de viaje con monsieur lévy
[Garrison Keillor] Relato de viajes por Estados Unidos del autor francés provoca resquemores por la arbitrariedad y superficialidad de sus meditaciones.
Cualquier americano con el impulso irrefrenable de escribir un libro explicando Francia a los franceses debería leer este libro en primerísimo lugar, para tener una muestra de las vicisitudes que implica. Bernard-Henri Lévy es un escritor francés con un estilo prosístico del tipo salpicón de pintura y la pompa de un estudiante universitario de segundo año; hizo algunos paseos en este país a petición del Atlantic Monthly y ahora ha ordenado sus apuntes en una especie de libro. Es un clásico de la serie de Excursiones Excéntricas, Golosas, Fanáticas y de Falsa Cultura tan estimada por los periodistas europeos en los últimos cincuenta años, con paradas en Las Vegas para visitar un club de bailarinas exóticas y un burdel; Beverly Hills; Dealey Plaza en Dallas; la Bourbon Street en Nueva Orleans; Graceland; una feria de armas en Forth Worth; un ‘club de intercambio de parejas;’ en San Francisco, con una reinona con gigantescas tetas de silicona; la Feria del Estado de Iowa ("un festival del mal gusto americano"); Sun City ("apartheid dorado para los viejos"); una carrera de stock cars; el Mall of America; Mount Rushmore; una pareja de mega-iglesias evangélicas; los mormones de Salt Lake; algunos cuáqueros; las convenciones políticas nacionales de 2004; Alcatraz -para que te hagas una idea. (Por alguna razón, se perdió el Sturgis Motorcycle Rally, los premios a las películas de videos para adultos, la tumba de Warren G. Harding y el Ovillo de Lana Más Grande del Mundo). Conoce a Sharon Stone y John Kerry y a una mujer que llegó a pesar 221 kilos y a una pareja de obesos con rifles, pero a nadie que podamos reconocer. En más de 300 páginas, nadie cuenta un chiste. Nadie trabaja demasiado. Nadie se sienta a comer y disfrutar de su comida. Has vivido toda la vida en Estados Unidos, no has ido nunca a una mega-iglesia ni a un burdel, no posees armas, no eres cuáquero, y de repente te das cuenta de que este es un libro sobre los franceses. No tiene motivo para existir en inglés, excepto como evidencia de que el viaje no necesita ensanchar tus horizontes y que uno debería desconfiar de libros que lleven la palabra Tocqueville en el título.
En Nueva Orleans, una joven se desnuda en un balcón mientras los jóvenes le arrojan cuentas de Mardi Gras. Nos enteramos de que gran parte de esta ciudad está bajo el nivel del mar. En una carrera de stock cars presiente que los espectadores "esperan al mismo tiempo que temen un accidente". Nos enteramos de que Los Angeles no tiene centro y de que es una de las ciudades más polucionadas del país. "En dirección a Virginia, y Norfolk, que, según entiendo, es una de las ciudades más antiguas de un estado que fue uno de los 13 fundadores de la Unión", escribe Lévy. En realidad. Le gusta Savannah y entra en éxtasis con Seattle, especialmente con la Aguja del Espacio, que representa para él "todo lo que América me ha hecho soñar siempre: la poesía y lo moderno, la precariedad y los retos técnicos, la levedad de la forma engranada con el síndrome de Babilonia, las luces de la ciudad, la inolvidable calidad de la oscuridad, los altos árboles de acero". Okey, qué bien. La Torre Eiffel es también linda.
