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detectives interrogan a testigo


[Alan Feuer] En juicio por extorsión.
Los abogados de la defensa en el juicio por extorsión de dos detectives jubilados, Louis Eppolito y Stephen Caracappa, tuvieron hoy su primera oportunidad de examinar al principal testigo de la fiscalía.
Pero aparte de hacerle admitir que con su vida de crimen había abandonado a su hija -"Ella perdió todo el respeto que me tenía"-, apenas lo confrontaron con un poco más que una demanda civil entablada contra él por el Swiss-American Bank de Antigua, y que, en 1983 o 1984, había estado cerca de un bar de gángsteres cuando estaba en libertad bajo palabra.
El testigo, Burton Kaplan, un geriátrico vendedor de marihuana, admitió que no había presenciado todos los asesinatos en los que implicó a los dos detectives el miércoles -pero también dijo que nunca dijo que los hubiera presenciado. También confesó otros delitos, como vender pasaportes peruanos y arrojar un cadáver a un río de Connecticut -delitos que ya ha había confesado.
A veces los abogados de los dos detectives, que están acusados en Brooklyn de haber participado en al menos ocho asesinatos para la mafia, parecían pasar un tiempo difícil en el podio. Edward Hayes, el abogado de Caracappa, saltaba tan rápidamente de nombre en nombre y de tópico en tópico que Kaplan se quejó de que se estaba confundiendo.
En cuanto a Bruce Cutler, el abogado de Eppolito, prosiguió una serpenteante línea de preguntas que giraron sobre el agua potable, el fútbol en una escuela secundaria de Brooklyn y el hecho de que uno puede ver la Universidad de Bucknell desde las torres de vigilancia de la prisión federal de Lewisburg, Pensilvania, antes de que el juez Jack B. Weinstein le dijera: "Si usted continúa sus incoherencias, tendré que ponerle limitaciones".
Antes en el día, el juicio entró en su fase de Las Vegas cuando Kaplan describió cómo los dos policías retirados habían aparentemente adoptado el modo de vida del desierto. Eppolito, eternamente corto de dinero, escribía guiones en su garaje, junto a "una gran caja expositora de cuchillos", dijo el testigo. Caracappa buscaba una casa y trabajaba en un negocio para vender a George Foreman una máquina de ejercicios con un saco de arena al canal de compras en casa QVC.
Fue un discordante cambio -casi absurdamente discordante- con respecto al testimonio del miércoles, en el que el testigo, Burton Kaplan, mantuvo cautivado al jurado con sus tenebrosos relatos sobre cómo se había reunido con los dos detectives en restaurantes de carretera en Long Island y en un cementerio de Staten Island para discutir el entierro de unos muertos debajo de cemento o meterlos en un maletero y otros espeluznantes detalles de violentos homicidios cometidos por la mafia.
Por otro lado, el juicio en el Tribunal de Distrito Federal en Brooklyn, en el que los dos detectives están acusados de cometer al menos ocho asesinatos para la mafia, se ha constantemente, incluso atléticamente, superado a sí mismo -desenlazándose como un raro cruce entre una novela de detectives barata y los últimos capítulos de una biografía de Sinatra.
Kaplan declaró que él estaba en Las Vegas, "prófugo" de las autoridades, al final de una odisea criminal que empezó en su bañera en Brooklyn, pasó por una casa de seguridad en Ensenada, México, dio una vuelta por el noroeste del Pacífico y llegó a una pausa temporal en una propiedad alquilada en un condominio de Las Vegas al que se refirió -no recordando su nombre- como "Paraíso y algo".
De momento el juicio ha girado sobre la insólita relación entre los dos detectives -policías condecorados con acceso a informaciones secretas de la policía sobre la mafia- y Kaplan, un artrítico y anciano vendedor de ropa con intereses ilegales en cualquier cosa, desde crema para el pelo africana hasta pasaportes peruanos.
El miércoles Kaplan declaró que él había hecho las veces de "sitio seguro" -o enlace- entre los dos detectives jubilados y el segundo en el mando de la familia de la mafia Luchese, Anthony Casso, que contrató a Eppolito y Caracappa para robar informes policiales secretos para él y para matar a siete gángsteres rivales.
El testimonio de hoy empezó con un dramático momento del tipo que sólo existe en los juicios de mafiosos en Brooklyn. Kaplan dijo al jurado que en 1993 salió de la bañera y respondió un llamado de su abogado, Judd Burstein, envuelto en toallas. El abogado estaba llamando para decirle que Casso, detenido por agentes federales, había decidido cooperar con el gobierno -una decisión que colocaba a Kaplan y a los dos detectives en peligro de ser descubiertos.
El miércoles durante más de seis horas Kaplan asombró al tribunal con su versión. Habló de conversaciones secretas en restaurantes de carretera en Long Island. Habló de perros matados a balazos frente a bares de gángsteres. Habló de un mafioso ensangrentado que huyó de los que le querían matar escondiéndose en un congelador de carne en un restaurante de Brooklyn llamado el Golden Ox [el Buey Dorado].
