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ser negro en la libia rebelde


Fuerzas rebeldes han llevado a cabo campañas racistas contra libios negros y africanos subsaharianos desde que empezó la rebelión. Las nuevas autoridades libias han hecho poco o nada por detener las masacres.
[Leila Fadel] Trípoli, Libia. Vivienne miró a través de los barrotes de su celda en una cárcel de Trípoli donde las autoridades rebeldes la han mantenido durante cinco días. Es una más de un grupo de noventa inmigrantes nigerianos que fueron detenidos durante la batalla final aquí el mes pasado contra las tropas de Muamar Gadafi, acusada de posesión de armas y de matar a libios.
Vivienne dice que su único delito es su piel negra.
"Piensan que porque somos negros, estamos peleando por Gadafi", dijo esta semana, temerosa de decir cómo se llama. "Nos estábamos escondiendo. Teníamos miedo. Se oían tiros y estallidos de bombas." A su alrededor, otras mujeres -peluqueras, criadas, una embarazada- contaron la misma historia.
Desde que empezara la rebelión contra el gobierno de cuarenta y dos años de Gadafi en febrero pasado, muchos libios de piel oscura y africanos sub-saharianos temen por sus vidas. Han sido arrestados y asesinados, dicen, debido a la creencia de que están coludidos en el autocrático gobernante, que es acusado de utilizar a mercenarios africanos extranjeros para abatir a sus opositores y contaba con los libios negros como sus partidarios más incondicionales.
 De acuerdo a Refugees International, se calcula que más de un millón y medio de africanos sub-saharianos trabajan en Libia, un país de seis y medio millones de habitantes, la mayoría de ellos como jornaleros en trabajos mal pagados. La Organización Internacional para las Migraciones informó que ha evacuado de la capital a cerca de mil cuatrocientos inmigrantes y que otros ochocientos se han refugiado en el puerto pesquero de Janzour, al oeste de la ciudad.

Expulsados de Sus Casas
En un campamento improvisado en el puerto, los inmigrantes duermen envueltos en sábanas debajo de destartaladas embarcaciones y cocinan con fogatas en ollas de aluminio. Algunos dijeron que fueron sacados de sus casas a punta de pistola. Otros dijeron que huyeron cuando perdieron a parientes o se enteraron de que algunos amigos habían sido asesinados. Sin dinero, dicen, no quieren volver a casa, aunque creen que tampoco no se pueden quedar en Libia.
Peter Bouckaert, director de emergencias de Human Rights Watch, dijo que en la capital se cometieron actos violentos contra africanos sub-saharianos y libios negros durante toda la rebelión, y agregó que su organización había confirmado que Gadafi había usado a mercenarios extranjeros. Agregó que la persecución continuaba.
"Se trata de una violencia racista contra toda la gente de piel oscura", dijo Bouckaert. "En Trípoli, la situación de los africanos es muy grave."
Terminar con el racismo que alcanzó un punto crítico durante la rebelión es uno de los grandes retos a los que se enfrentan las nuevas autoridades rebeldes libias en momentos en que busca reemplazar al represivo régimen de Gadafi por una democracia transparente y responsable.
El rebelde Consejo Nacional de Transición ha llamado a la moderación y a poner fin a los ataques por venganza, pero mientras lucha por hacerse con el control del país, no ha hecho demasiado para poner freno a la persecución racial.
El viernes noche, tropas leales a la nueva autoridad libia lanzaron ofensivas militares contra dos de los últimos bastiones de Gadafi, de acuerdo a combatientes cuyos familiares estaban participando en el asalto. Los combates estallaron en las afueras de Sirte, a 480 kilómetros al este de Trípoli, y los combatientes entraron a la ciudad de Bani Walid, a 154 kilómetros al sudeste de la capital, donde se cree que se esconden tres hijos de Gadafi. Las ofensivas empezaron un día antes de que terminara el plazo impuesto por los rebeldes para que se entregaran las ciudades.
Entretanto, en Janzour las familias de inmigrantes duermen sobre colchones infectados de chinches. Antes de que las organizaciones de ayuda humanitaria empezaran a distribuir agua fresca y ayuda médica, bebían el agua del mar donde se aseaban. Las mujeres viven con miedo a ser violadas.
"Tienen que ser trasladadas a algún lugar donde estén seguras", dijo en Trípoli Niklas Bergstrans, el encargado de comunicaciones de Médicos sin Fronteras. "Es desalentador. No hemos visto ninguna acción concreta de parte del Consejo Nacional de Transición ni de otras organizaciones internacionales."
El viernes, Edobar Igwe, 27, estaba sentado a la sombra de una lancha pesquera. Lleva más de un mes durmiendo en el campamento de Janzour, después de llegar ahí huyendo de Misurata, a 210 kilómetros al este de Trípoli, cuando hombres armados llegaron a su casa y mataron a su novia, dijo.
Los habitantes de Misurata se muestran particularmente vengativos con los libios negros e inmigrantes africanos debido al uso como base, por parte de Gadafi, de la vecina ciudad predominantemente negra de Tawargha durante la larga batalla por la ciudad esta primavera. Muchas de sus mujeres, dicen, fueron violadas por vecinos de Tawargha y fuerzas gadafistas. Ahora Tawargha está abandonada. Los misuratanos dicen que si sus habitantes volvieran, serían probablemente golpeados o asesinados.
Igwe huyó hacia la capital y se ocultó hasta que oyó que Janzour era "un lugar seguro para los negros." Albañil nigeriano, llegó a Libia hace tres años, buscando trabajo.
"No me puedo quedar, y no puedo volver porque no tengo dinero", dijo. "Los rebeldes me robaron siete mil dólares. Nos atacan con armas de fuego si nos ven en la calle. Debido a la guerra, piensan que somos los que vinieron a pelear contra ellos. Pero yo no tengo armas."

En la Cárcel
Encarcelada en Trípoli, Aisha Mohammed tiraba los barrotes de su celda. Ella y otras diez mujeres -de Chad, Mali y Nigeria, países donde se dice que Gadafi contrataba mercenarios- fueron detenidas por su propia protección, dijeron los combatientes rebeldes. De los 323 detenidos que hay allí, 188 son inmigrantes africanos, retenidos aparte por temor a que puedan portar enfermedades infecciosas, dijeron los gendarmes.
"Nos tratan como animales. Tú te tapas la nariz cuando traes la comida", le gritó Mohammed al gendarme. "No somos animales. Sólo queremos volver a casa."
La peluquera dijo que fue detenida cuando se dirigía a una tienda y lleva dieciocho días en la cárcel.
Mohammed al Dhamoudi, el alcaide de la cárcel, desechó las acusaciones de las mujeres de que eran maltratadas, mostrando la clínica y las provisiones de alimentos. "Aquí las tratamos bien, y si no hicieron nada, las dejaremos marcharse", dijo. "Las enviaremos a sus países de origen, si Dios quiere."
Las autoridades todavía tienen que instalar un sistema judicial para procesar a los detenidos, aunque ahora necesitan órdenes de detención.
"Lo que realmente falta es un proceso judicial que distinga de manera inmediata, rápida, con una investigación imparcial y un juicio, entre las personas desafortunadas que fueron detenidas debido al color de su piel o a su condición y las que cometieron atrocidades", dijo Salah Barghani, abogado de derechos humanos que trabaja con los detenidos. "Más del cincuenta por ciento de estas personas deberían ser liberadas. No pueden ser todos mercenarios."
15 de septiembre de 2011
9 de septiembre de 2011
©washington post
cc traducción c. lísperguer

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