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terroristas jordanos en iraq


[Nir Rosen] Tras una eventual retirada de Estados Unidos de Iraq y Oriente Medio, los fanáticos continuarán sus guerras contra los ‘infieles’ y ‘herejes’ de sus sociedades.
Jordania es considerado desde hace tiempo como el país tranquilo de Oriente Medio. La gente lo llamaba el Reino Hachemita del Aburrimiento y lo visitaban para descansar. El Rey Hussein y su hijo, el Rey Abdullah II, que subió al trono en febrero de 1999, eran suficientemente amables con Estados Unidos, respetuosos de Israel y moderados partidarios de la modernización. En cuanto a las revueltas que han enturbiado a la región desde la revolución iraní de 1979, se creía ampliamente que el servicio de seguridad del rey, la policía secreta Mukhabarat, había infiltrado a todos los grupos que pudiesen pensar en provocar líos. Pero la verdad es que Jordania no ha estado tan aislada del radicalismo que ha engullido a Oriente Medio en nuestros días: en 1970 y 1971, los palestinos de Jordania, que entonces como ahora constituyen la mayoría del país (hoy de 5.6 millones de habitantes), se levantaron en armas y su insurrección fue brutalmente reprimida. Y en el curso de la búsqueda de métodos para mantener su dominio político, la monarquía hachemita entregó a la Hermandad Musulmana -la variante local del movimiento islámico que empezó en Egipto en los años veinte- el control de la política educacional, lo que tuvo oscuras implicaciones.
Abu Musab al-Zarqawi es el yihadista jordano más violento que hay en Iraq, y no está solo.
Ahora sabemos que el sereno reino estaba produciendo al hombre del que se piensa que encabeza el sector más mortífero de la resistencia iraquí -y el que llevó el conflicto de vuelta a Jordania con tres atentados con bomba en diciembre pasado: Ahmed Fadeel Nazal al-Khalayleh, mejor conocido como Abu Musab al-Zarqawi por haber nacido en Zarqa, una pobre ciudad a una hora de camino al norte de Amán. Cómo el tranquilo reino de Jordania pudo producir un hombre que se ha hecho conocido como el Jeque de los Asesinos, es una pregunta que ocupa el centro en la guerra santa contemporánea.
Jordania es el hogar de muchos yihadistas, en gran parte jóvenes del mismo ambiente que produjo a Zarqawi, y especialmente desde que Estados Unidos invadiera Iraq hace casi tres años, Jordania se ha convertido cada vez más en un lugar ya no tan tranquilo, un lugar donde los musulmanes locales van y vienen fácilmente entre Iraq y Jordania, un lugar donde la clandestinidad yihadista parece ser una parte casi normal de la vida del país. Y si ese movimiento clandestino puede ser normal en la tranquila Jordania, ¿cómo se podrá impedir que sea también normal en los demás países musulmanes?

"Se sentaba allá, donde estás sentado tú", dijo Muhammad Wasfi, señalando el cojín donde reposaba yo. Wasfi es un ex yihadista de 42 años que dice que ahora se dedica a la enseñanza. Estamos hablando en su fría salita -el invierno jordano es frío- en la ciudad de Rusaifa, justo al sur de Amán, mientras sus hijos mayores nos sirven un azucarado té. Wasfi acaricia a un gato que entró tras nosotros. Sus hijos pequeños gritan y pelean en el cuarto contiguo. Su hijo menor, Mudhafer, entra para pedirle dinero. "Abu Musab ha oído hablar de mí", dijo Wasfi, continuando, mientras recuerda su primer encuentro con Zarqawi en el verano de 1993. "Era un musulmán sencillo que quería servir al islam. No se quedó por mucho tiempo y al día siguiente se apareció con otro tipo. Nos sentamos a hablar sobre nuestras esperanzas y sueños y ambiciones sobre la fundación del califato y sobre cómo izar la bandera de la guerra santa contra los enemigos del islam en todas partes. Yo estaba en desacuerdo con él en algunas cuestiones estratégicas, como su visión de Israel y Palestina. Él no pensaba en hacer una guerra santa contra los judíos e Israel. Abu Musab quería cambiar los regímenes árabes".
En los años noventa, el deseo de Zarqawi de hacer la guerra santa contra los ‘enemigos cercanos’, los llamados musulmanes herejes, se extendía por el mundo árabe. Allá había muchos hombres que pensaban como él en Amán, y todavía más en las ciudades de mayoría palestina de Jordania, como Zarqa e Irbid. Algunos habían logrado regresar de Afganistán, donde lucharon con éxito contra los soviéticos, y estaban esperando la siguiente yihad; otros venían de Kuwait, parte de un masivo éxodo de palestinos de ese país durante la invasión iraquí de 1990 y después de la retirada de las tropas iraquíes en 1991. (El apoyo brindado por algunos palestinos a la invasión de Saddam Hussein llevó a Kuwait a expulsar en masa a sus palestinos una vez que se retiraron las tropas iraquíes). Dentro de este último grupo había algunos dedicados radicales que habían sido influidos profundamente por clérigos egipcios -fanáticos del Grupo Islámico, un radical retoño carcelario de la Hermandad Musulmana de Egipto, que habían sido expulsados de Egipto a Kuwait.
Muchos de estos desarraigados e indeseables creyentes encontraron un hogar espiritual y político en un tipo de islam llamado salafismo. No es sorprendente, quizás, que el salafismo enfatice el desarraigo de la fe. Desprecian a los santos y prácticas místicas locales (como las del sufismo) y toda otra desviación del rígido sunnismo. Desprecian a los chiíes. Normalmente desprecian a todas las otras sectas y prácticas que los salafistas consideran ‘bida’, o ‘innovaciones’. Dada su intensa preocupación con la pureza, los salafistas están constantemente tratando de identificar y expulsar a los impuros. Esto se llama ‘takfir’, que a menudo se traduce como ‘excomunión’: un viejo término caído en desuso que ha recobrado vida en el salafismo y que permite, incluso estimula el asesinato de musulmanes a los que los salafistas han expulsado mediante la excomunión ‘takfir’. Quizás la personificación más feroz del salafismo hoy sea Abu Musab al-Zarqawi.
