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un bibliotecario analfabeto


[Henry Chu] Un jornalero ha reunido 10.000 libros, dando a sus pobres vecinos una ventana hacia el mundo.
Sao Gonçalo, Brasil. Carlos Leite puede apenas leer una palabra, pero los libros transformaron su vida.
Hace dos años estaba trabajando en unas obras y el dueño estaba a punto de arrojar a la basura seis gruesos tomos rojos de una enciclopedia. Leite preguntó si se los podía llevar. Había nacido un sueño.

Pocos días después se echó a la calle, llamando a las puertas y pidiendo a la gente los libros que no querían. Ninguna contribución era rechazada, ni por pequeña, grande o demasiado arcanos. Leite convenció a los escépticos miembros del club de ciclismo para que lo ayudaran a recoger las donaciones. La colección se multiplicó rápidamente. Los seis tomos originales se convirtieron en 100, luego en mil. Pronto su humilde casa estaba que reventaba de libros de todo tipo -desgastados clásicos, libro de texto de química, manoseadas novelas policiales.
Sin embargo, para Leite casi todos los libros son misterios. Nacido en el seno de una familia pobre, abandonó la escuela después del tercero y, a los 51, es prácticamente analfabeto.
Pero sabe que los libros son una puerta de escape hacia una vida con mayores posibilidades y más promisoria que la suya propia. Puede ser demasiado tarde para mí, pensó, pero no para otros.
Así floreció la pasión que ha consumido el tiempo libre de Leite durante los dos últimos años, convirtiendo su casa en una biblioteca pública, libre y abierta para todos en este mísero barrio en las afueras de Río de Janeiro. Aquí las calles no están ni pavimentadas ni desmalezadas, la vida día a día es una lucha y un libro es un enorme lujo que puede costar hasta la mitad del salario semanal.
Visitar la morada de Leite ahora es ir a ver a los niños haciendo sus deberes en lo que era su dormitorio. Los adultos hojean títulos en lo que era antes el recibidor.
Arco iris de libros donados, de bolsillo y de tapas duras sobre todo tema imaginable, algunos nuevos, otros deshojándose, cubren todo espacio disponible en las paredes, apretujados tan estrechamente que costaría meter la hoja de un cuchillo entre uno y otro.
Ahora la colección de Leite incluye la impresionante cantidad de 10.000 libros, muchos de ellos todavía empaquetados en cajas o apilados en los rincones a la espera de ser clasificados y colocados en libreros. La falta de espacio es tan apremiante que Leite y su compañera María da Penha han debido mudarse a un cuarto trasero con todas sus pertenencias, que no son muchas.
"Es el único espacio que tenemos para dormir. Por favor, no presten atención a que seamos tan pobres", se excusó ante un visitante mientras se hacía camino con cautela entre su ropero precariamente inclinado y una cama baja. "Los libros nos echaron. Si no tenemos cuidado, también nos echarán del cuarto de atrás".
La casa ha sido bautizada, como reza un letrero con grandes letras rojas pintadas a mano, Biblioteca Comunitaria, en la calle 18. En las tardes atareadas sólo hay espacio para estar parado. Los parroquianos compiten por una de las sillas mal emparejadas, que arañana el suelo cubierto de azulejos desechados que Leite y sus amigos han gorroneado.
Da Penha, 54, es la madre sobreprotectora, haciendo callar a los clientes ruidosos con la severa expresión que domina todo buen bibliotecario. Como Leite, es esencialmente analfabeta -pero consciente de las riquezas que atiborran sus paredes, lo que a veces invade sus sueños.
"Sueño que los leo", dijo.
Lo que ella y Leute han logrado hacer es todavía más notable si se considera los desalentadores obstáculos para fomentar las capacidades y hábitos de lectura en el país más grande de América Latina. El analfabetismo, la pobreza y la seducción de las entretenciones modernas han convertido a Brasil en uno de los países con la tasa de lectura de libros más bajas del mundo. Un americano promedio lee cinco libros al año, como hace también un inglés promedio. En la literaria Francia, esa cifra aumenta a siete. En Brasil es menos de dos.
Los brasileños tienen el handicap de la falta de acceso. Funcionarios de gobierno dicen que casi 1.000 de las 5.500 municipalidades no tienen una biblioteca pública. Comprar un libro no es una opción.
Como con tantos problemas aquí, la falta de acceso a los libros refleja y refuerza la enorme disparidad de la riqueza que ha convertido a Brasil en una de las sociedades más desiguales de la Tierra. Las librerías tienden a concentrarse en las áreas ricas, como la Zona Sur de Río, hogar de las legendarias playas de Copacabana e Ipanema; en los extensos distritos al norte de la ciudad donde viven millones de personas, muchas en barriadas de indescriptible miseria, las librerías prácticamente no existen.
