gótico americano
[Paul Richard] La horquilla perfecta.
¿Es ‘Gótico americano’ la pintura estadounidense mejor conocida? Ciertamente es una de ellas. El retrato doble de Grant Wood -con sus evocaciones eclesiásticas, su rigidez y su horquilla- nos perforó hace tiempo, y se quedó pegado en nuestra memoria. Ahora, finalmente, está aquí.
‘Gótico americano’, que no ha estado en Washington en cuarenta años, entró en exhibición el 10 de marzo en la Galería Renwick del Museo Smithsoniano de Arte Americano. Haga lo imposible por asistir. Debería haberse convertido en algo borroso -ha sido parodiada tantas veces, y analizada de tantas maneras-, pero la tela de 1930 en la Renwick está tan aguda como siempre. Sus detalles son más finos de lo que sugieren sus parodias, su imagen más absorbente. Es también más pequeña de lo que uno hubiera imaginado, apenas sesenta centímetros de ancho. Wood la pintó en su ciudad natal de Cedar Rapids, Iowa, la mostró sólo una vez y luego la vendió por 300 dólares, aliviado, al Instituto de Arte de Chicago.
La pintura con la horquilla es inolvidablemente americana. Pocas pinturas, muy pocas, poseen esa característica. Quizás la madre de Whistler. Quizás la lata de sopa de Warhol. Quizás el pavo de Acción de Gracias de Rockwell. Todas ellas son emblemas nacionales, manifestaciones visuales del sueño americano.
La figura de Whistler, tiesa y oscura, parece estar mitad investida, mitad embalsamada; lo que evoca es a Mamá. La familia y la comida son los temas gemelos de Rockwell. Y con su lata de Campbell, iluminada fluorescentemente, Warhol atrapa el salir de compras.
‘Gótico americano’ también da en el blanco psíquico. La astuta pintura de Wood nos entrega valores cristianos fundamentales, la sobria rectitud rural y el corroyente temor al sexo que han hecho grande a este país.
Los peligros del acto sucio pueden no estar descritos, pero están sin embargo presentes. Lo pecaminoso es sugerido por la serpiente hecha de pelo que se desliza por el cuello de la mujer para susurrarle en el oído, por el pararrayos encima de la casa y, por supuesto, por el horquilla del Diablo. La pintura de Wood hace un guiño. No es de extrañar que haya sido caricaturizada tan frecuentemente.
"La gente frente a la casa se han convertido en pijos, yuppies, hippies", escribe el crítico de arte Robert Hughes, "weathermen [terroristas], cultivadores de marihuana, Ku Kluxers, atletas, aficionados a la ópera, en los Johnson, los Reagan, los Carter, los Ford, los Nixon, los Clinton, y George Wallace con una señora negra vieja".
Pero las caricaturas tienden hacia lo chapucero, y la calculada imagen de Wood no es de ninguna manera azarosa. Nada está fuera de lugar. La brillante hojalata de la horquilla se repite tres veces, a la izquierda, por la distante aguja, el arco puntudo de la ventana y el afilado tejado a la derecha. Además, la horquilla rima con las costuras del mono del hombre. Cuando Wood pintó ‘Gótico americano’ ajustó sus simetrías como si estuviera armando un reloj.
A menudo, para autorretratos, el pintor posó en mono. Pero no te entregues a la costumbre. Grant Wood (1891-1942) no era un paleto. Había estado cuatro veces en Europa. Enseñó en universidades. Estudió arte en París, Alemania e Italia, y está claro que aprendió un montón. Era un pintor excepcionalmente talentoso, aunque no por demasiado tiempo. La mayoría de sus mejores pinturas -se incluye una docena en ‘Grant Wood’s Studio: Birthplace of American Gothic’, la exposición en la Renwick- fueron pintadas en los cinco años que hay después de 1930. Tenía otras cosas que hacer.
Era, nos recuerda esta exposición, un carpintero, un tallista, un habilidoso decorador de interiores. Podía hacer una pantalla para lámpara de metal, o crear una araña de luces, o adornar un cuarto elegante con decoraciones de falso rococó. Podía diseñar un collar de mujer o una ventana de vidrios de colores. Hacía teteras de cobre. Se exhiben algunos ejemplos.