La mayoría de los visitantes occidentales de la capital de Jordania no se alejan demasiado del rico vecindario al oeste de Amán. Una vez que sales de ahí y te diriges al este o al sur, las casas tienden a ser bloques de concreto sin pintar, con barras de acero asomándose encima de tejados sin terminar, y casas cuadradas dispersas azarosamente en las colinas, con empinadas calles sombreadas por la ropa colgada. Los terrenos baldíos se han convertido en vertederos. Delgadas torres de metal, coronadas con altavoces para el llamado a la oración, sobresalen desde las sobrias mezquitas -sencillos bloques de concreto cuadrados, como las casas. En Rusaifa, en un laberinto de estrechas calles sin árboles, los tenderos cubren las cabezas de sus maniquíes femeninos en las vitrinas y en las calles algunas mujeres van completamente cubiertas. Las amarillas y rojas colinas y dunas del desierto se ven inhóspitas contra el gris cielo de invierno. Fue en una colina como esas que Muhammad Wasfi construyó su casa, que es donde me reuní con él en diciembre. La casa no parecía haber sido terminada, y se veía sin embargo vieja, el patio cubierto de basura y juguetes de niños, incluyendo una pistola de juguete.

Conocí a Wasfi por medio de un palestino llamado Abu Saad, que conoce bien a los yihadistas salafistas de Jordania. Abu Saad es un hombre inquieto con una nerviosa sonrisa y una voz aguda; sueña con convertirse en periodista. También es un salafista. Cuando Abu Saad me paseaba en coche por Amán y sus barrios pobres, le gustaba tocar casetes con canciones de Al Qaeda. Eran cantos a cappella, porque los salafistas no creen en la música; giran sobre aventuras de los yihadistas en la lucha contra los infieles. En su ordenador guarda una colección de videos de ataques yihadistas contra estadounidenses, los que mira orgullosa y regularmente.
Mientras Wasfi y yo conversábamos -en árabe-, Abu Saad nos dejaba hacerlo en su coche, que en el camino a Rusaifa había perdido algunas partes. Wasfi llevaba un pantalón de chándal y una sudadera azul que combinaba. Tiene un cuerpo grueso y fuerte, con una barriga que demostraba que no está tan activo como antes. Su gruesa barba estaba descuidada, pero llevaba su bigote corto, al estilo salafista, y su pelo muy corto.
Nació, me dijo, en Cisjordania en 1963. "Todavía recuerdo el día en que dejé Palestina", dijo. Su familia se trasladó primero a Amán y luego a Zarqa, al norte de la capital, donde viven muchas familias militares. Su padre se enlistó en el ejército jordano. Wasfi mismo sirvió dos años antes de sacar un diploma en gerencia comercial y trabajó como funcionario público. "En esa época yo empecé a aprender filosofía musulmana", me dijo. Llegó a admirar al radical Grupo Islámico, de Egipto, y esperaba fundar un movimiento jordano similar. "Como palestinos queremos una solución para nuestros problemas", me dijo. "Aunque yo era joven, no veía otra solución para esos problemas que el islam. Así que no me atraía ningún movimiento palestino laico. Yo quería hacer algo por el islam y los musulmanes y ayudar a fundar un estado musulmán y hacer de Palestina la capital del nuevo califato".
Le pregunté si acaso todavía pensaba que eso era posible.
"Sin ninguna duda", me dijo. "Lo ha dicho el profeta Mahoma".
Como muchos salafistas, Wasfi es un autodidacta que lee los trabajos de Abdullah Azzam (una figura clave en la guerra santa moderna y mentor, en el pasado, de Osama bin Laden) y del egipcio Omar Abdel Rahman (el clérigo ciego actualmente encarcelado en Estados Unidos por su fracasado intento de volar monumentos históricos de la Ciudad de Nueva York). Leyó sus libros y escuchó los casetes con sus sermones. Los admiraba por haber ido a Afganistán y en 1989 fue él mismo, "para ver la realidad de los musulmanes y sus movimientos, la nación musulmana y la guerra santa". Soñaba con empezar una yihad en el territorio de Sham -las tierras de Siria, Jordania, el Líbano y Palestina- y liberar a su patria.
Zarqawi, Wasfi y otro yihadista -el cerebral y autodidacta clérigo palestino Abu Mohammed al-Maqdisi, que estuvo entre los primeros que partieron para Kuwait en 1991- fundaron y dirigieron juntos un grupo en Jordania llamado Bayaat al Imam (Lealtad al Imam). "No teníamos la capacidad para hacer la guerra santa", confesó Wasfi. "Pero a pesar de nuestra incapacidad, seguimos adelante". De acuerdo a Wasfi, Maqdisi trajo siete granadas con él desde Kuwait. "Maqdisi dio las granadas a unos hermanos para que hicieran operaciones en Palestina para matar israelíes", me dijo Wasfi. Su historia era consistente con informes de la prensa jordana que he leído. "Los hermanos fueron detenidos y los jordanos descubrieron la organización y arrestaron a los jefes, pero antes de eso estuvieron fugitivos durante cuatro meses. Nos detuvieron y torturaron". Wasfi reclama haber sido sometido a "privación de sueño, golpizas, rasuramiento de su barba". Como resultado, dice, ahora sufre de reumatismo y a menudo le duelen las rodillas.
Pero las cárceles de Jordania no fueron exactamente una barrera de contención de la guerra santa, sino más bien un invernadero. Los prisioneros yihadistas se organizaron jerárquicamente y con lealtades típicas de cualquier banda de cárcel. Al mismo tiempo, de acuerdo a esos periodistas jordanos que informan regularmente sobre los yihadistas en diarios como Al Ghad, los presos ejercieron atracción sobre los menos devotos. Criminales se convertían a un islam estricto y enseñaban a sus nuevos camaradas habilidades que serían útiles para la guerra. "La cárcel fue una buena cosa para el movimiento", me dijo Wasfi. "La cárcel fortaleció la personalidad de los presos y les hizo ver lo grande que era la causa en la que creían. La cárcel es un buen ambiente para reclutar y hacer propaganda". Wasfi admitió que él y sus camaradas hicieron reclutamiento entre delincuentes. "Cuando hablas con ellos sobre el islam", me dijo, "ellos ven la diferencia entre un sistema de castigos hecho por los hombres y un sistema hecho por Dios. Eso los hizo defensores de la ‘dawa’ -el ‘llamado’ de islam- y enemigos de la opresión".
