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iraq o rumsfeld


[David Ignatius] Con suerte, Iraq empezará de nuevo con la formación del nuevo gobierno. El gobierno de Bush debería tratar de hacer lo mismo reemplazando a Donald Rumsfeld como su ministro de Defensa.
Rumsfeld ha perdido el respaldo de los oficiales militares que trabajan para él. No nos equivoquemos: Los generales retirados que hablan contra Rumsfeld en entrevistas y en artículos de opinión expresan la opinión de cientos de oficiales en servicio activo. Cuando le pregunté hace poco a un oficial del ejército con una extensa experiencia de combate en Iraq cuántos de sus colegas querían que Rumsfeld desapareciera, dijo que el 75 por ciento. Basándome en mis propias conversaciones de los últimos tres años con oficiales de alto rango, creo que esa cifra puede ser baja.
Pero esa no es la razón por la que debería ser remplazado. Los oficiales militares a menudo desprecian a los civiles para los que trabajan, pero en nuestro sistema un fuerte control civil es esencial. En algunos de los temas con los que se ha liado con los militares, Rumsfeld ha tenido razón. El Pentágono es un sitio conservador, y necesitaba la ‘transformación’ ética que Rumsfeld introdujo en su trabajo. Tengo dudas sobre la decisión del Pentágono de que necesitábamos 500 mil soldados estadounidenses en Iraq. Se necesitaban más tropas, pero deberían haber sido tropas iraquíes de un ejército que no debió haber sido licenciado.
Rumsfeld debería renunciar porque el gobierno de Bush está perdiendo la guerra en el frente interno. Por mal que estén las cosas en Bagdad, Estados Unidos no será derrotado militarmente. Pero puede ser obligado a retirarse de manera apresurada y caótica por la creciente oposición interna a sus políticas. Gran parte de la opinión pública estadounidense ha simplemente dejado de creer en los argumentos del gobierno sobre Iraq, y Rumsfeld es un símbolo de esa brecha de credibilidad. Está gastado, reducido a disputarse con la secretario de estado sobre si se han cometido ‘errores tácticos’ en la conducción de la guerra.
El gobierno de Bush ha estado insistiendo correctamente en que los iraquíes pongan la unidad primero y en que en la formación de un gobierno permanente remuevan a los líderes ineficaces y liantes y se les remplace por gente que pueda unir al país. El gobierno debería seguir sus propios consejos. Estados Unidos necesita un liderazgo que pueda concitar a todo el país, no solamente a la gente que ya está de acuerdo con el presidente.
El remplazo de Rumsfeld debería ser alguien que contribuya a restaurar el consenso bipartidista para una política sobre Iraq que sea inteligente. Un candidato obvio es el senador demócrata centrista, Joe Lieberman. Otro debería ser un centrista republicano, y con experiencia militar, como el senador Chuck Hagel, o el senador John McCain. El gobierno debería tragarse el orgullo para colocar a cualquiera de ellos en el equipo, pero esa es la idea. Sin decisiones osadas de la Casa Blanca, el apoyo de la guerra continuará deteriorándose.
Ahora está claro que el presidente Bush no puede borrar la brecha de credibilidad por su propia cuenta. Ha estado tratando de reconstruir el consenso para la guerra durante meses, en una serie de discursos y conferencias sobre estrategia. Pero las cifras de las encuestas siguen bajando. Los índices de aprobación de su gestión han descendido por debajo del 40 por ciento en todos los últimos sondeos, con 38 por ciento en la encuesta del Post-ABC News, 37 por ciento en la de CNN-USA Today-Gallup y 36 por ciento en la de Fox-Opinion Dynamics. El apoyo de la guerra se ha desmoronado todavía más agudamente. El último sondeo del Post-ABC constató que el 58 por ciento del país cree que la guerra no valía la pena, en comparación con el 27 por ciento en abril de 2003.
Si los iraquíes pueden formar un gobierno de unidad -y se trata ciertamente de un gran ‘si’-, necesitarán la ayuda de Estados Unidos para sacar al país de la guerra civil. Ahora Estados Unidos tienen una mejor estrategia militar para Iraq, que otorga más responsabilidad a las fuerzas iraquíes y enfatiza las tácticas contrainsurgentes. Y tiene una estrategia política que finalmente se dirige a todas las diferentes comunidades iraquíes -sunníes, chiíes y kurdos- antes que a sólo un puñado de antiguos dirigentes del exilio. Esta estrategia político-militar puede fracasar, pero es demasiado pronto para que ocurra. Para ganar algo de tiempo, el gobierno necesita una nueva base política. Si continúa con el mismo equipo, obtendrá los mismos resultados.
Rumsfeld es un hombre testarudo, y creo que el desfile de generales retirados que piden su cabeza lo ha determinado a aferrarse al cargo. Pero quedándose en el ministerio, Rumsfeld causa daño a la causa que presuntamente le interesa más. El presidente, todavía más cabeza dura que su jefe del Pentágono, ha rechazado, se dice, su renuncia. Si es así, es hora de que Rumsfeld tome la decisión con sus propias manos.
El gobierno necesita enfrentarse sobriamente a esta constatación: Sin cambios que apuntalen al apoyo de la opinión pública en Estados Unidos, corre el riesgo de perder la guerra en Iraq.

davidignatius@washpost.com

14 de abril de 2006
©washington post
©traducción mQh
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