las opciones de maría 2
[Patricia Wen] Ilusiones de adolescente, decisiones de adulta. Cuando se acerca al fin de su período en un hogar adoptivo, una chica de 18 reconoce sus limitadas opciones. [Segunda y última entrega]
Chelsea, Boston, Estados Unidos. Sentada en su cama con doncel en su casa adoptiva, María Medina se tomó un descanso antes de empezar un fin de semana para cuidar a las dos hijas de su hermana el día entero.
Su hermana Aída, 19, había estado tratando de hacerse con un lugar en un refugio para gente sin techo. María estaba también preocupada de su hermana menor, que tiene 16 y había vuelto a escapar.
Trató de despejar su mente. Sola en su dormitorio esa tarde de principios de agosto, estiró su cubrecama y ordenó las fotografías enmarcadas en su tocador.
Entonces sonó el teléfono.
Su hermana Aída, 19, había estado tratando de hacerse con un lugar en un refugio para gente sin techo. María estaba también preocupada de su hermana menor, que tiene 16 y había vuelto a escapar.
Trató de despejar su mente. Sola en su dormitorio esa tarde de principios de agosto, estiró su cubrecama y ordenó las fotografías enmarcadas en su tocador.
Entonces sonó el teléfono.
Casi Dieciocho
Era Jessica Marrero, su mejor amiga, hablando casi sin aliento, las palabras saliendo a tropezones, recordó María. Después de una larga espera, Marrero había conseguido un apartamento subvencionado de dos dormitorios en Geneva Avenue en Dorchester, un modo para las dos de cumplir su sueño de infancia de vivir en una casa propia. El apartamento estaba en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad y necesitaba reparaciones, le dijo Jessica, pero ellas podrían arreglarlo. Dividirían el alquiler en dos, a 200 dólares cada una.
"¡Ahora puedes vivir conmigo!", exclamó su amiga, 21, en el teléfono.
La proposición de Jessica se produjo justo cuando María, cansada de las exigencias de su familia, sabía que tenía que tomar una decisión sobre su futuro. En menos de dos semanas, María cumpliría 18, la edad en que el estado ya no tiene otras obligaciones con los niños adoptivos. Es una de los 25 mil niños adoptivos en todo el país que perderán el apoyo incondicional del estado simplemente porque ya no son menores.
María puede pedir seguir más tiempo en un hogar adoptivo, pero el subsidio puede ser revocado si abandona los estudios, y debe conseguir un trabajo de media jornada, reunirse regularmente con sus asistentes sociales y acatar las reglas de su hogar adoptivo.
De muchos modos, la oferta de Jessica era perfecta. La podía pagar y vivir con su mejor amiga era lo que había querido hacía mucho tiempo. También era liberador cortar los vínculos con el Departamento de Servicios Sociales DSS del estado, terminando con la constante supervisión de su vida por una sucesión de asistentes sociales.
María también sabía que el período de luna de miel en su hogar adoptivo de Chelsea había terminado. Su madre adoptiva la acosaría todos los días para que mejorara sus notas.
Pero algo le decía a María que la oferta de Jessica tampoco era ideal. Mudarse de Chelsea a Dorchester significaba cambiar de escuela secundaria. Aunque la madre adoptiva de María regañaba sobre sus estudios, tenía una casa espaciosa, bien organizada, con un enorme dormitorio para María. Y mientras María quería un descanso de las peticiones de cuidar a los niños, el apartamento de Jessica probablemente también incluiría cuidar niños: Jessica tenía una bebé de un año.
La asistente social de María debía ir a su casa pronto, llevándole un contrato que tenía que firmar para prolongar su tiempo en un hogar adoptivo. A María le hubiera gustado tener el poder de aplazar su cumpleaños número 18 un año más.
"No pensé que este día llegaría tan pronto", dijo.
Era Jessica Marrero, su mejor amiga, hablando casi sin aliento, las palabras saliendo a tropezones, recordó María. Después de una larga espera, Marrero había conseguido un apartamento subvencionado de dos dormitorios en Geneva Avenue en Dorchester, un modo para las dos de cumplir su sueño de infancia de vivir en una casa propia. El apartamento estaba en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad y necesitaba reparaciones, le dijo Jessica, pero ellas podrían arreglarlo. Dividirían el alquiler en dos, a 200 dólares cada una.