Están aquí por una razón. Y dos piezas de arte son claves para la exposición de Jane C. Milosch. Una es la estricta pintura de Wood; la otra es el estudio vagamente medieval en la que pintó esa pintura -un lugar encantador, hecho a mano adquirido en 2002 por el Museo de Arte de Cedar Rapids. Tienen un montón de cosas en común. La pintura y el taller demuestran los principios -la insistencia en lo local, la exhibición de artesanías tradicionales- del movimiento decorativo conocido como Artes y Oficios Americanos [American Arts and Crafts].
La pintura toma su título de una tendencia arquitectónica. En sus manifestaciones más altas el gótico americano nos dio la Catedral de Washington y las facultades de Yale. En el quinto pino (como, por ejemplo, en el campo de Iowa), el estilo dejó su marca en las ventanas hechas en fábrica, en las columnas de porche y en los libros de diseño que, en el siglo 19, eran transportados en tren.
La granja de ‘Gótico americano’, con su ventana de punta hastial, es otro artefacto local. Wood descubrió ese edificio de madera cerca de Eldon, Iowa. Todavía está allí. Sus personajes eran también locales. El calvo es su dentista, B.H. McKeeby. La mujer es la hermana de Wood, Nan. (Tenía 30 en ese entonces; McKeeby, 62). Sus ojos son fríos, sus bocas están fruncidas. Llevan ropa de la época. Él mira hacia abajo al espectador, ella desvía la mirada. Entienden sus papeles.
Esto no es arte moderno. La pintura de Wood está más acá de su época, antes que más allá de ella. Lo que da a la tela su fuerza son sus escurridizas ambigüedades, que no han envejecido.
Trate de hacer una pregunta. ¿La mujer es la esposa del granjero, o es la (codazo, codazo) famosa hija del granjero de innumerables chistes sucios?
¿Qué significa esta pintura, qué celebra o satiriza? ¿Están sus personajes en el paraíso, donde todavía rigen las pioneras verdades del protestantismo, o está su vecindario rural no muy lejos del Infierno?
¿Qué está defendiendo, y puede ser demasiado tarde? El bambú no es de Iowa, pero en la puerta de la granja cuelga, enrollada, una cortina de bambú verde, como si para decirnos que lo extraño ya estaba allí.
No sé si Wood esperaba que ‘Gótico americano’ se convirtiera en un símbolo americano, pero él no se habría sorprendido. A principios de los años treinta, los míticos símbolos americanos estaban muy presentes en su mente.
Si le hubiese pedido que identificara las mejores pinturas estadounidenses, seguro que habría nombrado dos pinturas de George Washington: el retrato de Gilbert Stuart, el llamado Retrato del Ateneo, de 1796, que aparece en los billetes de dólar; y ‘Washington cruzando el Delaware’ (1851), la famosa escena del río de Emanuel Leutze, con sus témpanos de hielo. De hecho, los dos castaños se pueden encontrar en el propio arte de Wood.
Un grabado enmarcado del general de Leutze parado en su bote de ramos cuelga en la pared detrás de las remilgadas señoras de ‘Hijas de la Revolución’, de Wood, una tela que completó en 1932. Las tres señoras de Wood están satirizadas, pero pinta bien a su Leutze. La pintura de Wood forma parte de la exposición.
La cabeza con peluca del Washington de Stuart, que es claramente un hombre maduro, aparece en el cuerpo de un niño en el bosquejo preparatorio de ‘La fábula de Parson Weems’, otra tela en la exposición.
El honesto Jorgito, que no puede contar una mentira, acaba de talar el cerezo. Esas son las bromas de Grant Wood, por supuesto, pero no son enteramente bromas. Wood no pintaba obscenidades. Sus pinturas no son misteriosas; quería que las entendiera todo el mundo. En 1931, cuando pintó su versión de casa de muñecas de ‘Cabalgata de medianoche de Paul Revere’, esperaba que resonara con el famoso poema de Henry Wadsworth Longfellow -Escuchad, hijos míos, u oiréis...-, cuyos sordos ritmos todavía estaban presentes en la mente del público.
Lo extraordinario de ‘Gótico americano’ es lo famosa que es. Y lo que es igualmente extraordinario es que la fama de la pintura no es accidental. La exposición en la Renwick sugiere que eso es lo que Grant Wood tenía en mente.
