los asesinatos de la cárcel pública
"Quedé paralizado y sin visión, pero con lucidez absoluta: un cadáver con vida. Los médicos no sabían lo que pasaba y uno los escuchaba: ’Este no pasa la noche... Mira qué raro, este síntoma no lo conozco... ¡Emergencia!... Murió Pacheco’". (Ricardo Aguilera Morales, ex mirista. Sobrevivió).
Era el período más crudo del invierno de 1981, cuando el químico Marcos Poduje Frugone fue a buscar un paquete que, por valija diplomática, llegó desde Brasil a la Cancillería, ubicada en La Moneda.
Al lugar ingresó obedeciendo la orden de un militar retirado ‘de la vieja guardia’, como describen hoy en tribunales al coronel y ex director del Instituto Bacteriológico (actual Instituto de Salud Pública), Joaquín Larraín Gana, quien a su vez actuó - según dijo- por petición del jefe del entonces secretísimo Laboratorio de Guerra Bacteriológica, el coronel (y luego general), Eduardo Arriagada Rehren.
Poduje Frugone abrió la encomienda y supo que en sus manos tenía un encargo aterrador: Clostridium Botulinum, agente biológico cuya toxina es tan letal, que un gramo podría matar a cientos de miles, si es manipulado por manos expertas.
Y por cierto, el asesinado químico de la DINA, Eugenio Berríos, era hábil en la materia.
En la justicia, el ministro en vista Alejandro Madrid, tiene a su cargo la investigación del asesinato de Berríos, causa que esta semana dio un paso clave tras el sí de la justicia uruguaya a la extradición de tres de sus militares que habrían participado en esta muerte. Y el juez ya habría anunciado a sus cercanos que pronto habrá novedades en otras causas asociadas a este crimen: entre ellas, el episodio conocido como ‘de la Cárcel Pública’.
Este último, un capítulo de venganzas políticas entre miembros del MIR y de la inteligencia militar a principios de los 80, que terminó costándoles la vida a presos que nada tenían que ver en esas intrigas.
Espiral de Violencia Tras Asesinato de Coronel Vergara
Peters Pacheco (28) logró aceptar que -cuando él tenía tan solo cuatro años- su progenitor muriera por comer una lata con alimentos vencidos en la Cárcel Pública, donde se encontraba por robar una tienda.
Era una versión con la que podía vivir, hasta que hace tres años supo la verdad: su padre, Héctor Pacheco Díaz, fue asesinado de forma lenta y terrible. "Cuando chico me decían que andaba viajando, era el cuento típico de mi mamá (Pilar Castro). El primer golpe vino a los 10 o 12 años, cuando me dijeron que había fallecido en la Cárcel Pública... y como del lado de mi papá no tenía familia, eso creí. Un día quise saber más cosas, así que le pregunté a mi mamá. Ya era grande, tenía como 20 años, pero ella tampoco sabía", cuenta.
Y claro que no, si nadie le avisó cuando murió su ex pololo y padre de su hijo. Se enteró cinco meses después.
Hace pocos años ambos conocieron al hermano de Héctor Pacheco, Jorge. Supieron entonces que ellos eran tan unidos, que cuando el uno murió, el otro se hizo alcohólico e indigente.
"El le contó a mi mamá que había una casa donde mi papá iba a dormir y lo ayudaban a veces y fui. Quedaba cerca de donde vivo y la señora (María) se emocionó. Ahí ella me dijo: ‘A tu papá lo mataron en la cárcel, lo envenenaron’. Me contó además que yo tenía una hermana, hija de otra mujer. Fue el momento más fuerte, súper fuerte, porque no es lo mismo saber que se murió, a que me lo arrebataron," afirma Peters.
Sin arte ni parte, su padre fue una víctima fortuita de la lucha entre el MIR y la inteligencia militar.
La gota que rebasó el vaso habría sido el homicidio del director de la Escuela de Inteligencia del Ejército, coronel Roger Vergara, cuando en julio de 1980 dos integrantes del MIR, a cargo de Ernesto Zúñiga Vergara (‘El Mexicano’), abrieron fuego con sus AKA-47 contra el Chevy Nova rojo en que viajaba el oficial.
Meses más tarde, el que cuatro miembros del MIR cayeran presos en la Cárcel Pública se transformó en la oportunidad perfecta para que agentes de inteligencia cobraran venganza.
La Mortal Invitación
Y la suerte de ellos estaba ligada a la compra que realizó el Bacteriológico de la botulínica en Brasil. El organismo conocía el mercado internacional de ese tipo de sustancias y su accionar no habría levantado sospechas, pues su uso era permitido para la investigación médica.
