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fantasmas en la cámara


[Michael Kimmelman] Trucos de la cámara oscura.
Quién sabe qué se apoderó tan repentinamente del vizconde de Renneville en 1859, cuando él y un amigo visitaban el estudio en París del fotógrafo de sociedad André-Adolphe Eugène Disdéri, pero, bendito sea, estamos agradecidos de que el espíritu que lo movió, lo hiciera.
Después de que Disdéri tomara varias tomas de él posando para una tarjeta de visita con la levita negra y sombrero de copa de rigor, el vizconde decidió quitarse la ropa, excepto zapatos y calcetines, colocarse algo que se parece mucho a una bolsa de agua caliente en la cabeza, pero que de hecho era una especie de casco, coger un escudo y pretender que era un fantasma.
Su amigo (las cejas arqueadas, rascándose la frente con el dedo índica) actúa como si la aparición lo sorprendiese. (No parece ni la mitad de sorprendido). Disdéri también salpicó unos químicos sobre el negativo expuesto del vizconde desnudo para que la imagen pareciera menos corpórea.
Lo que siguió, obscureciendo ligeramente el cuerpo (del que el vizconde estaba sea peculiarmente orgulloso o, como un buen cómico, heroicamente descarado al servicio de una broma), lamentablemente, no es apropiado para un diario matutino.
Felizmente, la fotografía se encuentra en el Museo Metropolitano de Arte, en una exposición titulada ‘The Perfect Medium: Photography and the Occult'. Derechamente, es la exposición más divertida, para no decir la más encantadora, que ha hecho el museo en años. Como todos los grandes ejemplos de humor, en el fondo es también, a hurtadillas, un asunto serio. Su tema incluye la profundidad de la credibilidad humana y el poder evocador de la fotografía, cuya tecnología, de cuando no teníamos manipulación digital ni Photoshop, parecía insondable a tanta gente hace un siglo y más.
El tema más profundo de la exposición es el soñador que todos llevamos dentro. El arte en estas fotografías torpes de transparente engaño, es generalmente informal y místico. No quiero decir que las imágenes de espíritus y ectoplasmas y médiums elevando en el aire mesas de juegos sean creíbles (aunque supongo que lo son, si uno quiere creer en ellas). Quiero decir que inevitablemente se desvían de su objetivo primero, que es documentar lo increíble, y terminan en el reino de verdades más altas. Nos recuerdan que el arte es la rebelde lógica del asombro.
¿Cómo describir de otra manera, excepto en términos de estupor, la delicia de la inverosímil imagen de la médium francesa Marguerite Beuttinger, acompañada por su espíritu gemelo, un truco de exposición doble que evidentemente en algún momento engañó a alguien? Una borrosa Marguerite está parada detrás de una Marguerite sentada cuyo cuerpo es tan leve que la hace parecer su propia gemela enana. El efecto es maravilloso, como lo es la exposición múltiple del fantasma de Bernadette Soubirous, con túnica blanca, deslizándose debajo de un enrejado, evaporándose gradualmente a través de una pared de ladrillos.
Y luego están las fotografías de Eugénie Picquart, una médium que durante las sesiones caía en trance y encarnaba la voz y apariencia física de Sarah Bernhardt y Mefistófeles. En una película está haciendo lo que parece ser un frug; en otra, se chupa las mejillas, saca pecho y hace girar los ojos como un chiquilín con pataleta. Con ella compite en aparatosidad y puro atrevimiento una cierta señorita Wood, otra médium; se sacaba fotos de sí misma cuando sufría las transformaciones (evidentemente una cosa no impedía la otra), que son, con expresiones como de los Tres Chiflados, si no sobrenaturales, al menos ciertamente divinas.
Todo humor depende de la oportunidad, y esta exposición es sobrenatural en medio de un torrente de programas de televisión a horas de gran audiencia (‘Médium', ‘Supernatural' y ‘Ghost Whisperer') y películas de Hollywood (‘Ojalá Fuera Cierto' [Just Like Heaven]) sobre espíritus. Artistas contemporáneos más cultos, con un ojo puesto en la historia de la fotografía de espíritus, también han incursionado últimamente en la materia (Tony Oursler, Laura Larson y otros).
Pero el espiritualismo, aunque repentinamente chic, pertenece a una antigua tendencia de libertarismo americano. Cogió empuje durante la segunda mitad del siglo 19 cuando los afligidos sobrevivientes de la Guerra Civil anhelaban reunirse con sus familiares muertos. La electricidad, los rayos equis, la expansión de los experimentos de magnetismo, y el telégrafo, con su rat-tat-tat, en síncopa con los golpes de los fantasmas espiritualistas, reforzadas por la noción de que en el mundo operaban toda suerte de fuerzas invisibles.
