bomba de tiempo en egipto
[Daniel Williams] La indignación de los campesinos egipcios es considerada una silenciosa bomba de tiempo. Revuelta en el campo contra alquileres y desalojos.
Sarando, Egipto. Es raro ver tractores en el delta del Río Nilo, donde los campesinos arrendatarios todavía trabajan con mano y azada, así que la llegada de tres ruidosas máquinas a principios de marzo causó revuelo en una comunidad ya convulsionada.
Los campesinos de Sarando habían estado disputándose con un propietario por los alquileres y desalojos. ¿Habían enviado tractores para destruir los cultivos? ¿Para arar en las tierras en disputa? ¿Quiénes eran esos robustos extranjeros que dijeron que el propietario les había enviado? Nadie esperó la respuesta. Tras horas de pelear con puños y rifles, un visitante estaba muerto, los campesinos habían huido aterrados ante la ley y la policía puso a Sarando bajo sitio durante seis días.
En el campo o en la ciudad, en granjas y en fábricas, el descontento con el presidente Hosni Mubarak es palpable a medida que su gobierno de un cuarto de siglo se acerca a su fin, sea por el peso de políticas fracasadas, o por lógica de su edad, 77.
En El Cairo activistas políticos montan manifestaciones destinadas a sacarlo del poder. Movimientos laborales largo tiempo latentes, han empezado a protestar contra los despidos y los salarios bajos. Los jueces se oponen a propuestas del gobierno de utilizarlos como supervisores electorales en las elecciones presidenciales de septiembre, que dicen que es un fraude anunciado.
Acuciante pobreza, justicia arbitraria y chapuceros programas de gobierno que provocaron extendidas quejas en Egipto han contribuido a la explosión de Sarando. Cuando aquí estalló la violencia, abogados y activistas llegaron a toda prisa desde El Cairo para apoyar a los campesinos.
Si Egipto está despertando o solo dándose vueltas en el sueño, es un asunto pendiente. El gobierno de Mubarak está tratando de gestionar un cambio a través de reformas de mercado libre y convocando a elecciones presidenciales que están abiertas a una selección limitada de candidatos rivales. Los grupos de oposición, aunque ruidosos, han sido incapaces de movilizar en las calles a grandes contingentes de egipcios.
Un tercio de los 70 millones de egipcios viven de la tierra, y han permanecido durante largo tiempo al margen de la vida política. Sin embargo, los observadores ven en Sarando un conflicto rural en potencia, en una época de cambios. "Hay mucha rabia en las granjas. No hay desarrollo, ni programa económico ni poder político. Es una bomba de tiempo silenciosa", dijo Karem Saber, director del Centro Agrario de Derechos Humanos [Land Center for Human Rights], una organización no-gubernamental.
El grupo de derechos humanos ha observado un remonte general de la violencia rural, alguna de ella dirigida contra terratenientes, otra riñas entre campesinos, dijo Saber.
El terrateniente de Sarando, Salah Nawar, un patriarca de pelo blanco de una extensa familia de terratenientes, piensa que el conflicto es una señal de un peligro mayor. Si los campesinos se salen con la suya, estas cosas se propagarán por todas partes. Se rebelarán y atacarán a los propietarios", dijo en una entrevista en su apartamento en Alexandria.
Serando está ubicada en el amplio y verde delta a 20 minutos al este de la capital provincial de Damahour. A primera vista, los campos ofrecen una vista de un Egipto bucólico y eterno. En los canales que transportan las preciosas aguas del Nilo, las mujeres friegan cazuelas y lavan ropa, los hombres bañan a sus burros y niños desnudos chapotean felices.
Abuelos encorvados con turbantes cuidan de las vacas y cabras. Pájaros blancos con largas plumas decoran las parcelas de arroz y trigo. Palmeras de dátiles puntúan el horizonte. A excepción de las ocasionales casas de ladrillos de tres y cuatro pisos, y de una bomba diesel, un faraón no tendría dificultad en reconocer la escena.
Una mirada más próxima revela escuelas destartaladas, niños analfabetos, clínicas sub-equipadas y descontento con las nuevas políticas agrícolas. A partir de 1997, los alquileres para los campesinos inquilinos fueron liberados de la regulación oficial y subieron recientemente en picado del equivalente de 4 dólares un acre al año, a hasta 60 dólares, según calcula el Centro Agrario. En Egipto, esa suma son los ingresos de tres meses de un campesino.
La liberalización hizo parte de un intento de terminar con el control estatal de las actividades económicas, que databa del gobierno del presidente Gamal Abdel Nasser de los años cincuenta y sesenta. La medida revertió efectivamente el programa de reforma agraria de Nasser, que había despojado a los terratenientes del control de sus propiedades, dejándoles conservar sus títulos. Ahora, si los campesinos se niegan a pagar a precios de mercado, los terratenientes los pueden desalojar. Esta ha sido la fuente del conflicto en Sarando.
