las pruebas de iraq
[R. Stephen Humphreys] Uno de los intelectuales árabes más importantes explora la acritud de una guerra que apoyaba.
Fouad Ajami nos ha entregado un libro complejo, a veces extraño, marcado al mismo tiempo por la fe y la ambivalencia. Por un lado, ‘The Foreigner's Gift' es la defensa de un halcón, aunque limitada, de la invasión y ocupación estadounidense de Iraq. (De principio a fin, Ajami enfatiza "la nobleza del esfuerzo", aunque admite que las buenas intenciones pueden ser insuficientes, ya que "un país intrínsicamente optimista como Estados Unidos ha entrado en un país inmerso en una historia de pesar".) Por otro lado, el autor investiga los obstáculos casi insuperables que se oponen al éxito de la campaña. Cuando se trata de Iraq y Oriente Medio, ciertamente no hay nada malo con la ambivalencia; el problema es normalmente el exceso de fe. Sin embargo, las emociones encontradas complican las cosas para cualquiera que esté buscando alguna orientación sobre qué hacer a partir de ahora.
Ajami es profesor en la Universidad John Hopkins, pero su estilo es cualquier cosa menos académico. Tiene un estilo lírico y, a veces, hasta rapsódico. En algunos momentos (como en sus descripciones de los soldados estadounidenses, cuyo carácter e intenciones admira profundamente, aunque no siempre su conocimiento de Iraq), raya en lo sensiblero. Este es un libro con anécdotas cuidadosamente escogidas, entrevistas breves y observaciones, no de teorías y evidencias. Ajami es elocuente y a veces emocionante, pero su lucha por transmitir las complejidades de Iraq realza la sensación de ambivalencia que infunde su libro.
Ajami es una importante voz en el debate sobre Iraq, pero está lejos de ser típico. Es un intelectual árabe alienado -un hombre con una profunda simpatía por las causas y pasiones grandiosas que han dirigido la política árabe en las últimas seis décadas, que compartió esos entusiasmos cuando era joven y que todavía siente algo de nostalgia por ellos pero que ha roto con ellos decididamente, optando por los valores políticos occidentales, y a menudo por valores de tendencia conservadora. Es famoso o infame, según a quién le preguntes, por sus consejos a la Casa Blanca de Bush sobre la región de su juventud.
Ajami nació en 1945 en una familia chií del sur del Líbano. Creció en una era tumultuosa: durante el apogeo de Gamel Abdel Nasser, el gran líder egipcio que llamó a la creación de un solo gran estado pan-árabe, y el abrupto colapso del nasserismo después de la humillante derrota árabe en la Guerra de Seis Días de 1967; el nacimiento del nacionalismo palestino y la creación del "estado dentro del estado" de la Organización para la Liberación de Palestina en el Líbano natal de Ajami; el propio inevitable deslizamiento del Líbano hacia una guerra civil religiosa durante quince sangrientos años, de 1975 a 1990; la lenta emergencia de los chiíes del Líbano de la pobreza rural y de la marginalidad política a una posición de extraordinaria influencia; y, finalmente, el meteórico crecimiento del radicalismo islámico tras la muerte de Nasser, un movimiento que fue (y sigue siendo) un caleidoscopio de obras caritativas, activismo político y terrorismo fundamentalista. El conflicto árabe-israelí impregnaba casi todos los aspectos de la vida. En su telón de fondo yacía la fase más crítica de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos dejó de ser un figurante en la política de Oriente Medio y se convirtió, en lugar de eso, en el hecho central para la vida de cualquier gobierno y movimiento en la región.
El pensamiento de Ajami está empotrado en esos acontecimientos. Para él, el nacionalismo secular, largamente desaparecido e inclinado a la izquierda, de los años cuarenta y principios de los cincuenta todavía representa un movimiento de esperanza, una breve visión de un futuro mejor en el que una forma inclusiva de nacionalismo árabe reemplazaría las lealtades más tradicionales de la región hacia las sectas y las étnicas, en el que la democracia reemplazaría a las corruptas monarquías del día, a veces dominadas por potencias extranjeras, en el que un renacimiento cultural e intelectual impulsado por kurdos y árabes, musulmanes, cristianos y judíos llegó a reverberar en las librerías y salones de Bagdad, El Cairo y Beirut.
