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tenderos coreanos en américa


[Idelle Davidson] Con publicidad funky y una generosa atención al cliente, estos inmigrantes buscan romper el estereotipo que rodea a los tenderos coreanos en Estados Unidos. La experiencia de un grupo étnico.
La octavilla que circuló por todo el Echo Park decía: "Nueva Administración. Increíbles Grandes Precios. Dj En Vivo Jo-Ski Con Chica De Corona".
Poco a poco los vecinos comenzaron a acercarse al Supermercado Echo al mediodía de un día de febrero, atraídos por la pancarta que anunciaba su ‘Gran Apertura', la promesa de una representante de una cervecería y la música electrónica funk a todo volumen.
Muchos conocían o estaba relacionados con el dejota, Jo-Ski, de los Renegades, un japonés-mexicano auto-proclamado ‘super-estrella del gueto', que se había comprometido a ayudar a los nuevos propietarios de la tienda.
"Me dije en la moto: ‘¡Wow, parece que estamos en las Naciones Unidas!'", dice Jo-Ski, también Joe Munemasa Amano, cuya familia ha vivido en el Parque Echo desde los años cincuenta. Amano vio a gente que conocía que habían emigrado de México, Sudamérica y América Central, y a los que llama los blancos ‘artísticos' -los artistas, performers y escritores que se han mudado a la comunidad.
Dentro de una hora, los curiosos eran 150 y paseaban con sus hijos, moviendo las cabezas al ritmo de la música y llevando en la mano los billetes de la rifa que te daban con cada compra que hacías.
Los nuevos propietarios, Woo Taek Lee, de 40, y Ju Hee Lee, 36, que se han puesto los nombres más americanos de Thomas y Judy, estaban entre el gentío, tímidos y radiantes, recibiendo a los visitantes compitiendo por los premios, que incluían un televisor plano, dos microondas, calentadores, batidoras y planchas.
Los Lee se desvían del estereotipo del tendero coreano, con cara de malas pulgas y sólo interesados en el negocio, y se cuenta a sí mismos entre la nueva generación de dueños de pequeños negocios que están tratando de hacerse un hueco en sus comunidades, antes que apartarse de ellas.
Cuando Thomas, que se comunica a través de un intérprete, habla de lo que llama el estereotipo del pequeño empresario coreano-estadounidense su tono es tan apasionado que se olvida hacerlo lentamente de modo que el intérprete pueda seguir sus palabras. "No todos somos rácanos, no todos somos frugales ni ahorrativos", dice. "La historia de los coreanos en Estados Unidos se remonta a treinta años. Llegamos a Estados Unidos buscando oportunidades, pero tiene su coste. La comunicación era difícil, el trabajo duro. Cuando los no coreanos nos miran, no lo hacen muy amistosamente, como si pensaran que estamos preparando algo. Pero eso está cambiando. Yo no quiero guardarme todo lo que gano. Quiero devolver algo a la comunidad porque probablemente voy a vivir aquí en Estados Unidos toda mi vida".
Los Lee y sus dos hijitas llegaron a Estados Unidos hace cuatro años, desde Corea. Thomas y Judy estudiaron en la universidad. Él, Económicas; ella, el negocio de las importaciones y exportaciones. Thomas trabajaba en Corea para una compañía de cosmética, era co-propietario de una tienda de muebles italianos y luego abrió un restaurante que servía a estadounidenses y otros occidentales.
"Mis padres y los padres de mi mujer y mis amigos me dijeron que estaba loco cuando les dije que me quería marchar de Corea", dice Thomas. "Pero decidimos que el futuro político y económico de Corea no se veía muy bien".
El plan original de Thomas era transformarse en un instructor licenciado de golf y luego volver a Corea a enseñarlo. Pero con una familia que mantener, tomó un trabajo en un supermercado durante un par de años antes de comprar el Supermercado Echo.
A los Lee les tomó tres meses encontrar este local. Visitaron más de ochenta tiendas en todo Los Angeles y en los condados de Orange y se decidieron por el Parque Echo porque era pequeño y tranquilo, como Gyeonggi-do, donde se crió Thomas. Sus padres eran granjeros y cultivaban arroz. "Crecí en una provincia de campos verdes y de bellas montañas y ríos", dice. Los Lee viven ahora cerca de un pariente de Judy en Glendale.
Según varios informes los anteriores propietarios -también coreanos- dejaron que el supermercado se echara a perder. Los Lee describen la tienda como la encontraron, con las estanterías de madera deterioradas, una cama en una cámara frigorífica, menos de cuatro mil dólares de inventario, ningún producto fresco y alimentos caducados. "Tenía unos chips, algunas latas, unas cervezas", dice el encargado de la tienda, Dong Choi, un inmigrante coreano que se hace llamar Jaycy.
La barrera del lenguaje -especialmente la jerga inglesa- ha sido un problema para los Lee y Jaycy. Les gustaría seguir un curso de inglés, pero trabajan doce horas al día con un día de descanso a la semana. Thomas opina que la gente no debería formarse impresiones sobre la base de la condición social o económica de uno. "En Estados Unidos, tanto el presidente como el vagabundo pueden comer hamburguesas", dice.
