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[Ron Charles] La nueva novela de Rushdie mira por el prisma del terror de Cachemira las profundidades del corazón.
Salman Rushdie empezó su carrera escribiendo anuncios, pero su vida ha sido un mortífero test del viejo adagio de que "toda publicidad es buena". Una media docena de éxitos de venta internacionales, un premio Booker y la seria atención de todas las revistas literarias del mundo pueden no llegar a eclipsar nunca la reseña negativa más infame del siglo 20: la sentencia de muerte pronunciada contra él por el ayatollah Khomeini en 1989.
Con una recompensa de 5 millones de dólares sobre su cabeza, el autor de ‘Los versos satánicos' entró en la era del terror antes que el resto de nosotros -y debió preocuparse de la posibilidad de ser asesinado en su casa, o rematado a balazos en la calle, o hecho volar en el metro. Hace 16 años parecía raro que un hombre viviera bajo la amenaza de los terroristas islámicos al otro lado del mundo, pero ahora todos vivimos así, y Rushdie nos saluda con una deslumbrante novela sobre las raíces del extremismo, la frágil belleza de la armonía religiosa y las torcidas hebras de los motivos personales y políticos. A diferencia de su anterior novela -la acerba ‘Furia', que, por una espeluznante coincidencia, fue lanzado al mercado el 11 de septiembre de 2001-, ‘Shalimar el Payaso' [Shalimar the Clown] parece haber otorgado a Rushdie el tiempo y el espacio para sublimar sus terrores con una historia de profunda humanidad e inquietante inteligencia.
Este verano en el Festival Literario Internacional de Paraty en Brasil, dijo a la revista Christian Science Monitor que los acontecimientos del 11 de septiembre "me mostraron que las historias del mundo están desesperadamente entrelazadas unas con otras". ‘Shalimar el Payaso' ejemplifica ese entrelazamiento con su enorme alcance geográfico, moviéndose entre Cachemira y Francia y Estados Unidos, y entre el presente y las viejas épocas. Una expresión más sutil de la condición integrada del planeta, sin embargo, es la destreza literaria de Rushdie, su habilidad para modelar capítulos de su novela en diferentes géneros. La novela policial moderna, la épica ramayana, el drama de tribunales, la comedia, la aventura en tiempos de guerra, la sátira política, la leyenda del campo -todos los géneros se funden aquí magníficamente.
La historia empieza con el espantoso asesinato de una celebridad internacional llamada Maximilian Ophuls, un hombre entrado en años que combina la gravedad política de Henry Kissinger con el atractivo sexual de Ricardo Montalbán. Está parado frente al apartamento de su hija en Los Angeles cuando su chofer, Shalimar, le rebana la garganta y escapa. Los detectives concluyen inicialmente que se trata de un asesinato político: Justo el día antes, Max, embajador norteamericano en India, jubilado, había emergido de un largo período de silencio público para leer una diatriba sobre la destrucción de Cachemira. Shalimar, se descubre pronto, es un terrorista internacional, nacido y adiestrado en Cachemir. Pero la hija de Max descubre que el motivo por el que fue asesinado su padre es mucho más personal y aterrador de lo que parecía a primera vista.
En este momento, la novela retrocede al pequeño pueblo cachemir de Pachigam, donde Shalimar, a los 14, se enamora profundamente de Boonyi, una niña hindú. Nacieron los dos en 1947, el mismo año en que Pakistán e India surgieron del raj británico, y Cachemira -"un sabroso bocado verde entre los dientes de un gigante"- empezara su trágica transformación de lo que Rushdie describe como un paraíso ecuménico en un infierno sectario. La familia de Shalimar tiene un grupo de artistas itinerantes, y Boonyi es una de las bailarinas más guapas. "Las palabras hindú y musulmán no tiene cabida en su historia", piensa Shalimar en un enamorado arrebato. "En el valle esas palabras no eran más que descripciones, no divisiones. Las fronteras entre las palabras, sus afilados bordes, se habían manchado y emborronado. Así es como debían ser las cosas. Eso era Cachemira". Sin embargo, cuando se descubre su relación, es una prueba para la tolerancia de los aldeanos. Severas voces a los dos lados condenan las impuras relaciones de los adolescentes, pero los padres acceden a una ceremonia de matrimonio que incluye tanto costumbres hindúes como musulmanas. "Ser un cachemir", escribe Rushdie en su propio arrebato, "era haber recibido un don divino incomparable, era apreciar lo compartido mucho más que lo dividido". Y así la unión de estos dos jóvenes se convierte en un símbolo del verdadero espíritu cachemir, el que Rusdhie pule y convierte en un objetivo obsesivamente bello -y, según parece, cada vez más elusivo- para el resto del mundo.
