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[Drake Bennett] Un filósofo de Tufts y afamado darwinista quiere que estudiemos la religión como cualquiera otra conducta humana -como un ‘fenómeno natural’.
Cuando el filósofo Daniel Dennet era adolescente, hizo de rústico profeta Elías en la producción teatral de ‘La herencia del viento’ en la escuela. "Barbudo, desgreñado, con su estropeado delantal de arpillera", en vísperas del proceso a Bert Cates por enseñar la teoría de la evolución Elías baja de la montaña para vender Biblias en una vieja caja de verduras. "¿Eres un evolucionista? ¿Un infiel? ¿Un pecador?", pregunta Elías a un periodista de fuera del pueblo.
Hasta que hizo un curso de posgrado, dice Dennett, la pieza, basada famosamente en el "gran juicio del mono", de Scopes en 1925, fue la fuente de la mayor parte de lo que sabía sobre la evolución y la selección natural. Hoy Dennett tiene barba de profeta, una parte de la cual mete a veces en su boca para una rumiante masticada, y es uno de los principales promotores de la teoría de Darwin. No la ve meramente como la explicación del origen de las especies, sino como la explicación de preguntas fundamentales sobre los porqués y cómos de los hábitos, creencias, ideas y deseos de los seres humanos. La lógica de la evolución, escribió Dennett en su libro de 1995, ‘La peligrosa idea de Darwin’ [Darwin’s Dangerous Idea], es un "ácido universal", que "corroe todos los conceptos tradicionales, y deja tras sí una visión del mundo enteramente transtornada".
Hace un mes, cuando el juez federal John E. Jones III resolvió que en las escuelas de Pensilvania no se podía la teoría de la finalidad inteligente de la vida, científicos y laicos celebraron la decisión como una victoria no sólo de la separación de la iglesia y el estado, sino de la iglesia y de la ciencia. Algunos editoriales citaron el argumento del biólogo evolucionista de Harvard, Stephen Jay Gold, de que la ciencia, ocupada de los hechos como está, y la religión, que se ocupa de los propósitos y valores humanos, no eran "magisterios separados", fuentes separadas de autoridad que podían existir en "respetuosa independencia". El juez Johnes mismo se esforzó en enfatizar que la teoría de la evolución "de ningún modo contradice, ni niega, la existencia de un creador divino".
Sin embargo, Daniel Dennett no es un gran creyente de la no-interferencia respetuosa, y en su nuevo libro ‘Rompiendo el encanto: le religión como fenómeno natural’ [Breaking the Spell: Religion as a Natural Phenomenon] (Viking), argumenta vehementemente contra la idea. La religión, dice Dennettt, forma parte de la conducta humana, y hay ramas de la ciencia que estudian la conducta humana. "Si Dios tenía razón o no", me dijo Dennett en su oficina en la Universidad de Tufts, donde es director del Centro de Estudios Cognitivos, "y no creo que la tuviera, no estoy diciendo algo con lo que él estaría el desacuerdo. No estoy diciendo que la ciencia hace lo que la religión no puede. Estoy diciendo que la ciencia estudia lo que hace la religión".
El argumento de que la religión puede ser explicada como un fenómeno natural más que como fenómeno metafísico no es nuevo. El filósofo escocés David Hume se propuso una tarea similar hace 250 años. Marx y Freud tenían sus propias explicaciones. Con los años, los académicos han recurrido casi a todo en sus esfuerzos por trazar los orígenes de la fe, desde teorías sobre la opción racional hasta escáneres del cerebro.