Zarqawi fue primero delincuente antes que yihadista. Era un joven desenfrenado, de acuerdo a los que lo conocieron y han contado su historia en la prensa árabe. No se interesaba en la religión. Abandonó la escuela secundaria y era conocido porque le gustaban los tatuajes, el alcohol y las riñas, y en los años ochenta terminó en la cárcel. Tras salir en libertad se marchó a Afganistán en 1989, donde la guerra santa contra los soviéticos se había convertido en una guerra de facciones afganas.
"Abu Musab era mi amigo", me dijo un ex yihadista llamado Sheik Jawad al Faqih, recordando a Zarqawi. Conocí a Jawad en casa de Abu Saad. Es un hombre de aspecto temible con una espesa barba y bigote recortado, manos inmensas y voz ronca. "Venía a mi casa. Fuimos juntos a Afganistán". Jawad, que es palestino, dijo que sus tíos habían peleado contra la ocupación británica de Palestina y que él había sido inicialmente influido por el nacionalismo laico. En 1982, sin embargo, encontró "el camino correcto" y abandonó sus posturas nacionalistas. "Abu Musab era un hombre normal, temeroso de Dios, muy sencillo", dijo Jawad, pensativo. "No tenía mucha formación religiosa".
Jawad me dijo que Zarqawi casó a dos de sus hermanas con afganos para fortalecer su relación con sus anfitriones. "Los afganos lo cuidaban, y él ganó experiencia", dijo.

Jawad volvió a Jordania y como Zarqawi y muchos otros que volvieron de Afganistán, empezó a participar en acciones menores en Jordania. Admitió haber realizado operaciones contra ‘infieles’ en Jordania: atacó un blanco británico, trató de atacar a marines estadounidenses. Dijo que había "matado a un sacerdote" y "hecho explotar a un judío". Me dijo que había fundado células de combatientes que llamaba "familias". Cada familia estaba formada por cinco combatientes que no conocían la identidad de los miembros de otras familias. Jawad dijo que en unos años de existencia, su Ejército de Muhammad llegó a fundar células en todo el mundo árabe. La mayoría eran veteranos de la guerra santa afgana. Pero en 1991, dice, un miembro descontento del ejército de Jawad dio los nombres de los jefes de la organización al servicio de inteligencia jordano. Este tipo de cosas no era inusual y todavía no lo es. Jawad dijo que de sus 13 detenciones, nueve podían ser atribuidas al hecho de que fue delatado por jordanos, lo que lo llevó a despreciarlos.
Jawad abandonó la guerra santa. Hoy es un vendedor de coches en Zarqa. Recuerda la yihad afgana como la mejor experiencia que ha vivido.
Zarqawi había vuelto desde Afganistán a Jordania pero fue detenido a poco de llegar y estuvo en la cárcel desde 1993 hasta la amnistía general de 1999. Su camarada de esos años, Wasfi, me dijo que incluso en la cárcel Zarqawi y el ideólogo del grupo, Maqdisi, llegaban a gente afuera, influyendo en individuos en las varias ciudades donde estuvieron presos. Antes de ir a la cárcel en 1994, Maqdisi atravesó Jordania enseñando su libro ‘El credo de Abraham’, la fuente más importante de instrucción religiosa para los yihadistas salafistas de Jordania. En él habla de los infieles y de los tiranos, utilizando las extensas definiciones que prefieren los salafistas. ‘Tiranos’, en mi lectura del libro, podría incluir ídolos hechos de piedra, el sol, la luna, los árboles. También podrían incluir tumbas, una referencia a la práctica sufí y chií de visitar las sepulturas de santos e imanes. Y ‘tiranos’ también podría incluir las leyes hechas por los hombres. Era el deber de los fieles denunciar la herejía de todas esas formas de culto e idolatría y expresar su odio hacia ellas.
De acuerdo a Maqdisi, la democracia es una religión hereje y constituye un rechazo de Alá, el monoteísmo y el islam. (Montó un ataque contra ella a toda escala en su libro ‘La democracia es una religión’). La democracia es una innovación que se coloca por encima de Dios e ignora las leyes del islam. Coloca a la gente (o al tirano) por encima del islam, pero en la ideología salafista sólo Dios puede dictar leyes. Maqdisi sostenía que los regímenes que gobernaban a los musulmanes no eran islámicos. Por eso, los musulmanes no les debían obediencia y deben luchar para fundar un verdadero estado musulmán.
Inicialmente Zarqawi estaba subordinado a Maqdisi. Pero en la cárcel el torpe y solemne Zarqawi empezó a florecer -y a eclipsar a Maqdisi. "Zarqawi era carismático", recordó Wasfi cuando hablamos, mientras "Maqdisi era tranquilo y pasivo. Estábamos tratando con las autoridades de la prisión de un modo muy agresivo y Zarqawi era tribal", miembro de la importante tribu de Bani Hassan y, a diferencia de Maqdisi y Wasfi, no era palestino -"así que su posición tribal le daba más poder que a un palestino. Si tus raíces son jordanas y tienes una tribu grande, tienes más poder. A los presos les gustaba un representante fuerte como Zarqawi, y él peleaba con los gendarmes. Era muy rudo y fuerte cuando trataba con miembros de la organización. Les impedía que les mezclaran con otras organizaciones de modo que no fueran influidos por otras ideas, y les impedía moverse libremente en la cárcel, incluso a mí. Pero yo me rebelé contra él".
