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qué debe hacer hamas


[Henry A. Kissinger] Avances en el proceso de paz deben corresponder a condiciones en el terreno.
La imagen Ariel Sharon, que yace en coma en un hospital israelí, tiene una obsesionante cualidad. Tiene la intensidad del guerrero que participó -a veces despiadadamente- en todas las guerras de Israel, que quedó incapacitado cuando estaba a punto de proclamar una dramática revaluación de la posición de Israel con respecto a la paz. Y existe la perspectiva de que este combativo general haya transcendido su implacable pasado para mostrar a los dos lados los sacrificios que se necesitan para un proceso de paz serio.
Un proceso de paz serio presupone una disposición recíproca a hacer compromisos. Pero la diplomacia tradicional trabaja más efectivamente cuando existe un acuerdo general sobre los objetivos: una condición mínima es que los dos lados acepten la legitimidad de cada uno, que se de por sentado el derecho a existir de las partes.
Ese compromiso recíproco no existe entre Israel y los palestinos. Hasta el acuerdo de Oslo de 1993, Israel se negó a negociar con la Organización para la Liberación de Palestina porque la carta magna de esta incluía la eliminación de Israel y sus políticas, el frecuente recurso al terrorismo. Después de Oslo, Israel estaba dispuesto a negociar con la OLP, pero sólo sobre la autonomía de los territorios ocupados, no sobre la soberanía. Después de que Ariel Sharon se convirtiera en primer ministro en 2001, aceptó inesperadamente la formación de un estado palestino, primero como una necesidad, y finalmente como un requisito estratégico israelí. Cuando enfermó, estaba preparando crear las condiciones objetivas para ese resultado, a través de acciones israelíes unilaterales, incluyendo la retirada de Gaza y de una gran parte de Cisjordania.
Los palestinos todavía tienen un hacer un ajuste comparable. Incluso declaraciones árabes relativamente conciliadoras, como la declaración de la cumbre de Beirut en 2003, rechazan la legitimidad de Israel como inherente a su soberanía; exigen la implementación de ciertas condiciones previas. Casi todos los órganos de prensa oficiales y semi-oficiales árabes y palestinos, y libros de texto, presentan a Israel como un intruso imperialista ilegítimo en la región.
La emergencia de Hamas como el partido dominante en Palestina no debe ser considerada como una desviación radical. Hamas representa la mentalidad que ha impedido el completo reconocimiento de la legitimidad de Israel por la OLP durante estas décadas, impidió que Yasser Arafat aceptara la partición de Israel en Camp David en 2000, ha producido dos intifadas y prestado apoyo consistentemente al terrorismo. Demasiado a menudo gran parte del debate dentro del campo palestino ha girado sobre si Israel debía ser eliminado inmediatamente por una guerra permanente o si debía ser en etapas, con negociaciones ocasionales que sirvieran de armisticios periódicos. La reacción de Fatah de la OLP ante la victoria electoral de Hamas ha sido un intento de superar a Hamas en cuanto a su radicalismo. Sólo un pequeño número de moderados ha aceptado una coexistencia genuina y permanente.
Es por eso que, hasta este momento, incluso compromisos aparentes eran sólo alcanzables a través de gimnasias verbales, utilizando adjetivos que hacían inevitable que el contenido fuera interpretado de maneras incompatibles. El tratamiento de los refugiados en la ‘hoja de ruta’ es un buen ejemplo. Pide una "solución pactada, justa, correcta y realista". Para los palestinos, "justa y correcta" significa el retorno de los refugiados a toda la antigua Palestina, incluyendo el actual territorio de Israel, empantanando con ello la solución. Para los israelíes la frase implica que los refugiados que retornen sólo se pueden asentar en territorio palestino.
El advenimiento de Hamas nos lleva a un punto en que el proceso de paz debe ser ajustado de algún modo a las condiciones en el terreno. La vieja estrategia de juego de que las elecciones palestinas producirían un socio laico moderado no puede ser implementado con Hamas, en el corto plazo. Lo que se necesita de Hamas es una evolución comparable a la de Sharon. La magnitud de ese cambio es rara vez reconocido adecuadamente. Durante la mayor parte de su carrera, el objetivo estratégico de Sharon fue la incorporación de Cisjordania en Israel por medio de una política de asentamientos destinada a impedir la autonomía palestina sobre significativas porciones de territorios contiguos. En su infatigable búsqueda de este objetivo, Sharon se convirtió en una figura familiar en sus frecuentes visitas a Estados Unidos, con mapas de su concepto estratégico enrollados debajo del brazo para explicarlo a sus interlocutores.
Más tarde en la vida, Sharon, junto con un creciente número de sus compatriotas, concluyó que gobernar Cisjordania deformaría el objetivo histórico de Israel. En lugar de crear una patria judía, la población judía, con el tiempo, se convertiría en una minoría. La coexistencia de dos estados en territorio palestino se había convertido en un imperativo. Bajo Sharon, Israel estaba preparado para retirarse a cerca del 95 por ciento de territorio de Cisjordania, a abandonar importantes porcentajes de los asentamientos -muchos de ellos colocados por Sharon mismo-, implicando el desplazamiento de decenas de miles de colonos a Israel de antes de 1967, y a compensar a los palestinos por el territorio retenido con porciones equivalentes de territorio israelí. En un acuerdo como este, significativos porcentajes de israelíes están dispuestos a agregar la parte árabe de Jerusalén como posible capital de un estado palestino.
