la isla del tesoro
[Jonathan Yardley] Una novela que disfrutaron nuestros padres, y abuelos, y disfrutarán nuestros hijos, y nietos, y bisnietos y tataranietos.
Hacia principios de los años de 1880, el escritor escocés Robert Louis Stevenson había, como recordaría más de una década después, "escrito pequeños libros y breves ensayos y cuentos y le habían dado palmaditas en la espalda y pagado por ellos". Tenía "bastante reputación", pero se sentía frustrado e infeliz, y se asombraba de haber "gastado todas mis energías en este negocio, sin poder sin embargo ganarme la vida".
Era el "jefe de famlia" y "había perdido mi salud" a la tuberculosis que finalmente lo mató a los 44 años en 1894, y "en realidad estuvo muy cerca de la desesperación" cuando en el más oscuro de los momentos pasó algo extraordinario. De regreso en Escocia después de su estadía en tierras sureñas en busca de un clima que le ayudara a recuperar su salud, topó con un escolar que estaba haciendo dibujos infantiles y, siguiendo el juego, Stevenson "trazó el mapa de una isla", cuya forma "llevó mi imaginación más allá de toda descripción". El niño "lo llamó ‘la isla del tesoro’". El resto -en este caso el viejo adagio es absolutamente verídico- es historia conocida.
La novela que inspiró este mapa se llamó primero ‘Sea Cook’ [Cocinero del Mar], y cuando fue publicada por entregas entre 1881 y 1882, no llamó la atención. Pero después de que Stevenson la revisara para su publicación en forma de libro en 1883, y le diera otro título, todo cambió. ‘La isla del tesoro’ encontró casi de inmediato innumerables lectores, y ha sido desde entonces uno de los libros más apreciados del mundo. Ha sido traducido a Dios sabe cuántas lenguas, ha sido adaptada a Dios sabe cuántas películas, piezas de teatro y televisión, y ha entrado en general en la conciencia pública en un grado que sólo pocos libros han alcanzado. Es a la vez una excitante historia de aventuras y un agudo estudio psicológico de los hombres en grupos; se puede leer con placer y provecho en muchos niveles.
Así que esta reconsideración de ‘La isla del tesoro’ difícilmente puede llamarse un redescubrimiento, porque ‘La isla del tesoro’ no se ha perdido nunca. Sin embargo, tiene ahora 125 años y ha pasado más de medio siglo desde que la leí por primera vez. Incluso los mejores y más apreciados libros pierden con los años algo de su intensidad, a medida que sus tramas se convierten en universalmente familiares y su lenguaje empieza poco a poco a sonar anticuado y forzado. Conocemos íntimamente la historia de ‘La isla del tesoro’ y sus personajes -Jim Hawkins, Billy Bones, Captain Smollett y más especialmente John Silver el Largo-, pero ¿no se han, con el paso del tiempo, la historia y su gente disneyficado tanto que el libro mismo ha caído en el olvido?
Una relectura de la novela de Stevenson después de todos esos años no me dice otra cosa que los buenos libros -y ‘La isla del tesoro’ es un muy buen libro- realmente tienen vida propia, completamente aparte de las películas y otras adaptaciones. Algunas de las adaptaciones de la novela son muy buenas, pero ninguna es tan buena como el libro mismo. ‘La isla del tesoro’ es un verdadero clásico que todavía, de algún modo, conserva su poder de sorprender, de divertir y, aunque sabemos todos cómo termina, elevar la presión sanguínea del lector.
Con los años ‘La isla del tesoro’ ha sido frecuentemente encasillada y desdeñada como un libro para niños. Ciertamente, Stevenson tenía a niños en mente cuando lo escribió, pero muchas niñas lo han leído con mucho placer y, del mismo modo, muchos adultos, incluyendo el que escribe. Si insistimos en la clasificación literaria, de algún modo deberíamos inventar una categoría que se ajustara a todos estos libros -las novelas de ‘Penrod’, de Booth Tarkington, ‘Tom Sawyer’, de Mark Twain, ‘Heidi’, de Johanna Spyri- que normalmente son colocados en la sección de niños, pero que son a menudo leídos por adultos, y, en ese sentido, todos los libros que son clasificados como para ‘adultos’ pero que pueden, y deberían ser leídos por niños de cierta edad, como ‘Growing Up’, de Russell Baker, ‘Hijo nativo’, de Richard Wright, y ‘El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde’, de Stevenson.
