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al borde del abismo


[Megan K. Stack] Cualquier incidente mayor podría ser el detonante de la guerra civil.
Bagdad, Iraq. Cuando el crepúsculo se hizo más denso en el vecindario sunní de Amariya, un grupo de hombres formaron una fila frente a unaa pequeña panadería, esperando su turno para comprar pan. Estaban ansiosos; los minutos parecían alargarse.
Nadie quiere estar demasiado tiempo en la calle. El excepcional toque de queda diurno, que tiene la intención de ahogar los sangrientos enfrentamientos entre chiíes y sunníes, ha sido levantado durante algunas horas, y los hombres se han aventurado fuera a la búsqueda de alimentos.
"Para nosotros, estar parados aquí es muy peligroso", murmuró uno de ellos. Parecía estar en sus cuarenta; en su pelo apenas se veían unos pocos brotes canos. Los otros observaban la calle, escudriñando los coches que pasaban.
El devastador atentado de esta semana contra uno de los sitios más sagrados del islam chií, ha provocado una crisis de conflicto confesional y parálisis política. En todo Iraq, el viernes se vieron viñetas de ansiedad a medida que los funcionarios luchaban por sofocar una salvaje ola de asesinatos y ataques contra mezquitas.
Los ataques sectarios han obligado al público a considerar la posibilidad -o la probabilidad, dicen muchos iraquíes- de que estén al borde de una guerra civil. Muchos temen que pueda ser todavía más sangrienta y desoladora que la guerra que ha sacudido a este país desde que fuera invadido por Estados Unidos en 2003.
"Mi familia y yo estamos viviendo con miedo y angustia", dijo Abu Tamam, uno de un puñado de tenderos que abrieron en Arasat, un vecindario mixto chií-sunní, en la capital. Los líderes religiosos "están contra la violencia. Pero las pasiones y los sentimientos enardecidos explotan, la gente pierde el control y el equilibrio".
Las calles de Bagdad se veían el viernes atoradas de puestos de control, lo que daba a los barrios el aire de estar sitiados. Milicianos armados se movían de un lado a otro en los tejados de las mezquitas en la tarde inquietantemente tranquila.
Cuando dieron las cuatro, la gente salió a toda prisa de sus casas, compraron pan y carne y regresaron a sus casas apresuradamente a medida que la oscuridad caía sobre la ciudad. El toque de queda se reanudaba a las ocho de la tarde, y se esperaba que durara al menos hasta esta noche. Sólo unas pocas tiendas se dieron la molestia de abrir sus puertas, y los tenderos se movían rápidamente, sus caras con expresiones de sombría desazón.
"Esto definitivamente va a iniciar una guerra civil", dijo Maye Salih Abbassi, una chií de 38 años que estudió francés en la universidad y ahora se queda en casa en Bagdad. "Lo único que nos queda por hacer es salir a violar mujeres, secuestrar niños y matar a los hombres".
Nerviosamente, Abbassi pensó en sus palabras.
"Espero que los rebeldes no me oigan y empiecen a hacerlo", dijo. "Me sentiría culpable de haberles puesto sobre la idea".
No es infrecuente oír a iraquíes hablar de la guerra civil como si fuera inevitable, como si las únicas preguntas que vale la pena preguntar son cuándo comenzará, qué la provocará -o si algún día la mirarán retrospectivamente y se darán cuenta de que esta guerra civil, esta ambigua amenaza, ya estaba en camino cuando hicieron volar la Mezquita Dorada de Samarra.
Otros no quieren hablar sobre el tema en absoluto, huyendo de la mera mención de "guerra civil", como si evitando el pensamiento pudieran eludirla en la realidad. Y hay muchos iraquíes que creen que su país todavía puede evitar un conflicto declarado. Pero discretamente, la gente está empezando a pensar en cómo se desarrollará.