Zarqawi organizó un golpe, obligando a Maqdisi a entregar el control de su grupo, Bayaat al Imam, y a aceptar una posición de asesoramiento teológico. La agresiva personalidad de Zarqawi atraía a los jóvenes rudos en la cárcel. Como los salafistas fuera de la cárcel, los yihadistas salafistas en la cárcel se liaban acusándose unos a otros de ser herejes. "En la cárcel, un desacuerdo en ideas provocaba problemas", me dijo Wasfi, negándose a entrar en detalles, pero agregando que "Abu Musab tomó muchas decisiones equivocadas que yo no acepté, como la posición de hostilidad hacia otros grupos". Cinco meses antes de su liberación, Wasfi abandonó el movimiento para concentrarse en una "dawa personal". (Oficialmente no puede enseñar, así que lo hace en secreto). "Después de que Zarqawi fuera dejado en libertad, me pidió que trabajara con él, pero me negué", dijo Wasfi.
Su tiempo en la prisión fue tan importante para el movimiento como sus experiencias en Afganistán, uniendo a hombres que sufrieron juntos y dándoles tiempo para formular sus ideas. Para algunos también fue una experiencia educativa. Un experimentado yihadista que conoció a Zarqawi en Afganistán me dijo: "Cuando lo oí hablar, no podía creer que fuera el mismo Zarqawi. Pero seis años en la cárcel le dio la oportunidad de estudiar".
Tras su liberación en 1999, Zarqawi partió para Pakistán, donde fue arrestado y detenido brevemente antes de emprender su viaje hacia Afganistán junto a sus seguidores más importantes. Para él tanto Al Qaeda como los talibanes no eran lo suficientemente extremistas, de acuerdo a Mohammed Abu Rumman, periodista de Al Ghad. Una importante discusión giró sobre a quién atacar: Zarqawi criticó a Osama bin Laden por no calificar de herejes a los gobiernos árabes para poder atacarlos.
Para Zarqawi el ‘enemigo cercano’ era una prioridad, mientras que para bin Laden era el ‘enemigo lejano’. Esta ha sido quizás la disputa más ácida dentro del violento y fanático islam sunní. Al Qaeda, al menos en términos relativos, ha estado siempre preocupado de establecer lazos entre los grupos que pudieran de otro modo consumirse a sí mismos luchando unos con otros. Concentrándose en el enemigo lejano -Estados Unidos, Israel, los países europeos y Rusia; en sus propios territorios o contra sus nacionales, embajadas o intereses en países musulmanes-, Al Qaeda podría reclamar cierto liderazgo carismático sobre un ‘movimiento’ bastante diverso y fraccionado. Y no metiéndose con los numerosos enemigos cercanos (o formando alianzas con ellos), Al Qaeda podría hacerse con un pequeño espacio vital.
El celo por la pureza ha llevado a Zarqawi y a los salafistas a concentrarse en sus ambientes más próximos. Este impulso podría, por supuesto, conducir a la retirada; en los años setenta, un grupo salafista egipcio trató de aislarse física y psicológicamente de la sociedad, formando algo parecido a una comuna. Pero la impaciencia por cambiar el mundo y quizás, en algunos, un apetito por la violencia ha llevado a muchos salafistas a un vigoroso compromiso con los enemigos más cercanos que pudieron encontrar, incluso cuando esos enemigos eran extremistas con ideas similares a las suyas.
Zarqawi era uno de esos salafistas estrictos que criticaba a los talibanes -por no imponer cabalmente la sharia, por un lado, y por reconocer a Naciones Unidas, una organización hereje, por otro. Y así criticó a Al Qaeda por asociarse con los talibanes. Zarqawi instaló su propio campamento cerca de la occidental ciudad afgana de Herat, cercana a la frontera con Irán. Cuando Estados Unidos atacó Afganistán, funcionarios de la inteligencia estadounidense dijeron que Zarqawi cruzó Irán hacia el autónomo Kurdistán en el norte de Iraq, donde puede haber tomado contacto con el grupo terrorista Ansar al-Islam en una región fuera del alcance de Saddam Hussein. Cuando Hussein fue derrocado en abril de 2003, Zarqawi tenía un nuevo estado fracasado donde operar. Y la invasión de Iraq y la subsecuente ocupación estadounidense ofreció la oportunidad perfecta para superar las desavenencias al interior del extremismo musulmán: el enemigo lejano se había convertido también en un enemigo cercano.

Poca gente está en mejor posición que Huthaifa Azzam para comprender cómo tomó forma la tendencia yihadista de la resistencia iraquí, porque él, un jordano, ayudó a empezarla. Es el hijo de Abdullah Azzam, que nació cerca de Jenin, Palestina, en 1941, se trasladó a Jordania después de la Guerra de Seis Días en 1967 y se convirtió en algo parecido al padre de la guerra santa en Jordania. Abdullah Azzam dirigió la rama jordana de la Hermandad Musulmana que fue más influida por el escritor egipcio Sayyid Qutb -el personaje central de la filosofía yihadista del siglo 20.
Después de la invasión rusa de Afganistán, Abdullah Azzam se mudó a Pakistán, donde fundó la Oficina de Servicios del Mujahedín, el principal centro de enlace para los árabes que llegaban. Los libros y sermones de Abdullah Azzam presentaban sus ideas sobre la yihad, y fue mentor de bin Laden hasta 1987, cuando, de acuerdo a Huthaifa Azzam, bin Laden decidió formar su propio campamento para los árabes. Abdullah Azzam no era suficientemente radical para él -consideraba que la yihad era solamente defensiva- y Ayman al-Zawahiri, el doctor egipcio que se convertiría en la mano derecha e ideólogo de bin Laden lo hizo a un lado.
Dos años después, en noviembre e 1989, un coche-bomba mató a Abdullah Azzam y a dos de sus hijos en Peshawar, Pakistán. En el coche que los seguía se encontraba Huthaifa, entonces de 18 años, que había estado en la guerra santa durante más de cinco años y que había empezado su adiestramiento a los 12. Lo conocí en la cafetería del Hotel Royal en Amán occidental. Con vaqueros celestes, una chaqueta de cuero y una polera roja, en buen estado y agradable, de sonrisa fácil y con un excelente inglés, no parecía un yihadista. Como su padre, Azzam tenía la piel clara; llevaba la barba recortada. Pidió un chocolate caliente y contó su historia.
