el juez guzmán y la dictadura
[Larry Rohter] Muchos antes de que se convirtiera en juez, Juan Guzmán Tapia reverenciaba el imperio de la ley. Así que será una suprema ironía de la historia que vaya a ser asociado toda la vida con un hombre notorio por su falta de respeto por la ley: el general Augusto Pinochet.
Véase, por ejemplo, la autobiografía que Guzmán publicó el año pasado después de retirarse del poder judicial. La tituló ‘En el borde del mundo’, pero su editor, consciente de la publicidad, insistió en que llevara el subtítulo ‘Memorias del juez que procesó a Pinochet’.
En el sistema jurídico chileno, los jueces investigadores como Guzmán deciden si se pueden presentar cargos criminales contra sospechosos, y durante los últimos años de su carrera se ocupó casi exclusivamente de los abusos que ocurrieron cuando el general Pinochet estaba en el poder. El juez ordenó que se exhumaran fosas comunes, visitó cárceles clandestinas, entrevistó a familiares de los desaparecidos y muertos, e incluso interrogó al general Pinochet mismo.
Eso convirtió a Guzmán en un héroe para algunos y en paria para otros, que lo ha dejado con la reputación de ser un disidente y e inconformista. En persona, sin embargo, es un hombre formal, tranquilo y reservado, y admite que inicialmente simpatizó con el gobierno militar cuando el general Pinochet usurpó el poder en un sangriento golpe en 1973.
"He evolucionado", reconoció. "Terminé en un lugar muy diferente de donde empecé, y tengo ideas diferentes y amigos diferentes".
Guzmán, 66, no nació en Chile sino en El Salvador, donde su padre, poeta y diplomático, era jefe de misión de la embajada chilena. Su exposición a los caprichos de los autócratas militares, de hecho, empezó entonces: a petición del dictador del país, el general Maximiliano Hernández Martínez, a Guzmán lo bautizaron dándole Salvador como su segundo nombre de pila. Todavía lo es, aunque no lo usa.
Cuando Guzmán tenía 4, su padre fue enviado a Estados Unidos. La familia pasó la mayor parte de los siguientes ocho año allá, primero en San Francisco, luego en Washington, y el joven Juan absorbió rápidamente los valores americanos.
"Es obvio que mi educación y formación como juez empezó allá, en Estados Unidos", reconoce. "Nunca fui capaz de entender los trucos y subterfugios que usaba la gente, de modo que para mí estaba claro que iba a estudiar derecho y que ese era para mí el único área de trabajo donde no se admiten ni los trucos ni los engaños".
En Estados Unidos Guzmán también jugó béisbol y fútbol. Pero su deporte favorito era el boxeo, al menos hasta que volvió a América del Sur como adolescente y descubrió que la conducta de sus rivales en el ring era diferente de lo que estaba acostumbrado.
"Allí había un montón de golpea bajos a los riñones y testículos que no se castigaban, así que en lugar de ser un boxeo agradable con reglas claras con las que sabías dónde y cómo defenderte, era un deporte completamente diferente", dice. "Me gustaba jugar dentro de las reglas, y todavía es así, así que no estaba preparado para eso. Yo apreciaba la corrección, y me asombró la admiración que existía por el engaño, por el uso del ingenio para eludir las reglas".
Guzmán había heredado de su padre el amor por la literatura y admiraba a Shakespeare, Dickens, Wilde y Maughman, y soñaba con ser escritor. Así que cuando terminó leyes, se embarcó en un carguero hacia Europa, llegando a París.
Una vez allá, vivió en la Orilla Izquierda, donde trabajó en una novela mientras presenciaba la insurrección estudiantil de 1968, sometiéndose a psicoanálisis e incluso, admite, fumando marihuana.
Guzmán volvió a Chile justo a tiempo para las elecciones de Salvador Allende en septiembre de 1970. Sus padres eran políticamente conservadores, y como la mayoría de los miembros de su clase, se opusieron a Allende y apoyaron el golpe militar que derrocó al gobierno socialista el 11 de septiembre de 1973.
Pero las opiniones de Guzmán ya habían empezado a cambiar cuando se convirtió en juez y fue asignado a Panguipulli, una pequeña ciudad en el sur de Chile, justo al norte de la Patagonia. Allá prevalecía "una mentalidad del Lejano Oeste, de frontera", dice, con asesinatos, violaciones y robos, y una atrincherada elite local que buscaba protección de su riqueza y privilegios en el sistema judicial.
"Panguipulli era una caricatura de lo que pasa en el resto de Chile, pero me introdujo a la historia del Chile real, y de cómo se forman las castas sociales", dijo. "Me di cuenta de que el principal problema de nuestro país era la ignorancia y, obviamente, la terrible brecha entre ricos y pobres".
