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los khmer rouge no deben escapar


[Alex Hinton] Los jefes de una de las dictaduras comunistas más atroces podrían morir antes de ser llevados a justicia.
Ta Mok, el infame ex jefe militar y miembro del comité central de los Khmer Rouge, apodado ‘El Carnicero', murió hace dos semanas. Su muerte, como la de Pol Pot en 1998, priva a los camboyanos de otra oportunidad de exigirle cuentas a un artífice clave del genocidio camboyano por las campañas de asesinatos masivos desencadenadas entre 1975 y 1979.
La muerte de Ta Mok estuvo envuelta en ironías. La más inmediata fue la incongruente vista del elaborado funeral budista con que se le honró, incluyendo a 72 monjes cantores y una sepultura en un monumento de cemento en el terreno de un templo. Fue un fin extraño para un hombre que ayudó a implementar el plan de los Khmer Rouge de prohibir el budismo y la política de deshacerse ignominiosamente de sus víctimas, arrojándolas en fosas comunes.
La oportunidad fue también una ironía. Apenas unas semanas antes, se había tomado juramento a los juristas de las Salas Extraordinarias de los Tribunales de Camboya, iniciando el juicio patrocinado por Naciones Unidas de los antiguos líderes de los Khmer Rouge que ha tomado 27 años de preparación. Se esperaba que Ta Mok, arrestado en 1999, y que desde entonces esperaba su enjuiciamiento, fuera el primero y más importante de los acusados.
Después de casi tres décadas de retraso, la muerte de Ta Mok subraya la urgencia de seguir adelante con el tribunal a la mayor rapidez posible. Otros probables candidatos a juicio, incluyendo al Hermano Número Dos, Nuon Chea (79), ex jefe del presidio de estado Khieu Samphan (77), e Ieng Sary (76), el ex vice-primer ministro de asuntos exteriores, podrían morir, como Ta Mok y Pol Pot, como hombres libres, sin ser llevados a justicia.
El trabajo sucio de Ta Mok mancha el paisaje de su país. Viajé en enero a partes del sudoeste de Camboya, la zona que gobernó con puño de hierro durante el genocidio -como lo demuestran decenas de antiguos campos de prisioneros y al menos seis mil fosas comunes. En muchos lugares, los huesos de los muertos yacen en enormes pilas, en santuarios, y sirven como prueba de los asesinatos masivos y como recordatorios del pasado. Entrevisté a ex gendarmes de prisiones que me contaron, con la vista baja, que ellos no habían hecho nada y que, además, sólo obedecían órdenes. Y hablé con antiguos prisioneros que continúan sintiendo pavor por esos hombres y que aún viven atormentados por el pasado.
Durante mi viaje, tres cosas sobre el tribunal se hicieron claras.
Primero, debe prestarse más extensión a la difusión. Aunque mucha gente sabe algo sobre las Salas Extraordinarias, fue desconcertante encontrar a otros que ni siquiera sabían que se iniciaría un juicio, ni que había un tribunal internacional ni quiénes sería juzgados. Si la idea es que las Salas Extraordinarias logren su objetivo, estas deben significar algo para la gente.
Lamentablemente, la difusión es a menudo uno de los ítemes de ‘dinero blando' que los donantes tratan de recortar de los presupuestos. La comunidad internacional debe impedir que esto ocurra en Camboya.
Segundo, Estados Unidos debe intervenir. Después de dictar una charla ante el Club de Periodistas Camboyanos, varios periodistas camboyanos me preguntaron por qué Estados Unidos no apoyaba al tribunal. No pude dar una buena explicación, diciendo que la falta de interés de Estados Unidos se debía a maniobras políticas y preocupaciones sobre la independencia de los juristas camboyanos, que están trabajando con juristas y abogados internacionales en este tribunal ‘mixto'. Aunque este último requiere vigilancia, la intervención de Estados Unidos aumentaría las posibilidades de éxito del tribunal. Además, tenemos la responsabilidad de ayudar, dado el desastroso legado de nuestro país en Camboya. Un primer paso de Estados Unidos podría ser cubrir parcial o totalmente el déficit de 9.6 millones de dólares en el financiamiento de las Salas Extraordinarias.
Tercero, es urgente mejorar los programas de salud mental de Camboya. Uno de los riesgos que corre el tribunal es que reabra o exacerbe las heridas psicológicas, una posibilidad que es todavía más alarmante en Camboya debido a que el país tiene fuera de las áreas urbanas una infraestructura de salud mental mínima -debido en parte a la muerte de casi todos los psiquiatras camboyanos durante el período del Khmer Rouge. Investigaciones recientes y en mis propias conversaciones con gente en el campo, sugieren que muchos camboyanos siguen sufriendo de achaques físicos, regresiones y pesadillas. La comunidad internacional debe actuar inmediatamente para evitar una potencial crisis de la salud mental en Camboya durante la realización del tribunal.
Hasta la fecha ningún funcionario de alto rango de los Khmer Rouge ha sido enjuiciado ni ha rendido cuentas por la muerte de casi dos millones de camboyanos -casi un cuarto de la población. Como Ta Mok, esos líderes no han mostrado estar arrepentidos y acusan de todo a Pol Pot.
Si un puñado de antiguos partidarios de Ta Mok le brindaron un funeral budista, muchos camboyanos más se mostraron comprensiblemente indignados de que hubiera burlado a la justicia. Los camboyanos con los que hablé, quieren saber qué pasó y por qué. Quieren que los antiguos líderes del Khmer Rouge sean juzgados. La comunidad internacional debe intervenir para garantizar que esto ocurra de manera expedita y significativa, antes de que sea demasiado tarde.

Alex Hinton es profesor de antropología en la Universidad Rutgers en Newark y autor de ‘Why Did They Kill? Cambodia in the Shadow of Genocide'.

 

4 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
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