‘La isla del tesoro’ es una historia de aventuras pero es también una fantasía; tiene "esa calidad onírica de los cuentos de hadas", de acuerdo a la edición de Penguin Classics, y aunque las solapas de los libros de bolsillo deben ser en general desechadas, esta es una apta descripción. Escenificada en una pequeña isla en una parte no identificada del mundo -John Seelye, en su introducción a la edición de Penguin, presenta un interesante argumento de que se encuentra frente a las costas de California-, la historia se eleva sobre el tiempo y lugar para alcanzar lo que Penguin llama "el poder del mito". Según la propia admisión de Stevenson, fue fuertemente influido por Daniel Defoe, Edgar Allan Poe, Washington Irving y otros, hasta el punto de que uno casi siente que los grandes de la literatura mundial se reúnen en este libro relativamente delgado que, luego, se eleva por encima de todos ellos. Desde el momento en que el joven Jim Hawkins divisa primero la isla, el lector se ve transportado en un mundo que es a la vez parte del nuestro, y otro:
"El fondeadero estaba muy bien protegido de los vientos y rodeado por frondosos bosques, cuyo árboles llegaban hasta la misma orilla; la costa era llana y las cumbres de los montes se alzaban alrededor, al fondo, en una especie de anfiteatro. Dos riachuelos, o mejor, dos aguazales, desembocaban lentamente en una especie de pequeño lago, y la vegetación lucía un verdor extraño, como una patina de ponzoñoso lustre. Desde el barco no se llegaba a divisar el pequeño fuerte o empalizada señalada en el mapa, porque estaba encerrado por los árboles, y, a no ser porque aquél lo indicaba, hubiéramos podido creer que éramos los primeros que fondeaban desde que la isla surgió de los mares".
La tripulación de la Hispaniola sabe que hay estructuras en la isla porque están indicadas en el mapa que los guió hasta allá. Pero no es el mismo mapa que inspiró al squire Trelawney y al dr. Livesey a emprender la misión. Es una copia del original, con una importante omisión: No incluye el sitio exacto del tesoro enterrado por el legendario pirata Capitán Flint, o las indicaciones escritas precisas para llegar al sitio. El mapa original (retirado del baúl de marinero del viejo e irascible Billy Bones después de su muerte) ha sido cuidadosamente ocultado a la tripulación por el squire y el capitán, primero movidos por la natural desconfianza de los oficiales con respecto a los motivos de sus tripulaciones, pero se ponen alertas cuando Jim, sin darse cuenta, descubre que John Silver el Largo está tramando un motín para apoderarse del mapa y luego, a su vez, quitar el tesoro a los amotinados.
El libro cuenta con muchos personajes magníficamente retratados, pero hay dos que se destacan. El primero es Jim, que relata la mayor parte de la historia (Livesey se ocupa de la narración en tres importantes capítulos) y que es el infantilismo hecho carne, o, quizás, más precisamente, los románticos ideales de la juventud encarnados. Todavía es un adolescente, privado por la muerte de su padre (las complicadas relaciones entre padres e hijos son un tema al que Stevenson volvería una y otra vez), al que sin embargo "los sueños de aventura, de lo que pudiera sucedernos en la isla y de nuestro viaje por mar" bastaban para llenar sus horas. Es independiente e ingenioso -"un magnífico observador", dice Livesey- e incluso cuando sabe que no debería hacer lo que tiene en mente, lo hace de todos modos: "Yo era solamente un niño, y ya había tomado una decisión".
El otro, por supuesto, es John Silver el Largo, ese canalla absolutamente amoral con el corazón de, bueno, no de oro, pero tampoco de plomo. Tiene una pata de palo y un loro (en su recuerdo de la creación de la novela, Stevenson escribe a Defoe con irónica gratitud: "Sin lugar a dudas, el loro pertenecía a Robinson Crusoe) y se pone tan alegre con Jim cuando se conocen que el niño lo imagina como "el mejor compañero que yo podía desear.". Entonces Jim oye a Silver hablando solapadamente sobre amotinarse, y lo ve bajo una luz mucho más siniestra: "Pero, aun así, me infundía ya tal pavor por su doblez, su crueldad y su influencia sobre los demás marineros, que apenas pude disimular un estremecimiento cuando me puso la mano en el hombro". Sin embargo, después de que el motín empieza y la isla se encuentra sumida en el silencio, Silver le salva a Jim la vida. Mientras el viejo pirata duerme, Jim lo mira con algo cercano al cariño: "Era mi corazón el que sufría por Silver, a pesar de ser un malvado, y pensé en los peligros que lo cercaban y en el infamante patíbulo que ya estaba esperándolo".
