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huyendo del odio


[Jeffrey Fleishman] En su juventud, Tanja Privenau adoptó la mística del oscuro pasado de Alemania. Ahora busca refugio y teme que los neo-nazis la encuentren.
Dresden, Alemania. Llevaba un tatuaje de un vikingo blandiendo un hacha, gritaba insultos contra los judíos y extranjeros de piel oscura, se deleitaba con el lúgubre y pasado glamour del Tercer Reich y se casó con su segundo marido el día del cumpleaños de Hitler.
Tanja Privenau dice que ya no tiene nada que ver con las botas negras y esa envenenada cólera. Quema sus folletos y borra sus tatuajes, y con ella está traicionando lo que la definió durante veinte años: un inframundo de neo-nazis dirigido por millonarios racistas e ideólogos fanáticos. Ha roto con su marido fanático, cambió su nombre y desapareció con sus cinco hijos en una nueva clandestinidad. Y por eso teme por su vida.
"Tengo miedo de que me agredan", dice, cuando nos encontramos en un restaurante para no tener que revelar su domicilio. "Me he mudado a un apartamento secreto. No llevo a mis niños a la escuela porque no quiero que mi marido los secuestre. Puedo despertar cualquier día y encontrar el coche quemado. No es fácil alejarse de este tipo de gente".
La preocupación por el futuro de sus hijos la alejó poco a poco de sus colgantes cadenas plateadas y alzados puños del extremismo. Lo que de niña la excitaba por peligroso, ahora le parece una furia sin sentido.
Privenau ya no se parece a la ruda chica vestida de cuero de su juventud. Ya no va cargada de aretes o pendientes de peltre; tampoco despotrica ni tiene soliloquios inspirados en las SS. Es una pelirroja madre de 34 de pelo corto, suéter verde y falda larga; una mujer con un celular en su bolso y una demanda de divorcio en el tribunal.
"Algo me hizo cambiar completamente en 2001", dice. "Estaba reunida con otros padres. Vi el mundo más amplio. Creo que cambió mi visión del ser humano. Empiezas a pensar en lo que crees. ¿Por qué tenemos tanto odio contra el estado y contra los extranjeros?"
"No hemos evolucionado. No hemos logrado nada. Yo era una madre y no quería odiar a nadie. Quería que mis hijos se liberaran de todo esto".
Le tomó años forjar el coraje, pero Privenau encontró un santuario hace algunos meses en un programa llamado Exit, que ofrece refugio a los que quieren romper con el mundo tribal de la extrema derecha violenta. Publicitados desertores como Privenau, que en el pasado siguió adiestramiento paramilitar en los bosques y dirigió varios pequeños grupos neo-nazis, desaparecen adoptando nuevas identidades y mudándose de lugar, similar al programa de protección de testigos de Estados Unidos.
"Los que quieren retirarse sienten el vacío emocional. Finalmente se dan cuenta de que esas ideas llenas de odio no son nada", dice Bernd Wagner, agente de policía retirado de Berlín que fundó Exit hace seis años, que ha ayudado a 220 personas a romper con organizaciones extremistas.
"Tienen que reconstruir sus vidas y amistades", dice Wagner. "Muchos de ellos llevan los estigmas del pasado. Un tipo tenía el número 88 tatuado en su cabeza. Ese es un símbolo de Heil Hitler. Se deprimen. Son amenazados. Yo diría que Tanja corre un gran peligro".
El marido de Tanja, Markus Privenau, un importante extremista alemán, dijo en una entrevista por e-mail que él había dejado a Tanja, no al revés, y que ella se acogió a Exit en venganza. Dijo que Tanja no había cambiado sus creencias, sino que estaba reuniendo dinero uniéndose a una campaña de propaganda contra la extrema derecha.
"Quiere convertir su retirada en dinero, y para eso ella incluso se mete con los judíos. Todos los que conocen a Tanja y saben el odio que siente Tanja por los judíos, se restriegan los ojos de incredulidad", escribió, agregando que su esposa había sido insultada recientemente por el principal partido de extrema derecha de Alemania. "Su salida está construida sobre una mentira y está condenada al fracaso".
La ira de juventud de Tanja Privenau encontró salida en el indeleble pecado de la era nazi. El divorcio de sus padres cuando era una niña la dejó como un nudo en una cuerda tensada. Buscando algún significado, escudriñó en un pasado que la mayoría de los alemanes han enterrado profundamente. Los iconos y la mística nazi de los años treinta, consagrada poderosamente en los documentales de Leni Riefenstahl, destellaron en su conciencia, alejándola todavía más de su familia.
El padre de Privenau perdió el contacto con ella hace años. Se volvió a casar y tuvo otros hijos. Se negó a discutir el caso de su hija, diciendo que no quería pensar en problemas del pasado. Su madre, que Privenau dice que vive con un prominente extremista de derechas, no respondió a una petición de entrevista.