"¡Ahora puedes vivir conmigo!", exclamó su amiga, 21, en el teléfono.
La proposición de Jessica se produjo justo cuando María, cansada de las exigencias de su familia, sabía que tenía que tomar una decisión sobre su futuro. En menos de dos semanas, María cumpliría 18, la edad en que el estado ya no tiene otras obligaciones con los niños adoptivos. Es una de los 25 mil niños adoptivos en todo el país que perderán el apoyo incondicional del estado simplemente porque ya no son menores.
María puede pedir seguir más tiempo en un hogar adoptivo, pero el subsidio puede ser revocado si abandona los estudios, y debe conseguir un trabajo de media jornada, reunirse regularmente con sus asistentes sociales y acatar las reglas de su hogar adoptivo.
De muchos modos, la oferta de Jessica era perfecta. La podía pagar y vivir con su mejor amiga era lo que había querido hacía mucho tiempo. También era liberador cortar los vínculos con el Departamento de Servicios Sociales DSS del estado, terminando con la constante supervisión de su vida por una sucesión de asistentes sociales.
María también sabía que el período de luna de miel en su hogar adoptivo de Chelsea había terminado. Su madre adoptiva la acosaría todos los días para que mejorara sus notas.
Pero algo le decía a María que la oferta de Jessica tampoco era ideal. Mudarse de Chelsea a Dorchester significaba cambiar de escuela secundaria. Aunque la madre adoptiva de María regañaba sobre sus estudios, tenía una casa espaciosa, bien organizada, con un enorme dormitorio para María. Y mientras María quería un descanso de las peticiones de cuidar a los niños, el apartamento de Jessica probablemente también incluiría cuidar niños: Jessica tenía una bebé de un año.
La asistente social de María debía ir a su casa pronto, llevándole un contrato que tenía que firmar para prolongar su tiempo en un hogar adoptivo. A María le hubiera gustado tener el poder de aplazar su cumpleaños número 18 un año más.
"No pensé que este día llegaría tan pronto", dijo.
Una Tarea Pesada
Cuando María necesitaba un descanso de las presiones en su vida, lo encontraba en sus visitas semanales a la oficina en Quincy de Ana Margarita Cebollero, una terapeuta que empezó a ver a iniciativa de su madre adoptiva. María le cogió cariño a esta mujer pequeña, de 70 años; se relajaba en el sofá de cuero negro y hablaba con ella en inglés o español indistintamente. Cebollero, que sacó su doctorado en psicología mientras criaba a sus cuatro hijos, tiene décadas de experiencia como terapeuta de adolescentes latinos.
Durante las visitas, Cebollero instaba a María que se concentrara en sus ilusiones personales -y María se preguntaba a menudo si eso quería decir que siguiera en un hogar adoptivo.
Cuando Cebollero conoció a María, podía ver que estaba luchando para rescatar a su familia, pero sintiendo que era "una increíble responsabilidad y una tarea pesada". Cebollero se dio cuenta de que María estaba particularmente apegada a la hija de 18 meses de su hermana mayor, Aída, porque en esa bebita "se ve a sí misma". Ve a su sobrina como una niña vulnerable que corre el riesgo de ser abandonada por una madre abrumada -y María no soportaría darle la espalda a esta niña.
"Para mí, ese el gran reto", dijo Cebollero al describir sus sesiones con María. "¿Cómo puede aprender a ser responsable por su familia sin sacrificarse a sí misma? Tiene que usar la energía para ella misma y su propio desarrollo. No es una tarea fácil".
Cebollero dijo que su objetivo era ayudar a María a centrarse en la escuela y darse cuenta "de que el único modo de hacer algo diferente es estudiar". Y para María no puede simplemente aspirar a ser una estudiante aplicada.
"Una cosa que querer serlo", dijo Cebollero. "Otra cosa es esforzarse por ello".
Cuando María necesitaba un descanso de las presiones en su vida, lo encontraba en sus visitas semanales a la oficina en Quincy de Ana Margarita Cebollero, una terapeuta que empezó a ver a iniciativa de su madre adoptiva. María le cogió cariño a esta mujer pequeña, de 70 años; se relajaba en el sofá de cuero negro y hablaba con ella en inglés o español indistintamente. Cebollero, que sacó su doctorado en psicología mientras criaba a sus cuatro hijos, tiene décadas de experiencia como terapeuta de adolescentes latinos.