¿Por qué desarrollaron los humanos las religiones?
Dennett mismo no es un investigador, ni es su libro un argumento sostenido de alguna teoría específica. Su principal papel, tal como lo ve él, es reunir las funciones de abanderado y pensador, introduciendo el mundo al trabajo de académicos que, a veces de modo contradictorio, se proponen explicar el funcionamiento de las creencias.
Dennett empieza su libro comparando la religión con un parásito. La lanceta es un microorganismo [Echinostoma revolutum] que, como parte de su insólito ciclo de vida, se suele alojar en el cerebro de una hormiga, a la que convierte en una especie de hormiga zombi que se arrastra todas las noches hasta la cima de una hierba y espera que la coma una vaca u oveja, en cuyos hígados se reproduce la lanceta. Dennett es provocador, pero también tiene un punto: Algunas conductas de abstinencia religiosa, por ejemplo, o el martirologio, o el sacrificio ritual del ganado en tiempos de hambruna -pueden parecer, decididamente, casi inexplicables, irracionales, tanto para no-creyentes como para científicos de la conducta, tanto así que valdría la pena preguntarse quién o qué en realidad obtiene beneficios de ellos.
Hasta hace unas décadas la suposición de gran parte de la investigación en ciencias sociales era que la religión era el producto de la ignorancia: Poco familiarizados con la teoría de los gérmenes, las tribus primitivas creían que eran espíritus vengativos los que provocaban las enfermedades; sin educación, el niño campesino creía en el nacimiento virginal. En un mundo de crecientes avances tecnológicos y educativos, el influyente antropólogo Anthony Wallace escribió en 1966 que "el futuro evolutivo de la religión es la extinción. La creencia en seres sobrenaturales y en fuerzas sobrenaturales que afectan la naturaleza sin obedecer sus leyes se irán deteriorando y terminarán reducidas a un interesante recuerdo histórico".
En los años intermedios, por supuesto, la religión no se ha extinguido -según la mayoría de los medidores, Estados Unidos es un país más religioso de lo que era hace 40 años- y los cientistas sociales han empezado a verla de otra manera. El nuevo libro de Dennett gira fundamentalmente en torno a trabajos recientes, en el que una nueva generación de investigadores ha empezado a proponer que la religión no es un asunto de verdades reveladas ni de ignorancia consentida, sino de algo un poco más complicado.
Varias de estas nuevas teorías recurren a Darwin. David Sloan Wilson, profesor de antropología y biología de la Universidad de Binghamton, es el líder de la escuela ‘funcionalista’. Su argumento, que toma de prestado del primer sociólogo francés Émile Durkheim, es simple: La religión surgió simplemente porque reportaba beneficios a los creyentes. En términos de selección natural, los grupos humanos que formaron religiones tienden a superar a los que no lo hacen, y sobreviven más tiempo y se extienden más. El calvinismo llevó cohesión social a la Ginebra del siglo 16, el sistema del ‘templo del agua’ de Bali coordina la compleja estructura de irrigación de la isla.
"Esos son beneficios prácticos que son ignorados por la mayoría de la gente cuando piensa sobre religión", me dijo Wilson. En cierto sentido, "la religión básicamente provee el tipo de servicios que asociamos con los gobiernos".
Rodney Stark, sociólogo de la Universidad de Baylor, ha estado aplicando durante años una teoría económica básica a la conducta religiosa. Wilson describe la religión como una conducta evolucionada, a menudo elegida conscientemente. Para Stark, por otro lado, "somos seres pensantes. Pensamos sobre estas cosas del mismo modo que pensamos sobre el matrimonio, o la compra de un coche". La gente se une a comunidades religiosas y permanece en ellas porque para ellos los beneficios -la sensación de propósito, el apoyo y la camaradería- superan los costes. En su modelo, las iglesias son como empresas que explotan un conjunto de servicios y compiten por clientes. Una explicación evolucionista de la religión, dice, "no es más necesaria que encontrar el gene del álgebra".
Pero hay una diferencia entre decidir creer en algo y creer en realidad. Una persona con hambre podría sentirse mejor, sin ninguna duda, si cree que ha comido recién, ha señalado el psicólogo de Harvard, Steven Pinker, pero probablemente no es algo de lo que se pueda convencer durante mucho tiempo. Además, me dijo Pinker hace poco, el análisis de costes-beneficios sobre la religión debería tener que incluir, como beneficio, algún tipo de satisfacción espiritual, aunque "el hecho de que la gente reciba una especie de compensación espiritual es exactamente el fenómeno que necesitamos explicar" en primer lugar.
En cuanto a Wilson, Dennett observa que sus teorías "han hallado muy poco apoyo". La mayoría de los biólogos evolucionistas desconfían de la idea de Wilson de la "selección de grupo", diciendo que hace más sentido entender la conducta humana o animal en términos de individuos o, mejor aún, en términos de genes individuales, que compiten para el éxito reproductivo -a veces de un modo que es beneficioso para el grupo, y a veces no. Según esta lógica, uno debe examinar al valor de la religión para el individuo. Nicholas Humphrey, psicólogo de la London School of Economics, ha propuesto que la convicción religiosa puede tener un efecto placebo en los creyentes, ayudándoles a luchar contra enfermedades ante las cuales podrían, de otro modo, sucumbir.
