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mujer vendida a cantina


[Stephen Franklin] Dijeron que la tenían que vender, que necesitaban dinero.
El Progreso, Honduras. En las mañanas, Edita Maldonado prepara café para ella y una de sus hijas, Rosalinda, del modo que le gusta. Pero entonces recuerda que no se lo podrá servir, porque Rosalinda está muerta.
Murió de una enfermedad que contrajo cuando trataba de marcharse a Estados Unidos. Llegó hasta México, donde trabajó en burdeles y bares durante varios años, y pasó un tiempo en la cárcel. Volvió a casa el año pasado, enferma, y murió poco después.
Cuando murió, Rosalinda tenía 37 años. Los doctores nunca le explicaron a Edita qué había matado a su hija.
Edita siente todos los días la presencia de su hija. Siente que está tratando de arreglar el caos que causan los seis nietos de los que se ocupa Edita.
Tres de los hijos de Edita viven en Estados Unidos, pero dejaron a su cargo a sus hijos y a una de sus esposas. Edita, una enérgica mujer de 57, trabaja como enfermera y se ocupa de los niños.
Tras la muerte de Rosalinda, Edita decidió unirse al Comité de Familias de Desaparecidos. Debido a que sabe qué pasó con su hija, puede compartir la tristeza de las otras familias.
Los desaparecidos son gente de El Progreso, una pequeña ciudad al nordeste de Honduras, que partieron hacia Estados Unidos. Cuando el comité empezó a llevar la cuenta hace algunos años, había 400 desaparecidos.
Desde entonces el comité ha localizado a unas 80 personas; la mayoría estaban muertas. El grupo se comunica con otros similares en Honduras. Reúne dinero para ayudar a las familias a pagar los costes de traer a casa los cuerpos de sus familiares. También produce un programa radial semanal en el que advierten sobre los peligros de la migración ilegal.
Casi todos los miembros del comité son madres como Edita Maldonado y Teodora Grandez. La hija de Teodora, Maritza Elizabeth Suthe, partió de madrugada hace tres años con dos miembros de la banda que controla la barriada donde viven. Su hija tenía 17 años.
Cuando los pandilleros llegaron a Tijuana, vendieron a Maritza por 600 dólares. Uno de los hombres, que no era mucho mayor que Maritza, vendió a la guapa joven de ojos negros y largos cabellos castaños, a un bar. El dueño del bar la vendió luego a otro bar, y desde entonces, según uno de los pandilleros que ha vuelto a El Progreso, ha estado trabajando en algún lugar a lo largo de la frontera norteamericana.
"Dijo que la tuvieron que vender, que necesitaban dinero", recuerda.
Teodoro tuvo noticias de su hija, por primera vez, hace dos años, cuando Maritza llamó para decirle que estaba trabajando en México. Dijo que estaba bien y que le enviaría dinero. Estaba llorando, y colgó bruscamente. El dinero no llegó nunca.
Maritza volvió a llamar hará cosa de un año, diciendo que las cosas no marchaban bien, que tenía un hijo y que quería volver a casa. Pero no tenía los papeles de su hijo y tenía miedo de que los funcionarios mexicanos se lo quitaran.
Fue entonces que Teodora, que vive con sus siete niños en dos pequeños cuartos de cemento, decidió unirse a las Familias de Desaparecidos. Pensó que era todo lo que podía hacer por su hija.
El sueño de Teodora es viajar a la frontera mexicana, porque cree que puede convencer a los funcionarios mexicanos de que dejen volver a casa a su hija sin quitarle al niño. Pero sabe que ese viaje es imposible.
"No puedo ir porque soy pobre", dice. "Soy pobre y estoy desesperada".

28 de diciembre de 2006

©chicago tribune
©traducción mQh

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