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los piojos y la inmigración y la raza


[David Dorado Romo] ¿Pedirá alguien alguna vez en Estados Unidos excusas por la relación que establecieron sus intelectuales anglosajones entre la inmigracion y la eugenésica?
Yo nací en California de padres inmigrantes mexicanos, pero he vivido la mayor parte de mi vida en El Paso, donde el fervor anti-inmigración que se extiende hoy por Estados Unidos no es nada nuevo. De hecho, los primeros llamados para levantar una valla a lo largo del Río Grande, para mantener a raya a los extranjeros indeseables, se oyeron en El Paso hace un siglo, en 1904. Pero en esa época -a diferencia de lo quieren los republicanos en estos días con su propuesta de construir una valla fronteriza de 1120 kilómetros- no estaban tratando de mantener fuera las hordas latinas. En esa época los indeseables eran los chinos.
Los que cruzaban la frontera mexicanas no fueron considerados ilegales en Estados Unidos sino en 1917, cuando una nueva ley impuso formidables obstáculos para entrar: una prueba de alfabetismo, el impuesto per cápita y la prohibición del trabajo a contrata. Los nacionales mexicanos necesitaron por primera vez mostrar un pasaporte para entrar a Estados Unidos. También fue el año en que Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial.
La guerra despertó profundos sentimientos de paranoia y de patriotismo xenófobo en este país. Los estadounidenses tenían miedo de que los alemanes lanzaran ataques aéreos desde México. Como protesta contra Alemania, los estadounidenses cambiaron el nombre de los frankfurters a hot dogs y la sauerkraut [chucrut] a ‘liberty cabbage’ [col de la libertad]. Y para proteger al país de la amenaza del tifus, los agentes de Aduanas empezaron a despiojar obligatoriamente a los mexicanos que cruzaban la frontera en El Paso y en el puente internacional de Juárez; solamente en 1917, 127 mil personas fueron sometidas a este tratamiento.
Todos los inmigrantes del interior de México, y aquellos a los que los agentes de la Aduana norteamericana consideraba residentes de "segunda clase" de Juárez, fueron obligados a desnudarse completamente, entregar sus ropas para ser esterilizadas en una secadora a vapor y fumigadas con ácido hidrociánico, y pararse desnudos ante un inspector de Aduanas que revisaría entonces sus "partes pilosas" -cuero cabelludo, axilas, pecho, área genital- para detectar si tenían piojos. Los que sí los tenían debían afeitarse la cabeza y el pelo del cuerpo con máquinas de cortar el pelo y bañarse con una mezcla de queroseno y vinagre.
Mi tía abuela, Adela Dorado, nos contaba lo humillante que era tener que pasar por el despiojamiento cada ocho días solamente para ir a hacer el aseo en casas de norteamericanos. Recordaba cómo en una ocasión los agentes de Aduanas colocaron sus ropas y zapatos en una secadora y sus zapatos se fundieron.
Pero lo que este tratamiento en los puestos internacionales de control logró, fue exacerbar los cruces ilegales de la frontera. Los mexicanos que cruzaban la frontera que no querían someterse a esos baños, evitaban los puntos de entrada. Como resultado, en 1921, el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos creó un guardia montada de cuarentena que debía llevar a los inmigrantes mexicanos a los locales de desinfección.
Más allá de la indignidad del proceso, se corría verdaderamente el riesgo de resultar quemado. Eso pasó en 1916 en la cárcel de El Paso, cuando alguien encendió un fósforo cerca de una cuba durante la campaña de desinfección del alcalde y 27 reclusos murieron quemados.
El 28 de enero de 1917, una criada mexicana de Juárez de 17 años, Carmelita Torres, que cruzaba diariamente la frontera para hacer la limpieza en casas de El Paso, se negó a tomar un baño y ser desinfectada. Los boletines de prensa calcularon que, hacia el mediodía, se unieron a ella "varios miles" de manifestantes en el puente fronterizo. La protesta llegó a ser conocida como ‘las revueltas del Baño’.
La prensa anglo local hizo todo lo que pudo para exagerar la amenaza de tifus desde México, aunque un funcionario del Servicio de Salud Pública declaró que el problema del tifus en El Paso no era peor que en las principales ciudades estadounidenses. En 1917, hubo en Estados Unidos 31 casos de tifus, y sólo muertes relacionadas con el tifus en El Paso.
Sin embargo, la campaña de despiojamiento continuó durante décadas a lo largo de la frontera estadounidense-mexicana, mucho después de que hubiera terminado el peligro de sea una epidemia de tifus o de los bombarderos alemanes. Incluso hasta fines de los años cincuenta, durante el programa de los braceros invitados, los trabajadores mexicanos estaban todavía siendo fumigados con DDT antes de ser admitidos en Estados Unidos. ¿Por qué? Porque la paranoia no era solamente sobre la contaminación física, era también una paranoia cultural y genética.
Durante la primera parte del siglo 20, los eugenésicos californianos -muchos de ellos miembros de la Fundación para el Mejoramiento Humano [Human Betterment Foundation], como el rector de Stanford, David Starr Jordan, y el dueño de Los Angeles Times, Harry Chandler- jugaron un papel crucial en la restricción del flujo de mexicanos en Estados Unidos. Para prevenir el "mestizaje" y la profanación de lo que Jordan llamó la "sangre sajona y goda del país", se pronunciaron contra el mestizaje y pidieron la esterilización forzada, control de la natalidad y exclusión de las reservas genéticas inferiores por medio de una reforma de las leyes de inmigración del país.
En un artículo titulado ‘Peligros de la Invasión Mexicana’ [Perils of the Mexican Invasion], Samuel Holmes -que enseñaba eugenésica en la Universidad de Berkeley en los años veinte- argumentaba que los mexicanos eran "los menos asimilables de los contingentes extranjeros". Estos intelectuales y líderes cívicos anglos tuvieron una gran influencia en ayudar a redactar la restrictiva Ley de Inmigración de 1924, que estableció la primera Patrulla Fronteriza norteamericana para conservar lo que los higienistas raciales mantenían fuera de las fronteras a los que consideraban como "extranjeros genéticamente inferiores".
Hace unos años, varios gobiernos de estados, incluyendo el de California, ofrecieron disculpas a las miles de personas que fueron esterilizadas a la fuerza en campañas realizadas a nombre de la eugenésica y del "mejoramiento humano" entre 1909 y hasta los años setenta.
¿Cuánto tiempo tomará para que un funcionario de gobierno ofrezca excusas por los cientos de miles de despiojamientos con químicos nocivos a lo largo de la frontera estadounidense-mexicana? ¿Pedirá alguien algún día excusas por la conexión establecida entre la eugenésica y las leyes de inmigración estadounidenses?
¿Cuántas décadas deben pasar que alguien pide perdón por las inhumanas políticas de inmigración de hoy, que han resultado en la muerte de tantos inmigrantes indocumentados en los últimos años? ¿Es más fácil pedir excusas por una historia en un pasado enterrado que por una historia que se repite una y otra vez, aquí y ahora?

David Dorado Romo es el autor de ‘Ringside Seat to a Revolution: An Underground Cultural History of El Paso and Juarez, 1893-1923’, que viene de ser publicado por Cinco Puntos Press.
February 27 2006.

28 de febrero de 2006

©los angeles times
©traducción mQh

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