Los escépticos de las explicaciones funcionalistas y economicistas señalan que ninguna de las dos tiene mucho que decir sobre los aspectos espirituales de las religiones del mundo. Por ejemplo, casi todas las religiones tienen alguna noción sobre el alma y, en cierta medida, una fe en los seres sobrenaturales. Pero no está claro qué propósito de la evolución podrían cumplir. Además, como dice Scott Atran, antropólogo cognitivo y psicólogo de la Universidad de Michigan y el Centro Nacional de la Investigación Científica de París, "el cristianismo sirve a veces a las elites, a veces a los oprimidos, dependiendo del período histórico y del país. A veces estimula la creatividad, a veces fomenta la ignorancia". En otras palabras, el cristianismo no ha tenido una sola ‘función’ en la historia.
Atran es uno de los principales pensadores que propone una teoría alternativa, en la que la religión es, como lo dice el psicólogo de Yale, Paul Bloom, "un producto secundario accidental de una cosa que es, por naturaleza, en parte humana". En esta teoría, la religión no surgió porque sirviera algún propósito sino porque el cerebro humano es susceptible ante ciertas ideas sobrenaturales. Tal como los animales sociales, hemos evolucionado para ser extraordinariamente sensibles a las intenciones de los otros, tanto así que estamos inclinados a ver intención y propósito donde no hay nada -en cosas que se oyen en la noche o el modo en que quedan las hojas de té. Esto, desde un punto de vista de la evolución, tiene algo de sentido: En la sociedad prehistórica, pre-científica, no prestar atención al estado mental de un rival (o de una pareja) era correr un alto riesgo. Creyendo en fantasmas se corrían menos.
Trabajos de Bloom y otros epistemólogos han enfatizado la preferencia humana por las explicaciones intencionales antes que por las meramente mecánicas. Al ver los resultados de una serie de tiradas de moneda, por ejemplo, la mayoría de la gente ve un esquema y cree que los datos están amañados. Una investigación de las psicólogas Deborah Kelemen, de la Universidad de Boston, y Margaret Evans, de la Universidad de Michigan, sugiere que los niños, sin importar qué tipo de explicación les den sus padres, tienden a intuir que algún ser ha creado aspectos del mundo para algunos propósitos: las nubes significan "lluvias", las montañas "escalar", los leones "ir al zoológico".
Si los proponentes de la explicación del tipo subproducto tienen razón, la creencia en seres y fuerzas sobrenaturales es probablemente la que persistirá frente a informaciones compensatorias. Como escribió Bloom en un artículo el mes pasado en The Atlantic Monthly, para la mayoría de la gente el problema de la selección natural, por ejemplo, no se reduce simplemente a que contradice la Biblia, sino a que "no hace sentido desde un punto de vista intuitivo".
"Es como la física quantum: intelectualmente podemos entenderla", escribió, "pero nunca nos va a aparecer correcta. Cuando vemos estructuras complejas, las vemos como productos de creencias y objetivos y deseos. Nuestro modo social de entender nos crea dificultades a la hora de entenderlo de otra manera".
En cuanto a Dennett, cree que el esfuerzo por identificar una causa de la religión puede ser reductora. En ‘Rompiendo el encanto’, quiebra una lanza para reconciliar las explicaciones racionales y pre-racionales, individuales y de grupo bajo el alero de la teoría de los ‘memes’. Los memes, un invento del biólogo británico Richard Dawkins, son unidades de cultura similares a los genes que se propagan, como los virus, utilizando mentes como transportadores: una preferencia por un cierto tipo de zapatillas, digamos, o los primeros acordes de la quinta sinfonía de Beethoven, o, en la versión de Dennett, un artículo de fe como la creencia en la reencarnación. Dennett es uno de los pocos proponentes serios de la teoría.
En última instancia, sin embargo, Dennett simplemente quiere que la gente cuestione la religión; está menos preocupado con cómo lo hacen. "Hay un montón de proposiciones mal exploradas hechas en nombre de la religión", me dijo. "¿Es la religión buena para la salud? La evidencia parece sugerir que sí. La población carcelaria de Estados Unidos no es estadísticamente diferente en su composición religiosa que la población general". (Esta última suposición está también en su libro, aunque no lleva nota al pie de página).
Dennett, un ateo declarado, insiste en la conversación de que él es "genuinamente agnóstico, no de los labios para afuera, en cuanto a si el mundo sería un lugar mejor sin religión que con ella". Sin embargo, sus sentimientos sobre la religión no son difíciles de determinar. "La historia nos ofrece muchos ejemplos de grandes multitudes de gente engañadas ridiculizándose mutuamente en el sendero hacia la perdición", escribe.
David Sloan Wilson ha hablado extensamente con Dennett sobre la evolución y la conducta humanas. "Tengo un gran respeto por Dan", dice. Pero la condescendencia de Dennett hacia la religión -es como si un explorador victoriano hubiese tropezado con una tribu de caníbales animistas que se mutilan a sí mismos- le causa problemas a Wilson. "¿Qué evolucionista haría un juicio de valor sobre un organismo que estén estudiando, incluso si se trata de un organismo tan terrible como el virus del SIDA o del tiburón blanco?" Hacer así convierte la ciencia en polémica, y corre el riesgo de hacer que Dennett suene más como profeta que como filósofo.

drbennett@globe.com

29 de enero de 2006

©boston globe
©traducción mQh

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