Su inspiración tenía una voz seductora. Recuerda haber buscado consuelo en las entusiastas historias de su abuelo, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que, como muchos de su época, debió sobrevivir a través del orgullo, la negación y la ira en un país arruinado por los hechos de un hombre con un raro y nervioso bigotito.
"Mi abuelo era mi ídolo", dice Privenau. "Me hablaba de su vida como soldado. Una vez tuve que escribir un ensayo para la escuela sobre las cosas malas del Tercer Reich. Entonces uno no podía poner en duda que el Reich era malo. Eso era lo que nos enseñaban.
"Mi abuelo se sintió atacado personalmente por lo que yo había escrito. Lo discutimos. Él negó haber sabido algo sobre el asesinato de los judíos, pero al mismo tiempo dijo: ‘No sé por qué los judíos no quisieron escuchar. Les dijeron que se marcharan y no lo hicieron. Esa fue su mala suerte’".
Hace una pausa.
"Tu ideología no cambia como si apretaras el interruptor de la luz. Crece en ti poco a poco. Mi abuelo me moldeó. Él usaba palabras como ‘Lebenskampf’, la capacidad de luchar en la vida. Citaba a Hitler, que acostumbraba a decir a los jóvenes alemanes que debían ser tan duros como el acero Krupp, resistentes como el cuero y veloces como un perro de carreras".
Tanja Privenau, de trece años e intelectualmente curiosa, no tenía amigos en la escuela y giró hacia gente en los márgenes. Asistió a una ‘reunión de camaradería’ del Partido Democrático Nacional NPD -restos de la máquina política de Hitler- en Hanover. El NPD estaba buscando respetabilidad política, al mismo tiempo que actuaba como una sombrilla de los neo-nazis, skinheads, racistas blancos y bandas de moteros como los Hells Angels.
"Era super", dice Privenau, que abandonó la escuela secundaria porque uno de sus profesores era judío. "A esa edad tienes ganas de hacer algo rebelde, no de estar sentado hablando en un bar. Los jóvenes tienen energía y vitalidad. Lo podías ver en la estructura de su organización y, con el tiempo, se convirtieron en familia. Te sientes en casa. Yo me sentía eufórica".
Era fogosa y fácil de influir. Los lemas racistas se convirtieron en un iracundo mantra. "Extranjeros fuera". "El Holocausto es una mentira inventada por los judíos". "Los alemanes deben ser puros y orgullosos de la restauración de su estado".
Privenau se unió a la Juventud Nacional-Democrática del NPD. Pero la organización no era suficientemente incendiaria, dice. "Yo andaba buscando el lenguaje de mi abuelo".
Descubrió su eco en el Partido Obrero Alemán Libre, un grupo pequeño y violento que auspiciaba conciertos de skinheads para enganchar a nuevos reclutas, que había intentado sin éxito organizar un movimiento de guerrillas y proclamado una vez su intención de "controlar todos los poderes" en Alemania. Sus manifestaciones callejeras se convirtieron en sangrientas escaramuzas entre ultra-derechistas y anarquistas de extrema izquierda que marchaban en contraprotestas. Privenau marchaba en primera línea, lanzado piedras a través del humo y el gas lacrimógeno.
"Eran tiempos muy violentos", dice. Calcula que fue detenida unos 200 veces en esas manifestaciones. "Había optimismo por la causa de la extrema derecha. Realmente pensaban que podían cambiar la sociedad".
Su compromiso ofrecía a una mujer una rara oportunidad en el movimiento de extrema derecha dominado por los hombres. Su novio encabezaba un pequeño grupo fascista cerca de Hanover. Privenau empezó a salir en los diarios. Organizaba tardes de bolos, charlas y ejercicios de adiestramiento paramilitar que la hacían recordar sus días de infancia cuando su abuelo la llevaba a marchas de supervivencia en los Alpes.
"Yo llevaba en mí la semilla radical", dice. "Pero supongo que era rabiosa como perro de pueblo e incluso a mi abuelo le molestaba mi radicalismo. Pensaba que había ido demasiado lejos y con demasiado odio".
En 1986, cuando tenía 15, su madre la hizo internar en un centro de detención juvenil.
"Escapé a las semanas", dice Privenau. "Con la ayuda de neo-nazis. Estuve dos semanas en Hamburgo y luego viajé a Dinamarca. Me sumergí en ese mundo y viví en la clandestinidad hasta el verano de 1988, cuando salí a superficie y di a luz a mi primer hijo".
El padre era su novio de Hanover. Detenido por actividades de extrema derecha, su compromiso empezó a decaer. Las asistentes sociales trataron de reformarlo, y sus ricos padres finalmente lo alejaron del extremismo con dinero.