"Tengo que reconocer que es verdad que antes de los disturbios, los empresarios coreanos en el South-Central no reían casi nunca", dice Kyeyuong Park, profesora de la UCLA y antropóloga urbana. "Pasaban coches tiroteándoles y atracos todos los días. Si trabajas en esas condiciones, simplemente no te queda energía para sonreír".
Park estudia las relaciones raciales en Los Angeles, y está escribiendo un libro sobre los conflictos que llevaron a los disturbios de Los Angeles en 1992 y cómo afectaron sus secuelas a las comunidades coreanas, afro-americanas y latinas. Esa época presenció el asesinato de un adolescente negro, Latasha Harlins, por el tendero nacido en Corea Soon Ja Du y la subsiguiente sentencia de Du a un término de libertad condicional, servicio comunitario y una multa. Un año más tarde hubo disturbios cuando fueron absueltos los agentes de policía acusados de la golpiza de Rodney King, y cientos de negocios de propiedad de coreanos en South-Central y en Koreatown fueron incendiados, saqueados y destruidos.
"Una de las lecciones más dolorosas que ha aprendido la comunidad coreano-americana desde entonces es que tenían que hacer mucho más para mejorar las relaciones con la gente con la que hacían negocios", dice Park. Ahora, grupos como la Asociación Coreano-Americana de Tenderos otorga becas de estudio de mil dólares a estudiantes de todos los grupos étnicos, hace donaciones de bolsones a estudiantes de recursos escasos y auspician equipos deportivos de institutos en Carson, Banning y Gardena.
No hay bases en los hechos para el estereotipo de que los coreano-americanos no buscan pertenecer a la comunidad una vez que se sienten seguros y entienden las diferencias culturales. Park dice: "Para las inmigrantes coreanos poseer un pequeño negocio hace parte del sueño americano".
Han pasado siete meses desde la gran inauguración del Supermercado Echo, una de las varias tiendas que salpican el trecho mayormente residencial de la Echo Park Avenue a un kilómetro y medio al norte de Sunset Boulevard. ‘Echo Food', se lee en el letrero de letras verdes contra el fondo amarillo brillante de la pared, sobre la marquesina naranja.
Dentro, la tienda se ve impecable, con nueva iluminación, y tiene estanterías y mesas. Junto a la puerta está el estante para los vinos, al lado de una mesa con ropas interior y calcetines en oferta. Del techo cuelgan coloridos letreros de neón, de cerveza, y gorras de béisbol que dicen FBI, POLICE, FDLA, CIA y TROJAN. El suelo de cemento ha sido pintado de amarillo.
Hasta hace poco, los graffiti marcaban las paredes exteriores. Los Lee habían colocado un banco afuera de la tienda, pero Jaycy lo tuvo que meter dentro porque también fue pintarrajeado. Jaycy dice que tomó contacto con la sección del ayuntamiento a cargo de la limpieza de los graffiti. No es la primera vez que han llamado; los ‘etiqueteros' han marcado a la tienda antes.
"Los dueños previos tenían una relación muy mala con los gángsteres de aquí", dice Thomas. "No le dejaron llevar su negocio. Así que cuando llegamos no sabíamos cómo nos recibirían. Pero nos encontramos con el cabecilla de la banda y ahora tenemos relaciones amistosas y nos están ayudando a proteger la tienda".
Thomas y Jaycy saben que hay asociaciones de pequeños empresarios coreano-americanos que dan asesoría a los comerciantes sobre cómo llevarse con los clientes, pero sólo lo han pensado en función del negocio. "Mi principal motivo es tener relaciones amistosas con todos los que vienen", dice Thomas. "No se trata solamente de ofrecer mercadería de calidad; se trata más bien de ser honesto y sincero y de acercarse". Han hecho donaciones de agua mineral a la escuela primaria más abajo en la calle. Reciben a los clientes con cuencos de plástico con ensalada gratis y, incluso antes de la inauguración, regalaron figuritas de cerámica de cachorros y niños para las vacaciones. Thomas y Jaycy prestan especial atención a los que compran para preparar una fiesta. Alguien que prepara una fiesta de cumpleaños puede salir con una botella de champaña gratis.
"¡No vino, sino champaña!", dice Thomas, en inglés.
Reyna Aguilar vive a dos cuadras y media de la tienda. Su hijo Carlos, de 11, y un amigo fueron en sus bicis al Supermercado Echo a comprar agua embotellada, pero el amigo no tenía cambio.
"El hombre dijo que estaba bien, que pagara después, que confiaba en él", dice Aguilar. "Lo encontré muy simpático, así que volvieron y le pagaron".
"Cuando entras, el servicio al cliente es una prioridad por encima de otras cosas", dice Amano, el dejota. "Te agradecen por venir cuando cruzas la puerta, y te agradecen por haber venido cuando te marchas".
Amano dice está conociendo mejor a Jaycy. "Yo gasto dinero, hablamos un poco de política, le pregunto cosas sobre su cultura. Vamos a achicar la brecha. Eso es lo que se supone que tenemos que hacer".

5 de septiembre de 2004
22 de septiembre de 2004
©losangelestimes
©traducción mQh

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