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muerte del número cuatro


[Jeff Jacoby] A diferencia de sus decenas de miles de víctimas, este feroz asesino murió en la cama de un hospital.
La semana pasada hubo un recién llegado en el infierno. Era el criminal comunista al que sus padres bautizaron Chhit Choeun. Pero la gente no lo llamaba así.
El antiguo comandante Khmer Rouge era más conocido por su nombre de guerra, Ta Mok; o como ‘Hermano Número Cuatro', el título que le otorgó su colega revolucionario camboyano, Pol Pot (‘Hermano Número Uno'). Hun Sen, el primer ministro de Camboya, lo llamó el ‘Hitler de Camboya'. Para innumerables camboyanos de a pie, era simplemente ‘El Carnicero'.
Han pasado 30 años desde que los Khmer Rouge asesinaran a 1.7 millones de sus compatriotas camboyanos, en una orgía de sangre que exterminó a un cuarto de la población de Camboya en nombre de una utopía marxista radical. El mes pasado, se formó finalmente un tribunal designado por Naciones Unidas para llevar a justicia a los arquitectos de ese genocidio. Pero tres de los más sanguinarios sociópatas Khmer Rouge -Pol Pot, Son Sen y ahora Ta Mok- están muertos. Sólo uno de ellos, Kaing Khek Ieu, conocido como Duch, que dirigía la cárcel de torturas en Tuol Sleng, está todavía bajo custodia. Todos los demás tienen edades entre los setenta y ochenta años. Y de cualquier modo, el juicio no empezará antes de fin de año.
Como es el caso de la mayoría de los monstruos comunistas de los últimos noventa años, no habrá un ajuste de cuentas terrenal de los crímenes de Ta Mok. No habrá una instancia donde se preservarán los nombres ni las historias de sus incontables víctimas, aquellas cuya sangre continuará gritando desde debajo de la tierra.
Mientras que aquellos asesinados por los Khmer Rouge no tendrán nunca la posibilidad de prestar testimonio, algunos de los que les sobrevivieron han contado sus historias. Abajo siguen breves fragmentos de tres de esas memorias.

Ranachith (Ronnie) Yimsut tenía 13 años cuando Camboya cayó en manos de los Khmer Rouge.
Durante la última semana de 1977, él y su familia extendida fueron enviados en una marcha forzada hacia Tonle Sap, donde los esperaban los Khmer Rouge para matarlos. De las docenas que fueron asesinados ese día, sólo sobrevivió Yimsut. Su historia se encuentra entre las compiladas en ‘Children of Cambodia's Killing Fields', de Dith Pran, publicado por Yale en 1997:

"Yo fui el último en ser amarrado fuertemente por los soldados... Mi cabeza empezó a sangrar, por una herida que tenía. Todavía estaba semi inconsciente. Podía sentir dolor y la sangre corría por mi cara. Me estaban usando como ejemplo de lo que les esperaba si se resistían. Amarraron rápidamente al resto del grupo, sin problemas... Me empecé a marear y la sangre seguía goteando por mi cara y en mi ojo derecho. Era la primera vez que tenía lágrimas en los ojos -no por la sangre ni el dolor, sino por la realidad que estaba viviendo. Yo estaba entumecido de temor.
"Estaba más allá del horror cuando oí cómo empezaban los tiros. De algún modo, supe que era el fin. El viejo padre de Oum estaba junto a mí y su pecho se contrajo varias veces antes de caer sobre mí. En ese momento, vi a un niñito al que conocía bien y que empezó a llamar a su madre.
De repente sentí un chorro caliente en mi cara y cuerpo. Estaba seguro de que no era lodo: era la sangre del niño, o quizás sus tejidos cerebrales destrozados por el impacto. Los otros soltaron breves pero horrorosos gritos. Pude oír cómo dejaban de respirar...
Todo pasó como en cámara lenta; era muy irreal. Ocurrió todo en cuestión de segundos, pero todavía puedo recordar vívidamente cada detalle. Cerré mis ojos pero los aterradores sonidos continuaron...
"Desperté con el familiar sonido de los mosquitos que zumbaban como abejas sobre mi cuerpo. Sólo que esta vez eran millones de ellas alimentándose de mi sangre y de la sangre de la gente... Yo estaba desorientado. No podía recordar dónde estaba... De repente lo recordé y me puse a sudar. Recordé las cosas que habían pasado antes y eso fue como una bofetada en mi cabeza. Sentí el agudo dolor de mi cuerpo embotado. Tenía mucho frío. Nunca había sentido tanto frío en toda mi vida. El temor corría desenfrenado por mi cabeza... ¿Estoy muerto? ¿Si lo estoy, porque sufro todavía? Me hacía esas preguntas una y otra vez, y siempre llegaba a la misma conclusión. Que estaba todavía vivo. ¡Estoy vivo! Pero, ¿por qué?
"No podía entender por qué estaba todavía vivo y sufriendo. Podría haber estado muerto. Entonces deseé estar muerto, como el resto de la gente que yacía a mi alrededor".