Nawar, el terrateniente de Sarando, dijo que media docena de campesinos se negaron a pagar el alquiler, que dijo que había fijado en 20 dólares por acre. Había empezado a arreglar los papeles para alquilar la tierra a otros y, a principios de enero, estalló la resistencia. La policía detuvo a varios de los campesinos por posesión de armas de fuego e intimidación, dijo.
"Nunca pensé que iba a pasar esto", dijo Nawar. "Me llamaron señor feudal. ¡Pachá! Yo doy trigo a las familias hambrientas. Los campesinos eran amables y virtuosos. Ahora son peores que la gente de la ciudad", dijo.
El 4 de marzo, Nawar envió los tractores con varios jornaleros y familiares para arar un nuevo campo. Llegaron a primeras horas de la mañana. Una falange de campesinos les salió al encuentro. Algunos habían acudido a Sarando desde aldeas circundantes a ayudar en la defensa del villorrio. Los gritos se convirtieron en empujones y hubo balazos. Un grupo de hombres golpeó hasta matar a un familiar de Nawar, Alaa Abdel Wahab Nawar. Quemaron los tractores y empujaron algunos coches a un canal.
Un sospechoso, Mohammed Ragab, ha sido detenido y acusado de homicidio. Seis hombres siguen fugitivos. También se detuvo a otros que supuestamente se volvieron violentos, pero recobraron su libertad tras pagar una fianza.
Nawar vive en un elegante barrio de Alexandria. Otorgó una entrevista en una salita decorada con cortinas bordadas y espejos dorados. Dijo que sólo poseía unos 30 acres pero que su familia extendida tenía cientos más en el área de Sarando. Hasta su jubilación hace algunos años, Nawar fue director de una compañía textil estatal. Uno de sus familiares es candidato al parlamento por el Partido Nacional Democrático, el grupo gobernante de Mubarak.
Nawar acusa de la revuelta campesina a extraños. "Viene gente del Cairo y les dicen que se pueden apropiar de la tierra. Los campesinos nunca hicieron antes nada parecido", dijo.
Las mujeres del villorrio cuentan una historia diferente. Dijeron que la tierra que Nawar está reclamando no es de él, legalmente. Era tierra que su familia había mantenido fuera de los registros cuando se entregaron las parcelas a los campesinos, dijeron, agregando que ahora no podía volver a reclamarlas.
Los hombres que se opusieron a Nawar en enero fueron acosados por la policía con acusaciones falsas de posesión de armas, dijeron las mujeres. El tumulto que empezó el 4 de marzo "fue duro, duro, duro", recordó Sabriya Abdulla, una viuda que no quiso entregar su acre a Nawar. "La policía entró a la aldea después de que los hombres habían huido. Se llevaron a las mujeres, como si no tuvieran niños pequeños a los que cuidar".
Abdulla contó su historia en su casa de ladrillos de adobe y estera, y piso de tierra. Tiene cinco hijos; una de sus hijas trabaja como criada en Alexandria y la ayuda económicamente.
Abdulla dijo que las mujeres detenidas fueron encerradas en una casa confiscada como cuartel policial. Una de las mujeres, Nafisa Zakaria Al-Marakbi, murió en un hospital el día que salió del encierro. Los campesinos dijeron que habían abusado de ella mientras estuvo detenida. "La policía se llevó nuestro trigo. Rompieron puertas. Nos insultaron y quitaron los velos", dijo Abdulla. El asedio policial duró hasta el 10 de marzo.
De momento, Sarando está en un limbo. Los cargos de violencia y homicidio siguen pendientes. Los hombres siguen desaparecidos del villorrio, y las mujeres se están encargando del pesado trabajo agrícola. Tanto Nawar como Abdulla usaron frases idénticas para describir la situación: "Sarando no volverá nunca a ser la misma".
Hace un año, la historia de Sarando probablemente no habría resonado más allá de los campos del delta. Pero una naciente red de grupos de derechos humanos ha empezado a incursionar en el campo. Cuando llegó la policía en grandes cantidades a Sarando, representantes del Centro Jurídico Hisham Mubarakm la Asociación Egipcia contra la Tortura, el Centro Nadim de Derechos Humanos y otras organizaciones viajaron aquí a investigar la violencia.
Mohammed Abdel Aziz, un joven abogado de Kifaya, una coalición de fuerzas anti-Mubarak de El Cairo, está defendiendo a los campesinos en los tribunales.
"Este es un problema legal y también una batalla contra el feudalismo", dijo Abdel Aziz, cuyo flexible cuerpo en un traje demasiado grande contrasta marcadamente con los rechonchos físicos de sus clientes profundamente bronceados en camisas andrajosas.
