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grietas en el desierto


[John Pomfret] A pesar de las medidas de control y los peligros, todavía hay modos de cruzar la frontera.
Yuma, Arizona, Estados Unidos. La radio de la Patrulla Fronteriza empezó a chirriar: "Cuatro hombres moviendo rocas en el kilómetro 18". El agente Chris Van Wagenen corre a lo largo de un dique de irrigación hacia una pila de rocas, utilizadas por los contrabandistas e inmigrantes ilegales para entrar furtivamente a Estados Unidos.
Los cuatro hombres lo vieron acercarse, y sacaron algunas rocas más de la pila antes de devolverse tranquilamente a través de la artemisa y cruzar el río Colorado hacia México. Para cuando el agente se puso a correr hacia los hombres tras descender de su Ford Bronco, ellos ya habían cubierto sus cabezas con sus camisetas y uno de ellos gritó: "Volveré".
Van Wagenen, jadeando, dijo: "De eso estoy seguro. Se trate de una valla, de un sensor, de una cámara, encontrarán un modo de eludirlo".
Aquí, en este lejano rincón del sudoeste de Arizona los signos de las consecuencias involuntarias de una década de campañas para frenar los cruces ilegales de 3.200 kilómetros de frontera son claras.
Las aprehensiones sobre los inmigrantes ilegales son las mismas que hace diez años. Los mexicanos y otros continúan llegando a Estados Unidos, aunque ahora para ellos es más caro y peligroso que nunca. Y una vez que están aquí, se quedan, convirtiendo en prósperas a localidades fronterizas como Yuma -una prosperidad conseguida gracias a que son trabajadores baratos.
La promesa de Bush de reforzar el control de la frontera sigue medidas que empezaron durante el gobierno de Clinton. Empezando en 1993, la Patrulla Fronteriza bloqueó los principales puntos fronterizos urbanos desde San Diego hasta El Paso, donde grandes grupos de inmigrantes simplemente cruzaban corriendo en lo que se llamaba ‘corridas banzai'. En El Paso, los agentes patrullaban Río Grande continuamente, con el propósito de disuadir a los inmigrantes. Un año más tarde en San Diego, el gobierno construyó una valla de acero de tres metros de alto en el marco de la Operation Gatekeeper [Guardián]. Finalmente se levantaron 171 kilómetros de vallas en las cercanías de todas las ciudades que hay a lo largo de la frontera con México.
Pero los cruces ilegales han continuado.
Gatekeeper y las otras iniciativas no hicieron nada para frenar la ola de ingresos ilegales a Estados Unidos. En el año fiscal 2005, la Patrulla Fronteriza detuvo a 1.1 millones de personas, casi la misma cifra que en 1993. Varios estudios académicos han calculado que medio millón de personas lograron infiltrarse, también casi lo mismo que en 1993, a pesar de que el número de agentes de la Patrulla Fronteriza se triplicó a más de once mil en doce años. Pero Gatekeeper y el resto de las campañas de disuasión tuvieron un efecto real: En lugar de cruzar por zonas urbanas, los inmigrantes ilegales se volcaron hacia rutas a través de los desiertos del este de California, Arizona, Nuevo México y Tejas. Empezaron empleando a ‘coyotes', contrabandistas que exigían miles de dólares para guiarlos y que a menudo viajaban bajo un ardiente sol y sin agua. En la última década han muerto más de 2.500 personas que intentaron cruzar de ese modo.
"Ahora somos la punta del embudo", dijo Van Wagenen sobre este tramo de desierto cerca de Yuma. El año pasado, agentes de la Patrulla Fronteriza en este sector, que se extiende por 193 kilómetros en gran parte de desierto árido, capturaron a cerca de 139 mil inmigrantes ilegales. Las detenciones este año subieron en un 15 por ciento con respecto al mismo período del año pasado.
El miércoles el Senado votó autorizando la construcción de 595 kilómetros de vallas a lo largo de la frontera, y antes en la semana Bush dijo que más de seis tropas de la Guardia Nacional serían desplegadas para asistir a los agentes de la Patrulla Fronteriza.
Entretanto, Gatekeeper ha llegado a Yuma. Hace dos meses junto a una polvoriento tramo de frontera justo al este del río Colorado, unidades de la Guardia Nacional construyeron un valla fronteriza secundaria coronada con alambre de púas a unos pocos metros de un muro de tres metros de alto. Como su gemela en San Diego, la valla está hecha de láminas de acero usadas para construir pistas de aterrizaje durante la Guerra de Vietnam. Se instalaron focos y se asignaron agentes de la Patrulla Fronteriza para custodiar la zona -apenas a unos metros del cruce de frontera de San Luis.
"Con esta valle tapamos otra hoyo", dijo Van Wagenen, agregando: "Pero siempre hay un agujero en alguna parte".
Una consecuencia involuntaria de la valla y de las medidas de control adicionales ha sido un crecimiento en el número de residentes ilegales de largo plazo en Estados Unidos. Debido a que cruzar la frontera se ha convertido en más caro y más arriesgado -los coyotes piden en promedio 1.500 dólares por persona-, una vez que los inmigrantes ilegales llegan aquí, tienden a quedarse. También hace una década la mayoría de la gente que cruzaba eran hombres. Ahora, dijo Van Wagenen: "Cogemos a familias enteras. Todos están en el grupo: madre, niños, mamita y tata".