Durante las visitas, Cebollero instaba a María que se concentrara en sus ilusiones personales -y María se preguntaba a menudo si eso quería decir que siguiera en un hogar adoptivo.
Cuando Cebollero conoció a María, podía ver que estaba luchando para rescatar a su familia, pero sintiendo que era "una increíble responsabilidad y una tarea pesada". Cebollero se dio cuenta de que María estaba particularmente apegada a la hija de 18 meses de su hermana mayor, Aída, porque en esa bebita "se ve a sí misma". Ve a su sobrina como una niña vulnerable que corre el riesgo de ser abandonada por una madre abrumada -y María no soportaría darle la espalda a esta niña.
"Para mí, ese el gran reto", dijo Cebollero al describir sus sesiones con María. "¿Cómo puede aprender a ser responsable por su familia sin sacrificarse a sí misma? Tiene que usar la energía para ella misma y su propio desarrollo. No es una tarea fácil".
Cebollero dijo que su objetivo era ayudar a María a centrarse en la escuela y darse cuenta "de que el único modo de hacer algo diferente es estudiar". Y para María no puede simplemente aspirar a ser una estudiante aplicada.
"Una cosa que querer serlo", dijo Cebollero. "Otra cosa es esforzarse por ello".
Seis Meses
Fue durante una agobiante mañana de agosto en una breve reunión en la salita de la madre adoptiva de María, Julie Muse. Los ventiladores hacían girar el aire en la habitación. Había bebidas y bocadillos en la mesita de café. Era un 8 de agosto, una semana antes de que María cumpliera 18 años y las asistentes sociales habían fijado la reunión para que firmara un contrato de seis meses para prolongar la adopción.
Sentada en un sillón estaba Bevin Williams, 26, la asistente social de María, con los documentos y un boli en la mano. En otro sillón estaba la hermana de María, Aída, todavía en su camisón; había pasado el fin de semana con ellas y con sus dos hijas. Aída tenía en sus brazos a su bebé de 4 meses, mientras la madre adoptiva de María ofrecía juguetes a la hija de Aída.
María bajó y se sentó junto a su asistente social. María lucía un nuevo anillo, con la inscripción de ‘Hiram’, que le había regalado su novio la semana anterior. Llevaba un top rosado y vaqueros azules, y el pelo pulcramente peinado hacia atrás.
Después de charlar sobre el verano, la asistente social se puso a trabajar con preguntas sobre el contrato de María.
"¿Tuviste tiempo de leerlo?", preguntó Williams. "¿Alguna pregunta?"
’’No," dijo María.
De acuerdo al documento, para que María obtuviera el subsidio para los siguientes seis meses tendría que ir todos los días a la escuela, hacer sus deberes, ir semanalmente a la terapeuta, conseguir un trabajo de media jornada y obedecer las "reglas de la casa y aceptar las consecuencias correspondientes". También tendría que reunirse con su asistente social.
María asintió en silencio.
A instancias de su madre adoptiva, María le contó a su asistente social sobre la reciente oferta de Jessica sobre el apartamento.
"¿Qué le dijiste?", preguntó Williams.
María hizo una pausa.
"Le dije que no todavía", dijo María mirando directamente a Williams., "Quiero terminar la escuela primero".
"¡Muy bien! Es sorprendente", dijo Williams. "Es una decisión muy poco común".
Williams dijo que conoce a muchas adolescentes que quieren desesperadamente ser independientes.
"Siempre dije que me iría a vivir con ella", dijo María con una pequeña sonrisa.
Su madre adoptiva dijo que sabía que no era una decisión fácil para María.
"No creo que yo hubiera sido tan inteligente a su edad", dijo Muse, mientras pasaba unos bloques a la hija de Aída.
La asistente social volvió al papeleo.
"Este contrato es válido durante seis meses, hasta febrero del próximo año", dijo Williams a María. "Luego puede ser prolongado".
María cogió los documentos y empezó a leerlos. Sus piernas temblaban. Ansiaba la libertad, pero sabía que no tenía un buen lugar dónde ir. No tenía una familia en la que poder apoyarse, el apartamento de Jessica no era práctico, y la casa de la familia de su novio simplemente era un sin sentido. "
"La mejor opción, le parecía, era quedarse donde estaba.