Pero cada diez páginas o algo así, Lévy choca con alguna muralla. Sobre la Old Glory [la bandera de Estados Unidos], por ejemplo. Alguien le contó sobre las reglas del manejo propio de la bandera, y sobre la base de estas reglas (la bandera no debe tocar el suelo, debe ser desechada quemándola) se inventa un fetichismo americano de la bandera, una obsesión nacional, el culto de la adoración de la bandera. Alguien olvidó decirle que para los que no somos Boy Scouts esas reglas no significan demasiado en nuestras vidas. Se pone lírico escribiendo sobre el béisbol -"ese deporte que contribuye a fijar la identidad de la gente y que en realidad se ha convertido en su religión cívica y patriótica, que es el béisbol"- y cuando, de visita en Cooperstwon ("la nueva Nazaret") se entera de que el Comisionado Bud Selig una vez depositó una corona en la tumba del Soldado Desconocido en Arlington, donde también está enterrado Abner Doubleday, Lévy pierde la compostura. Un evento importante sólo para Selig y su familia directa se convierte para Lévy en una proclamación oficial de Abner, "ante los ojos de América y del mundo", como "el papa de la religión nacional... ese día no solamente la ciudad sino todo Estados Unidos se unió en una celebración que tenía el doble mérito de asociar el pasatiempo nacional con los valores rurales tradicionales que personifica la ciudad de Fenimore Cooper y también la grandeza patriótica que conlleva el nombre de Doubleday". Eh, en realidad no es así. Negativo en "papa" y "nacional" y "todo Estados Unidos" y y "personifica" y "Doubleday".
El autor adora a Woody Allen y Charlie Rose en términos que harían que Donald Trump se encogiera de vergüenza. Admira a Warren Beatty, aunque ve a Beatty en un evento público "entre los ricos y los guapos que como siempre en América... forman una mascarada de los muertos vivientes, cada uno más operado y momificado que el otro, fieros, con aspecto de mutantes, inhumanos, en última instancia decepcionantes". Lévy se siente bastante a gusto con frases como "como siempre en América". La grandilocuencia es natural en él. Empieza a llover sobre la multitud reunida para la inauguración de la Biblioteca Clinton en Little Rock, y para Lévy simboliza la defunción del Partido Democrático. Como siempre con los escritores franceses, Lévy es flaco en los hechos, gordo en las conclusiones. Tiene un breve encuentro con un joven en las afueras de Montgomery, Alabama. ("Le escucho hablarme, como si estuviera justificándose a sí mismo, sobre su cariño por esta región"), y repentinamente se da cuenta de que el joven tiene "todos los reflejos de la cultura sureña" y la "estudiada elegancia... tan característica de esta región". Con su visión de rayos equis, Lévy es capaz de llegar a las más exageradas conclusiones con un simple salto.
Y, por Dios, el infantil gusto por las paradojas -América es magnificente, pero loca, codiciosa y modesta, embriaga por el materialismo y la religiosidad, lo puritano y lo escandaloso, orientada hacia el futuro y sin embargo obsesionada por sus recuerdos. La lealtad americana a los partidos es "muy fuerte y muy flexible, extremadamente tenaz y al final algo hueca". Existencial y no obstante desprovista de contenido y dirección. El club de intercambio de parejas es a la vez "libertino" y "convencional", "depravado" y "decoroso". Y así el lector se fascina y hastía con el tedioso y original pensamiento de Lévy: "Un fuerte vínculo mantiene unida a América, pero es un vínculo mínimo. Un cariño de gran intensidad, pero sin resolución. Un lugar de una alta -extremadamente alta- tensión simbólica, pero neutral, casi vacía". ¿Pero cuál es el sentido de la ráfaga de preguntas retóricas? ¿Así hablan los franceses o es algo que reservan para libros sobre Estados Unidos? "¿Qué es ser republicano? ¿Qué distingue a un republicano de un demócrata en la América de hoy?", escribe Lévy, como un estudiante rellenando un ensayo. "¿Qué nos dicen todas estas experiencias?", escribe sobre el Mall of America. "¿Qué aprendemos sobre la civilización americana en este mausoleo de la mercadería, en esta acumulación funeraria de bienes falsos e inútiles en esta atmósfera de fin de mundo? ¿Qué efecto tiene sobre la América de hoy en este espacio confinado, en este acuario, donde sólo subsiste una semblanza de la vida?" ¿Y qué debemos hacer con estas series de preguntas -20 seguidas- sobre Hillary Clinton, con las que Lévy quiere decir que ella quiere llegar a la Casa Blanca para borrar la vergüenza del affair de Lewinsky? ¿Sabía Lévy algo sobre el juego de las 20 Preguntas, que se juega normalmente cuando se viaja en coche por Estados Unidos? ¿Debemos leer este pasaje como una metáfora de la agitación americana? ¿Se da cuenta de lo irritante que es todo esto? ¿Lo sabe? ¿Usted lo sabe? ¿Puedo parar ahora?