En el libro se encuentran dispersos muchos esbozos de esos artistas y escritores. El retrato más sincero es el de Buland Haidari, un poeta kurdo "de luminosos talentos" que sólo escribía árabe. Haidari tenía estrechos lazos con los intelectuales de la comunidad judía de Bagdad antes de su éxodo de 1951 y, por eso, simboliza lo que Iraq debió ser y lo que podría haber llegado a ser.
Para Ajami, todas esas preciosas pero frágiles esperanzas desaparecieron en el caos revolucionario desencadenado por Nasser y otros revolucionarios iconoclastas de los años sesenta, fueron luego traicionadas en los años setenta por una profana e insana alianza entre brutales estados policiales y violentos militantes islámicos. En un sentido muy real, todos sus escritos desde su primer y brillante libro ‘The Arab Predicament' (1981), han sido un lamento por las ilusiones perdidas de su juventud y una lucha por descubrir cómo podrían ser recuperadas hoy.
Es a través de esta lente que mira a Estados Unidos: como un potencial liberador de la tiranía y el estancamiento cultural. Para el 11 de septiembre de 2001, los árabes estaban encerrados en sus lemas y resentimientos, detestando los crueles regímenes que controlaban sus vidas, pero incapaces de hacer algo contra ellos. Sólo alguna tremenda fuerza externa podría soltar esas rigideces. Sólo el poderío estadounidense podría abrir las puertas de la peor de las cárceles árabes, el Iraq de Saddam Hussein, creando con ello las condiciones en las que sería posible, tras el 11 de septiembre de 2001, la lucha regional por la democracia, la libertad personal y la renovación cultural. Ajami no está terriblemente interesado en los motivos y propósitos que empujaron a Estados Unidos a Iraq; para él el punto clave es que la democratización es un elemento central del programa del presidente Bush. Ese hecho en sí mismo legitima toda la empresa.
Admite, aunque a regañadientes, que Estados Unidos es una irónica opción para el papel de libertador. Primero, la política de Estados Unidos en Oriente Medio en los últimos cincuenta años se ha apoyado firmemente en los regímenes autoritarios -más notablemente en la monarquía puritana de la Casa de Saud y la dictadura egipcia encabezada por Hosni Mubarak, por el que Ajami siente una especial aversión. Ya que Estados Unidos no se divorciará de sus viejos aliados, Estados Unidos no se presenta como un creador de democracias con las manos limpias. Segundo, Ajami dice poco sobre las severas penurias que sufrieron la mayoría de los iraquíes bajo el largo período de las sanciones de Naciones Unidas desde el término de la Guerra del Golfo en 1991 hasta la invasión de 2003, aunque cualquier habitante de esa región del mundo está agudamente consciente de ellas. (Saddam Hussein manipuló críticamente las sanciones, por supuesto, pero para los iraquíes de a pie las penurias fueron suficientemente reales).
Finalmente, Ajami alude constantemente al endémico anti-americanismo de los árabes. Entre los intelectuales árabes, y en las calles árabes, la idea de que la presencia norteamericana en Iraq pudiera ofrecer oportunidades inspiradoras parece derechamente absurda. Ajami trata el anti-americanismo de manera asombrosamente desdeñosa; lo considera una especie de patología, el perverso irracionalismo de un pueblo perverso que es incapaz de reconocer que el extranjero le ha ofrecido un verdadero regalo. El anti-americanismo es un fenómeno complejo, pero no surge de la nada, y ciertamente merece un tratamiento más indagador que el que recibe es este libro.