Pero lo cierto es que el actual ISP no era su destino final. El frasco fue trasladado al complejo químico de la DINA en Talagante. Más aún, la justicia investiga qué parte del clostridium botulinus pudo ir a parar a manos del entonces secreto Laboratorio de Guerra Bacteriológica de calle Carmen 339, transformándose así en los únicos lugares que contaban con una bacteria que podía causar una enfermedad que no existía en nuestro país.
A principios de diciembre del 81, los hermanos Ricardo y Elizardo Antonio Aguilera Morales, junto con Guillermo Rodríguez Morales y Dalberto Muñoz Jara -todos del MIR- se sentaron a comer, pero hicieron una invitación solidaria que terminaría en tragedia.
"Quienes no eran presos políticos estaban obligados a comer de los alimentos de la cárcel, que no eran manjares. Nosotros, los políticos, teníamos de sobra y ellos nada, así es que les convidábamos y ese día les convidamos", recuerda Ricardo Aguilera. Los beneficiarios fueron los reos comunes Víctor Corvalán Castillo, Héctor Pacheco y Enrique Garrido Ceballos.
Médicos Desconocían la Enfermedad
Lo concreto es que de todas las mesas del penal, el grupo de los siete que compartió la comida comenzó a sufrir diarrea, dolor de estómago, mareos y visión doble desde el 7 de diciembre de 1981.
Tres días después Corvalán moría, todos eran trasladados al hospital de la Penitenciaría, donde los gendarmes por fin abandonaban la teoría de un escape planificado, que impidió que los reos saliesen antes en busca de ayuda profesional.
El desconocimiento de los síntomas de una enfermedad erradicada hace décadas de Chile permitió su traslado a la Posta Central. Ahí ya no podían mover un músculo, ni ver. Sus pulmones comenzaban a flaquear al igual que sus corazones.
Hubiesen sido casi perfectos vegetales, si no fuera porque podían sentir y escuchar todo lo que pasaba. Incluso podían oír cuando los doctores se declaraban incompetentes y pensaban que morirían. Hasta que los hombres de blanco lograron un diagnóstico certero tras la muerte de Pacheco.
Sin querer, con ello mataban un arma de los servicios de inteligencia: la toxina botulínica, pues aunque dirigible y manejable, podía ser diagnosticada a pesar de estar erradicada.
Además era ineficiente: todos los blancos primarios de homicidio sobrevivieron, presentándose sólo dos casos mortales de un total de siete. Fueron desde entonces mejores tiempos para el gas sarín, con el que tanto trabajó el químico de la DINA, Eugenio Berríos.
Epílogo: La Foto Perdida
Para Peters Pacheco hoy la vida continúa en reversa. Dice que la búsqueda por conocer a su padre muerto recién comienza. "Fui al cementerio, no había estado nunca en la tumba (Patio 29 del Cementerio General). Hay mucho que arreglar... Ahora sé que mis papás eran pololos y después se separaron. Pero él me venía a ver y me llevaba al médico".
-¿Conservas algo de él?
-Nada. Conocí a un hermanastro de mi papá que me dio una foto. Un año después lavé mis pantalones y olvidé que ahí estaba la imagen. Intenté reconstruirla, pero fue imposible.
-¿Te acuerdas de tu papá?
-No, es lo que más me choca. Tengo imágenes como de sueños...
-¿Hasta cuándo seguirás averiguando?
-Hasta siempre, estoy recién empezado a conocer su historia... Ahora quiero conocer a mi hermana, ver qué necesita y todo eso.
El Demorado Exhorto
El ex agente de la DINA, el norteamericano Michael Townley, es pieza clave para el ministro Madrid en lo que respecta a las actividades ilícitas de Berríos. "Aburrido" de esperar que el aparataje estadounidense agilice el interrogatorio que solicitó, el 10 de marzo envió un oficio al Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile.
Rolado con el número 344 se pediría a la Cancillería que "consulte" a la embajada norteamericana por el "estado de tramitación" del exhorto. Es decir, pidió apurar el lento proceso, pero con palabras educadas... para evitar conflictos.
Sin embargo, y aunque Townley estaría dispuesto a colaborar, el ex DINA es un testigo protegido, que cuenta con un fiscal que autoriza y revisa cada una de sus apariciones. Ese fiscal, supo La Segunda, habría cambiado hace poco, causando un nuevo retraso en la diligencia.
25 de marzo de 2006
©la segunda
1 comentario
Anónimo -
pd es peter sin ese al final