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verdades del islam


[Mansoor Ijaz] Los extremistas y fanáticos del islam han secuestrado los valores del islam. Sólo los musulmanes pueden rescatarlos de sus manos manchadas de sangre.
Otra semana más, y otro país musulmán que arde de furia por las viñetas danesas -que ya tienen varios meses de edad- donde se describe al profeta Mahoma (que la paz sea con él) de modo poco halagador. El viernes fue el turno de Libia, y antes en la semana, el de la patria de mi padre, Pakistán, donde hubo violentas protestas en todo el país. Algunos musulmanes han decidido que quemar ciudades en defensa de las enseñanzas del profeta -enseñanzas que ninguno de ellos parece dispuesto a practicar- es mejor que participar en un debate racional sobre los mitos y realidades de una religión cuyos peores enemigos son cada vez más sus propios adherentes.
Los acontecimientos de esta semana nos compelen a los que tenemos al islam como nuestro sistema de orientación filosófica a hacernos preguntas difíciles a fin de revivir los fundamentos esenciales de la religión: justicia, coexistencia pacífica y tolerancia, compasión, la búsqueda del conocimiento y una inquebrantable fe en la unidad de Dios.
Soy estadounidense por nacimiento y musulmán de religión. Para muchos de mis amigos americanos, soy la voz de la razón en el mar de oscuridad musulmana, mientras que muchos musulmanes me llaman ‘Tío Tom’, por congraciarme con los intereses creados que ellos quieren destruir por medios violentos. En general, sin embargo, trato de no ignorar las difíciles realidades que los seguidores de mi religión a menudo se muestran incapaces de querer enfrentar.
La primera verdad es que la mayoría de los ideólogos musulmanes son hipócritas. ¿Qué ha hecho Osama Bin Laden por las víctimas del maremoto de 2004 o las golpeadas familias que perdieron todo en el terremoto de Pakistán el año pasado? No ha construido ni una sola escuela, ni ofrecido ni una rebanada de pan ni pagado una sola vacuna. Y sin embargo él, no los dedicados médicos musulmanes de California y Iowa que curan miembros rotos y vidas en los nevados picos de Cachemira, es el que habla más alto por lo que supuestamente quieren los musulmanes. Ha logrado presentarse a sí mismo como el defensor de los musulmanes pobres, y los medios de comunicación occidentales han aceptado a primera vista su mensaje yihadista.
Ahí empieza la hipocresía. Los musulmanes y árabes han hecho terriblemente poco para ayudar a mejorar la capacidad del pueblo palestino de convertirse en buenos vecinos de sus hermanos israelíes. Con el dinero que gasta cualquiera familia real de Oriente Medio en un hotel de Londres o en un balneario de Ginebra durante un mes, se podrían construir suficientes escuelas y clínicas médicas para encargarse de mil niños palestinos durante un año. Sin embargo, antes que educar y alimentar a los niños palestinos y musulmanes para que aprendan a solucionar sus disputas a través del diálogo y el debate, en lugar de arrojar piedras y cargando bombas, los musulmanes ‘ricos’ han montado unas pocas teletones para reunir unas irrisorias sumas de dinero para los "pobres" y poder apaciguar así su sentimiento de culpa en sus palaciegas jaulas de oro.
La segunda verdad -una que el Occidente necesita entender- es que no existe nadie que sea un ‘musulmán moderado’. Tú crees en la unicidad de Dios, o no crees en ella. Tú crees en las enseñanzas del profeta, o no crees en ellas. Aprendes las enseñanzas y las aplicas a las circunstancias de la vida en el país donde vives, o no deberías estar viviendo allí.
Los que odian al islam utilizan la simplicidad y elegancia de su rigor en blanco y negro para sacar dudosas ventajas políticas de clasificar los edictos religiosos del Corán como equivalentes de la conducta sectaria de los fanáticos. Occidente ganaría un montón de corazones y mentes si mostrara al islam como realmente es -contando la historia, por ejemplo, de que el profeta Mahoma fue el más grande comerciante de todos los tiempos, porque basaba sus tratos en valores exclusivamente musulmanes, o que el hecho de que tuviera varias esposas no era por el sexo, sino para brindar un hogar a los niños de mujeres que quedaban viudas en tiempos de guerra. El barullo de las viñetas ofreció a los medios de comunicación occidentales la oportunidad de retratar al profeta en sus muchas y dignas dimensiones, no solamente en las deformes; lamentablemente, pocos aprovecharon la ocasión.
Pero una mirada a las indignadas reacciones del islam en el telediario nocturno impone la pregunta sobre lo que podríamos hacer si la energía desperdiciada de miles de vándalos musulmanes se invirtiera en las aldeas de Aceh para reconstruir las casas o en Cachemira, construyendo escuelas.
De hecho, la verdad más deslumbrante es que los mafiosos del islam tienen miedo que el Occidente tenga razón: que hemos perfeccionado el sistema que las mismas escrituras sagradas del islam les instan a aprender y practicar. Y habiendo fracasado en su misión de dirigir a sus masas, buscan una excusa en la demonización de nosotros en Occidente y anhelan nuestra derrota. Saben que están perdiendo la guerra ideológica en todos los frentes, y se están preparando y preparándonos para el Armagedón iniciando conflictos en todas partes en una exhibición de unidad musulmana que tiene por objetivo galvanizar a las masas que son incapaces de alimentar, vestir, educar o poner bajo un techo.
Eso no es el islam. Y mientras más rápido sus verdaderos creyentes se levanten y demuestren sus valores y principios por sus acciones, y no solamente palabras, más rápidamente volverá una gran religión a su legítimo papel como guía espiritual de casi un cuarto de la humanidad.

18 de febrero de 2006

©los angeles times

©traducción mQh

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