‘Gótico americano’, que no ha estado en Washington en cuarenta años, entró en exhibición el 10 de marzo en la Galería Renwick del Museo Smithsoniano de Arte Americano. Haga lo imposible por asistir. Debería haberse convertido en algo borroso -ha sido parodiada tantas veces, y analizada de tantas maneras-, pero la tela de 1930 en la Renwick está tan aguda como siempre. Sus detalles son más finos de lo que sugieren sus parodias, su imagen más absorbente. Es también más pequeña de lo que uno hubiera imaginado, apenas sesenta centímetros de ancho. Wood la pintó en su ciudad natal de Cedar Rapids, Iowa, la mostró sólo una vez y luego la vendió por 300 dólares, aliviado, al Instituto de Arte de Chicago.
La pintura con la horquilla es inolvidablemente americana. Pocas pinturas, muy pocas, poseen esa característica. Quizás la madre de Whistler. Quizás la lata de sopa de Warhol. Quizás el pavo de Acción de Gracias de Rockwell. Todas ellas son emblemas nacionales, manifestaciones visuales del sueño americano.
La figura de Whistler, tiesa y oscura, parece estar mitad investida, mitad embalsamada; lo que evoca es a Mamá. La familia y la comida son los temas gemelos de Rockwell. Y con su lata de Campbell, iluminada fluorescentemente, Warhol atrapa el salir de compras.
‘Gótico americano’ también da en el blanco psíquico. La astuta pintura de Wood nos entrega valores cristianos fundamentales, la sobria rectitud rural y el corroyente temor al sexo que han hecho grande a este país.
Los peligros del acto sucio pueden no estar descritos, pero están sin embargo presentes. Lo pecaminoso es sugerido por la serpiente hecha de pelo que se desliza por el cuello de la mujer para susurrarle en el oído, por el pararrayos encima de la casa y, por supuesto, por el horquilla del Diablo. La pintura de Wood hace un guiño. No es de extrañar que haya sido caricaturizada tan frecuentemente.
"La gente frente a la casa se han convertido en pijos, yuppies, hippies", escribe el crítico de arte Robert Hughes, "weathermen [terroristas], cultivadores de marihuana, Ku Kluxers, atletas, aficionados a la ópera, en los Johnson, los Reagan, los Carter, los Ford, los Nixon, los Clinton, y George Wallace con una señora negra vieja".
Pero las caricaturas tienden hacia lo chapucero, y la calculada imagen de Wood no es de ninguna manera azarosa. Nada está fuera de lugar. La brillante hojalata de la horquilla se repite tres veces, a la izquierda, por la distante aguja, el arco puntudo de la ventana y el afilado tejado a la derecha. Además, la horquilla rima con las costuras del mono del hombre. Cuando Wood pintó ‘Gótico americano’ ajustó sus simetrías como si estuviera armando un reloj.
A menudo, para autorretratos, el pintor posó en mono. Pero no te entregues a la costumbre. Grant Wood (1891-1942) no era un paleto. Había estado cuatro veces en Europa. Enseñó en universidades. Estudió arte en París, Alemania e Italia, y está claro que aprendió un montón. Era un pintor excepcionalmente talentoso, aunque no por demasiado tiempo. La mayoría de sus mejores pinturas -se incluye una docena en ‘Grant Wood’s Studio: Birthplace of American Gothic’, la exposición en la Renwick- fueron pintadas en los cinco años que hay después de 1930. Tenía otras cosas que hacer.
Era, nos recuerda esta exposición, un carpintero, un tallista, un habilidoso decorador de interiores. Podía hacer una pantalla para lámpara de metal, o crear una araña de luces, o adornar un cuarto elegante con decoraciones de falso rococó. Podía diseñar un collar de mujer o una ventana de vidrios de colores. Hacía teteras de cobre. Se exhiben algunos ejemplos.
Están aquí por una razón. Y dos piezas de arte son claves para la exposición de Jane C. Milosch. Una es la estricta pintura de Wood; la otra es el estudio vagamente medieval en la que pintó esa pintura -un lugar encantador, hecho a mano adquirido en 2002 por el Museo de Arte de Cedar Rapids. Tienen un montón de cosas en común. La pintura y el taller demuestran los principios -la insistencia en lo local, la exhibición de artesanías tradicionales- del movimiento decorativo conocido como Artes y Oficios Americanos [American Arts and Crafts].
