rodearon el edificio. Temerosos de alimentar más resentimiento, los soldados estadounidenses ordenaron a sus contrapartes iraquíes que allanaran la mezquita. Al principio se negaron, y entraron solamente después de que McGovern los regañara.
"Pero no sé si hicieron bien el allanamiento. Entraron caminando con la punta de los pies", dijo el sargento Cary Conner, 25, de Newport News, Virginia, que fue uno de los primeros soldados en llegar al sitio.
Las fuerzas norteamericanas ordenaron entonces a los iraquíes detener a todos los que estaban en la mezquita, incluyendo al respetado jefe de oraciones. El jefe del pelotón iraquí se negó a obedecer la orden, recordaron soldados norteamericanos. El líder del pelotón y sus hombres se sentaron junto a la mezquita, como protesta.
"Queríamos decirles a los americanos que no pueden hacer eso otra vez", dijo Dhanoun.
En una medida de la vergüenza que sentían, los hombres insistieron en que ellos no habían entrado a la mezquita.
"No puedes entrar con armas a una mezquita. Tenemos nuestra tradiciones, tenemos honor, y somos musulmanes", dijo Dhanoun. "A la mezquita se entra a orar, no se entra con armas".
A las 4:30 de la mañana del lunes, los hombres de la Compañía Charlie y todo el batallón norteamericano -unos 800 soldados- se pusieron en marcha en un convoy hacia el oeste de Baiji. Los americanos usaron lentes infrarrojas para ver en la oscuridad. Los iraquíes llevaban barras de neón. Antes de que las tropas salieran de la base, un conductor iraquí chocó contra una barrera de concreto, paralizando momentáneamente el convoy.
Comandantes americanos dijeron que la participación de los iraquíes en la misión -una serie de redadas para desmantelar una célula fabricante de bombas- fue crucial para su ejecución. Pero los americanos han bajado notoriamente sus expectativas de progreso de los iraquíes.
"Las cosas van a cambiar de acuerdo a su esquema, no según nuestros políticos en casa", dijo el sargento Jonathan Flynn, 36, de Star Lake, Nueva York. "No se le puede imponer a eso un horario artificial".
Los hombres de la Compañía Charlie se agacharon junto a un camino de tierra cortado por las canaletas del alcantarillado, con las armas en ristre. Ante ellos estaba su ciudad natal, destartalada y abandonada. El capitán Amir Omar, 19, miró adelante.
"Mire las casas de los iraquíes", dijo, tapándose la cara con un pañuelo. "La gente ha sido destruida".
¿Por quién?, se le preguntó.
"Ellos", dijo Omar, señalando a los Humvees norteamericanos que encabezaban la patrulla.

11 de junio de 2005
©washington post
©traducción mQh


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