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¿empezó la guerra civil?


[John F. Burns] ¿Cómo lo sabremos?
Bagdad, Iraq. Las primeras señales de que importantes funcionarios estadounidenses en Iraq estaban revisando sus planes sobre qué podían hacer en Iraq, se detectaron hace un año. A medida que Iraq reasumía su soberanía después del período de ocupación americana, el nuevo equipo estadounidense que llegó entonces, encabezado por el embajador John D. Negroponte, tenía un término fulminante para el optimista enfoque de sus predecesores, dirigidos por L. Paul Bremer III.
El nuevo equipo llamó a los americanos salientes, "ilusionistas", por su convicción de que Estados Unidos podía crear una democracia jeffersoniana sobre las ruinas de la brutalidad medieval de Saddam Hussein. Un comandante estadounidense empezó su primer encuentro con periodistas americanos, preguntando: "Bien, señores, díganme: ¿creen ustedes que los sucesos nos permiten el lujo de la esperanza?"
Entonces estaba claro que el gobierno, a pesar de su optimismo en público, había empezado a fijar metas más modestas para la concepción idealista de Iraq. Lo modestas que eran ha quedado en claro en los 12 meses que han pasado desde entonces.
Desde el momento en que las tropas norteamericanas cruzaron la frontera hace 28 meses, el espectro que cuelga sobre la aventura americana aquí ha sido que Iraq, libre de la tiranía de Hussein, puede estar tan fracturado -por la política y la religión, por la cultura y la geografía, y por la desconfianza y enemistad sembrada por los años de represión de Hussein- que terminará inevitablemente en una guerra civil.
Si ocurre, advirtieron opositores a la invasión norteamericana, las tropas estadounidenses podrían encontrarse en fuego cruzado de sunníes y chiíes, kurdos y turcomanos, laicos y creyentes -reducidos en la peor de las circunstancias, al objetivo común de un puñado de milicias concurrentes.
Ahora, los acontecimientos indican más que nunca la posibilidad de que esa pesadilla se puede transformar en realidad. En las últimas semanas la resistencia ha alcanzado nuevas alturas de sostenida brutalidad. La violencia se ha concentrado en asesinatos sectarios, en los que insurgentes sunníes atacan a cientos de civiles chiíes y kurdos con atentados suicidas. Hay informes de que escuadrones de la muerte chiíes, algunos con vínculos con el ministerio del Interior, se han vengado secuestrando y matando a clérigos y líderes de la comunidad sunní.
Los últimos 10 días han presenciado tal aceleración de estos asesinatos, especialmente por los insurgentes, que mucho iraquíes dicen que la guerra civil ya empezó.
Parece claro que al menos algunos funcionarios en Washington entienden la gravedad de la situación, según se desprende de comentarios hechos en el Centro de la Prensa Extranjera en Washington hace dos semanas por Zalmay Khalilzad, que llega esta semana a Bagdad como sucesor de Negroponte. En sus observaciones, Khalilzad abandonó una costumbre de los funcionarios americanos cuando hablan de Iraq: hablar de la guerra civil sólo si los periodistas tocan el tema, y luego desdeñarlo como imposible. Usando el término dos veces en un párrafo, habló de la guerra civil como algo que Estados Unidos debe evitar cueste lo que cueste.
"Iraq está en el cruce entre dos visiones completamente diferentes", dijo. "Los terroristas extranjeros y los intransigentes baazistas quieren que Iraq caiga en una guerra civil".
El nuevo embajador tocó una cuerda positiva cuando dijo: "Iraquíes de todas las comunidades y sectas, como la gente en todas partes, quieren paz y estabilidad". Sin embargo, su aviso sigue siendo la cautela: "Yo no subestimo las dificultades de la situación presente".
Una noción de las dudas que afligen a los funcionarios americanos aquí ha sido una restricción de las optimistas evaluaciones militares que presentan normalmente los generales, junto con un recurso a estadísticas cuidadosamente preparadas para mostrar progresos en la represión de los insurgentes que está divorciado de las realidades en el terreno. Un ejemplo de la nueva ‘métrica' ha sido una avalancha de cifras sobre la construcción del ejército y la fuerza de policía iraquíes -un programa conocido por muchos periodistas que han estado incrustados en operaciones conjuntas, como acosado por un adiestramiento inadecuado, pobre liderazgo, armamento inapropiado y baja moral.
Oficiales involucrados en la dirección del programa presentan cifras que suenan impresionantes, incluyendo el hecho, a mediados de junio, de que las fuerzas iraquíes han recibido 306 millones de municiones, gruesamente unas 12 balas para cada uno de los 25 millones de iraquíes. Pero cuando un oficial estadounidense fue interrogado sobre si los americanos podrían terminar armando a los iraquíes para una guerra civil, se detuvo un momento, y luego asintió. "Quizás", dijo.