América está cambiando, concluye, pero América perdurará. "No creo que haya alguna razón para desesperarse por este país. No importa cuántos trastornos, disfunciones, impulsos pueda tener... no importa lo fragmentado que se encuentre el espacio social y político; a pesar de esta hipertrofia nihilista de una mezquina memoria de anticuario; a pesar de esta hiper obesidad -cada vez menos metafórica- de los grandes cuerpos sociales que conforman el invisible edificio del país; a pesar de la terrible miseria de los guetos... no puedo convencerme del colapso, anunciado en Europa, del modelo americano".
Gracias, colega. Tampoco yo puedo imaginarme el colapso de Francia a corto plazo. Gracias por venir. No choques con la puerta al salir. En tu nuevo libro háblanos de esas revueltas en Francia, de los coches quemados en los suburbios de París. ¿Qué fue todo eso? ¿Participaron también los gordos?
En Nueva Orleans, una joven se desnuda en un balcón mientras los jóvenes le arrojan cuentas de Mardi Gras. Nos enteramos de que gran parte de esta ciudad está bajo el nivel del mar. En una carrera de stock cars presiente que los espectadores "esperan al mismo tiempo que temen un accidente". Nos enteramos de que Los Angeles no tiene centro y de que es una de las ciudades más polucionadas del país. "En dirección a Virginia, y Norfolk, que, según entiendo, es una de las ciudades más antiguas de un estado que fue uno de los 13 fundadores de la Unión", escribe Lévy. En realidad. Le gusta Savannah y entra en éxtasis con Seattle, especialmente con la Aguja del Espacio, que representa para él "todo lo que América me ha hecho soñar siempre: la poesía y lo moderno, la precariedad y los retos técnicos, la levedad de la forma engranada con el síndrome de Babilonia, las luces de la ciudad, la inolvidable calidad de la oscuridad, los altos árboles de acero". Okey, qué bien. La Torre Eiffel es también linda.
Pero cada diez páginas o algo así, Lévy choca con alguna muralla. Sobre la Old Glory [la bandera de Estados Unidos], por ejemplo. Alguien le contó sobre las reglas del manejo propio de la bandera, y sobre la base de estas reglas (la bandera no debe tocar el suelo, debe ser desechada quemándola) se inventa un fetichismo americano de la bandera, una obsesión nacional, el culto de la adoración de la bandera. Alguien olvidó decirle que para los que no somos Boy Scouts esas reglas no significan demasiado en nuestras vidas. Se pone lírico escribiendo sobre el béisbol -"ese deporte que contribuye a fijar la identidad de la gente y que en realidad se ha convertido en su religión cívica y patriótica, que es el béisbol"- y cuando, de visita en Cooperstwon ("la nueva Nazaret") se entera de que el Comisionado Bud Selig una vez depositó una corona en la tumba del Soldado Desconocido en Arlington, donde también está enterrado Abner Doubleday, Lévy pierde la compostura. Un evento importante sólo para Selig y su familia directa se convierte para Lévy en una proclamación oficial de Abner, "ante los ojos de América y del mundo", como "el papa de la religión nacional... ese día no solamente la ciudad sino todo Estados Unidos se unió en una celebración que tenía el doble mérito de asociar el pasatiempo nacional con los valores rurales tradicionales que personifica la ciudad de Fenimore Cooper y también la grandeza patriótica que conlleva el nombre de Doubleday". Eh, en realidad no es así. Negativo en "papa" y "nacional" y "todo Estados Unidos" y y "personifica" y "Doubleday".
