lealtades divididas
[Jonathan Yardley] Un artista de Moscú en la época del comunismo.
Se puede escribir a Jonathan Yardley a su correo electrónico ardleyj@washpost.com
a extraordinaria novela primeriza de Olga Grushin es tan inteligente y madura que es tentador sospechar que la biografía del autor es una broma. ‘The dream life of Sukhanov’ es sofisticada, irónica e ingeniosa, de múltiples niveles, profundamente informada, y elegantemente escrita: uno pensaría que es la obra de alguien que ha estado escribiendo y publicando novelas durante años, no de alguien que lo hace por primera vez, y en otra lengua que la materna.
Pero no, Grushin es de verdad. Apenas en su treintena, Grushin ya ha vivido en muchos lugares -en su Moscú natal, Praga, Atlanta y ahora en Washington- y hecho un montón de cosas. Estudió historia del arte y periodismo en Moscú, fue la primera ciudadana rusa en sacar un doctorado estadounidense (summa cum laude, Universidad de Emory, 1993), domina el inglés, trabajó de intérprete (para Jimmy Carter) y traductora (para el Banco Mundial) y, mientras hacía todas esas cosas, publicaba cuentos en renombradas revistas estadounidenses.
Ahora ha publicado ‘The dream life of Sukhanov’. Ambientada en el Moscú de hace dos décadas, en una época que posteriormente se revelaría como las últimas horas de la desacreditada Unión Soviética, es la historia de Anatoly Pavlovich Sukhanov, 56, jefe de redacción de la "más importante revista de arte del país, Art of the World", en cuya capacidad encarga y a veces escribe artículos que proclaman la línea del partido, "revisando los textos de otros escritores como si se tratase de ropa sucia, borrando toda referencia evitable a Dios y escribiendo con minúscula las inevitables, borrando los nombres de los artistas en la lista negra, colocando donde podía citas de Lenin". A mediados de los años cincuenta, cuando era joven, era un prometedor artista que, en compañía de otros como él, escuchaba jazz con avidez, "distribuyendo entusiásticamente reproducciones de pintores occidentales" y que creía que la liberación de las agobiantes exigencias de la burocracia artística soviética eran no solamente posibles sino además inevitables.
Luego, pocos años después, él y sus amigos se quedaron pasmados y destrozados cuando la burocracia se echó sobre ellos. Algunos, como Lev Belkin, amigo de Sukhanov, decidieron seguir solos, más o menos clandestinos, pobres pero fieles a sus convicciones artísticas. Sukhanov pensaba de otra manera. Para entonces estaba casado con Nina, "mi propia bella versión de la perfección", hija de Pyotr Alekseevich Malinin, el más famoso e influyente de todos esos artistas que habían cedido a la ortodoxia comunista y disfrutado de sus ventajas. Nina cree en el arte de su marido y no quiere que lo abandone, pero su padre le presenta un amargo dilema: "Continúa con ese... arte prohibido" y paga las consecuencias, o matricúlate en el partido y disfruta de los beneficios -por él, por Nina, por los niños que todavía no nacen.
Años más tarde, Sukhanov medita sobre cómo "las opciones a veces emboscan tan injustamente al hombre, sin aviso previo, y forcejeando con sus reacciones instintivas, cambian su vida en el espacio de un minuto". Este es un dilema semejante, y el instinto de Sukhanov lo hace optar por la supervivencia, la seguridad, el modo fácil. Acepta la propuesta de su suegro y empieza un firme ascenso hacia la redacción de la más prestigiosa revista de arte de la Unión Soviética. Ahora vive en un "mundo familiar y delicioso", en un enorme y elegante apartamento "en el corazón del viejo Moscú". Una criada se aparece todos los días; la cena es siempre maravillosa. Es feliz: "Un expansión aparentemente sin fin de habitaciones se extendía a su espalda, su confortable crespúsculo centelleando con el suave lustre del piso de parquet, los tapices de pared de Damasco, los dorados lomos de los libros, las arañas de cristal abriéndose como flores en el alto cielo raso, los candelabros de plata y muchos brazos, y otras innumerables y valiosas posesiones que la tenue luz insinuaba seductoramente, espléndidamente, mientras se filtraba a través de las pesadas cortinas de terciopelo. En algún lugar entre los huecos de su casa, sus dos hijos se estaban quedando dormidos, uno un futuro diplomático, el otro un futuro periodista, los dos igualmente talentosos; y junto a él, encerrada en el intenso círculo de luz, estaba Nina, pálida, despeinada, y tan bella, sus labios apenas marcados por una brillante línea chocolate. Este era su mundo, y era seguro".