"Nunca tuvimos una experiencia así antes", dijo Qassim Rubaii, 49, chií y vendedor. "Yo mismo no me puedo imaginar matando a un sunní, o imaginar que un sunní me mate a mí".
"Mi hija está casada con un sunní", dijo. "¿Eso quiere decir que tengo que pelearme con él?"
La sensación de un endurecimiento de la identidad empieza a invadir las calles de Iraq; un tono de despecho en el modo en que sunníes y chiíes hablan ahora unos de otros. Muchos exhiben una nueva amargura sobre las injusticias cometidas por la otra secta. A pesar de llamados a la calma hechos por clérigos y líderes políticos, las pasiones religiosas están ardiendo.
"Mi padre es sunní y mi madre, chií. Nunca supe la diferencia entre estos grupos hasta que empezó la ocupación", dijo Umar Kahtan, 19, estudiante de la secundaria que estaba con otro hombre en las calles del barrio de clase media de Karada.
Pero ahora, dijo, "hay gente que puede matar porque su nombre es Umar o Ali... Los políticos no están haciendo lo suficiente para proteger los sitios religiosos. Ni siquiera se pueden proteger a sí mismos".
La división entre las dos sectas se remonta varios siglos a los primeros días del islam. Pero en el Iraq de hoy, la división tiene una nueva relevancia -y la sensación de injusticia se ve agravada con cada nuevo asesinato, momento de temor o imagen de una mezquita envuelta por las llamas.
"Como sunní, me siento muy oprimido. He perdido todos mis derechos y me veo como víctima", dijo Qussay Emir, 33, abogado, que vive en la diversa ciudad de Mosul. "Cuando oigo hablar de mezquitas sunníes que son quemadas de esta manera, mi corazón se rompe. Es algo que nunca podré olvidar, ni perdonar".
Muchos iraquíes todavía se aferran a la marchitada ilusión de que viven en un país sin distinciones religiosas. Y sin embargo la sensación cada vez más dominante de que las divisiones confesionales lo dominan todo, se deja ver en las pequeñas cosas que dicen: "Están matando a mi gente", dijo Issam Alrawi, un profesor sunní de la Universidad de Bagdad. "Ahora soy como la mitad de un pájaro muerto".
O Jalal Abdalhasan Farhoud Saadi, 38, taxista, en Basra, la ciudad en el sur. Un chií envuelto en una larga túnica negra, Saadi fue cuidadosa en señalar que no tiene nada contra sus vecinos sunníes -eso es, no los vecinos de al lado, por lo menos.
"No quiero ser grosero con los sunníes de Basra", dijo, con un deje de orgullo por la ciudad natal. "Quiero decir, los sunníes del oeste, que nos odian y consideran infieles, no musulmanes".
Continuó diciendo que el incendio de las mezquitas era un error, "porque son para Dios, no para los sunníes".
Pero los políticos sunníes quieren ser "los reyes de Iraq", se quejó. Y si se vuelve a atacar otro santuario chií, advirtió, "nos veremos obligados a luchar contra los sunníes en todas partes para salvar nuestros templos".
Hekmat Zaidi, abogado sunní, se quedó en casa todo el viernes en la inquieta ciudad de Baqubah, prohibiendo a sus hijos que salieran de casa. Está profundamente preocupado, decepcionado del naciente gobierno iraquí -particularmente del ministerio del Interior, que es visto ampliamente por los sunníes como dominado por los chiíes.
"Su rendimiento es muy pobre, y creo que si sigue así, finalmente habrá una guerra civil", dijo, por teléfono.
"Estuvieron mirando toda esta violencia y la quema de las mezquitas y no hicieron nada. De cualquier modo, los iraquíes serán los únicos perdedores".

Suhail Ahmad y Caesar Ahmed yAsmaa Waguih and Shamil Aziz en Bagdad y en Basra contribuyeron a este reportaje.

26 de febrero de 2006

©los angeles times

©traducción mQh
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