Su declaración más apasionante fue la historia en la que contó cómo Eppolito, 57, y Caracappa, 64, habían participado en los asesinatos por encargo de Israel Greenwald, un vendedor de diamantes de Long Island, y Edward Lino, un capitán de la familia Gambino, y en el secuestro de James Hydell, un candidato a asesino a sueldo. Los últimos dos delitos, dijo, fueron cometidos para Casso, un hombre al que Kaplan, un viejo amigo de él, llamó un maníaco homicida.
Kaplan dijo que él era "el sitio de seguridad" -o enlace- entre el gángster y los policías, transmitiendo las órdenes de Casso a los dos detectives en reuniones secretas en su casa en Brooklyn o en un restaurante alejado en la carretera cerca de la Salida 52 de la Autopista de Long Island. A cambio de sus servicios, dijo, él les pagaba en contante: hasta 140 mil dólares, más un anticipo de 4 mil dólares al mes.
Fue extraño oír relatos tan violentos de parte de Kaplan, 72, un hombre dócil que sufre de artritis, pobre circulación y presión sanguínea alta. Está cumpliendo una pena de 27 años de prisión por tráfico de 22 mil kilos de marihuana -y sin embargo su única experiencia personal con las drogas fueron "dos pitadas" de un porrete con un amigo en 1981.
En 1986, dijo, contrató a los dos detectives para asesinar a Greenwald, después de enterarse de ellos a través de un primo de Eppolito, Frank Santora Jr., al que había conocido en la cárcel. Los dos detectives pararon a su víctima en la autopista, lo llevaron al garaje de un estacionamiento, lo amarraron de las manos y le pusieron una bolsa en su cabeza, dijo Kaplan. Luego, dijo el testigo, Santora le metió un par de balazos en la cabeza.
Lo que atrajo a Casso a los policías fue su gusto por la retribución. Ese otoño, un grupo de sicarios trató de matarlo en su Lincoln cuando esperaba frente al Golden Ox en Avenida N.
El gángster sobrevivió, y juró vengarse.
"Le dijo a Casso que el primo de mi amigo Frankie trabajaba en ese recinto y que era un buen tipo y que probablemente nos ayudaría", dijo Kaplan. Y al cabo de semanas, dijo, Casso tenía un sobre manila de la informes de la policía con los nombres y direcciones de casi todos los implicados en el intento de asesinarlo.
"Lo abrí y miré dentro", dijo Kaplan, "y había una fotografía de Jimmy Hydell"
Hydell era un hombre de 28 que vivía con su madre en su casa en Staten Island, pero los dos detectives lo encontraron en una lavandería automática en Brooklyn, dijo Kaplan. Lo metieron en su coche, y lo llevaron al mismo garaje donde habían enterrado a Greenwald, a varios metros debajo del suelo de cemento -y luego a una tienda de juguetes Toys ‘R’Us en Flatbush Avenue, donde los esperaba Casso en el estacionamiento.
El gángster tomó el coche con su víctima, dijo Kaplan -apaciguado tras una paliza-, metida en el maletero. Luego procedió a interrogar y torturar a James Hydell hasta que confesó los nombres de los otros implicados en el intento de asesinato -uno de los cuales era Edward Lino, dijo Kaplan.
Antes de morir a manos de Casso, Hydell pidió una cosa: Rogó que dejaran su cadáver en la calle. Su madre, dijo Kaplan, podría cobrar la póliza del seguro sólo si se encontraba su cadáver. Pero Casso, agregó, no fue tan gentil como para concederle ese deseo.
En cuanto a Lino, era una elegante y respetada leyenda en la mafia -un rudo soldado de la familia Gambino que había participado en el asesinato de Paul Castellano, el padrino de la familia, en 1985. Pero Casso puso precio a su cabeza -y Eppolito y Caracappa se encargaron de cobrarlo, dijo Kaplan.
En noviembre de 1990 siguieron su Mercedes en un coche sin matrícula en Belt Parkway, colocaron sus sirenas y lo hicieron parar al borde la carretera, dijo el testigo. Contó al jurado que cuando Lino se agachó en su asiento, Caracappa le pegó un balazo en la cabeza.
Pocos días después, Kaplan fue operado de los ojos en el New York Eye and Ear Infirmary en la Segunda Avenida -y a las 10 de la noche, dijo, Eppolito se deslizó en su cuarto.
"Tengo buenas noticias", dijo el detective. "Matamos a Eddie Lino". Eppolito le contó todos los detalles, y, sin embargo, dijo, aún tenía una pregunta.
"Pregunté: ‘¿Cómo es que lo mató Steve?’ Y él me dijo: ‘Steve tiene mejor puntería’".

16 de marzo de 2006
©new york times
©traducción mQh
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