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sequía amenaza costumbres


[Emily Wax] Repetidas sequías amenazan terminar con costumbres de toda la vida.
Nairobi, Kenia. Eran amigos del vecindario que de vez en vez flirteaban entre la lujuriosa hierba elefante de las sabanas del este de África.
Él era un gregario ganadero de 28 años que había estudiado en la universidad, hablaba cinco idiomas y complementaba sus ingresos trabajando para un negocio internacional de safaris.
Ella era una animada chica de 22 que había terminado la secundaria, respetaba a sus padres y era una encantadora narradora que había encontrado a alguien de su estatura, pues era alta.
Él logró conocer a sus padres, que prepararon en su granja la tradicional bebida de acogida hecha a base de azúcar, miel, hierbas, lecha agria y sangre de vaca. Para su dote él ofreció sus mejores bueyes y sus vacas lecheras más productivas.
Luego, con la bendición de sus padres, en la primavera pasada Moses ole Samante propuso matrimonio a Evelyn Kutingala.
Pero el compromiso de los dos jóvenes keniatas, ambos de la tribu masai, no transcurrió sin tensiones. A medida que la peor sequía en una generación en la región se extendía por el este de África, convirtiendo los pastizales en expansiones cubiertas de rocas y polvo, las posibilidades de casorio de Samante se pusieron tan escuálidas como su huesudo ganado.
Al mes morían más de 300 vacas. Pronto estuvieron casi todas muertas. Para diciembre había perdido ganado por más de diez mil dólares en un país donde la mayoría de la gente sobrevive con 350 dólares al mes. La boda fue cancelada. Y Samante se mudó a Nairobi a buscar trabajo.
"Es una época tan mala", dijo él. "Tuve que abandonar mis preciosos campos".
"¿Hay alguna posibilidad de que puedas aparejar dentro de poco las vacas que te quedan?", recordó a Kutingala suplicando en una llamada telefónica desde su aldea de Ntulele, a unos 190 kilómetros al sur de Nairobi. "Tengo miedo de que mis padres me casen con otro hombre, más viejo y más rico. Mi madre no quiere que gaste mi juventud".
Los hombres en edad de casarse en el este de África llaman a la actual temporada seca "la sequía que mató a la dote". En el continente más pobre del planeta, las sequías y los cambios climáticos están empujando a más y más africanos hacia las ciudades, aumentando la presión sobre recursos ya escasos y prácticas culturales cambiantes, que van desde la dieta hasta las costumbres matrimoniales.
Las organizaciones humanitarias calculan que 3.5 millones de personas, la mayoría pastores nómadas, sufren escasez de alimentos en Kenia. Unas 40 personas han muerto de enfermedades relacionadas con el hambre, y ha sucumbido un 70 por ciento del ganado en las zonas del nordeste afectadas por la sequía.
Los pastores masai que tratan de escapar de la sequía están llegando en tropel a Nairobi, dejando que su ganado se alimente de la hierba de las rotondas de la ciudad. Los escritorios de la policía están llenos de informes de pastores que han sido arrollados por coches. Los masai también están levantando congestionadas villas miseria donde vivir y recorren la ciudad implorando por un trabajo.
"La sequía y los cambios climáticos están destruyendo todo un modo de vida", dice Doug Keating, de Oxfam International, que está ayudando a distribuir ayuda en la región. "Si uno creyera que el modo de vida pastoral ya no es viable y que ellos deberían renunciar a su ganado, ¿cuál sería la alternativa? Millones de personas se dirigen hacia las ciudades. Creo que sabemos que las ciudades de Kenia apenas pueden sostener a los habitantes que tienen.