Luis Ramírez es uno de ellos. Un inmigrante ilegal que vive en la ciudad agrícola de Gadsden, a vista de la frontera, Ramírez era un ‘inmigrante circular'. En el otoño trabajaba en California, y luego volvía a casa en Oaxaca para Navidad, regresaba a Arizona en enero, trabajaba hasta Pascuas y se volvía a marchar a México hasta el otoño. Pero una vez que los precios de los contrabandistas subieron y la ruta se hizo demasiado peligrosa, dijo Ramírez, decidió mudarse permanentemente a Estados Unidos. Hizo venir a su familia; el año pasado, su mujer dio a luz en Estados Unidos a su tercer hijo. "Todos mis amigos están haciendo lo mismo", dijo.
Gente como Ramírez han transformado la demografía de las ciudades fronterizas y el resto del país. Hace veinte años, Gadsden era casi completamente blanca; ahora, un 93 por ciento son hispanos. En un estudio de 18 mil inmigrantes, el Proyecto Mexicano de Migración constató que la probabilidad de que un inmigrante volviera a casa cayó de 45 por ciento antes de 1986 a cerca del 25 por ciento en 2002.
"Esto significa una tasa más alta de asentamiento, una tasa más alta de crecimiento demográfico, más costes para la sociedad en cuanto a escuelas, vivienda y asistencia médica", dice Douglas S. Massey, un sociólogo de la Universidad de Princeton que dirige el estudio. "Hemos logrado exactamente lo que queríamos evitar".
El peligroso viaje ha causado miles de muertos. En 1993, murieron 23 personas cruzando la frontera, la mayoría de ellas arrolladas en la autopista Interstate 5 al norte de la frontera, en California. Ahora mueren en promedio 1.5 personas al día, de acuerdo a Robin Hoover, presidente de Fronteras Compasivas [Humane Borders], una organización benéfica de Tucson que instala estanques de agua en el desierto para inmigrantes extraviados. "Los que cruzan el desierto están muriendo como moscas", dijo Hoover. "Están obligando a la gente a usar esos senderos de la muerte".
Desde un punto de vista estratégico, la Operation Gatekeeper tiene sentido, dijo James Metcalf, ex abogado del Servicio de Inmigración y Naturalización. En las áreas urbanas, agentes de la Patrulla Fronteriza tenían poco tiempo para capturar a gente antes de que desaparecieran en barrios populosos.
"Ahora los han empujado hacia áreas donde tienes muchos kilómetros de espacio abierto para operar", dijo Metcalf, que ahora se encarga de casos de inmigración y criminales en Yuma. "La gente no tenía la intención de provocar más muertes, pero no hay que ser un genio para darse cuenta que eso iba a ocurrir. Fue una de esas consecuencias involuntarias que eran previsibles".
Algunos de los muertos son enterrados en un campo de un alfarero cerca de Holtville, una ciudad californiana a unos 100 kilómetros de Yuma. Hay unas 400 tumbas marcadas con ladrillos grises. Los deudos han colocado pequeñas cruces blancas que dicen: ‘No olvidado' encima de las tumbas.
"Lo único que ganaron en Estados Unidos fue un nombre", dijo Fernando Quiroz, que ayuda a naturalizar a los inmigrantes en Yuma, mientras señalaba las tumbas: John Doe los hombres, Jane Doe las mujeres.
Las medidas de disuasión tienen otro efecto importante: provocar un importante crecimiento económico en sus localidades. Este mes Inc. Magazine designó a Yuma como la ciudad de mayor crecimiento del país, observando que su tasa de crecimiento del empleo era la cuarta más alta del país. A principios de año se inauguró un centro comercial de 3.9 kilómetros cuadrados de superficie. En los últimos cinco años se han construido seis mil nuevas casas y las listas de espera para casas nuevas son de ocho meses. La industria agrícola genera ventas de más de tres mil millones de dólares al año. Wal-Mart tiene dos tiendas en Yuma, y está construyendo una tercera y planeando una cuarta. Y recientemente, se abrieron tres fábricas: el reverso de la tendencia en la que muchos fabricantes se han mudado al sur de la frontera.
Al mismo tiempo, la tasa de desempleo en Yuma ha sido, desde 2005, de diez por ciento o más, una de las más altas de la nación.
Esta aparente contradicción se explica fácilmente: Los inmigrantes ilegales están haciendo el trabajo, dijo Quiroz. "La fuerza de trabajo no calificado en Yuma está formada en un 65 por ciento por indocumentados, y este es un cálculo conservador. Ha permitido el crecimiento de esta ciudad; ha provocado la prosperidad de la ciudad de Yuma. ¿Después de todo, quiénes están construyendo las casas? ¿Quiénes están cosechando las lechugas?"
El alcalde de Yuma, Lawrence K, Nelson, reconoció que los inmigrantes ilegales "son un factor en algunos segmentos". Pero, dijo, "no creo que tengamos un empleador en la ciudad que contrate conscientemente a un ilegal".

La fotógrafa Melina Mara contribuyó a este reportaje.

18 de mayo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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