A pesar de las esperanzas que ha puesto Ajami en la intervención norteamericana, reconoce cabalmente los inmensos obstáculos a los que se enfrenta. Aquí el autor es su propio y más severo adversario; si su análisis es coherente, Estados Unidos se ha impuesto una tarea que está bastante más allá de sus recursos y comprensión. El problema central, dice, es el fracaso iraquí en la construcción de una forma inclusiva de identidad nacional que pudiera superar las tradicionales lealtades religiosas, étnicas y tribales del país. Desde la formación de Iraq tras la Primera Guerra Mundial, los árabes sunníes han dominado su vida política; otros grupos, y muy especialmente la mayoría chií, han sido marginados o reprimidos violentamente. La dictadura baazista dominada por los sunníes, que gobernó Bagdad de 1968 a 2003, intensificó y envenenó hasta tal punto las rivalidades tradicionales, que muchos iraquíes no pueden imaginar una verdadera vida nacional.
De principio a fin, Ajami enfatiza el modo en que sus colegas chiíes (en Iraq en particular y en el mundo árabe en general) son vistos por los árabes sunníes: como un elemento extranjero, imposible de asimilar, en la cultura y sociedad árabes. No son árabes realmente, sino cuasi-iraníes, caballos de Troya pérsicos caracterizados por el disimulo, las herejías a-islámicas y la religiosidad emocional. Son mirados con condescendencia y desdén, pero también con miedo y, a veces (como entre los sunníes yihadistas, el homicida anti-chiísmo de Abu Musab al-Zarqawi), con un virulento odio. Para Ajami, la resistencia sunní es simplemente un rechazo a aceptar las consecuencias inevitablemente democráticas del traslado del poder a la mayoría chií de Iraq. A un nivel muy importante, el libro de Ajami quiere ser una reivindicación de los derechos de los chiíes en el mundo árabe, especialmente de los de Iraq. Quiere dar a los chiíes su lugar bajo el sol, insistiendo en que son parte integral de la sociedad árabe e iraquí.
‘The Foreigner's Gift' plantea inevitablemente muchas preguntas que deja sin responder. Los lectores irremediablemente hostiles a la intervención estadounidense en Iraq encontrarán, sin duda, muchos motivos de ofensa. Pero este importante libro representa reflexiones, bien informadas y profundamente personales, de un importante intelectual árabe-norteamericano -ciertamente uno al que el gobierno de Bush debiese escuchar con especial atención. Parece así adecuado concluir entregando la palabra al propio Ajami. Gran parte de su libro se resume en su comparación -especialmente aguda ahora que otra guerra más ha estallado en Oriente Medio, en el Líbano- de las recientes tribulaciones de Iraq con las de su Beirut nativo hace dos décadas: "Una ciudad que en el pasado tuvo grandes horizontes se convirtió en un sinónimo de bandolerismo y ruinas. Los déspotas del planeta entero señalaban la ciudad como un ejemplo de lo que les pasa a los soñaron que, para los pueblos árabes y musulmanes, había algo más que los decretos y el látigo de los gobernantes".
Ajami es profesor en la Universidad John Hopkins, pero su estilo es cualquier cosa menos académico. Tiene un estilo lírico y, a veces, hasta rapsódico. En algunos momentos (como en sus descripciones de los soldados estadounidenses, cuyo carácter e intenciones admira profundamente, aunque no siempre su conocimiento de Iraq), raya en lo sensiblero. Este es un libro con anécdotas cuidadosamente escogidas, entrevistas breves y observaciones, no de teorías y evidencias. Ajami es elocuente y a veces emocionante, pero su lucha por transmitir las complejidades de Iraq realza la sensación de ambivalencia que infunde su libro.
Ajami es una importante voz en el debate sobre Iraq, pero está lejos de ser típico. Es un intelectual árabe alienado -un hombre con una profunda simpatía por las causas y pasiones grandiosas que han dirigido la política árabe en las últimas seis décadas, que compartió esos entusiasmos cuando era joven y que todavía siente algo de nostalgia por ellos pero que ha roto con ellos decididamente, optando por los valores políticos occidentales, y a menudo por valores de tendencia conservadora. Es famoso o infame, según a quién le preguntes, por sus consejos a la Casa Blanca de Bush sobre la región de su juventud.