Sin embargo, poco a poco, se hace evidente que no es seguro. Empiezan a ocurrir cosas extrañas, misteriosas, inquietantes, y "terroríficos sueños" lo empiezan a asaltar, sin previo aviso. Cuando "lo asalta su pasado", comienza a sentirse "claustrofóbico e impotente". Lev Belkin, al que no ha visto por años, se materializa una noche en la oscuridad; en un momento de excitación, despide abruptamente a su ama de llaves por algo que no ha hecho; lo visita un primo al que no recuerda y no quiere recibir, que se apodera de su cama y lo atormenta con chácharas sobre el "arte verdadero"; su hijo Vasily se demuestra capaz "de hacer cosas para congraciarse con los burócratas del partido que Sukhanov mismo consideraría inmorales"; su hija, Ksenya, revela "un ardiente desprecio por su propio mundo, un mundo del pasado, un mundo de aquiescencia y acomodo por la supervivencia"; Nina deja el apartamento de Moscú y se instala a vivir en su casa de vacaciones fuera de la ciudad donde, le deja en claro, quiere vivir sola; entretanto un hombre cuyo nombre se insinúa pero no es nunca mencionado -Mikhail Gorbachev- asume el cargo y da los primeros pasos para terminar con el sistema al que Sukhanov se ha adaptado tan cómodamente.
Entre todos estos misteriosos desarrollos, Sukhanov es empujado todavía más profundamente hacia un pasado cuyas partes más difíciles sólo quiere olvidar. Recuerda que, a los 8 años, le mostraron una reproducción de ‘El nacimiento de Venus’, de Boticelli, y despertó a la mañana siguiente "con una sonrisa de absoluta felicidad en mis labios, sabiendo que ante mí comenzaba una vida nueva y diferente". Recuerda "un hombre modesto llamado Oleg Romanov", un maestro que volvió a despertar en él el amor por el arte que había inspirado Boticelli, que le mostró que el arte "no era una vergüenza privada ni un perverso encantamiento extranjero", sino algo de una belleza superior sobre la que se podía construir una vida. Recuerda a su amado padre, que después de volver de una ausencia de muchos años, se lanza a la muerte por la ventana de un apartamento, dejando un enigmático apunte: "No dejes que nadie te corte las alas". Recuerda las mágicas pinturas de Marc Chagall, ridiculizado y prohibido por los gurús del realismo socialista que él adoraba, cuando era joven.
Mientras Grushin cuenta todo esto, su historia se mueve hacia adelante y hacia atrás, siempre libremente, entre el pasado y el presente, entre los recuerdos y los sueños, lo conocido y lo misterioso. A veces el narrador es omnisciente; a veces es Sukhanov mismo. El lector no sabe siempre si los acontecimientos son "verídicos" o "imaginados", pero eso simplemente intensifica el placer de la novela, llevando al lector a lo que es al mismo tiempo un Moscú palpablemente fiel a los hechos históricos y un lugar completamente dentro de la mente y alma de Sukhanov. Grushin conoce bien los dos lugares. De niña fue alejada de Moscú por su padre, un disidente enemistado con el Kremlin, pero volvió cuando tenía diez años y estudió allá por casi una década. En una breve pero excepcionalmente informativa entrevista con el Library Journal, dice:
"Sukhanov no se basa en nadie que yo haya conocido, pero, por supuesto, nació de muchos modos de mis primeras experiencias. Yo crecí rodeada de los amigos de mis padres -gente de la generación de Sukhanov, muchos de ellos artistas, filósofos, escritores, que tuvieron que tomar decisiones difíciles para poder sobrevivir. Algunos de ellos, como mi padre y el artista Ernest Neizvestny (un amigo de la familia) hicieron cosas en las que creían y gozaron de algunos privilegios, pero siempre pagando un precio. Las preguntas sobre el coraje y la debilidad, la perseverancia y la traición, la comodidad cotidiana y la inmoralidad artística fueron preocupaciones muy reales durante mis primeros años.
Supongo que Sukhanov es producto del hecho de que durante un tiempo viví con esas preguntas".