"También me puedes decir si has decidido no seguir con el departamento", dijo Williams.
María suspiró. Firmó con su nombre el documento sin mostrar ninguna expresión.
"Espero estar haciendo lo correcto", dijo.
Fue durante una agobiante mañana de agosto en una breve reunión en la salita de la madre adoptiva de María, Julie Muse. Los ventiladores hacían girar el aire en la habitación. Había bebidas y bocadillos en la mesita de café. Era un 8 de agosto, una semana antes de que María cumpliera 18 años y las asistentes sociales habían fijado la reunión para que firmara un contrato de seis meses para prolongar la adopción.
Sentada en un sillón estaba Bevin Williams, 26, la asistente social de María, con los documentos y un boli en la mano. En otro sillón estaba la hermana de María, Aída, todavía en su camisón; había pasado el fin de semana con ellas y con sus dos hijas. Aída tenía en sus brazos a su bebé de 4 meses, mientras la madre adoptiva de María ofrecía juguetes a la hija de Aída.
María bajó y se sentó junto a su asistente social. María lucía un nuevo anillo, con la inscripción de ‘Hiram’, que le había regalado su novio la semana anterior. Llevaba un top rosado y vaqueros azules, y el pelo pulcramente peinado hacia atrás.
Después de charlar sobre el verano, la asistente social se puso a trabajar con preguntas sobre el contrato de María.
"¿Tuviste tiempo de leerlo?", preguntó Williams. "¿Alguna pregunta?"
’’No," dijo María.
De acuerdo al documento, para que María obtuviera el subsidio para los siguientes seis meses tendría que ir todos los días a la escuela, hacer sus deberes, ir semanalmente a la terapeuta, conseguir un trabajo de media jornada y obedecer las "reglas de la casa y aceptar las consecuencias correspondientes". También tendría que reunirse con su asistente social.
María asintió en silencio.
A instancias de su madre adoptiva, María le contó a su asistente social sobre la reciente oferta de Jessica sobre el apartamento.
"¿Qué le dijiste?", preguntó Williams.
María hizo una pausa.
"Le dije que no todavía", dijo María mirando directamente a Williams., "Quiero terminar la escuela primero".
"¡Muy bien! Es sorprendente", dijo Williams. "Es una decisión muy poco común".
Williams dijo que conoce a muchas adolescentes que quieren desesperadamente ser independientes.
"Siempre dije que me iría a vivir con ella", dijo María con una pequeña sonrisa.
Su madre adoptiva dijo que sabía que no era una decisión fácil para María.
"No creo que yo hubiera sido tan inteligente a su edad", dijo Muse, mientras pasaba unos bloques a la hija de Aída.
La asistente social volvió al papeleo.
"Este contrato es válido durante seis meses, hasta febrero del próximo año", dijo Williams a María. "Luego puede ser prolongado".
María cogió los documentos y empezó a leerlos. Sus piernas temblaban. Ansiaba la libertad, pero sabía que no tenía un buen lugar dónde ir. No tenía una familia en la que poder apoyarse, el apartamento de Jessica no era práctico, y la casa de la familia de su novio simplemente era un sin sentido. "
"La mejor opción, le parecía, era quedarse donde estaba.
"También me puedes decir si has decidido no seguir con el departamento", dijo Williams.
María suspiró. Firmó con su nombre el documento sin mostrar ninguna expresión.
"Espero estar haciendo lo correcto", dijo.
Cumpliendo Dieciocho
El 16 de agosto era el cumpleaños 18 de María, pero ella lo trató como un día cualquiera. Para muchas adolescentes cumplir 18 es un momento para celebrar los nuevos derechos legales como adultas: votar, firmar contratos, sacar un seguro médico, incluso comprar cigarrillos. Pero María quería que este día llegara lo más tarde posible, así que decidió que lo celebraría el 17, un día más tarde, como había hecho su familia desde que había nacido. Uno de los muchos errores que cometieron sus padres fue recordar mal la fecha de su nacimiento.
Antes esa semana, como un regalo de cumpleaños adelantado, su novio le dio a María un par de zapatillas Adidas negras. Su madre adoptiva le dijo que le pagaría un masaje, que María no había hecho nunca, y preparó lasaña para la cena, con una tarta de cumpleaños de helado. Lo planearon para el 17 de agosto.