El autor adora a Woody Allen y Charlie Rose en términos que harían que Donald Trump se encogiera de vergüenza. Admira a Warren Beatty, aunque ve a Beatty en un evento público "entre los ricos y los guapos que como siempre en América... forman una mascarada de los muertos vivientes, cada uno más operado y momificado que el otro, fieros, con aspecto de mutantes, inhumanos, en última instancia decepcionantes". Lévy se siente bastante a gusto con frases como "como siempre en América". La grandilocuencia es natural en él. Empieza a llover sobre la multitud reunida para la inauguración de la Biblioteca Clinton en Little Rock, y para Lévy simboliza la defunción del Partido Democrático. Como siempre con los escritores franceses, Lévy es flaco en los hechos, gordo en las conclusiones. Tiene un breve encuentro con un joven en las afueras de Montgomery, Alabama. ("Le escucho hablarme, como si estuviera justificándose a sí mismo, sobre su cariño por esta región"), y repentinamente se da cuenta de que el joven tiene "todos los reflejos de la cultura sureña" y la "estudiada elegancia... tan característica de esta región". Con su visión de rayos equis, Lévy es capaz de llegar a las más exageradas conclusiones con un simple salto.
Y, por Dios, el infantil gusto por las paradojas -América es magnificente, pero loca, codiciosa y modesta, embriaga por el materialismo y la religiosidad, lo puritano y lo escandaloso, orientada hacia el futuro y sin embargo obsesionada por sus recuerdos. La lealtad americana a los partidos es "muy fuerte y muy flexible, extremadamente tenaz y al final algo hueca". Existencial y no obstante desprovista de contenido y dirección. El club de intercambio de parejas es a la vez "libertino" y "convencional", "depravado" y "decoroso". Y así el lector se fascina y hastía con el tedioso y original pensamiento de Lévy: "Un fuerte vínculo mantiene unida a América, pero es un vínculo mínimo. Un cariño de gran intensidad, pero sin resolución. Un lugar de una alta -extremadamente alta- tensión simbólica, pero neutral, casi vacía". ¿Pero cuál es el sentido de la ráfaga de preguntas retóricas? ¿Así hablan los franceses o es algo que reservan para libros sobre Estados Unidos? "¿Qué es ser republicano? ¿Qué distingue a un republicano de un demócrata en la América de hoy?", escribe Lévy, como un estudiante rellenando un ensayo. "¿Qué nos dicen todas estas experiencias?", escribe sobre el Mall of America. "¿Qué aprendemos sobre la civilización americana en este mausoleo de la mercadería, en esta acumulación funeraria de bienes falsos e inútiles en esta atmósfera de fin de mundo? ¿Qué efecto tiene sobre la América de hoy en este espacio confinado, en este acuario, donde sólo subsiste una semblanza de la vida?" ¿Y qué debemos hacer con estas series de preguntas -20 seguidas- sobre Hillary Clinton, con las que Lévy quiere decir que ella quiere llegar a la Casa Blanca para borrar la vergüenza del affair de Lewinsky? ¿Sabía Lévy algo sobre el juego de las 20 Preguntas, que se juega normalmente cuando se viaja en coche por Estados Unidos? ¿Debemos leer este pasaje como una metáfora de la agitación americana? ¿Se da cuenta de lo irritante que es todo esto? ¿Lo sabe? ¿Usted lo sabe? ¿Puedo parar ahora?
América está cambiando, concluye, pero América perdurará. "No creo que haya alguna razón para desesperarse por este país. No importa cuántos trastornos, disfunciones, impulsos pueda tener... no importa lo fragmentado que se encuentre el espacio social y político; a pesar de esta hipertrofia nihilista de una mezquina memoria de anticuario; a pesar de esta hiper obesidad -cada vez menos metafórica- de los grandes cuerpos sociales que conforman el invisible edificio del país; a pesar de la terrible miseria de los guetos... no puedo convencerme del colapso, anunciado en Europa, del modelo americano".
Gracias, colega. Tampoco yo puedo imaginarme el colapso de Francia a corto plazo. Gracias por venir. No choques con la puerta al salir. En tu nuevo libro háblanos de esas revueltas en Francia, de los coches quemados en los suburbios de París. ¿Qué fue todo eso? ¿Participaron también los gordos?
Garrison Keillor es escritor. Ha editado recientemente ‘Good Poems for Hard Times’.
Libro reseñado:
American Vertigo. Traveling America in the Footsteps of Tocqueville
Bernard-Henri Lévy
Traducido por Charlotte Mandell
308 pp.
Random House
$24.95
29 de enero de 2006
©new york times
©traducción mQh
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