Una de las muchas huellas de la sabiduría y madurez de Grushin es que Sukhanov, al que sería tan fácil representar como un hombre de paja, es un personaje profundamente complejo, infinitamente interesante y profundamente simpático. Nadie en ‘The dream life of Sukhanov’ está hecho de cartón. Todos los personajes evolucionan con el libro, convirtiéndose en personajes que el lector no hubiese esperado. Algunos cambian de modos que los lectores encontrarán gratificantes, mientras otros delatarán sus propios defectos, pero todos son retratados con compasión, como seres humanos falibles atrapados por circunstancias que no conducen ni a la verdadera nobleza de alma ni a la villanía auténtica. Inclusive algunos de los burócratas del partido muestran un grado de humanidad, aunque sea sobre todo bajo la forma de la propensión humana al oportunismo y la cobardía.
Moscú mismo es uno de los personajes más vívidos y convincentes de la novela. Los lectores estadounidenses conocerán la Plaza Roja y los disidentes y la elite del partido, pero como tendemos a pensar Moscú durante la era comunista como irremediablemente deprimente, el lujoso y cómodo mundo de Sukhanov nos parecerá sorprendente -un mundo que aumenta nuestra conocimiento de los agudos contrastes y felpudas hipocresías del estado del pueblo. Hay una escena extraordinaria en la que el joven Sukhanov es llevado por Nina a las entrañas de uno de los grandes museos de Moscú, donde le muestra en salas que no están abiertas al público, ejemplos del gran arte que los comunistas habían reprimido -otro lado de Moscú, y de Rusia, que pocos extranjeros pueden conocer.
En cuanto a la prosa de Grushin, los pasajes citados aquí deberían ser suficiente prueba de su elegancia y poder descriptivo. Dijo a Library Journal que se había inspirado en "el (inalcanzable) ejemplo de Nabokov" y tiene razón en insertar un descargo entre paréntesis, pero su dominio del inglés es mucho más seguro que el de la mayoría de los que lo tienen como lengua materna o, en todo caso, de la mayoría de los que escriben y publican en él. Ciertamente, a veces se deja llevar y algunas de las intensas conversaciones sobre arte son un pelín largas, pero no nos equivoquemos: ‘The dream life of Sukhanov’ es la obra de una verdadera artista, una novela que muchos escritores mucho más viejos que Grushin y mucho más famosos estarían felices, dichosos de reclamar como propia.
Grushin es ahora una estadounidense naturalizada y ‘The dream life of Sukhanov’ está influida claramente por sus años en este país, pero en su amplitud, su rechazo a permanecer en diminuto espacio del yo, se remonta a los grandes maestros rusos. Al hacer así, insufla vida nueva a la narrativa estadounidense, que lleva un tiempo en urgente necesidad justamente de una infusión como esta.
Pero no, Grushin es de verdad. Apenas en su treintena, Grushin ya ha vivido en muchos lugares -en su Moscú natal, Praga, Atlanta y ahora en Washington- y hecho un montón de cosas. Estudió historia del arte y periodismo en Moscú, fue la primera ciudadana rusa en sacar un doctorado estadounidense (summa cum laude, Universidad de Emory, 1993), domina el inglés, trabajó de intérprete (para Jimmy Carter) y traductora (para el Banco Mundial) y, mientras hacía todas esas cosas, publicaba cuentos en renombradas revistas estadounidenses.
Ahora ha publicado ‘The dream life of Sukhanov’. Ambientada en el Moscú de hace dos décadas, en una época que posteriormente se revelaría como las últimas horas de la desacreditada Unión Soviética, es la historia de Anatoly Pavlovich Sukhanov, 56, jefe de redacción de la "más importante revista de arte del país, Art of the World", en cuya capacidad encarga y a veces escribe artículos que proclaman la línea del partido, "revisando los textos de otros escritores como si se tratase de ropa sucia, borrando toda referencia evitable a Dios y escribiendo con minúscula las inevitables, borrando los nombres de los artistas en la lista negra, colocando donde podía citas de Lenin". A mediados de los años cincuenta, cuando era joven, era un prometedor artista que, en compañía de otros como él, escuchaba jazz con avidez, "distribuyendo entusiásticamente reproducciones de pintores occidentales" y que creía que la liberación de las agobiantes exigencias de la burocracia artística soviética eran no solamente posibles sino además inevitables.
Luego, pocos años después, él y sus amigos se quedaron pasmados y destrozados cuando la burocracia se echó sobre ellos. Algunos, como Lev Belkin, amigo de Sukhanov, decidieron seguir solos, más o menos clandestinos, pobres pero fieles a sus convicciones artísticas. Sukhanov pensaba de otra manera. Para entonces estaba casado con Nina, "mi propia bella versión de la perfección", hija de Pyotr Alekseevich Malinin, el más famoso e influyente de todos esos artistas que habían cedido a la ortodoxia comunista y disfrutado de sus ventajas. Nina cree en el arte de su marido y no quiere que lo abandone, pero su padre le presenta un amargo dilema: "Continúa con ese... arte prohibido" y paga las consecuencias, o matricúlate en el partido y disfruta de los beneficios -por él, por Nina, por los niños que todavía no nacen.