Los problemas se deslizan en este "cielo dentro de un cielo" por todos lados. Los musulmanes radicales, personificado por un ulema hecho literalmente de hierro, predican una doctrina de estricta separación que se convierte rápidamente en actos de terror, no solamente contra los residentes hindúes sino contra los musulmanes que tratan de vivir en paz con ellos. Al otro lado está un coronel indio que justifica las medidas cada vez más brutales de control civil con un lenguaje burocrático que Rushdie satiriza al extremo: "La posición legal era que la presencia militar india en Cachemira contaba con el apoyo de la población y decir otra cosa era violar la ley". Evocando el tema ‘Pájaros Sin Alas', de Louis de Bernières, Rushdie implica que la gente es enteramente capaz de entenderse si, incluso en medio de fuertes conflictos étnicos y religiosos, se los deja solos. Pero una vez que ideólogos y fanáticos de fuera se mezclan en la refriega, interrumpen fatalmente ese delicado proceso. En algunos de los pasajes más emotivos de la novela, Rushdie capta esta tragedia con fluídos y rítmicos párrafos que son lo más cerca que se puede acercar la prosa al lamento.
Pero incluso antes de que los rebeldes musulmanes y los soldados indios -"los dos demonios que atormentan al valle"- hayan convertido en polvo el pueblo de Pachigam, Boonyi traiciona a su amado Shalimar ofreciéndose a sí misma a Max durante la visita del embajador a Cachemira. Es un despiadado intento de salir de su aburrida vida, y coloca a Shalimar en un trágico sendero. "Jadeando de placer" la había advertido la primera noche que hicieron el amor: "No me dejes nunca, porque no te lo perdonaría nunca, y me vengaría y te mataré, y si has tenido hijos con otro hombre, también los mataré". Pero Boonyi sólo entendió la voz de su devoción: "Qué romántico eres", replicó despreocupada. "Dices las cosas más dulces". Es brillante cómo Rushdie hace la coreografía de la tragedia que se derrama del desenfrenado amor de Shalimar, atando una pequeña y triste historia de infidelidad a los enfrentamientos que desgarran la historia contemporánea. Toda política, se nos recuerda otra vez, es local. Aquí todo el mundo surge a la vida en historias con sus propias melodías. Un capítulo sobre el trabajo de Max en la resistencia francesa se lee como un desgarrador cuento de espionaje; las infancias de Shalimar y Boonyi son narradas mediante una leyenda pueblerina con pinceladas de comedia y realismo mágico; leemos sobre la hija californiana de Max en agudos capítulos rebosantes de ironía y salpicado de referencias a la cultura pop.
El terrorista es motivado por una doctrina de odio incomprensible que emerge sólo como una cara borrosa en el telediario de la noche, se convierte en estas páginas en nuestro dulce Shalimar, atormentado por la traición de una mujer y la explotación de un imán en algo monstruoso e inalcanzable. No por este telón de fondo es menos espantoso, pero es mucho más complejo.
Este retrato comprensivo no es lo que estábamos esperando de Rushdie, dada su angustiante experiencia con asesinos islámicos o sus encendidas declaraciones públicas tras los atentados en el metro de Londres. En Gran Bretaña y Estados Unidos ha publicado un ensayo condenando a los "islamo-fascistas literales" que no han logrado desarraigar los "estrechos dogmatismos que plagan el pensamiento musulmán hoy en día". Pero a pesar de las aterradoras miradas de imanes asesinos y atrocidades cometidas por los muyahedines, ‘Shalimar el Payaso' no es una acusación contra la patología extremista musulmana, como es la reciente ‘Mapas para amantes perdidos' de Nadeem Aslam. Tampoco se ajusta al creciente cuerpo de historias sobre el 11 de septiembre de 2001, como ‘Sábado', de Ian McEwan, ‘Extremadamente bajo e increíblemente cerca', de Jonathan Safran Foer, e ‘Incendiario', de Chris Cleave, que están enmarcados en un terrible momento histórico. Sí, Rushdie ha escrito una intensa novela política, imbuida de acontecimientos recientes, pero con un alcance emocional que va más allá de nuestra crisis actual y su visión de los caprichos del corazón es tan perceptiva que sólo se puede imaginar que ‘Shalimar el Payaso' seguirá siendo leída mucho después de que esta era de terror santo se haya desvanecido en la historia.

Libro reseñado:
Shalimar the Clown
Salman Rushdie
Random House
398 pp.
$25.95

16 de septiembre de 2005
11 de septiembre de 2005
©washington post
©traducción mQh


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