Abdel Azis ha sido formalmente acusado de incitar a los campesinos a la violencia, una acusación que se toma a risa. "Este es el precio por defender a la gente en Egipto. Es normal", dijo.
18 de julio de 2005
©washington post
©traducción mQh
Los campesinos de Sarando habían estado disputándose con un propietario por los alquileres y desalojos. ¿Habían enviado tractores para destruir los cultivos? ¿Para arar en las tierras en disputa? ¿Quiénes eran esos robustos extranjeros que dijeron que el propietario les había enviado? Nadie esperó la respuesta. Tras horas de pelear con puños y rifles, un visitante estaba muerto, los campesinos habían huido aterrados ante la ley y la policía puso a Sarando bajo sitio durante seis días.
En el campo o en la ciudad, en granjas y en fábricas, el descontento con el presidente Hosni Mubarak es palpable a medida que su gobierno de un cuarto de siglo se acerca a su fin, sea por el peso de políticas fracasadas, o por lógica de su edad, 77.
En El Cairo activistas políticos montan manifestaciones destinadas a sacarlo del poder. Movimientos laborales largo tiempo latentes, han empezado a protestar contra los despidos y los salarios bajos. Los jueces se oponen a propuestas del gobierno de utilizarlos como supervisores electorales en las elecciones presidenciales de septiembre, que dicen que es un fraude anunciado.
Acuciante pobreza, justicia arbitraria y chapuceros programas de gobierno que provocaron extendidas quejas en Egipto han contribuido a la explosión de Sarando. Cuando aquí estalló la violencia, abogados y activistas llegaron a toda prisa desde El Cairo para apoyar a los campesinos.
Si Egipto está despertando o solo dándose vueltas en el sueño, es un asunto pendiente. El gobierno de Mubarak está tratando de gestionar un cambio a través de reformas de mercado libre y convocando a elecciones presidenciales que están abiertas a una selección limitada de candidatos rivales. Los grupos de oposición, aunque ruidosos, han sido incapaces de movilizar en las calles a grandes contingentes de egipcios.
Un tercio de los 70 millones de egipcios viven de la tierra, y han permanecido durante largo tiempo al margen de la vida política. Sin embargo, los observadores ven en Sarando un conflicto rural en potencia, en una época de cambios. "Hay mucha rabia en las granjas. No hay desarrollo, ni programa económico ni poder político. Es una bomba de tiempo silenciosa", dijo Karem Saber, director del Centro Agrario de Derechos Humanos [Land Center for Human Rights], una organización no-gubernamental.
El grupo de derechos humanos ha observado un remonte general de la violencia rural, alguna de ella dirigida contra terratenientes, otra riñas entre campesinos, dijo Saber.
El terrateniente de Sarando, Salah Nawar, un patriarca de pelo blanco de una extensa familia de terratenientes, piensa que el conflicto es una señal de un peligro mayor. Si los campesinos se salen con la suya, estas cosas se propagarán por todas partes. Se rebelarán y atacarán a los propietarios", dijo en una entrevista en su apartamento en Alexandria.
Serando está ubicada en el amplio y verde delta a 20 minutos al este de la capital provincial de Damahour. A primera vista, los campos ofrecen una vista de un Egipto bucólico y eterno. En los canales que transportan las preciosas aguas del Nilo, las mujeres friegan cazuelas y lavan ropa, los hombres bañan a sus burros y niños desnudos chapotean felices.
Abuelos encorvados con turbantes cuidan de las vacas y cabras. Pájaros blancos con largas plumas decoran las parcelas de arroz y trigo. Palmeras de dátiles puntúan el horizonte. A excepción de las ocasionales casas de ladrillos de tres y cuatro pisos, y de una bomba diesel, un faraón no tendría dificultad en reconocer la escena.
Una mirada más próxima revela escuelas destartaladas, niños analfabetos, clínicas sub-equipadas y descontento con las nuevas políticas agrícolas. A partir de 1997, los alquileres para los campesinos inquilinos fueron liberados de la regulación oficial y subieron recientemente en picado del equivalente de 4 dólares un acre al año, a hasta 60 dólares, según calcula el Centro Agrario. En Egipto, esa suma son los ingresos de tres meses de un campesino.
La liberalización hizo parte de un intento de terminar con el control estatal de las actividades económicas, que databa del gobierno del presidente Gamal Abdel Nasser de los años cincuenta y sesenta. La medida revertió efectivamente el programa de reforma agraria de Nasser, que había despojado a los terratenientes del control de sus propiedades, dejándoles conservar sus títulos. Ahora, si los campesinos se niegan a pagar a precios de mercado, los terratenientes los pueden desalojar. Esta ha sido la fuente del conflicto en Sarando.