Años más tarde, Sukhanov medita sobre cómo "las opciones a veces emboscan tan injustamente al hombre, sin aviso previo, y forcejeando con sus reacciones instintivas, cambian su vida en el espacio de un minuto". Este es un dilema semejante, y el instinto de Sukhanov lo hace optar por la supervivencia, la seguridad, el modo fácil. Acepta la propuesta de su suegro y empieza un firme ascenso hacia la redacción de la más prestigiosa revista de arte de la Unión Soviética. Ahora vive en un "mundo familiar y delicioso", en un enorme y elegante apartamento "en el corazón del viejo Moscú". Una criada se aparece todos los días; la cena es siempre maravillosa. Es feliz: "Un expansión aparentemente sin fin de habitaciones se extendía a su espalda, su confortable crespúsculo centelleando con el suave lustre del piso de parquet, los tapices de pared de Damasco, los dorados lomos de los libros, las arañas de cristal abriéndose como flores en el alto cielo raso, los candelabros de plata y muchos brazos, y otras innumerables y valiosas posesiones que la tenue luz insinuaba seductoramente, espléndidamente, mientras se filtraba a través de las pesadas cortinas de terciopelo. En algún lugar entre los huecos de su casa, sus dos hijos se estaban quedando dormidos, uno un futuro diplomático, el otro un futuro periodista, los dos igualmente talentosos; y junto a él, encerrada en el intenso círculo de luz, estaba Nina, pálida, despeinada, y tan bella, sus labios apenas marcados por una brillante línea chocolate. Este era su mundo, y era seguro".
Sin embargo, poco a poco, se hace evidente que no es seguro. Empiezan a ocurrir cosas extrañas, misteriosas, inquietantes, y "terroríficos sueños" lo empiezan a asaltar, sin previo aviso. Cuando "lo asalta su pasado", comienza a sentirse "claustrofóbico e impotente". Lev Belkin, al que no ha visto por años, se materializa una noche en la oscuridad; en un momento de excitación, despide abruptamente a su ama de llaves por algo que no ha hecho; lo visita un primo al que no recuerda y no quiere recibir, que se apodera de su cama y lo atormenta con chácharas sobre el "arte verdadero"; su hijo Vasily se demuestra capaz "de hacer cosas para congraciarse con los burócratas del partido que Sukhanov mismo consideraría inmorales"; su hija, Ksenya, revela "un ardiente desprecio por su propio mundo, un mundo del pasado, un mundo de aquiescencia y acomodo por la supervivencia"; Nina deja el apartamento de Moscú y se instala a vivir en su casa de vacaciones fuera de la ciudad donde, le deja en claro, quiere vivir sola; entretanto un hombre cuyo nombre se insinúa pero no es nunca mencionado -Mikhail Gorbachev- asume el cargo y da los primeros pasos para terminar con el sistema al que Sukhanov se ha adaptado tan cómodamente.
Entre todos estos misteriosos desarrollos, Sukhanov es empujado todavía más profundamente hacia un pasado cuyas partes más difíciles sólo quiere olvidar. Recuerda que, a los 8 años, le mostraron una reproducción de ‘El nacimiento de Venus’, de Boticelli, y despertó a la mañana siguiente "con una sonrisa de absoluta felicidad en mis labios, sabiendo que ante mí comenzaba una vida nueva y diferente". Recuerda "un hombre modesto llamado Oleg Romanov", un maestro que volvió a despertar en él el amor por el arte que había inspirado Boticelli, que le mostró que el arte "no era una vergüenza privada ni un perverso encantamiento extranjero", sino algo de una belleza superior sobre la que se podía construir una vida. Recuerda a su amado padre, que después de volver de una ausencia de muchos años, se lanza a la muerte por la ventana de un apartamento, dejando un enigmático apunte: "No dejes que nadie te corte las alas". Recuerda las mágicas pinturas de Marc Chagall, ridiculizado y prohibido por los gurús del realismo socialista que él adoraba, cuando era joven.