No se ha avanzado en gran parte por la rígida insistencia en las fronteras de 1967 y por el problema de los refugiados -dos condiciones irrealizables. Las fronteras de 1967 fueron establecidas como líneas de demarcación en la tregua de 1948. En ese momento, ni un solo estado árabe aceptó a Israel como legítimo dentro de esas fronteras o estaba preparado para considerar las líneas divisorias como una frontera internacional. El retorno a las líneas de 1967 y el abandono de los asentamientos cerca de Jerusalén constituiría un trauma psicológico tan grande para Israel que pondría en peligro su supervivencia.
El resultado más lógico sería canjear bloques de asentamientos israelíes en los alrededores de Jerusalén -una exigencia que el presidente Bush ha apoyado- por territorios equivalentes en el Israel de hoy con importantes poblaciones árabes. El rechazo de esta propuesta, o de conceptos alternativos disponibles que contribuirían enormemente a la estabilidad y al balance demográfico, refleja la determinación de mantener temas incendiarios permanentemente abiertos.
De momento Hamas no dejado dudas sobre sus intenciones, y formará claramente el próximo gobierno de los territorios. Por eso, una negociación seria, comprehensiva es imposible a menos que Hamas cruce el mismo Rubicón conceptual que Sharon. Y, como con Sharon, esto puede no ocurrir sino hasta que Hamas se convenza de que no hay estrategia alternativa -una tarea mucho más difícil, ya que mientras que la visión de Sharon es, esencialmente, laica, la de Hamas está nutrida por convicciones religiosas.
Con el tiempo Hamas podría aceptar una coexistencia institucionalizada debido a que Israel está en condiciones de imponer unilateralmente gran parte del esquema descrito aquí. En principio, se puede decir mucho a favor de una negociación comprehensiva, especialmente si Estados Unidos juega un papel protagonista y si los otros miembros del ‘cuarteto’ -Estados Unidos, Europa y Rusia- que redactaron la hoja de ruta calculan los límites exteriores de flexibilidad. Exige sobre todo una presidencia palestina que vaya más allá de lo que hemos visto hasta ahora y una disponibilidad de los árabes moderados a apaciguar a su ala radical y hacerse responsables de una solución moderada y laica.
El peligro de una negociación sobre el status definitivo es que, ausente un acuerdo previo firme entre el cuarteto, podría convertirse en un intento incendiario de imponer términos a Israel que son incompatibles con su seguridad a largo plazo e inconsistentes con los parámetros establecidos por el presidente Bill Clinton en Camp David y en su discurso de enero de 2001, y por el presidente Bush en su carta a Sharon en abril de 2004. Las negociaciones sobre el status definitivo en las condiciones presentes podría probablemente hacer fracasar el reto subyacente descrito antes: ¿Ven los partidos esto como un paso hacia la coexistencia o como una etapa hacia la victoria final?
¿Significa esto el fin de la diplomacia? Pase lo que pase, quienquiera gobierne Israel o la Autoridad Palestina, las partes serán compelidas por su cercanía a relacionarse sobre una gama de tópicos que incluyen puntos de cruce, permisos de trabajo y uso del agua. Estas relaciones fácticas pueden ser formuladas en algún tipo de marco internacional, poniendo a prueba en el proceso la disposición de Hamas a discutir una tregua. Un resultado posible de una iniciativa semejante podría ser un acuerdo provisional de duración indefinida. Los dos lados suspenderían algunos de sus reclamos más intratables sobre las fronteras permanentes, los refugiados y quizá sobre el status definitivo de la parte árabe de Jerusalén. Israel se retiraría a líneas basadas en las varias fórmulas que se han presentado desde Camp David y que han sido respaldadas por los presidentes estadounidenses. Desmantelaría los asentamientos instalados más allá de la línea divisoria. El gobierno controlado por Hamas se vería obligado a renunciar a la violencia. También debería acceder a respetar acuerdos alcanzados previamente por la OLP. Debería establecerse un sistema de seguridad que limite a las fuerzas militares en los territorios del emergente estado palestino. Debería cesar la propaganda patrocinada por el estado para socavar al adversario.
Semejante acuerdo provisional de largo plazo se construiría sobre el precedente del acuerdo de retirada sirio-israelí, que ha regulado el despliegue de fuerzas en las Alturas del Golán desde 1974 entre disputas sobre una variedad de otros temas y la incapacidad de Siria a la hora de reconocer a Israel.
Si Hamas puede ser atraído para un resultado semejante o cualquier resultado negociado depende de la unidad del cuarteto y, esencialmente, del mundo árabe moderado. También está por verse si el gobierno israelí que emerja de las elecciones del 28 de marzo tendrá el prestigio de Sharon y la autoridad para preservar la estrategia de Sharon, con la que se ha comprometido el primer ministro interino, Ehud Olmert. Se necesita un marco diplomático dentro del cual Israel pueda realizar esas partes de la hoja de ruta que sea capaz de imponer unilateralmente, y la comunidad mundial pueda luchar por un estatus internacional que termine con la violencia mientras deja abiertas las perspectivas de mayores progresos hacia una paz permanente.

27 de febrero de 2006

©washington post
©traducción mQh

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