Azzam dijo que él había seguido adiestramiento por primera vez en el campamento Sada en las afueras de Peshawar y luego, en 1984, en los campamentos de Khaldan y Yaqubi en Afganistán. En su primera batalla en Jaji ese año peleó junto a su padre y hermanos. Era una unidad completamente árabe, incluyendo a saudíes, marroquíes y argelinos. Cuando no estaba peleando, Azzam estudiaba en una escuela que había fundado su padre para los hijos de los mujahedines árabes. Conoció a Ahmed Shah Massoud en 1985 y peleó junto al afamado héroe afgano, entrando a Kabul con él en 1992. Luego Azzam siguió un curso en la Universidad Musulmana Internacional en Islamabad, pero durante los siguientes seis años también se unió a unos compañeros árabes en un intento por unir a las facciones contenciosas en Afganistán, moviéndose entre la Alianza del Norte de Massoud, y los talibanes del ulema Omar. "Éramos los mujahedines árabes que eran respetados por todo el mundo", me dijo y responsabilizó del fracaso de llegar a un acuerdo a la intervención del servicio secreto paquistaní.
En 1994 y 1995, dice Azzam, estuvo en Bosnia trabajando para canalizar dinero y suministros a los musulmanes sitiados del país. Luego trató de entrar a Chechenia, pero fue obligado a devolverse. En 1996, cuando volvía a Jordania, Azzam fue detenido en el aeropuerto y encarcelado brevemente. En 2000 Jordania le devolvió su pasaporte y le permitieron vivir libremente; se dedicó a vender coches y nueces, importando y exportando y obteniendo un permiso para vender celulares. (Ese día en la cafetería me mostró en su propio celular videos que había bajado de la red con ataques de la resistencia iraquí contra militares norteamericanos). Sacó su licenciatura en estudios islámicos y árabe y ahora está trabajando en su doctorado, estudiando literatura árabe de la España musulmana clásica.
De acuerdo a Azzam, sus estudios no le impidieron hacer esporádicas incursiones en actividades yihadistas. Tres días después de que empezara la invasión estadounidense de Iraq, Azzam y otros partidarios de su difunto padre cruzaron de Jordania a Iraq y establecieron una base para sí mismos en Faluya. La única fuente de esta historia es Azzam mismo, pero que contara la historia implicaba algo de riesgo para él, y su dominio de los detalles y personajes implicados le otorga credibilidad; también se ajustaba con la información que yo había reunido en viajes anteriores a Faluya y Bagdad. "Estábamos tratando de convencer a los clérigos musulmanes de que empezaran a resistir", dijo. "Ellos no tenían ningún plan. Estaba durmiendo. Estuvimos discutiendo durante un mes. Me decían que me volviera a mi país".
Para Azzam, dejar Iraq solo para descubrir tu propio destino no era una opción. Dijo que creía que la resistencia empezaría y quería darle forma al proceso, así como acelerarlo. "Éramos más de 30 o 40 árabes, sin armas", dijo. "Fuimos de mezquita en mezquita, de escuela en escuela. La gente decía: ‘¡Estados Unidos nos trajo democracia!’ Creían en las mentiras de Bush de que traería democracia y libertad".
Todo cambió, dijo, el 28 de abril de 2003, cuando soldados americanos mataron a quince manifestantes en Faluya y luego mataron a dos más en una manifestación subsecuente. (Los iraquíes dijeron que la primera manifestación había sido para protestar contra el hecho de que los estadounidenses estaban usando una escuela básica como base militar). Después de eso, se extendieron rumores de que cuatro soldados estadounidenses habían violado a una chica de 17, incluyendo fotos en internet. (Las fotografías pueden haber sido montadas). "Esa historia fue la principal causa que empezó la resistencia en Faluya", dijo Azzam. Los "hizo reconsiderar el asunto, pero todavía no hacían nada. Yo estaba mirando desde una distancia -sonriendo. Al principio habían dicho: ‘Vete a hacer la guerra santa a tu propio país’. Después de la historia de la violación, dijeron: ‘Está bien, ahora queremos empezar, sino mañana violarán a nuestras madres o hijas o hermanas’. Esta historia provocó la resistencia en Faluya. Nos llamaron a una reunión y dijeron: ‘Teníais razón’. Desde el primer día les habíamos contado que el ejército iraquí había abandonado las armas y que ellos deberían tomarlas, pero dijeron que eso era robar, haram, saqueo. En esos días podías comprar un lanzagranadas por tres dólares".
Azzam dice que pasó cuatro meses en Iraq impartiendo su conocimiento sobre guerra de guerrillas a la resistencia local. Sus antecedentes, me dijo, le dieron importancia inmediata. "Soy el hijo de Abdullah Azzam", dijo, "así que todos querían escucharme. Y tengo experiencia en tres o cuatro yihads en países diferentes, y un montón de gente de la resistencia iraquí no tenían planes. Les dimos nuestra experiencia de modo que pudieran empezar desde donde nosotros habíamos parado, de modo que no empezaran de cero. La guerra santa es una obligación para los musulmanes. Si no puedes apoyar la yihad peleando, la puedes apoyar con ideas o enseñando. Así que tratamos, y todavía estamos tratando. Los seguidores de Abdullah Azzam ayudaron a organizar la resistencia en todo Iraq, y habíamos esperado formar una resistencia unida con los chiíes. Queríamos lograr la unidad entre sunníes y chiíes con la resistencia de los dos lados, pero los jefes chiíes estaban contra nosotros, y Zarqawi lo echó a perder, provocó su fracaso".
Azzam se oponía furiosamente a Zarqawi y gente como él, los que, dijo, daban mal nombre a la yihad. "Le decimos a la gente que da dinero: ‘No le deis dinero a Zarqawi. Dadlo a los iraquíes, dadlo a la Asociación de Clérigos Musulmanes. Ellos están en el camino correcto; nuestra escuela los apoya". La asociación fue fundada en el verano de 2003 en Bagdad para unir a los sunníes de Iraq y aumentar su influencia política. Fue dirigida por el jeque Harith al-Dari, cuyo abuelo había sido uno de los jefes de la rebelión contra los británicos y cuyo hijo, de acuerdo a rebeldes con los que hablé, organiza la resistencia armada. La asociación, de acuerdo a miembros a los que entrevisté, está afiliada a varias unidades de la resistencia nacional iraquí, la más importante de las cuales son las Brigadas de la Revolución y el Ejército Islámico Iraquí. Ocasionalmente también ayudó a los chiíes que se oponían a los estadounidenses y las fuerzas aliadas.
