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decencia para marta y juan


[Eugene Robinson] Lo correcto sería otorgar amnistía a los inmigrantes ilegales.
El sábado, medio millón de personas se echaron a las calles de Los Angeles para protestar contra los varios proyectos patrocinados por los republicanos en el Congreso que demonizan a los inmigrantes ilegales. Cientos marcharon ayer en Detroit, que ni siquiera está cerca de la frontera mexicana. Decenas de miles han manifestado en Phoenix, Denver, y otras ciudades en todo el país. En todos los casos, la mayoría de los manifestantes eran latinos.
Todos sabemos que los latinos son la minoría más grande del país y que la mayoría de ellos en esas manifestaciones son sea nacidos en Estados Unidos o residentes legales. Pero también sabemos que al menos algunos de los manifestantes han pasado por la experiencia de cruzar ilegalmente la frontera bajo la tutela de contrabandistas avariciosos conocidos como coyotes. Al menos algunos de ellos llevan aquí meses o años, trabajando para enviar dinero a casa a sus familias, con la cabeza gacha, tratando de ganarse la vida de algún modo, por ellos y sus hijos.
¿Quiénes son? ¿Terminaron las manifestaciones, dónde están? ¿Son tan diabólicamente inteligentes que se ocultan a plena luz del día? ¿O es que el resto de nosotros nos negamos a verlos porque si los viéramos tendríamos que reconocer su humanidad?
Esa ceguera voluntaria es lo que hace que el debate sobre la inmigración ilegal sea tan hipócrita. Si metemos a los inmigrantes indocumentados en la masa indiferenciada de Esa Gente, podríamos evitar ocuparnos de la experiencia del inmigrante. Y podríamos convencernos a nosotros mismos de que es de alguna manera diferente a las periódicas olas de inmigración que han hecho a este país -que repentinamente no es un tema, ni siquiera un problema, sino una crisis urgente.
Se calcula que hay 12 millones de inmigrantes ilegales en Estados Unidos. Tanta gente no desaparece en el maderamen. El hecho es que vemos a inmigrantes indocumentados todos los días.
Quizás pasan la aspiradora por tu oficina, en la noche. Quizás arreglan tu jardín o limpian tu casa o cocinan tus comidas en tu restaurante favorito. Probablemente no sabes dónde viven. Probablemente no conoces los nombres de sus hijos ni dónde van a la escuela. Probablemente no sabes cómo compraron su coche o cómo sacaron su permiso de conducir. Probablemente no sabes dónde obtienen asistencia médica.
Si supieras estas cosas sobre inmigrantes individuales, sean de México, El Salvador, China o Brasil, encontrarías, creo, que el debate en el Congreso es casi grotesco.
¿Deberíamos declararlos criminales a todos ellos? ¿También debemos declarar criminal a la gente que les da trabajo? ¿Deberíamos levantar un muro de Berlín a lo largo de la frontera? Es posible tomar esas medidas draconianas contra Esa Gente -pero no contra la adorable Marta, que encera tu suelo, o el genial Juan, que cuida tus azaleas. Así que para ponerse del lado de los xenófobos, tienes que saber lo menos posible de Marta y Juan.
En términos de realpolitik, el tema de la inmigración es fácil: Si los dirigentes republicanos en el Congreso quieran enajenarse los votos de los latinos y empujarlos a los brazos de los demócratas, es tentador dejarlos hacer lo que quieren. Pero eso significa ignorar la realidad de que estamos hablando de individuos, no de Esa Gente. Y significa abandonar el proceso de llegada, adaptación y renovación que ha hecho de este país de inmigrantes una nación tan dinámica y emprendedora.
No tengo muchas ocasiones de decir que George W. Bush tiene razón, pero creo que entiende de verdad el tema de la inmigración tanto a nivel político como personal. Su programa de trabajadores invitados es un caos. ¿Espera realmente que millones de personas se entreguen para ser deportadas? ¿No tendrán los empleadores un incentivo adicional para explotar a los trabajadores invitados cuando sepan que nunca obtendrán la ciudadanía y que, por eso, nunca tendrán influencia política? Pero sí le doy crédito al presidente por buscar un compromiso que apaciguará a los nativistas de su partido y quizás gane algo de tiempo para enfriar las cabezas.
La propuesta de los senadores John McCain y Edward Kennedy, que otorgaría amnistía a los inmigrantes ilegales, es mucho mejor. Los dos rechazan que se hable así de sus proyectos, porque la palabra ‘amnistía’ es una palabra tabú, pero eso es lo que sería -los ‘ilegales’ que se acerquen a la policía podrían quedarse en el país y eventualmente empezar el proceso de naturalización. Sin embargo, parece improbable que este razonable plan sea aceptado.
Haga lo que haga el Congreso, esos 12 millones de personas no van simplemente a empacar y marcharse a casa de un día para otro. Están aquí -Marta y Juan, no Esa Gente. Los vemos todos los días. Tratemósles como a seres humanos.

iseugenerobinson@washpost.com

28 de marzo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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