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¿guerra civil o guerra santa?


[James Carroll] ¿Quiénes profanan realmente el nombre de Dios?
"El fanatismo", escribió William James, "no es más que la lealtad llevada a extremos convulsivos". El fanatismo religioso era el tema de James, y su reflexión, publicada en ‘Las variedades de la experiencia religiosa’ [The Varieties of Religious Experience] hace más de cien años, parece hoy especialmente resonante.
Lo que James llamó "celos por el honor de la divinidad" define la aparente modalidad de sentimientos entre los que se echan a las calles a protestar contra las blasfemias que suenan como gritos de batalla una vez que la guerra es considerada sagrada. Cuando la virtud de la lealtad es vivida como lealtad al señor de los cielos, las restricciones sobre la conducta pueden ser prueba de una devoción insuficiente. Los editores daneses de las caricaturas pueden no haber sido capaces de anticipar las respuestas que todavía irritan al mundo islámico, pero los que atacaron el santuario de Askariya la semana pasada en Samarra seguramente sabía cuál sería la reacción entre los chiíes: nada menos que un desenfrenado anhelo de defender lo Sagrado contra semejantes sacrilegios. La guerra civil de Iraq aspira a ser una guerra santa.
Un ejército que se ve a sí mismo como defendiendo a Dios provoca inevitablemente reacciones que son vistas como ataques, no contra el ejército, sino contra el Todopoderoso mismo. Esto a su vez genera escaladas todavía más furiosas, porque lo que está en juego es más que el país o incluso la familia. Es por eso que, como una suprema ironía de la historia, las guerras religiosas son las más bárbaras de todas.
Las ahora familiares escenas de manifestantes enfurecidos agitando sus puños frente a las cámaras, en camino a actos de venganza sagrada, no pueden ser entendidos aparte de la teología que sostiene esa pasión. "¡Dios es grande!", dice el Corán, y los musulmanes en la calle parecen interpretarlo como que la divinidad es un ser de tal infinita supremacía que cualquier ofensa contra él debe ser vivida en sí misma como infinita, exigiendo una rabia infinita en nombre de Dios.
Al parecer, Dios es interpretado como un potentado feudal cuyo honor, una vez manchado por las viles acciones humanas, sólo puede ser restaurado por viles acciones de contrapeso. Esta teología, que no es particularmente musulmana, está enraizada en las varias mitologías del monoteísmo, algunas de las cuales tienden a retratar a la divinidad misma como celosa de su gloria, y dispuesta a ofenderse.
Así, como dice James, "se han predicado cruzadas y se han instigado masacres por la simple razón de neutralizar una extravagante ofensa de Dios". Esa teología ha "conspirado para avivar el mal genio hasta convertirlo en ira, de modo que la intolerancia y la persecución han llegado a ser vicios asociados por algunos de nosotros como inseparables de la mente de los santos".
Pero ¿qué pasaría si ‘¡Dios es grande!’ no significa que Dio es un rey transcendental, atento a las invasiones de seres más pequeños? El estudioso musulmán Seyyed Hossein Nasr sugiere que la frase es una mala traducción y que lo que significa realmente es que "Dios es más grande que cualquier cosa que imaginemos sobre Él".
En esta radical otredad, la realeza es una imagen tan irrelevante como el vasallaje, y la idea de ofender a semejante divinidad simplemente no se aplica. La grandeza no es el punto. Tampoco lo es defenderla. "Tan pronto como se representa a Dios como menos interesado en su propio honor y gloria", concluye James, el fanatismo religioso "deja de ser un peligro".
En el islam, lo mismo que en el judaísmo y el cristianismo, y como lo entiende este cristiano, la tradición teológica clave afirma que esta radical otredad de la divinidad impide que se puedan hacer reclamos familiares, tribales o nacionales en su nombre. En realidad, ese Todopoderoso como totalmente otro es el primer principio de la tolerancia humana, ya que ninguna persona o grupos tiene derecho de exclusividad sobre lo divino. El segundo principio de la tolerancia es que Dios, como su autor, pertenece a todo el cosmos, y no solamente a una parte de él.
Dios es otro, y sin embargo, como lo afirman todas las tradiciones, Dios es también el creador, investido completamente en la creación. "Yo era un tesoro escondido", es lo que según el Corán dice Dios al profeta. "Quiero ser conocido. Por eso hice la creación, para ser conocido". Vale decir, Dios crea para ser conocido por todo lo que Dios crea. La familia, tribu y país de Dios, son todos y todo.
Obviamente, el islam, el judaísmo, y el cristianismo han tenido todos problemas en conservar incólumes estos principios de tolerancia, ya que cada uno de los monoteísmos ha reducido a Dios a divinidad tribal, y la lealtad a Dios en un motivo de guerra. Lo vemos en las calles de las ciudades musulmanas hoy, en que los auto-designados defensores de la grandeza de Dios son los que, de hecho, la profanan.

27 de febrero de 2006

©boston globe
©traducción mQh

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