Las semillas de una guerra confesional desatada han estado siempre presentes en el más amplio contexto de la guerra -del tipo que destruyó gran parte del Líbano. La resistencia se ha enraizado en la minoría árabe sunní, descontenta por el derrocamiento de Hussein, y la mayoría de sus víctimas han sido chiíes, la comunidad mayoritaria que ha sido la principal beneficiaria política de la desaparición de Hussein. Han muerto centenas de chiíes en sus mezquitas y mercados, víctimas de emboscadas de los insurgentes y bombas, y sus muertes han sido celebradas en los sitios de internet islámicos de Abu Musab al-Zarqawi, el jefe de Al Qaeda en Iraq, que ha llamado "monos" a los chiíes, diciendo que su religión es una afrenta para Dios.
El fin de semana pasado fue el turno de la pequeña ciudad de Mussayib, donde murieron al menos 71 personas cuando un terrorista suicida se hizo volar debajo de un camión cisterna frente a la mezquita principal. Hasta ahora, el más importante clérigo chií de Iraq, el gran ayatollah Ali al-Sistani, ha llamado a los chiíes a no vengarse y concentrarse en el proceso electoral respaldado por Estados Unidos, que llevó a los partidos chiíes a la victoria en enero y es probable que se repita en las elecciones para un gobierno pleno de cinco años en diciembre.
Pero esta vez el ayatollah, agotada su paciencia, pidió que el gobierno de transición, que dirigen chiíes, que "defienda al país de su aniquilación".
Si eso fue un llamado a una acción militar más severa contra los insurgentes, cayó en una situación que se ha convertido todavía en más volátil en los últimos meses debido a señales de que chiíes de la línea dura han empezado a contraatacar. Han habido persistentes informes, principalmente en Bagdad, sobre escuadrones de la muerte chiíes con uniformes de policía, secuestrando, torturando y asesinando a clérigos árabes sunníes acusados de ser insurgentes. Dieciséis horas más tarde, fueron entregados a la morgue los cuerpos de 10 personas, tras morir por sofocación en una furgoneta policial cerrada con techo de metal a una temperatura de casi 49 grados Celsius.
Las nuevas fuerzas iraquíes, aclamadas por el gobierno de Bush como claves para una eventual retirada de las tropas estadounidenses, parecen igual de propensas a provocar una guerra civil, que a prevenirla. Los 170.000 hombres ya adiestrados son en gran parte chiíes y kurdos, en una proporción incluso más alta que el 80 por ciento que representan esos grupos en la población. Aunque hay miles de árabes sunníes en las fuerzas, incluyendo a algunos generales, las unidades iraquíes que son enviadas a los lugares más peligrosos son a menudo dominadas por chiíes y kurdos, algunos reclutados de milicias étnicas profundamente hostiles a los árabes sunníes.
La rabia que provoca esto fue expresado por Dhari al-Bedri, un profesor de la Universidad de Bagdad con una casa en Samarra, una ciudad sunní. "El ejército iraquí en Samarra es Badr y Dawa, y Pesh Merga", dijo, mencionando las milicias de los dos partidos políticos chiíes más grandes, y de los kurdos. "La gente no cree que el ejército venga a ayudarles, sino a castigarles. La gente los odia".
Los americanos esperan que el proceso político en curso logre finalmente un consenso bastante amplio para aislar a los duros de todos los lados. Las posibilidades de que eso ocurra, aunque magras, parecieron aumentar algo con un acuerdo este mes que incorporó a 15 árabe sunníes al comité parlamentario de 55 miembros encargado de redactar la constitución. Pero cuando dos de los sunníes involucrados en el proceso fueron matados a balazos en Bagdad la semana pasada, otros miembros sunníes acusaron a los chiíes del asesinato, y dijeron que los chiíes recalcitrantes no querían hacer compromisos.
A pesar de estos sombríos desarrollos, los comandantes estadounidenses han continuado sugiriendo la posibilidad, para el próximo verano, de una reducción inicial de algunas de las 140.000 tropas estacionadas aquí, dependiendo de los progresos en la creación de unidades iraquíes efectivas. Algunos oficiales de alto rango han dicho en privado de la posibilidad de que se ordene la reducción de tropas independientemente de lo que ocurra en la guerra, y que la justificación será que Iraq -sus políticos y sus combatientes- tendrán finalmente que encontrar modos de superar por sí mismos sus propias divisiones.
Estados Unidos, parecen decir estos oficiales, no lo puede hacer todo, y si los iraquíes están empeñados en superar sus diferencias violentamente -en el peor de los casos en una guerra civil-, eso, al final, será su voluntad soberana.

25 de julio de 2005
©new york times
©traducción mQh


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