Un estudio de 2001 calculó que un 16 por ciento de la población posee casi el 75 por ciento de todos los libros en Brasil -difícilmente sorprendente si se considera que un libro de bolsillo normal cuesta normalmente 15 dólares, vale decir, un octavo del salario mínimo mensual.
Además, el analfabetismo sigue siendo alto; 16 millones de brasileños mayores de 15 años no saben ni leer ni escribir.
Sin embargo, el acceso limitado y persistentes niveles de analfabetismo no cuentan toda la historia en Brasil, el país del sol, de la samba y del fútbol.
"Simplemente no existe el hábito de leer", dijo Cristiana Fernandes Warth, vice-presidente de la Liga de Editores Brasileños. "Y ahora se compite por otras cosas: móviles, internet, DVDs. Digamos que si en una tienda hay un libro y un CD al mismo precio, probablemente se venderá el CD".
El gobierno brasileño ha lanzado una serie de campañas para mejorar la situación, incluyendo una reducción del impuesto sobre los libros, un proyecto de lectura llamada ‘Hambre de Libros' y una campaña para fundar bibliotecas públicas en todas las ciudades y pueblos.
Leite no podía esperar.
"Los que crecimos aquí sabemos cuáles son las necesidades de la comunidad", dijo. "Me paré a pensar: ‘Espera, aquí no hay ni una sola biblioteca. Las escuelas tienen bibliotecas, pero no hay una biblioteca pública'. Así que pensé: ‘Vamos a transformar este sueño en realidad'".
Cuando pidió a miembros de su pequeño grupo de ciclistas que lo ayudaran a recoger libros usados, "todos pensaron que estaba loco", dijo.
Pero lo celebraron, y el club de ciclismo sin nombre recibió un apodo: "Los Locos de Sao Gonçalo". Eso parecía al principio a los vecinos a cuyas puertas llamó.
"Alguna gente pensaba: ‘Debes estar bromeando. Aquí en esta comunidad, la gente pide ropa, no libros'", dijo Ronaldo Pena, 48, uno de los ciclistas.
Inauguraron la biblioteca el 20 de marzo de 2004, con 100 tomos, la mayoría de ellos tratados literarios e historiográficos donados por alguien al que Pena conocía. Desde entonces, el grupo ha estado acumulando libros a un ritmo afiebrado. Muchos provienen de familias ricas donde ellos trabajan como limpiadores, manitas y cosas similares.
Debido a que todos los libros son donados, la colección es ecléctica y quijotesca, pero su alcance es impresionante: desde Shakespeare hasta Agatha Christie, de Umberto Eco al teórico político Antonio Gramsci, de William Faulkner a James Joyce, para no mencionar los libros de estudio y de referencia. No hay un sistema decimal Dewey y ni siquiera un orden alfabético; los libros simplemente se agrupan por materia.
"Aquí tenemos todo lo que necesitas", dijo Gabrielle Stephanine Silva Azeveda, una alumna de séptimo que estaba ocupada haciendo fotocopias de una enciclopedia sobre América Central. La biblioteca pública más cercana está a 20 minutos en coche -aquí no muchos residentes poseen uno- y la biblioteca de su escuela a menudo no sirve de mucho.
"Tiene menos libros que esta", dijo.
La noticia se ha extendido de tal manera que las donaciones llegan por correo, incluyendo libros del difunto poeta brasileño Mario Quintana, cuya nieta oyó hablar sobre la biblioteca y envió a Leite algunos libros.
Un canal de televisión donó un ordenador para que pudieran llevar un inventario adecuado, pero nadie ha tenido tiempo todavía de catalogar nada.
Nada más mantener la biblioteca abierta de lunes a viernes de 9:30 de la mañana a 8 de la noche, y a menudo más tarde cuando hay necesidades especiales: entregar un informe, una prueba al día siguiente.
"Hay un montón de demanda", dijo Leite. "Tenemos abogados, médicos, profesores, psicólogos que se acercan a investigar".
Él depende de Da Penha y sus amigos para tripular la biblioteca, todos ellos voluntarios. Leite continúa trabajando en obras y en trabajos de mantenimiento para tratar de pagar las cuentas. ¿Cómo abrir una biblioteca sin luces? ¿O sin ventiladores que alivien a los lectores e impidan que los libros se pongan mohosos en estas tórridas tardes tropicales? ¿O sin cinta de pegar o cola para reparar lomos quebrados y páginas rotas?
De fuentes oficiales no ha llegado ni un solo centavo -"ni de los políticos ni del gobierno", dijo Da Penha, que está con permiso médico de su trabajo como limpiadora de la escuela local.
"Lo que hay aquí lo hemos hecho nosotros mismos", dijo. "Hemos hecho sacrificios para ayudar a la gente. Pero es un sacrificio deseado".

2 de octubre de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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