"Yo no podía vivir con alguien que no era político", dice Privenau. "Lo dejé de inmediato. El ambiente me acogió. Me dieron dinero. Un tipo que me ayudó un par de veces era millonario. La extrema derecha es más que solo tropas de choque. Hay gente influyente con dinero que se mantienen tras los bastidores".
Privenau y los neo-nazis se encontraban bajo una creciente presión a mediados de los años noventa. Incendios provocados y atentados de extremistas habían causado la muerte de más de treinta inmigrantes. El país se movilizaba para aplastar toda posibilidad de un renacimiento nazi.
Entretanto, ella y otros presenciaban cómo uno de sus líderes más venerados, Michael Kuehen, que había mantenido en secreto su homosexualidad, moría de SIDA. La revelación debilitó la moral de un movimiento que era rabiosamente anti-homosexual. Otros cuestionamientos sobre la ideología de la extrema derecha surgían en la recién reunificada Alemania. Aunque Adolf Hitler, Rudolf Hess y el Tercer Reich eran idealizados, muchos extremistas de derecha creían que el pasado ya no definía las luchas contemporáneas contra la globalización y las supuestas conspiraciones judío-americanas.
Privenau estaba impaciente cuando empezó a salir con Markus Privenau en 1997. Se conocían de varios años -espíritus afines en política, dice ella. Se casaron el 20 de abril de 1999, el 110 cumpleaños de Hitler. Privenau dice que su marido se orientó hacia el NPD menos extremista, mientras ella tenía hijos y se unía a una red de pequeñas células de fanáticos.
"Después de la ilegalización de algunos partidos de extrema derecha, pensé, ¿por qué pertenezco a un partido?", dice. "Los grupos de los que yo era miembro tenían más odio que el NPD. Yo adiestré a un montón de gente y di charlas sobre cómo funcionaba la policía secreta alemana".
Ese mundo estaba ligado por la ideología, pero había un creciente eclecticismo. Privenau dirigía sus charlas a grupos como Sangre y Honor, Martillo, una banda de moteros conocida como Huesos, y un nuevo movimiento ‘gótico’ caracterizado por su fascinación con el satanismo y lo gótico. Algunas de esas facciones tenían su propia música, estilos de baile, arte y moda, pero todas ellas admiraban películas como ‘Corazón valiente’ [Braveheart] en la que los héroes pelean por su patria contra desalentadores peligros.
Su furor y radicalismo empezaron a tener consecuencias para sus hijos. Su hija mayor fue expulsada de una escuela privada por expresar las creencias de su madre en clases. Privenau cambió todavía más cuando estudió para convertirse en una terapeuta física para cuidar mejor de su hijo, que es inválido. Gastó un tiempo alejándose de los círculos neo-nazis, usando otras ropas, ocultando su pasado.
Privenau decidió abandonar el único mundo que había conocido desde que era niña. "Traté de sacar a mi marido", dice, "pero él interpretó mi vuelco como una traición".
Agrega: "Me odian porque yo, como madre alemana, saqué a mis cinco hijos del ambiente de extrema derecha".
En su página web, Markus Privenau compara a su esposa con una espía que tiene que "odiar su propio pasado para ser capaz de mirarse en el espejo. Ahora la traidora ha sido empujada tan lejos que está dispuesta a evacuar el cubo de excrementos sobre sus antiguos camaradas".
Un amigo cercano, que teme represalias de los grupos de extrema derecha y pidió no ser mencionado, dice que Tanja Privenau no podrá nunca escapar de las garras de su pasado neo-nazi.
"Es un sistema cerrado. No puede salirte cuando quieres. Esa gente no es repugnante. Son amables y agradables, educados y cultos, al menos los que yo conozco. Pero me di cuenta de lo paranoicos que son. Si te asocias con ellos, es difícil que mantengas tu independencia. No puedes simplemente decir adiós".
Con sus calles curvas y vecindarios reconstruidos después de la guerra, Dresden es un buen lugar donde desaparecer una tarde. Privenau pide chocolate caliente y escudriña las caras de los que entran al restaurante.
Tiene muchas historias. Cuenta varios años de su vida. Tanja la luchadora callejera, la organizadora, la escritora, la ideóloga, y luego Tanja la esposa, la madre, la desertora con el tatuaje del vikingo oculto por su suéter. Estaba borrando esa imagen, pero se le acabó el dinero y ahora es una desleída mancha.
Suena su celular. Un hombre le dice que el otro escondite ya está listo. El camarero trae la cuenta. Privenau camina hacia la estación de trenes con una nueva dirección en el bolsillo.

Petra Falkenberg y Christian Retzlaff en Berlín contribuyeron a este reportaje.

29 de abril de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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