Nawar, el terrateniente de Sarando, dijo que media docena de campesinos se negaron a pagar el alquiler, que dijo que había fijado en 20 dólares por acre. Había empezado a arreglar los papeles para alquilar la tierra a otros y, a principios de enero, estalló la resistencia. La policía detuvo a varios de los campesinos por posesión de armas de fuego e intimidación, dijo.
"Nunca pensé que iba a pasar esto", dijo Nawar. "Me llamaron señor feudal. ¡Pachá! Yo doy trigo a las familias hambrientas. Los campesinos eran amables y virtuosos. Ahora son peores que la gente de la ciudad", dijo.
El 4 de marzo, Nawar envió los tractores con varios jornaleros y familiares para arar un nuevo campo. Llegaron a primeras horas de la mañana. Una falange de campesinos les salió al encuentro. Algunos habían acudido a Sarando desde aldeas circundantes a ayudar en la defensa del villorrio. Los gritos se convirtieron en empujones y hubo balazos. Un grupo de hombres golpeó hasta matar a un familiar de Nawar, Alaa Abdel Wahab Nawar. Quemaron los tractores y empujaron algunos coches a un canal.
Un sospechoso, Mohammed Ragab, ha sido detenido y acusado de homicidio. Seis hombres siguen fugitivos. También se detuvo a otros que supuestamente se volvieron violentos, pero recobraron su libertad tras pagar una fianza.
Nawar vive en un elegante barrio de Alexandria. Otorgó una entrevista en una salita decorada con cortinas bordadas y espejos dorados. Dijo que sólo poseía unos 30 acres pero que su familia extendida tenía cientos más en el área de Sarando. Hasta su jubilación hace algunos años, Nawar fue director de una compañía textil estatal. Uno de sus familiares es candidato al parlamento por el Partido Nacional Democrático, el grupo gobernante de Mubarak.
Nawar acusa de la revuelta campesina a extraños. "Viene gente del Cairo y les dicen que se pueden apropiar de la tierra. Los campesinos nunca hicieron antes nada parecido", dijo.
Las mujeres del villorrio cuentan una historia diferente. Dijeron que la tierra que Nawar está reclamando no es de él, legalmente. Era tierra que su familia había mantenido fuera de los registros cuando se entregaron las parcelas a los campesinos, dijeron, agregando que ahora no podía volver a reclamarlas.
Los hombres que se opusieron a Nawar en enero fueron acosados por la policía con acusaciones falsas de posesión de armas, dijeron las mujeres. El tumulto que empezó el 4 de marzo "fue duro, duro, duro", recordó Sabriya Abdulla, una viuda que no quiso entregar su acre a Nawar. "La policía entró a la aldea después de que los hombres habían huido. Se llevaron a las mujeres, como si no tuvieran niños pequeños a los que cuidar".
Abdulla contó su historia en su casa de ladrillos de adobe y estera, y piso de tierra. Tiene cinco hijos; una de sus hijas trabaja como criada en Alexandria y la ayuda económicamente.
Abdulla dijo que las mujeres detenidas fueron encerradas en una casa confiscada como cuartel policial. Una de las mujeres, Nafisa Zakaria Al-Marakbi, murió en un hospital el día que salió del encierro. Los campesinos dijeron que habían abusado de ella mientras estuvo detenida. "La policía se llevó nuestro trigo. Rompieron puertas. Nos insultaron y quitaron los velos", dijo Abdulla. El asedio policial duró hasta el 10 de marzo.
De momento, Sarando está en un limbo. Los cargos de violencia y homicidio siguen pendientes. Los hombres siguen desaparecidos del villorrio, y las mujeres se están encargando del pesado trabajo agrícola. Tanto Nawar como Abdulla usaron frases idénticas para describir la situación: "Sarando no volverá nunca a ser la misma".
Hace un año, la historia de Sarando probablemente no habría resonado más allá de los campos del delta. Pero una naciente red de grupos de derechos humanos ha empezado a incursionar en el campo. Cuando llegó la policía en grandes cantidades a Sarando, representantes del Centro Jurídico Hisham Mubarakm la Asociación Egipcia contra la Tortura, el Centro Nadim de Derechos Humanos y otras organizaciones viajaron aquí a investigar la violencia.
Mohammed Abdel Aziz, un joven abogado de Kifaya, una coalición de fuerzas anti-Mubarak de El Cairo, está defendiendo a los campesinos en los tribunales.
"Este es un problema legal y también una batalla contra el feudalismo", dijo Abdel Aziz, cuyo flexible cuerpo en un traje demasiado grande contrasta marcadamente con los rechonchos físicos de sus clientes profundamente bronceados en camisas andrajosas.
Abdel Azis ha sido formalmente acusado de incitar a los campesinos a la violencia, una acusación que se toma a risa. "Este es el precio por defender a la gente en Egipto. Es normal", dijo.
18 de julio de 2005
©washington post
©traducción mQh
0 comentarios