Ah, sí, "lo cercaban" y "el infamante patíbulo". Aquí nos enfrentamos a un problema de lenguaje. En los días de Stevenson, ‘cercar’ significaba ‘rodear’. En cuanto al patíbulo, no muchos lectores de hoy sabrán que es el cadalso. El ‘cadalso’ ha seguido el mismo camino que el tablado, y probablemente algunos lectores se detendrán un rato cuando la encuentren. Parte del diálogo también los retrasará. Aquí, por ejemplo, Silver está apaciguando un motín dentro de un motín: "Did any of you gentlemen want to have it out with me? . . . Him that wants shall get it. Have I lived this many years, and a son of a rum puncheon cock his hat athwart my hawse at the latter end of it? You know the way; you’re all gentlemen o’ fortune, by your account. Well, I’m ready. Take a cutlass, him that dares, and I’ll see the colour of his inside, crutch and all, before that pipe’s empty". ["¿Alguno de vosotros, caballeros, quiere salir a vérselas conmigo? - rugió Silver, levantándose del barril y echándose atrás, pero sin soltar la pipa que aún humeaba en su mano derecha -. Quiero escuchar lo que tengáis que decirme, ¿o sois mudos? Estoy dispuesto a satisfacer al que así lo quiera. ¿O es que he vivido yo todos estos años para que cualquier hijo de una pipa de ron venga ahora a cruzárseme por la proa? Ya conocéis las reglas: todos sois caballeros de fortuna, ¿no es eso lo que decís? Pues bien; estoy listo. El primero que se atreva, que coja un machete, que voy a ver qué color tiene por dentro. Con muleta y todo, y antes de terminarme mi tabaco"].
Pintoresco, sin duda, pero ¿es realmente muy difícil darse cuenta que Silver está retando a sus hombres a pelear con él? No, no lo es, y no es difícil imaginar que ninguno de estos tipos puede vencer al granuja de una pierna. No sorprende que, al final, Stevenson no se atreve a enviar a Silver a la horca; ha terminado queriendo al viejo bandido, lo mismo que el lector.
Un siglo y veinticinco años después de su publicación, ‘La isla del tesoro’, aparentemente, todavía encuentra montones de lectores. Hay muchas ediciones diferentes disponibles, algunos (como la de Penguin) con un erudito cuerpo de notas y apéndices, otros sin adorno alguno y destinados, obviamente, a los lectores más jóvenes. Este lector, que no es un polluelo, no tiene ninguna duda de que disfrutarán tanto como él cuando tenía su edad -y de que sus padres también disfrutarán.
Era el "jefe de famlia" y "había perdido mi salud" a la tuberculosis que finalmente lo mató a los 44 años en 1894, y "en realidad estuvo muy cerca de la desesperación" cuando en el más oscuro de los momentos pasó algo extraordinario. De regreso en Escocia después de su estadía en tierras sureñas en busca de un clima que le ayudara a recuperar su salud, topó con un escolar que estaba haciendo dibujos infantiles y, siguiendo el juego, Stevenson "trazó el mapa de una isla", cuya forma "llevó mi imaginación más allá de toda descripción". El niño "lo llamó ‘la isla del tesoro’". El resto -en este caso el viejo adagio es absolutamente verídico- es historia conocida.
La novela que inspiró este mapa se llamó primero ‘Sea Cook’ [Cocinero del Mar], y cuando fue publicada por entregas entre 1881 y 1882, no llamó la atención. Pero después de que Stevenson la revisara para su publicación en forma de libro en 1883, y le diera otro título, todo cambió. ‘La isla del tesoro’ encontró casi de inmediato innumerables lectores, y ha sido desde entonces uno de los libros más apreciados del mundo. Ha sido traducido a Dios sabe cuántas lenguas, ha sido adaptada a Dios sabe cuántas películas, piezas de teatro y televisión, y ha entrado en general en la conciencia pública en un grado que sólo pocos libros han alcanzado. Es a la vez una excitante historia de aventuras y un agudo estudio psicológico de los hombres en grupos; se puede leer con placer y provecho en muchos niveles.
Así que esta reconsideración de ‘La isla del tesoro’ difícilmente puede llamarse un redescubrimiento, porque ‘La isla del tesoro’ no se ha perdido nunca. Sin embargo, tiene ahora 125 años y ha pasado más de medio siglo desde que la leí por primera vez. Incluso los mejores y más apreciados libros pierden con los años algo de su intensidad, a medida que sus tramas se convierten en universalmente familiares y su lenguaje empieza poco a poco a sonar anticuado y forzado. Conocemos íntimamente la historia de ‘La isla del tesoro’ y sus personajes -Jim Hawkins, Billy Bones, Captain Smollett y más especialmente John Silver el Largo-, pero ¿no se han, con el paso del tiempo, la historia y su gente disneyficado tanto que el libro mismo ha caído en el olvido?