Azzam veía su apoyo de la resistencia iraquí como consistente con su respaldo de otros movimientos musulmanes nacionales que luchaban en lo que los yihadistas consideran defensa propia. "En Iraq hay una yihad defensiva", insistió Azzam. "Tropas extranjeras ocupan un país musulmán". Dijo que las cosas marchaban muy bien con la guerra santa iraquí. "Loado sea Dios, lo logramos", me dijo. "Todo está saliendo mejor. Mucho mejor de lo que habíamos esperado. No durará tanto como en Afganistán, nueve años, para sacar a Estados Unidos. Será mucho más rápido. Pero debemos saber cuáles son nuestros objetivos y metas. Con sólo hacer explotar coches-bomba no es suficiente. Necesitamos un plan para el futuro. Cuando se marchen los americanos, veremos dónde marcharnos".
Cuando se marchen a ese nuevo lugar, ¿habrá estadounidenses allá? La forma específicamente salafista de la yihad no exige un enemigo lejano como Estados Unidos. Dada la rigidez del salafismo, tendrá siempre toda una gama de enemigos cercanos entre los que elegir. Al Qaeda es diferente: el tipo de misiones de fuerza y proyección que ha preferido, llevando la guerra al enemigo lejano, probablemente ocurrirá mientras exista Al Qaeda. Pero ¿qué pasará con la ‘yihad defensiva’ de gente como Huthaifa Azzam?
Azzam y otros a lo largo del espectro de la ideología yihadista parece esperar que Estados Unidos continúe de alguna manera siendo un enemigo cercano, ahora que ha desplegado tropas tan profundamente en Iraq. Los americanos en la región serán sometidos a la crónica violencia de baja intensidad de hombres que, durante años, colocan unas bombas aquí, cruzan la frontera y hacen incursiones allá, y todo esto mientras pasan el resto del tiempo vendiendo coches y celulares.
El motivo para una continua yihad defensiva puede ser Iraq, o la lucha palestina contra Israel, o incluso Siria, o una combinación de todas ellas. En algunos círculos radicales jordanos, existe la expectativa de que el objetivo de los enemigos del islam es controlar todo el Sham: Siria, Jordania, el Líbano y Palestina. Las presiones que Estados Unidos ejerce sobre Siria son a veces vistas por los extremistas como parte de un plan mayor de los ‘herejes’ para atacar a Sham, el tipo de predicción paranoica que casi puede convertirse en verdad. Muhammad Wasfi, amigo y ex compañero de Zarqawi, espera que Estados Unidos continúe siendo un enemigo cercano. "Lo que me preocupa ahora es continuar el llamado islámico y establecer el modo de vida musulmán mientras esperamos la yihad correcta", me dijo. "El próximo campo de batalla será el Sham, y debemos preparar a la gente del Sham para esto. Lo que pasó en Iraq y antes en Afganistán se extenderá. Estados Unidos quiere entrar a la capital del islam, que es el Sham. Esta entrada será a través de Siria. Siria será el matadero de los norteamericanos y sus partidarios, de modo que les invitamos a que entren en Siria para que los masacren".
Lo que está claro es que el islam radical no ha sido derrotado por los militares estadounidenses y que la política americana en Iraq ha tenido la imprevisible consecuencia de fortalecerlo. Para muchos jordanos más jóvenes y fanáticos, y esos jordanos no están solos, la idea de una yihad es vista como parte natural de las cosas, una guerra permanente que no será derrotada con más democracia, ni una mayor presencia militar estadounidense.

La corte militar de Marja sita en un blanco y achaparrado edificio en la cumbre de una colina al este de Amán y al otro lado de la carretera frente a un base aérea militar. Aparte de juzgar a soldados desobedientes, la corte trata casos de seguridad y terrorismo. Los familiares de presos se reúnen en el bordillo fuera, la mayoría de ellos con las tradicionales batas, esperando que los cacheen para entrar. El viento invernal sopla fuerte en las colinas y apaga las sirenas de un sedán policial que se acerca, seguido por una furgoneta azul, sin ventanas excepto una con barrotes en la parte de atrás. La furgoneta es seguida por una camioneta, con dos agentes antiterroristas enmascarados manejando una ametralladora pesada en la carrocería.
Un miércoles de fines de diciembre la furgoneta entró a Marka por el portón principal y luego giró hacia la parte de atrás de la corte. Diez presos con grilletes descendieron el vehículo y fueron llevados a una jaula en la sala del tribunal. Sus abogados, conversando jovialmente en una sala de espera llena de humo, pasaron frente a numerosos agentes de policía, agentes de seguridad y soldados -todos ellos buscando bulliciosamente algo que hacer- y entraron a la pequeña sala de la corte, con sus brillantes luces fluorescentes y viejas bancas de madera llenas de agentes con los azules uniformes de la Seguridad General.
Las edades de los presos fluctúan entre 21 y 35 años. Estaban conversando animadamente, sonriendo y saludando con la mano a sus familiares sentados en el fondo de la sala del tribunal. Los diez presos llevaban los uniformes azul oscuro de tela de vaqueros de los presos, gorras de lana y zapatillas. Sus barbas se veían desgreñadas, como su pelo, que se escapaba de las gorras y avanzaba hacia las orejas y la nuca. Algunos tenían una mancha oscura en la frente, encima de las cejas. Es el signo de una intensa devoción, que se adquiere arrodillándose y agachándose hacia adelante, colocando la frente en el suelo cuando se reza.