Mientras Grushin cuenta todo esto, su historia se mueve hacia adelante y hacia atrás, siempre libremente, entre el pasado y el presente, entre los recuerdos y los sueños, lo conocido y lo misterioso. A veces el narrador es omnisciente; a veces es Sukhanov mismo. El lector no sabe siempre si los acontecimientos son "verídicos" o "imaginados", pero eso simplemente intensifica el placer de la novela, llevando al lector a lo que es al mismo tiempo un Moscú palpablemente fiel a los hechos históricos y un lugar completamente dentro de la mente y alma de Sukhanov. Grushin conoce bien los dos lugares. De niña fue alejada de Moscú por su padre, un disidente enemistado con el Kremlin, pero volvió cuando tenía diez años y estudió allá por casi una década. En una breve pero excepcionalmente informativa entrevista con el Library Journal, dice:
"Sukhanov no se basa en nadie que yo haya conocido, pero, por supuesto, nació de muchos modos de mis primeras experiencias. Yo crecí rodeada de los amigos de mis padres -gente de la generación de Sukhanov, muchos de ellos artistas, filósofos, escritores, que tuvieron que tomar decisiones difíciles para poder sobrevivir. Algunos de ellos, como mi padre y el artista Ernest Neizvestny (un amigo de la familia) hicieron cosas en las que creían y gozaron de algunos privilegios, pero siempre pagando un precio. Las preguntas sobre el coraje y la debilidad, la perseverancia y la traición, la comodidad cotidiana y la inmoralidad artística fueron preocupaciones muy reales durante mis primeros años.
Supongo que Sukhanov es producto del hecho de que durante un tiempo viví con esas preguntas".
Una de las muchas huellas de la sabiduría y madurez de Grushin es que Sukhanov, al que sería tan fácil representar como un hombre de paja, es un personaje profundamente complejo, infinitamente interesante y profundamente simpático. Nadie en ‘The dream life of Sukhanov’ está hecho de cartón. Todos los personajes evolucionan con el libro, convirtiéndose en personajes que el lector no hubiese esperado. Algunos cambian de modos que los lectores encontrarán gratificantes, mientras otros delatarán sus propios defectos, pero todos son retratados con compasión, como seres humanos falibles atrapados por circunstancias que no conducen ni a la verdadera nobleza de alma ni a la villanía auténtica. Inclusive algunos de los burócratas del partido muestran un grado de humanidad, aunque sea sobre todo bajo la forma de la propensión humana al oportunismo y la cobardía.
Moscú mismo es uno de los personajes más vívidos y convincentes de la novela. Los lectores estadounidenses conocerán la Plaza Roja y los disidentes y la elite del partido, pero como tendemos a pensar Moscú durante la era comunista como irremediablemente deprimente, el lujoso y cómodo mundo de Sukhanov nos parecerá sorprendente -un mundo que aumenta nuestra conocimiento de los agudos contrastes y felpudas hipocresías del estado del pueblo. Hay una escena extraordinaria en la que el joven Sukhanov es llevado por Nina a las entrañas de uno de los grandes museos de Moscú, donde le muestra en salas que no están abiertas al público, ejemplos del gran arte que los comunistas habían reprimido -otro lado de Moscú, y de Rusia, que pocos extranjeros pueden conocer.
En cuanto a la prosa de Grushin, los pasajes citados aquí deberían ser suficiente prueba de su elegancia y poder descriptivo. Dijo a Library Journal que se había inspirado en "el (inalcanzable) ejemplo de Nabokov" y tiene razón en insertar un descargo entre paréntesis, pero su dominio del inglés es mucho más seguro que el de la mayoría de los que lo tienen como lengua materna o, en todo caso, de la mayoría de los que escriben y publican en él. Ciertamente, a veces se deja llevar y algunas de las intensas conversaciones sobre arte son un pelín largas, pero no nos equivoquemos: ‘The dream life of Sukhanov’ es la obra de una verdadera artista, una novela que muchos escritores mucho más viejos que Grushin y mucho más famosos estarían felices, dichosos de reclamar como propia.
Grushin es ahora una estadounidense naturalizada y ‘The dream life of Sukhanov’ está influida claramente por sus años en este país, pero en su amplitud, su rechazo a permanecer en diminuto espacio del yo, se remonta a los grandes maestros rusos. Al hacer así, insufla vida nueva a la narrativa estadounidense, que lleva un tiempo en urgente necesidad justamente de una infusión como esta.
Se puede escribir a Jonathan Yardley a su correo electrónico ardleyj@washpost.com
Reseña de
The dream life of Sukhanov
Olga Grushin
Putnam. 354 pp.
$24.95
1 de mayo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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