Una relectura de la novela de Stevenson después de todos esos años no me dice otra cosa que los buenos libros -y ‘La isla del tesoro’ es un muy buen libro- realmente tienen vida propia, completamente aparte de las películas y otras adaptaciones. Algunas de las adaptaciones de la novela son muy buenas, pero ninguna es tan buena como el libro mismo. ‘La isla del tesoro’ es un verdadero clásico que todavía, de algún modo, conserva su poder de sorprender, de divertir y, aunque sabemos todos cómo termina, elevar la presión sanguínea del lector.
Con los años ‘La isla del tesoro’ ha sido frecuentemente encasillada y desdeñada como un libro para niños. Ciertamente, Stevenson tenía a niños en mente cuando lo escribió, pero muchas niñas lo han leído con mucho placer y, del mismo modo, muchos adultos, incluyendo el que escribe. Si insistimos en la clasificación literaria, de algún modo deberíamos inventar una categoría que se ajustara a todos estos libros -las novelas de ‘Penrod’, de Booth Tarkington, ‘Tom Sawyer’, de Mark Twain, ‘Heidi’, de Johanna Spyri- que normalmente son colocados en la sección de niños, pero que son a menudo leídos por adultos, y, en ese sentido, todos los libros que son clasificados como para ‘adultos’ pero que pueden, y deberían ser leídos por niños de cierta edad, como ‘Growing Up’, de Russell Baker, ‘Hijo nativo’, de Richard Wright, y ‘El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde’, de Stevenson.
‘La isla del tesoro’ es una historia de aventuras pero es también una fantasía; tiene "esa calidad onírica de los cuentos de hadas", de acuerdo a la edición de Penguin Classics, y aunque las solapas de los libros de bolsillo deben ser en general desechadas, esta es una apta descripción. Escenificada en una pequeña isla en una parte no identificada del mundo -John Seelye, en su introducción a la edición de Penguin, presenta un interesante argumento de que se encuentra frente a las costas de California-, la historia se eleva sobre el tiempo y lugar para alcanzar lo que Penguin llama "el poder del mito". Según la propia admisión de Stevenson, fue fuertemente influido por Daniel Defoe, Edgar Allan Poe, Washington Irving y otros, hasta el punto de que uno casi siente que los grandes de la literatura mundial se reúnen en este libro relativamente delgado que, luego, se eleva por encima de todos ellos. Desde el momento en que el joven Jim Hawkins divisa primero la isla, el lector se ve transportado en un mundo que es a la vez parte del nuestro, y otro:
"El fondeadero estaba muy bien protegido de los vientos y rodeado por frondosos bosques, cuyo árboles llegaban hasta la misma orilla; la costa era llana y las cumbres de los montes se alzaban alrededor, al fondo, en una especie de anfiteatro. Dos riachuelos, o mejor, dos aguazales, desembocaban lentamente en una especie de pequeño lago, y la vegetación lucía un verdor extraño, como una patina de ponzoñoso lustre. Desde el barco no se llegaba a divisar el pequeño fuerte o empalizada señalada en el mapa, porque estaba encerrado por los árboles, y, a no ser porque aquél lo indicaba, hubiéramos podido creer que éramos los primeros que fondeaban desde que la isla surgió de los mares".
La tripulación de la Hispaniola sabe que hay estructuras en la isla porque están indicadas en el mapa que los guió hasta allá. Pero no es el mismo mapa que inspiró al squire Trelawney y al dr. Livesey a emprender la misión. Es una copia del original, con una importante omisión: No incluye el sitio exacto del tesoro enterrado por el legendario pirata Capitán Flint, o las indicaciones escritas precisas para llegar al sitio. El mapa original (retirado del baúl de marinero del viejo e irascible Billy Bones después de su muerte) ha sido cuidadosamente ocultado a la tripulación por el squire y el capitán, primero movidos por la natural desconfianza de los oficiales con respecto a los motivos de sus tripulaciones, pero se ponen alertas cuando Jim, sin darse cuenta, descubre que John Silver el Largo está tramando un motín para apoderarse del mapa y luego, a su vez, quitar el tesoro a los amotinados.