El mes antes Zarqawi había enviado terroristas suicidas iraquíes a Amán, tres de los cuales lograron detonar sus chalecos en tres hoteles diferentes, matando a más de sesenta personas e hiriendo a más de cien, incluyendo a muchos que asistían a una boda. Fue el tercer atentado exitoso de Zarqawi en Jordania. En todos los casos ha utilizado a no-jordanos para eludir la infiltración del servicio secreto. En 2005, la Mukhabarat dijo que había capturado a los miembros de trece células terroristas; el año anterior, fueron once, una de ellas en contacto directo con Zarqawi.
Todos los presos eran de Irbid, en la frontera con Siria. Seis eran de origen palestino; sus padres o abuelos habían huido o habían sido expulsados de sus hogares al oeste de la frontera en 1948, cuando se fundó Israel, o como resultado de la Guerra de Seis Días. En documentos judiciales, los cargos contra los diez (más cinco que hasta la fecha han eludido su detención) describen que se habían reunido en la mezquita de Qaqa, en el barrio de Hnina, de Irbid. Querían pelear contra los norteamericanos en Iraq y planeaban reclutar a otros y reunir dinero para ir a Iraq a través de Siria. A fines de julio del año pasado, dicen los documentos judiciales, reunieron el dinero para comprar un rifle Kalashnikov y algunas balas. En diferentes momentos cruzaron clandestinamente la frontera siria, a veces llevados allá por un amigo que poseía un bus escolar. En Siria uno de ellos se reunió con un tunecino que lo llevó a un apartamento donde alojaban un libio y un saudí. Hablaron sobre las operaciones que harían y le instaron a conducir un coche-bomba, pero según las actas judiciales él se negó a convertirse en ‘suicida’. Se cansó de esperar en Siria y volvió a Jordania, donde sus amigos le reprocharon agriamente que hubiese vuelto.
Más tarde también otros entraron a Siria y hablaron sobre la posibilidad de unirse a los combatientes en Iraq. Los documentos mencionan que ellos también participaron en debates teológicos sobre cuándo y cómo aplicar el término de ‘hereje’ a la gente común, gobernantes y académicos. (Sus planes incluían atacar a chiíes en Iraq y probablemente a otros, como policías y soldados iraquíes que podrían ser sunníes. Así que la discusión sobre a quién excomulgar tenía un interés práctico inmediato). Otro de los acusados fue también invitado a ‘suicidarse’, pero se negó y volvió a Jordania. Otros más entraron a Siria con Kalashnikov y cuatro recámaras llenas de balas sólo para terminar discutiendo, después de lo cual volvieron a Jordania, donde fueron detenidos.
En la sala del tribunal de Marka, tres jueces militares con uniformes verde oliva estaban sentados detrás de largos escritorios de madera. Detrás de ellos había fotografías enmarcadas del difunto Rey Hussein y del Rey Abdullah. Cuando el juez presidente se preparaba para leer los cargos, uno de los presos gritó: ""¡Say Allahu Akbar!" (Dios es Grande). Los presos estallaron al unísono, gritando furiosamente: "¡Allahu Akbar, el camino de Dios es la yihad!" El juez esperó que terminaran y leyó los cuatro cargos, que eran posesión de un arma automática con la intención de usarla en una actividad ilegal, iniciación de actividades ilegales que podrían perjudicar las relaciones de Jordania con un país extranjero, viajes ilícitos de entrada y salida de Jordania con un arma automática y colaboración en viajes ilegales a Jordania.
Cuando el juez llegó a la parte sobre "un país extranjero", fue interrumpido por un preso que gritó: "¡No son países extranjeros, son países herejes!" El juez parecía aburrido y tamborileó con su bolígrafo sobre la mesa exigiendo silencio y pidiendo al hombre que se callara. El juez leyó los nombres de los preso, preguntándoles si se consideraban culpables o inocentes.
Fue nuevamente interrumpido, por el mismo preso, que gritó: "Esto es teatro. ¿Cuándo va a terminar? ¡Sabemos que ya habéis decidido el veredicto y habéis escrito las sentencias!" El juez tamborileó con su bolígrafo, impaciente. "Yo no soy culpable. ¡Usted es el culpable!", gritó un preso. "La yihad no puede ser culpable", gritó otro. "¿La yihad de Alá es culpable? ¿Así que pelear contra los norteamericanos y los judíos y los herejes es un delito? Estamos defendiendo el honor de nuestras hermanas en Iraq. ¿Eso es un delito? Dios es nuestro guía, y vosotros no tenéis ninguno. Vuestro gobierno es corrupto, y apesta. Usted y su régimen y sus hombres, ¡sois vosotros los culpables!"
El juez dio golpecitos con su bolígrafo y dijo a los presos que respondieran sin hacer comentarios. "¡Los culpables son los que abren bares con bebidas alcohólicas!", chilló un preso. El juez perdió la paciencia y ordenó agriamente a los guardias que retiraran de la jaula al preso más bullicioso, que fue llevado a la furgoneta. El preso se calmó. El juez ordenó a las familias que abandonaran la sala del tribunal, como castigo por la testarudez del preso. El fiscal militar, también con uniforme, informó al juez que él no tenía testigos y el juicio fue pospuesto por una semana. "¡Alá es nuestro guía y vosotros no tenéis ninguno!", gritaron los presos al unísono. "Él es nuestro guía y nuestro sostén. El guía vuestro es Estados Unidos y tenéis el peor que puede haber".
El viernes siguiente me dirigí hacia el barrio de Hnina, de Irbid, y a la mezquita de Qaqa, con la esperanza de saber más sobre los motivos de los jóvenes presos en su fracasado intento de unirse a la guerra santa en Iraq. Mi chofer contó cómo su propio primo había empacado repentinamente y se había marchado a Iraq en marzo de 2003. Muchos jóvenes de su propia ciudad de Zarqa, dijo, incluyendo algunos que no eran religiosos, se lanzaron hacia la frontera para pelear contra los norteamericanos.

Irbid se extiende sobre onduladas colinas y la altura explica que el aire sea más puro que en Amán. Como era viernes, las calles estaban prácticamente vacías. En el barrio de Hnina dos niños estaban sentados en el bordillo compartiendo una bolsa de patatas fritas. Una corta cola de hombres y mujeres se formaba frente a la panadería Jowharat al Zein, para comprar pilas de grandes panes achatados para el almuerzo del viernes. Los niños jugaban en las calles, y algunas mujeres que pasaron no vestían demasiado conservadoramente.