La pintura toma su título de una tendencia arquitectónica. En sus manifestaciones más altas el gótico americano nos dio la Catedral de Washington y las facultades de Yale. En el quinto pino (como, por ejemplo, en el campo de Iowa), el estilo dejó su marca en las ventanas hechas en fábrica, en las columnas de porche y en los libros de diseño que, en el siglo 19, eran transportados en tren.
La granja de ‘Gótico americano’, con su ventana de punta hastial, es otro artefacto local. Wood descubrió ese edificio de madera cerca de Eldon, Iowa. Todavía está allí. Sus personajes eran también locales. El calvo es su dentista, B.H. McKeeby. La mujer es la hermana de Wood, Nan. (Tenía 30 en ese entonces; McKeeby, 62). Sus ojos son fríos, sus bocas están fruncidas. Llevan ropa de la época. Él mira hacia abajo al espectador, ella desvía la mirada. Entienden sus papeles.
Esto no es arte moderno. La pintura de Wood está más acá de su época, antes que más allá de ella. Lo que da a la tela su fuerza son sus escurridizas ambigüedades, que no han envejecido.
Trate de hacer una pregunta. ¿La mujer es la esposa del granjero, o es la (codazo, codazo) famosa hija del granjero de innumerables chistes sucios?
¿Qué significa esta pintura, qué celebra o satiriza? ¿Están sus personajes en el paraíso, donde todavía rigen las pioneras verdades del protestantismo, o está su vecindario rural no muy lejos del Infierno?
¿Qué está defendiendo, y puede ser demasiado tarde? El bambú no es de Iowa, pero en la puerta de la granja cuelga, enrollada, una cortina de bambú verde, como si para decirnos que lo extraño ya estaba allí.
No sé si Wood esperaba que ‘Gótico americano’ se convirtiera en un símbolo americano, pero él no se habría sorprendido. A principios de los años treinta, los míticos símbolos americanos estaban muy presentes en su mente.
Si le hubiese pedido que identificara las mejores pinturas estadounidenses, seguro que habría nombrado dos pinturas de George Washington: el retrato de Gilbert Stuart, el llamado Retrato del Ateneo, de 1796, que aparece en los billetes de dólar; y ‘Washington cruzando el Delaware’ (1851), la famosa escena del río de Emanuel Leutze, con sus témpanos de hielo. De hecho, los dos castaños se pueden encontrar en el propio arte de Wood.
Un grabado enmarcado del general de Leutze parado en su bote de ramos cuelga en la pared detrás de las remilgadas señoras de ‘Hijas de la Revolución’, de Wood, una tela que completó en 1932. Las tres señoras de Wood están satirizadas, pero pinta bien a su Leutze. La pintura de Wood forma parte de la exposición.
La cabeza con peluca del Washington de Stuart, que es claramente un hombre maduro, aparece en el cuerpo de un niño en el bosquejo preparatorio de ‘La fábula de Parson Weems’, otra tela en la exposición.
El honesto Jorgito, que no puede contar una mentira, acaba de talar el cerezo. Esas son las bromas de Grant Wood, por supuesto, pero no son enteramente bromas. Wood no pintaba obscenidades. Sus pinturas no son misteriosas; quería que las entendiera todo el mundo. En 1931, cuando pintó su versión de casa de muñecas de ‘Cabalgata de medianoche de Paul Revere’, esperaba que resonara con el famoso poema de Henry Wadsworth Longfellow -Escuchad, hijos míos, u oiréis...-, cuyos sordos ritmos todavía estaban presentes en la mente del público.
Lo extraordinario de ‘Gótico americano’ es lo famosa que es. Y lo que es igualmente extraordinario es que la fama de la pintura no es accidental. La exposición en la Renwick sugiere que eso es lo que Grant Wood tenía en mente.
La exposición ‘Grant Wood’s Studio: Birthplace of American Gothic’, en la Galería Renwick del Museo Smithsoniano de Arte Americano, estará abierta al público hasta el 16 de julio de 2006.
10 de marzo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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PAC -
sebastian -