Aunque María sentía que debía empezar con sus lecturas del verano, pasaba la mayor parte del día cuidando a su sobrina. También se estaba curando una infección del ojo con una crema antibiótica. Unos días antes, Hiram la había llevado a una clínica médica de Boston para que le miraran sus ojos irritados.
Temprano en la tarde, cuando María volvió a su casa adoptiva, su cara se alegró con una expresión de sorpresa cuando escuchó uno de los mensajes en el contestador.
"¡Feliz cumpleaños, María! Espero que tengas un día maravilloso", dijo Cebollero, su terapeuta.
Después de pasar esa tarde con Hiram, María recibió un mensaje de Aída, que se estaba quedando temporalmente en casa de un viejo amigo. "Mami quiere hablar contigo", dijo.
Más tarde María se dirigió hacia el coche de Hiram, de donde retiró una servilleta donde había una vez garabateado el número del celular de su madre. En cumpleaños anteriores María apenas había hablado cuando llamaba su madre, o no había devuelto la llamada. Pero este año María marcó el número de su madre.
"Hola", dijo María, de plano.
Hizo una pausa para oír a su madre.
"¿Un celular? Vaya, gracias".
Al otro lado de la línea, su madre -la mujer sobre la María había dicho una vez que "no es nada para mí"- le preguntó cuándo pasaría a recoger su regalo de cumpleaños.
El 16 de agosto era el cumpleaños 18 de María, pero ella lo trató como un día cualquiera. Para muchas adolescentes cumplir 18 es un momento para celebrar los nuevos derechos legales como adultas: votar, firmar contratos, sacar un seguro médico, incluso comprar cigarrillos. Pero María quería que este día llegara lo más tarde posible, así que decidió que lo celebraría el 17, un día más tarde, como había hecho su familia desde que había nacido. Uno de los muchos errores que cometieron sus padres fue recordar mal la fecha de su nacimiento.
Antes esa semana, como un regalo de cumpleaños adelantado, su novio le dio a María un par de zapatillas Adidas negras. Su madre adoptiva le dijo que le pagaría un masaje, que María no había hecho nunca, y preparó lasaña para la cena, con una tarta de cumpleaños de helado. Lo planearon para el 17 de agosto.
Aunque María sentía que debía empezar con sus lecturas del verano, pasaba la mayor parte del día cuidando a su sobrina. También se estaba curando una infección del ojo con una crema antibiótica. Unos días antes, Hiram la había llevado a una clínica médica de Boston para que le miraran sus ojos irritados.
Temprano en la tarde, cuando María volvió a su casa adoptiva, su cara se alegró con una expresión de sorpresa cuando escuchó uno de los mensajes en el contestador.
"¡Feliz cumpleaños, María! Espero que tengas un día maravilloso", dijo Cebollero, su terapeuta.
Después de pasar esa tarde con Hiram, María recibió un mensaje de Aída, que se estaba quedando temporalmente en casa de un viejo amigo. "Mami quiere hablar contigo", dijo.
Más tarde María se dirigió hacia el coche de Hiram, de donde retiró una servilleta donde había una vez garabateado el número del celular de su madre. En cumpleaños anteriores María apenas había hablado cuando llamaba su madre, o no había devuelto la llamada. Pero este año María marcó el número de su madre.
"Hola", dijo María, de plano.
Hizo una pausa para oír a su madre.
"¿Un celular? Vaya, gracias".
Al otro lado de la línea, su madre -la mujer sobre la María había dicho una vez que "no es nada para mí"- le preguntó cuándo pasaría a recoger su regalo de cumpleaños.
Un Encuentro
Al día siguiente, María se acercó lentamente por el camino de entrada de una casa de Brockton donde ella y su madre habían acordado encontrarse para recoger el regalo. Se estiró la ropa. Vio a su madre parada con una enorme bolsa de regalo estampada con imágenes del Ratón Mini.
"¿Todavía te gusta Mini?", preguntó su madre con una sonrisa, entregándole la bolsa con el regalo y dos tarjetas dentro.
María devolvió la sonrisa educadamente.
María Boria, 37, llevaba un top negro sin tirantes, coloridos pantalones del ejército y botas negras. Su amigo, que es de República Dominicana y habla poco inglés, esperaba cerca.