Arriba en la mezquita había unos 600 hombres. Unos niños pequeños jugaban en la puerta o rezaban con sus padres. La mezquita no había sido terminada y en las paredes se veían los bloques de concreto y yeso todavía sin pintar. La luz del sol entraba por la cúpula. Mientras los hombres terminaban sus oraciones murmurando quedamente, el jeque Jihad Mahdi se levantó y empezó una breve oración. "Gracias Alá, sostén del islam", entonó, "por la victoria y por humillar con Tu poder a los infieles y ordenando todo con Tus órdenes y engañando a los infieles con Tu astucia, que calculáis los días de la justicia. Oración y paz para Aquel que eleva la bandera del islam con Tu espada". No era una oración común; era la misma que utiliza el Al Qaeda de Zarqawi en Mesopotamia en todos sus mensajes.
Después de un sermón sobre el tema de la peregrinación a la Meca (era la temporada de las peregrinaciones), Jihad ofreció otra oración. "Dios apoya a los musulmanes y les da la victoria en todas partes", dijo, mientras la multitud respondía con un ‘Amén’.
"Dios apoya a los muyahedines y les da la victoria en todas partes, en Iraq y en Palestina".
"Amén".
"Dios nos da el poder de romper los cuernos de los judíos y de los norteamericanos y de los cruzados".
"Amén".
"Dios no da la oportunidad de hacerles frente".
"Amén".
"Bendícenos y muéstranos el camino hacia la yihad en el camino hacia Dios".
"Amén".
Jihad repitió la última oración tres veces. Dejó de lado la oración tradicional por la buena salud del rey.
¿Adónde conduce toda esta tranquila pero constante movilización yihadista? Si la invasión americana exigió una respuesta yihadista, la retirada estadounidense puede igualmente llevar a muchos hombres a deshacerse de sus rifles y volver a la venta de coches, nueces y celulares. Al mismo tiempo, la retirada del enemigo lejano puede dejar a los yihadistas con la sensación de que deben volver a sus guerras contra los enemigos cercanos: sus propios gobiernos y una plétora de otros infieles, incluyendo a los herejes chiíes. También puede ocurrir que algunos gobiernos de la región prefieran que sus yihadistas encuentren otra cosa que hacer que dedicarse a su derrocamiento -como hacer una guerra santa contra los chiíes. El camarada de Zarqawi intensamente anti-chií, Abu Anas al-Shami -otro palestino que se trasladó a Jordania desde Kuwait después de la Guerra del Golfo de 1991 y el líder espiritual de Al Qaeda en Mesopotamia hasta su muerte en 2004- se decepcionó cuando la Asociación de Clérigos Musulmanes en Iraq llamó a colaborar con los nacionalistas iraquíes y los chiíes moderados. Como salafista, Abu Anas consideraba ‘viciosos’ y enemigos del islam a los chiíes. Los sentimientos anti-chiíes son fuertes entre los yihadistas en Iraq, y han aumentado los asesinatos de civiles chiíes a manos de militantes sunníes.
La perspectiva de un gobierno chií en Iraq también preocupa a los vecinos sunníes de Iraq, incluyendo a Arabia Saudí (que tiene una descontenta minoría chií) y Jordania. Esos países son a menudo considerados como la principal fuente, junto con Siria, de combatientes extranjeros en Iraq. Los chiíes de Iraq se han manifestado contra Jordania en el pasado precisamente por este motivo. El Rey Abdullah advirtió en diciembre de 2004 contra una emergente "luna creciente chií" desde el Líbano hasta Iraq e Irán que podría desestabilizar la región. En septiembre del año pasado, el ministro de Relaciones Exteriores de Arabia Saudí, Saud al-Faisal, advirtió sobre una posible guerra civil en Iraq debido al dominio chií.
Nuevamente la política de los conflictos entre chiíes y sunníes no es nada nuevo (y muchos yihadistas sunníes, incluyendo a Huthaifa Azzam, así como la Asociación de Clérigos Musulmanes, han condenado los ataques contra los chiíes, e incluso Maqdisi rompió con la política de Zarqawi de matar a civiles chiíes). Lo que es nuevo es una población de yihadistas experimentados y dedicados reclutas que están dispuestos a viajar de país en país buscando dónde combatir. La yihad radical puede no apelar nunca a la mayoría de los musulmanes, pero para suficientes jóvenes sunníes, con su secta galvanizada por Iraq, se ha convertido en un modo de vida.
Abu Saad me llamó una noche y me recogió en su coche. En el asiento de pasajero estaba Abu Muhammed, un verdadero gigante, de 37 años, que hablaba un tosco árabe. Poco después de la caída de Bagdad, Abu Muhammed se trasladó a Baquba, una ciudad al este de Bagdad cerca de la frontera iraní. "Estaba sediento de yihad", dijo. "Sentía que era mi deber ir a Iraq. Es un deber de todo musulmán". Él había vivido previamente en Iraq durante cinco años, y tenía relaciones, me dijo, con "gente en el lado correcto". Él y sus amigos se reunieron pronto con combatientes de Iraq occidental y participaron más intensamente en la resistencia.
Abu Muhammed apoyaba los ataques contra los chiíes civiles de Iraq. "Las sectas de infieles son una sola cosa, sean de judíos o de chiíes". Citando a Ibn Taimiya, un filósofo del siglo 13 venerado por los salafistas, dijo que los chiíes "son peores que los judíos y los cristianos". Abu Muhammed ansiaba volver a Iraq. "Soy un adicto de Iraq, un adicto de la yihad", dijo. "Iraq sabe diferente, su agua, sus dátiles, su yogur saben diferente. Es el país del califato".

Nir Rosen es el autor de ‘In the Belly of the Green Bird: The Triumph of the Martyrs in Iraq’, que sale en mayo.

19 de febrero de 2006
©new york times
©new american foundation
©traducción mQh
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