Vida Dura En Nairobi
Samante llegó por primera vez a Nairobi, una ciudad de altos edificios y alta tasa de delincuencia, después de una dura sequía de dos años que empezó en 1999, la séptima en atacar el este de África desde 1975. Sus padres le suplicaron que estudiara en la universidad, y el último anhelo de su agonizante padre para su hijo mayor, dijo Samante, era que estudiara lenguas extranjeras y que su vida no dependiera del ganado.
Samante llegó a Nairobi con 300 dólares para su matrícula en la universidad. Pero los perdió a manos de un ratero poco después de llegar a la ciudad que los keniatas han bautizado ‘Nairobos’.
"No teníamos coches, teníamos vacas, así que miraba a todos lados sin preocuparme demasiado", dice, riéndose de un antigua inocencia. "Y había tanta gente, algunos chocando violentamente conmigo. Yo simplemente sonreía y les daba la mano. Me miraban raro".
Volvió a su aldea a vender más vacas para reunir el dinero. Pero cuando volvió a Nairobi por segunda vez, le volvieron a robar.
Esta vez pensó que había reconocido al ladrón, un hombre que estuvo muy cerca de él haciéndole preguntas sobre la vida de los masai. Lo persiguió y empezó a pelear con él, dijo.
Los dos terminaron en la cárcel. Samante fue golpeado por otros reclusos que se burlaban de él por ser un "keniata del campo". Presenció angustiado cómo el ladrón usaba el dinero de su matrícula para comprar su libertad, dijo.
Finalmente Samante salió de la cárcel pidiéndole a un amigo que sobornara a los gendarmes. Pero tuvo que trabajar como guardia de seguridad para pagar la matrícula y le tomó años terminar sus estudios.
"No somos gente de la ciudad", dice Simon Kiraison, 22, un amigo de Samante, de Ntulele, que ahora trabaja en Nairobi. "No me puedo casar. Y siempre me atracan. La ciudad no alivia mis penas. Sólo me causa más".
Samante y sus amigos en la ciudad dicen que tienen miedo de la delincuencia y que están frustrados de que no pueden pagar la leche, que estaban acostumbrados a beber sin pagar por ella, ni encontrar sangre de vaca, que hacía parte de su dieta.
"La sangre de vaca es realmente fantástica", dijo Samante. "No entiendo por qué las tribus de Nairobi no la usan".
Lo peor de todo, sin sus novias y futuras esposas, se sentían solos.
Algunos de los hombres de campo que se mudaron a Nairobi empezaron a tener sexo con prostitutas, un tabú en la cultura masai. Los casos de HIV empezar a aumentar en la comunidad masai, que históricamente ha tenido una tasa más baja que el resto del país, de acuerdo a una encuesta del gobierno.
"Estamos perdiendo la dignidad", dijo Samante. "Yo quería seguir siendo un verdadero masai".

Debate Sobre la Dote
La boda de Samante y Kutingala debía ser una fiesta de todo el pueblo con más de mil invitados. Un mes antes los padres de Kutingala prepararon la tradicional cómoda matrimonial de ella que contenía sus telas, collares de cuentas y platería.
Pero a fines de noviembre, después de que él hubiera perdido casi todo su ganado, Samante se reunió con los padres de su novia.
"Cuando se los dije", contó Samante, "ni siquiera me miraron".
La sequía ha obligado a los mayores a reiniciar el debate sobre la dote y su papel en un África que se urbaniza a pasos acelerados. Líderes comunitarios citan ejemplos de chicas que han sido obligadas a casarse jóvenes por padres ansiosos por obtener las dotes con que remplazar su ganado. El mes pasado unos educadores rescataron a 20 niñas escolares en el barrio ganadero de Samburu de uniones prematuras, de acuerdo a informes de la televisión nacional.
La Iglesia Católica de Kenia, que ha ayudado a coordinar los proyectos de ayuda, ha acusado al gobierno de fracasar a la hora de combatir la sequía. En las últimas semanas varios funcionarios de alto rango han sido acusados de meterse al bolsillo un total de 1.3 billones de dólares de fondos públicos, dinero que según los críticos debió gastarse en proyectos de irrigación.
"Realmente es un gran problema ver cómo nuestra cultura está siendo erradicada por la sequía, la corrupción y las costumbres urbanas", dice Julius Lemanken, un masai que trabaja para World Vision, una organización que está ayudando a financiar proyectos alimentarios. A veces las culturas cambian naturalmente, por sí mismas. Pero ¿se pudo haber evitado? ¿Podrán mis nietos ser ganaderos como yo? ¿Conocerán nuestras tradiciones?"
Los jóvenes keniatas dicen que ellos están metidos entre fuertes tradiciones culturales, que todavía creen que deben acatar, y nuevas ideas sobre la riqueza. Los niños masai aprenden el proverbio que dice: "En realidad, todo el ganado del mundo pertenece a los masai. Incluso los que hay en India y en Occidente fueron robados en nuestras tierras".
"Me gustan las vacas. No puedo sacarme este modo de pensar. Si lo hago, seremos un pueblo perdido", dice Samante. "El minuto en que tenga dinero en el bolsillo, compraré vacas. Si tuviera dinero en el banco y no comprara vacas con él, me convertiría en un tipo pobre y patético".
Samante todavía quiere casarse, quizás en un año cuando pueda aparejar a las pocas vacas que le quedan. Simplemente espera que la familia de Kulingala la deje esperarlo.
"Ella tiene todo lo que debe tener una mujer joven", dice. "Yo me sentía tan feliz....".
"Él era un hombre exitoso y amable de mi propia edad", dice Kutingala que dijo a sus padres hace poco. "Todavía quiero hacer mi vida como mujer casada"

20 de marzo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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