La madre de María brillaba como un padre en Navidad. Con una voz ronca, le pidió ansiosamente a su hija que abriera la bolsa, que contenía un teléfono celular de prepago Nokia. Su madre observó que el teléfono incluía cien minutos. No podía esperar a explicarle a María el manual con todas las opciones. Pronto la hermana mayor de María, Rayline, a la que no había visto desde hacía mucho tiempo, se acercó por el camino de entrada.
"¡Hola, María!", dijo, mientras las dos hermanas se abrazaban.
Cuando Rayline miró el celular y la bolsa, su madre le explicó que era el cumpleaños 18 de María.
"¿De verdad? ¡Feliz cumpleaños!", dijo Rayline, 20, que es conocida entre sus hermanas como la más callejera y que se ha quedado cerca de su madre. En un momento, Rayline quiso usar el nuevo celular de María para llamar a una pizzería. La madre de María se opuso, diciendo que se tragaría los preciosos minutos de María. Rayline acusó a su madre de haber tratado siempre a María de manera especial.
Al final de la visita de una hora, María dijo que su madre adoptiva estaba preparando una cena con lasaña esa noche.
"¿Quieres venir?", preguntó María tentativamente.
Su madre lo pensó un momento, luego dijo que su coche estaba funcionando mal y que no podría hacer el viaje a Chelsea. María asintió.
Cuando María dijo que tenía que marcharse para ayudar a su madre adoptiva a preparar la cena, su madre le pidió que se mantuvieran en contacto.
"Recuerda que tengo el número... Lo apunté en mi libreta", rió tontamente su madre, como si hubiera robado maliciosamente esa información. "Pero no te llamaré a menos que tú me llames a mí".
Cuando se despidieron y se abrazaron y besaron, la madre de María le dijo: "Te quiero".
María no dijo nada.
Al día siguiente, María se acercó lentamente por el camino de entrada de una casa de Brockton donde ella y su madre habían acordado encontrarse para recoger el regalo. Se estiró la ropa. Vio a su madre parada con una enorme bolsa de regalo estampada con imágenes del Ratón Mini.
"¿Todavía te gusta Mini?", preguntó su madre con una sonrisa, entregándole la bolsa con el regalo y dos tarjetas dentro.
María devolvió la sonrisa educadamente.
María Boria, 37, llevaba un top negro sin tirantes, coloridos pantalones del ejército y botas negras. Su amigo, que es de República Dominicana y habla poco inglés, esperaba cerca.
La madre de María brillaba como un padre en Navidad. Con una voz ronca, le pidió ansiosamente a su hija que abriera la bolsa, que contenía un teléfono celular de prepago Nokia. Su madre observó que el teléfono incluía cien minutos. No podía esperar a explicarle a María el manual con todas las opciones. Pronto la hermana mayor de María, Rayline, a la que no había visto desde hacía mucho tiempo, se acercó por el camino de entrada.
"¡Hola, María!", dijo, mientras las dos hermanas se abrazaban.
Cuando Rayline miró el celular y la bolsa, su madre le explicó que era el cumpleaños 18 de María.
"¿De verdad? ¡Feliz cumpleaños!", dijo Rayline, 20, que es conocida entre sus hermanas como la más callejera y que se ha quedado cerca de su madre. En un momento, Rayline quiso usar el nuevo celular de María para llamar a una pizzería. La madre de María se opuso, diciendo que se tragaría los preciosos minutos de María. Rayline acusó a su madre de haber tratado siempre a María de manera especial.
Al final de la visita de una hora, María dijo que su madre adoptiva estaba preparando una cena con lasaña esa noche.
"¿Quieres venir?", preguntó María tentativamente.
Su madre lo pensó un momento, luego dijo que su coche estaba funcionando mal y que no podría hacer el viaje a Chelsea. María asintió.
Cuando María dijo que tenía que marcharse para ayudar a su madre adoptiva a preparar la cena, su madre le pidió que se mantuvieran en contacto.
"Recuerda que tengo el número... Lo apunté en mi libreta", rió tontamente su madre, como si hubiera robado maliciosamente esa información. "Pero no te llamaré a menos que tú me llames a mí".
Cuando se despidieron y se abrazaron y besaron, la madre de María le dijo: "Te quiero".
María no dijo nada.