Fue también la era de Barnum. El primer fotógrafo de espíritus, William H. Mumler, produjo para Mary Todd Lincoln una fotografía que muestra la fantasmal imagen de su marido muerto. La fotografía circuló ampliamente. Pero el hecho de que Mumler fuera procesado por fraude no disuadió a los fieles de seguir creyendo en lo que veían.
El equivalente francés de Mumler, Édouard Isidore Buguet, ejercía en París después de la Guerra de 1870. Procesado y corriendo el riesgo de ser encarcelado, Buguet admitió voluntariamente que sus fotografías eran falsas y renunció al equipo que había usado para producirlas, pero esto sólo provocó que los espiritualistas dijeran que era un mártir de la causa y un médium a pesar de sí mismo. Buguet, como todo buen vendedor de aceite de culebra, aprovechó la notoriedad y se dedicó a producir pruebas espiritualistas, engendrando una fresca industria de fotografías recreativas llenas de fantasmas. Eugène Thiébault produjo una foto particularmente lograda en el género, una toma publicitaria de Henri Robin, un ilusionista, en los brazos en un fantasmagórico esqueleto envuelto en una capa.
Organizado por Pierre Apraxine, el ex curador de la recientemente adquirida Colección Gilman del Metropolitano, de donde provienen muchas de esas fotografías, la exposición se niega curiosamente a identificar su tema como timos o a detenerse en cómo eran producidos. Esto lo convierte en un extraño catálogo, hablando en términos escolásticos. La exposición misma, dividida en tres partes no demasiado grandes, y con comentarios críticos mínimos, destaca fotografías que muestran a espíritus, como las de Mumler; fotografías de médiums en su oficio, como Wood; y fotografías de "fluidos vitales".
Estos últimos, inspirados por la idea de Mesmer sobre el "magnetismo animal" y otras atolondradas teorías de la época, explotaba la premisa de que había potencias invisibles que fluían por el cuerpo. Colocando las manos sobre láminas fotográficas sensibilizadas, los fotógrafos fluidos produjeron imágenes de aspecto misterioso de confusas huellas digitales que revelaban supuestamente a esas fuerzas en acción. Que las imágenes fueran en realidad la consecuencia mundana del sudor y calor humanos no debe cegarnos ante la accidental elocuencia de algunas de gemas semi-abstractas.
Como fotografías, vistas después de casi cien años de surrealismo, tuvieron éxito donde, digamos, las fotografías de hadas que Arthur Conan Doyle aceptó no lograron nada: la fabricación de las hadas era simplemente banal. En contraste, hay fabricación en una médium llamada Margery (nacida Mina Stinson), que colgó lo que se parece mucho a sucia estopilla a su nariz derecha y declaró que era un ectoplasma. O la médium Eva C., la que, superando a nuestro exhibicionista vizconde, posó enteramente desnuda (declaradamente para demostrar que no llevaba nada debajo de la manga) junto a un "espíritu" que se parecía a uno de esos maniquíes recortados en cartón de un chef con mostacho sosteniendo en sus manos el menú de precio fijo. A ese nivel, la farsa se convierte en un sublime camp.
Ilustra la crucial brecha entre la tecnología y el arte, otro subtexto de esta exposición, donde una fotografía que puede haber parecido sorprendente en algún momento, eventualmente nos parece ridícula. Hoy a los artistas les gusta Andreas Gursky, y la magnificencia de sus paisajes y paisajes urbanos manipulados digitalmente, que dependen de mantenerse más allá de la curva tecnológica, coqueteando con este problema de la obsolescencia -que se podría decir que es endémica al médium.
Lo que nos deja con el raro caso de Ted Serios. En los años sesenta, en connivencia con Jule Eisenbud, un psiquiatra e investigador psíquico de Denver, un operador de ascensor en Chicago que descubrió que bajo hipnosis y con unos tragos, podía proyectar imágenes desde su mente directamente a una película Polaroid, produjo miles de "fotografías del pensamiento". Son espeluznantes, borrosas, fotografías como hechas por una bruja de Blair patas arriba, de automóviles y hoteles y hombres tenebrosos en uniforme, que todavía tienen que ser explicadas de alguna manera.
En retrospectiva pueden parecerse algo a los ectoplasmas de Margery, pintorescos vestigios de nuestro propio eterno encantamiento con lo invisible. Y luego, ¿quién sabe? La vida, como el arte, también desafía a la lógica.

2 de octubre de 2005
©new york times
©traducción mQh

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