Tras su retorno a Santiago, sus dudas sobre la dictadura se intensificaron después de que la policía nacional se acercara a él pidiendo una orden para lo que sería un allanamiento de una destilería ilegal. Sólo más tarde se dio cuenta de que "era un engaño, que lo que realmente estaban buscando eran armas y supuestos terroristas".
Pero cerró la boca y haciendo su trabaja "tranquila y discretamente", sin apoyar a la dictadura, logró subir a la Corte de Apelaciones y siguió allí hasta después del retorno de la democracia en 1990. A principio de 1998 le pidieron resolver sobre una petición para hacer responsable al general Pinochet por la desaparición y presunto asesinato de un pequeño grupo de opositores.
Durante la dictadura de Pinochet desaparecieron o fueron asesinadas, unas cuatro mil personas, y miles más fueron encarceladas, torturas u obligadas al exilio.
Los militares habían tratado de protegerse a sí mismos de ser llamados a rendir cuentas declarando una amnistía en 1978, pero Guzmán allanó el camino para que fueran procesados resolviendo que las desapariciones eran una forma de "secuestro permanente", no cubierto por la amnistía.
Hasta que se produjera el caso Pinochet, Guzmán estaba en una senda que lo debía llevar a la Corte Suprema chilena, una institución que describe como "obsequiosa con la dictadura". Pero sus colegas jueces se sentían a menudo irritados por algunos de sus métodos, especialmente su hábito de permitir que los acompañaran periodistas durante sus investigaciones de terreno.
"Mientras indagaba más profundamente en los crímenes de la dictadura, más me di cuenta de que la gente en Chile estaba inconsciente o no quería enterarse de esos crímenes", dice. "Así que me dije que el único modo en que yo podía contribuir era hablando con la prensa, y llevando a la gente de los varios canales de televisión a las sepulturas clandestinas, y mostrar las terribles heridas que a veces se podía ver los esqueletos".
Como resultado Guzmán se convirtió en algo así como un héroe de la gente corriente, que no estaban acostumbrado a ver que se pidiera a las autoridades que rindieran cuenta por sus acciones. Caminando con él en la Universidad Central, donde es decano de la facultad de leyes, fue reconocido y felicitado por el vendedor del quiosco de diarios y muchos otros.
"Me ven como parte de la lucha contra la injusticia, y eso es más importante que aquellos que me consideran traidor a mi clase", dice. "Lo más importante es qué dejamos a nuestros hijos, y ellos van a poder decir: ‘Mira, aquí se juzgó a un dictador’".
"Creo que he cumplido mi misión".
En el sistema jurídico chileno, los jueces investigadores como Guzmán deciden si se pueden presentar cargos criminales contra sospechosos, y durante los últimos años de su carrera se ocupó casi exclusivamente de los abusos que ocurrieron cuando el general Pinochet estaba en el poder. El juez ordenó que se exhumaran fosas comunes, visitó cárceles clandestinas, entrevistó a familiares de los desaparecidos y muertos, e incluso interrogó al general Pinochet mismo.
Eso convirtió a Guzmán en un héroe para algunos y en paria para otros, que lo ha dejado con la reputación de ser un disidente y e inconformista. En persona, sin embargo, es un hombre formal, tranquilo y reservado, y admite que inicialmente simpatizó con el gobierno militar cuando el general Pinochet usurpó el poder en un sangriento golpe en 1973.
"He evolucionado", reconoció. "Terminé en un lugar muy diferente de donde empecé, y tengo ideas diferentes y amigos diferentes".
Guzmán, 66, no nació en Chile sino en El Salvador, donde su padre, poeta y diplomático, era jefe de misión de la embajada chilena. Su exposición a los caprichos de los autócratas militares, de hecho, empezó entonces: a petición del dictador del país, el general Maximiliano Hernández Martínez, a Guzmán lo bautizaron dándole Salvador como su segundo nombre de pila. Todavía lo es, aunque no lo usa.
Cuando Guzmán tenía 4, su padre fue enviado a Estados Unidos. La familia pasó la mayor parte de los siguientes ocho año allá, primero en San Francisco, luego en Washington, y el joven Juan absorbió rápidamente los valores americanos.
"Es obvio que mi educación y formación como juez empezó allá, en Estados Unidos", reconoce. "Nunca fui capaz de entender los trucos y subterfugios que usaba la gente, de modo que para mí estaba claro que iba a estudiar derecho y que ese era para mí el único área de trabajo donde no se admiten ni los trucos ni los engaños".
En Estados Unidos Guzmán también jugó béisbol y fútbol. Pero su deporte favorito era el boxeo, al menos hasta que volvió a América del Sur como adolescente y descubrió que la conducta de sus rivales en el ring era diferente de lo que estaba acostumbrado.