En Tuol Sleng, una escuela de Phnom Penh convertida en prisión, los Khmer Rouge torturaron al menos a 14 mil víctimas para que confesaran crímenes no existentes contra Angkar, el directorado del gobierno comunista. Tras confesar, fueron ejecutados. Vann Nath fue uno de los siete reclusos que se sabe que sobrevivieron. Su versión de lo que le ocurrió allá aparece en ‘The Killing Fields', un libro de fotografías de Tuol Sleng publicado por Twin Palms en 1996:

"Esa tarde a eso de las siete, varios hombres, con un listado de nombres y uno con un rifle AK-47, llegaron para llevarme... Me empujaron hacia una pequeña casa de ladrillos, donde encendieron una lámpara y me dijeron que me sentara. Vi largos tornillos de metal, porras, bolsas de plástico y látigos colgando de las paredes.
Debajo de mi silla había manchas de sangre fresca. Mientras uno de ellos escribía, me preguntaron sobre mis orígenes...
"‘¿Por qué lo detuvieron?', le preguntó el interrogador. Dije que no lo sabía. ‘Angkar no es estúpido', dijo. ‘Nunca atrapa a gente que no es culpable. Ahora, piense de nuevo: ¿Qué hizo?'... El interrogador me dijo que confesara, pues de otro modo me golpearía. Yo no sabía qué responder. Amarró un cable eléctrico a mis esposas y conectó el otro extremo a mis pantalones con un imperdible. Luego se volvió a sentar.
"‘¿Recuerda ahora? ¿Quién colaboró con usted para traicionara Angkar?', preguntó. No se me ocurría qué decirle. Conectó el cable al soquete y me dio una descarga. Me desmayé.
"No sé cuántas veces me aplicó electricidad, pero cuando volví en mí, podía oír una voz distante preguntándome una y otra vez quién era mi contacto, con quién me estaba comunicando. Pero yo no podía hablar.
"Como no pudieron sacar de mí la confesión que querían, me aplicaron nuevamente electricidad, hasta que me derrumbé en el suelo...
"Todos los días llevaban prisioneros para ser interrogados. Los esposaban y vendaban antes de salir del cuarto.
A veces, los prisioneros volvían con cortes o sangre en sus cuerpos; otros desaparecían. Más tarde, los prisioneros que estaban en el cuarto adonde llegué empezaron a morir uno por uno. Si un prisionero moría en la mañana, no lo sacaban sino hasta la noche. Viví así durante más de treinta días".

Haing Ngor, un doctor de una próspera familia camboyana, perdió a la mayoría de su familia durante el terror del Khmer Rouge. Después de ser arrestado y torturado repetidas veces, escapó de Camboya en 1979, y llegó a Estados Unidos en 1980. Sus memorias, ‘A Cambodia Odyssey', fue publicada por Macmillan en 1987:

"Justo antes de que me colocaran una bolsa de plástico en la cabeza, miré a la señora embarazada que estaba a mi lado. Tenía una bolsa en la cabeza y estaba pateando convulsivamente con los dos pies. Ellos me amarraron la bolsa al cuello.
"[...] Traté de respirar, pero la bolsa se me metió en la boca y no tenía aire y me desesperé, traté de sacarme la bolsa, pero no podía y me puse a dar patadas, pero no veía nada... Entonces me sacaron la bolsa...
"Le quitaron la bolsa a la señora embarazada, pero era demasiado tarde.
"Había muerto, sofocada. Un guardia le rasgó su blusa y le quitó su vestido. Luego cogió su rifle, que llevaba una bayoneta.
"Le... abrió el vientre desde el esternón hasta debajo de su ombligo. Arrancó el feto, le amarró una cuerda al cuello y lo arrojó en una pila de fetos de otras mujeres embarazadas. Entonces hurgó en sus intestinos, le cortó el hígado y finalmente le cercenó los senos con un movimiento de la hoja de su bayoneta.
"[...] Yo estaba tendido de lado, sin moverme. Luego me sacarían las entrañas a mí, simplemente para divertirse. Para ellos, abrir a alguien no significaba nada. Era simplemente un capricho. Pronto vendrían a por mí. Pero los segundos se convirtieron en minutos y luego se marcharon..."

A diferencia de los hombres, mujeres y niños que murieron violentamente bajo su comando, Ta Mok, alias ‘El Carnicero', murió en la cama de un hospital. Tenía 80 y murió plácidamente.

jacoby@globe.com
27 de julio de 2006
©boston globe
©traducción mQh
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