Cuesta Arriba
Una semana después María se acercó ansiosamente al edificio médico de Quincy, a la consulta de su terapeuta. Allá, sentada en el sofá de cuero negro, le contó a Cebollero sobre los regalos y tarjetas de su madre, recordó María. Una frase de su madre en las tarjetas quedó dando vueltas en su mente.
"Espero que algún día me perdones por no estar contigo cuando me necesitabas más", decía. "Pero quiero que sepas que estás siempre en mi cabeza y en mi corazón... Le he pedido a una estrella que me conceda el deseo de que vengas algún día y me digas que me has perdonado. Ese será el día más feliz de mi vida".
María le dijo a su terapeuta que no estaba segura de estar genuinamente preparada para perdonar a su madre. Pero sí sentía que su hostilidad hacia ella se había reducido ese día. Dijo que había visto a su madre por primera vez como alguien que no iba a ser nunca la mujer que María quiere que sea.
Después de todos esos años, dijo María, todavía se aferraba a la esperanza de que su madre cambiara. Se dio cuenta de que gastó un montón de energía definiéndose a sí misma en relación con su madre, tratando de ser la imagen opuesta de ella. María también trató de impedir que Aída repitiera los errores de su madre. Pero ese día en Brockton, María supo que tenía que dejar de pensar en esas decepciones dolorosas y preocuparse de su propio futuro.
"Antes, si estaba enfadada o llorando sobre algo, decía que era su culpa", dijo María. "Pero ahora me doy cuenta de que ella es como es".
Incluso con una mejor comprensión de su pasado, María dice que sabe que la vida continuará siendo una lucha. Está a una mala decisión de distancia de estar viviendo por su cuenta -y tiene que subir una montaña para ser la primera en su familia en terminar la escuela secundaria. Pero se niega a avergonzarse por haberse rezagado en la escuela. Por lo menos, dice, es una persona honesta y cariñosa. Quiere ser un modelo para sus hermanas menores, cuatro de las cuales han sido adoptadas por familias en el área de Boston y están en contacto regular con ella.
"Nadie sabe por lo que he pasado", dijo. "Al menos no me parezco en nada a mis padres. No bebo, no uso drogas, no me meto en problemas. Y no tengo hijos que no he criado".
El primer día en la Escuela Secundaria de Chelsea, empezó a lloviznar cuando cientos de estudiantes salían del edificio de ladrillos. Llevaban mochilas, paraguas y celulares. María salió de la escuela con su nueva carpeta verde y su celular, que usó pronto para llamar a Hiram a su trabajo en la agencia de alquiler de coches.
""Estoy agotada", le dijo.
María se había dado vueltas en la cama toda la noche de víspera de la escuela. Estaba demasiado nerviosa como para desayunar y sólo pudo beber un vaso de jugo y comer una bolsa de chips al almuerzo. Empezar siete clases nuevas era tan apabullante que casi deseó no haberse presentado nunca.
Pero con sus nuevos vaqueros y un nuevo top negro que había comprado la semana antes, se apareció por su aula para recoger su nuevo horario de clases. Incluía historia de Estados Unidos y geometría, los dos cursos que tenía que repetir este año. Aunque le preocupaba que si reprobaba los cursos del año pasado seguiría estancada, a María le encantó ver que en la lista aparecía como en el undécimo.
Una semana después María se acercó ansiosamente al edificio médico de Quincy, a la consulta de su terapeuta. Allá, sentada en el sofá de cuero negro, le contó a Cebollero sobre los regalos y tarjetas de su madre, recordó María. Una frase de su madre en las tarjetas quedó dando vueltas en su mente.
"Espero que algún día me perdones por no estar contigo cuando me necesitabas más", decía. "Pero quiero que sepas que estás siempre en mi cabeza y en mi corazón... Le he pedido a una estrella que me conceda el deseo de que vengas algún día y me digas que me has perdonado. Ese será el día más feliz de mi vida".
María le dijo a su terapeuta que no estaba segura de estar genuinamente preparada para perdonar a su madre. Pero sí sentía que su hostilidad hacia ella se había reducido ese día. Dijo que había visto a su madre por primera vez como alguien que no iba a ser nunca la mujer que María quiere que sea.