"Allí había un montón de golpea bajos a los riñones y testículos que no se castigaban, así que en lugar de ser un boxeo agradable con reglas claras con las que sabías dónde y cómo defenderte, era un deporte completamente diferente", dice. "Me gustaba jugar dentro de las reglas, y todavía es así, así que no estaba preparado para eso. Yo apreciaba la corrección, y me asombró la admiración que existía por el engaño, por el uso del ingenio para eludir las reglas".
Guzmán había heredado de su padre el amor por la literatura y admiraba a Shakespeare, Dickens, Wilde y Maughman, y soñaba con ser escritor. Así que cuando terminó leyes, se embarcó en un carguero hacia Europa, llegando a París.
Una vez allá, vivió en la Orilla Izquierda, donde trabajó en una novela mientras presenciaba la insurrección estudiantil de 1968, sometiéndose a psicoanálisis e incluso, admite, fumando marihuana.
Guzmán volvió a Chile justo a tiempo para las elecciones de Salvador Allende en septiembre de 1970. Sus padres eran políticamente conservadores, y como la mayoría de los miembros de su clase, se opusieron a Allende y apoyaron el golpe militar que derrocó al gobierno socialista el 11 de septiembre de 1973.
Pero las opiniones de Guzmán ya habían empezado a cambiar cuando se convirtió en juez y fue asignado a Panguipulli, una pequeña ciudad en el sur de Chile, justo al norte de la Patagonia. Allá prevalecía "una mentalidad del Lejano Oeste, de frontera", dice, con asesinatos, violaciones y robos, y una atrincherada elite local que buscaba protección de su riqueza y privilegios en el sistema judicial.
"Panguipulli era una caricatura de lo que pasa en el resto de Chile, pero me introdujo a la historia del Chile real, y de cómo se forman las castas sociales", dijo. "Me di cuenta de que el principal problema de nuestro país era la ignorancia y, obviamente, la terrible brecha entre ricos y pobres".
Tras su retorno a Santiago, sus dudas sobre la dictadura se intensificaron después de que la policía nacional se acercara a él pidiendo una orden para lo que sería un allanamiento de una destilería ilegal. Sólo más tarde se dio cuenta de que "era un engaño, que lo que realmente estaban buscando eran armas y supuestos terroristas".
Pero cerró la boca y haciendo su trabaja "tranquila y discretamente", sin apoyar a la dictadura, logró subir a la Corte de Apelaciones y siguió allí hasta después del retorno de la democracia en 1990. A principio de 1998 le pidieron resolver sobre una petición para hacer responsable al general Pinochet por la desaparición y presunto asesinato de un pequeño grupo de opositores.
Durante la dictadura de Pinochet desaparecieron o fueron asesinadas, unas cuatro mil personas, y miles más fueron encarceladas, torturas u obligadas al exilio.
Los militares habían tratado de protegerse a sí mismos de ser llamados a rendir cuentas declarando una amnistía en 1978, pero Guzmán allanó el camino para que fueran procesados resolviendo que las desapariciones eran una forma de "secuestro permanente", no cubierto por la amnistía.
Hasta que se produjera el caso Pinochet, Guzmán estaba en una senda que lo debía llevar a la Corte Suprema chilena, una institución que describe como "obsequiosa con la dictadura". Pero sus colegas jueces se sentían a menudo irritados por algunos de sus métodos, especialmente su hábito de permitir que los acompañaran periodistas durante sus investigaciones de terreno.
"Mientras indagaba más profundamente en los crímenes de la dictadura, más me di cuenta de que la gente en Chile estaba inconsciente o no quería enterarse de esos crímenes", dice. "Así que me dije que el único modo en que yo podía contribuir era hablando con la prensa, y llevando a la gente de los varios canales de televisión a las sepulturas clandestinas, y mostrar las terribles heridas que a veces se podía ver los esqueletos".
Como resultado Guzmán se convirtió en algo así como un héroe de la gente corriente, que no estaban acostumbrado a ver que se pidiera a las autoridades que rindieran cuenta por sus acciones. Caminando con él en la Universidad Central, donde es decano de la facultad de leyes, fue reconocido y felicitado por el vendedor del quiosco de diarios y muchos otros.
"Me ven como parte de la lucha contra la injusticia, y eso es más importante que aquellos que me consideran traidor a mi clase", dice. "Lo más importante es qué dejamos a nuestros hijos, y ellos van a poder decir: ‘Mira, aquí se juzgó a un dictador’".
"Creo que he cumplido mi misión".
26 de febrero de 2006
©new york times
©traducción mQh
0 comentarios