El libro cuenta con muchos personajes magníficamente retratados, pero hay dos que se destacan. El primero es Jim, que relata la mayor parte de la historia (Livesey se ocupa de la narración en tres importantes capítulos) y que es el infantilismo hecho carne, o, quizás, más precisamente, los románticos ideales de la juventud encarnados. Todavía es un adolescente, privado por la muerte de su padre (las complicadas relaciones entre padres e hijos son un tema al que Stevenson volvería una y otra vez), al que sin embargo "los sueños de aventura, de lo que pudiera sucedernos en la isla y de nuestro viaje por mar" bastaban para llenar sus horas. Es independiente e ingenioso -"un magnífico observador", dice Livesey- e incluso cuando sabe que no debería hacer lo que tiene en mente, lo hace de todos modos: "Yo era solamente un niño, y ya había tomado una decisión".
El otro, por supuesto, es John Silver el Largo, ese canalla absolutamente amoral con el corazón de, bueno, no de oro, pero tampoco de plomo. Tiene una pata de palo y un loro (en su recuerdo de la creación de la novela, Stevenson escribe a Defoe con irónica gratitud: "Sin lugar a dudas, el loro pertenecía a Robinson Crusoe) y se pone tan alegre con Jim cuando se conocen que el niño lo imagina como "el mejor compañero que yo podía desear.". Entonces Jim oye a Silver hablando solapadamente sobre amotinarse, y lo ve bajo una luz mucho más siniestra: "Pero, aun así, me infundía ya tal pavor por su doblez, su crueldad y su influencia sobre los demás marineros, que apenas pude disimular un estremecimiento cuando me puso la mano en el hombro". Sin embargo, después de que el motín empieza y la isla se encuentra sumida en el silencio, Silver le salva a Jim la vida. Mientras el viejo pirata duerme, Jim lo mira con algo cercano al cariño: "Era mi corazón el que sufría por Silver, a pesar de ser un malvado, y pensé en los peligros que lo cercaban y en el infamante patíbulo que ya estaba esperándolo".
Ah, sí, "lo cercaban" y "el infamante patíbulo". Aquí nos enfrentamos a un problema de lenguaje. En los días de Stevenson, ‘cercar’ significaba ‘rodear’. En cuanto al patíbulo, no muchos lectores de hoy sabrán que es el cadalso. El ‘cadalso’ ha seguido el mismo camino que el tablado, y probablemente algunos lectores se detendrán un rato cuando la encuentren. Parte del diálogo también los retrasará. Aquí, por ejemplo, Silver está apaciguando un motín dentro de un motín: "Did any of you gentlemen want to have it out with me? . . . Him that wants shall get it. Have I lived this many years, and a son of a rum puncheon cock his hat athwart my hawse at the latter end of it? You know the way; you’re all gentlemen o’ fortune, by your account. Well, I’m ready. Take a cutlass, him that dares, and I’ll see the colour of his inside, crutch and all, before that pipe’s empty". ["¿Alguno de vosotros, caballeros, quiere salir a vérselas conmigo? - rugió Silver, levantándose del barril y echándose atrás, pero sin soltar la pipa que aún humeaba en su mano derecha -. Quiero escuchar lo que tengáis que decirme, ¿o sois mudos? Estoy dispuesto a satisfacer al que así lo quiera. ¿O es que he vivido yo todos estos años para que cualquier hijo de una pipa de ron venga ahora a cruzárseme por la proa? Ya conocéis las reglas: todos sois caballeros de fortuna, ¿no es eso lo que decís? Pues bien; estoy listo. El primero que se atreva, que coja un machete, que voy a ver qué color tiene por dentro. Con muleta y todo, y antes de terminarme mi tabaco"].
Pintoresco, sin duda, pero ¿es realmente muy difícil darse cuenta que Silver está retando a sus hombres a pelear con él? No, no lo es, y no es difícil imaginar que ninguno de estos tipos puede vencer al granuja de una pierna. No sorprende que, al final, Stevenson no se atreve a enviar a Silver a la horca; ha terminado queriendo al viejo bandido, lo mismo que el lector.
Un siglo y veinticinco años después de su publicación, ‘La isla del tesoro’, aparentemente, todavía encuentra montones de lectores. Hay muchas ediciones diferentes disponibles, algunos (como la de Penguin) con un erudito cuerpo de notas y apéndices, otros sin adorno alguno y destinados, obviamente, a los lectores más jóvenes. Este lector, que no es un polluelo, no tiene ninguna duda de que disfrutarán tanto como él cuando tenía su edad -y de que sus padres también disfrutarán.
isyardleyj@washpost.com
17 de abril de 2006
©washington post
©traducción mQh
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natalia -