Después de todos esos años, dijo María, todavía se aferraba a la esperanza de que su madre cambiara. Se dio cuenta de que gastó un montón de energía definiéndose a sí misma en relación con su madre, tratando de ser la imagen opuesta de ella. María también trató de impedir que Aída repitiera los errores de su madre. Pero ese día en Brockton, María supo que tenía que dejar de pensar en esas decepciones dolorosas y preocuparse de su propio futuro.
"Antes, si estaba enfadada o llorando sobre algo, decía que era su culpa", dijo María. "Pero ahora me doy cuenta de que ella es como es".
Incluso con una mejor comprensión de su pasado, María dice que sabe que la vida continuará siendo una lucha. Está a una mala decisión de distancia de estar viviendo por su cuenta -y tiene que subir una montaña para ser la primera en su familia en terminar la escuela secundaria. Pero se niega a avergonzarse por haberse rezagado en la escuela. Por lo menos, dice, es una persona honesta y cariñosa. Quiere ser un modelo para sus hermanas menores, cuatro de las cuales han sido adoptadas por familias en el área de Boston y están en contacto regular con ella.
"Nadie sabe por lo que he pasado", dijo. "Al menos no me parezco en nada a mis padres. No bebo, no uso drogas, no me meto en problemas. Y no tengo hijos que no he criado".
El primer día en la Escuela Secundaria de Chelsea, empezó a lloviznar cuando cientos de estudiantes salían del edificio de ladrillos. Llevaban mochilas, paraguas y celulares. María salió de la escuela con su nueva carpeta verde y su celular, que usó pronto para llamar a Hiram a su trabajo en la agencia de alquiler de coches.
""Estoy agotada", le dijo.
María se había dado vueltas en la cama toda la noche de víspera de la escuela. Estaba demasiado nerviosa como para desayunar y sólo pudo beber un vaso de jugo y comer una bolsa de chips al almuerzo. Empezar siete clases nuevas era tan apabullante que casi deseó no haberse presentado nunca.
Pero con sus nuevos vaqueros y un nuevo top negro que había comprado la semana antes, se apareció por su aula para recoger su nuevo horario de clases. Incluía historia de Estados Unidos y geometría, los dos cursos que tenía que repetir este año. Aunque le preocupaba que si reprobaba los cursos del año pasado seguiría estancada, a María le encantó ver que en la lista aparecía como en el undécimo.
Es Mi Vida
Este último tiempo María ve a Aída y sus hijas menos a menudo. Hace varias semanas se mudaron a un refugio para sin techo en Worcester, a 80 kilómetros de Chelsea. María ha resuelto que la distancia es buena, porque le da más espacio para concentrarse en los estudios. Para el cumpleaños de María, Aída le dio 20 dólares, que María ahorró para comprarse una nueva mochila para la escuela.
Desde que empezaran las clases, María ha hablado con sus profesores de matemáticas y química para contar con ayuda extra en los deberes para la casa.
Su novio Hiram la alentó a pedir ayuda adicional para asegurarse de que ella pueda algún día enarbolar con orgullo su diploma de la escuela secundaria. Él abandonó la Secundaria de Chelsea cuando estaba en el penúltimo y no quiere que María repita el mismo error.
María tiene ahora 57 créditos en la escuela y necesita 120 para graduarse.
"Sé que no va a ser fácil", dijo. "Pero es mi vida".
Este último tiempo María ve a Aída y sus hijas menos a menudo. Hace varias semanas se mudaron a un refugio para sin techo en Worcester, a 80 kilómetros de Chelsea. María ha resuelto que la distancia es buena, porque le da más espacio para concentrarse en los estudios. Para el cumpleaños de María, Aída le dio 20 dólares, que María ahorró para comprarse una nueva mochila para la escuela.
Desde que empezaran las clases, María ha hablado con sus profesores de matemáticas y química para contar con ayuda extra en los deberes para la casa.
Su novio Hiram la alentó a pedir ayuda adicional para asegurarse de que ella pueda algún día enarbolar con orgullo su diploma de la escuela secundaria. Él abandonó la Secundaria de Chelsea cuando estaba en el penúltimo y no quiere que María repita el mismo error.
María tiene ahora 57 créditos en la escuela y necesita 120 para graduarse.
"Sé que no va a ser fácil", dijo. "Pero es mi vida".
A Patricia Wen se le puede escribir a: Wen@globe.com
26 de septiembre de 2006
©boston globe
©traducción mQh
0 comentarios