Ajami nació en 1945 en una familia chií del sur del Líbano. Creció en una era tumultuosa: durante el apogeo de Gamel Abdel Nasser, el gran líder egipcio que llamó a la creación de un solo gran estado pan-árabe, y el abrupto colapso del nasserismo después de la humillante derrota árabe en la Guerra de Seis Días de 1967; el nacimiento del nacionalismo palestino y la creación del "estado dentro del estado" de la Organización para la Liberación de Palestina en el Líbano natal de Ajami; el propio inevitable deslizamiento del Líbano hacia una guerra civil religiosa durante quince sangrientos años, de 1975 a 1990; la lenta emergencia de los chiíes del Líbano de la pobreza rural y de la marginalidad política a una posición de extraordinaria influencia; y, finalmente, el meteórico crecimiento del radicalismo islámico tras la muerte de Nasser, un movimiento que fue (y sigue siendo) un caleidoscopio de obras caritativas, activismo político y terrorismo fundamentalista. El conflicto árabe-israelí impregnaba casi todos los aspectos de la vida. En su telón de fondo yacía la fase más crítica de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos dejó de ser un figurante en la política de Oriente Medio y se convirtió, en lugar de eso, en el hecho central para la vida de cualquier gobierno y movimiento en la región.
El pensamiento de Ajami está empotrado en esos acontecimientos. Para él, el nacionalismo secular, largamente desaparecido e inclinado a la izquierda, de los años cuarenta y principios de los cincuenta todavía representa un movimiento de esperanza, una breve visión de un futuro mejor en el que una forma inclusiva de nacionalismo árabe reemplazaría las lealtades más tradicionales de la región hacia las sectas y las étnicas, en el que la democracia reemplazaría a las corruptas monarquías del día, a veces dominadas por potencias extranjeras, en el que un renacimiento cultural e intelectual impulsado por kurdos y árabes, musulmanes, cristianos y judíos llegó a reverberar en las librerías y salones de Bagdad, El Cairo y Beirut.
En el libro se encuentran dispersos muchos esbozos de esos artistas y escritores. El retrato más sincero es el de Buland Haidari, un poeta kurdo "de luminosos talentos" que sólo escribía árabe. Haidari tenía estrechos lazos con los intelectuales de la comunidad judía de Bagdad antes de su éxodo de 1951 y, por eso, simboliza lo que Iraq debió ser y lo que podría haber llegado a ser.
Para Ajami, todas esas preciosas pero frágiles esperanzas desaparecieron en el caos revolucionario desencadenado por Nasser y otros revolucionarios iconoclastas de los años sesenta, fueron luego traicionadas en los años setenta por una profana e insana alianza entre brutales estados policiales y violentos militantes islámicos. En un sentido muy real, todos sus escritos desde su primer y brillante libro ‘The Arab Predicament' (1981), han sido un lamento por las ilusiones perdidas de su juventud y una lucha por descubrir cómo podrían ser recuperadas hoy.
Es a través de esta lente que mira a Estados Unidos: como un potencial liberador de la tiranía y el estancamiento cultural. Para el 11 de septiembre de 2001, los árabes estaban encerrados en sus lemas y resentimientos, detestando los crueles regímenes que controlaban sus vidas, pero incapaces de hacer algo contra ellos. Sólo alguna tremenda fuerza externa podría soltar esas rigideces. Sólo el poderío estadounidense podría abrir las puertas de la peor de las cárceles árabes, el Iraq de Saddam Hussein, creando con ello las condiciones en las que sería posible, tras el 11 de septiembre de 2001, la lucha regional por la democracia, la libertad personal y la renovación cultural. Ajami no está terriblemente interesado en los motivos y propósitos que empujaron a Estados Unidos a Iraq; para él el punto clave es que la democratización es un elemento central del programa del presidente Bush. Ese hecho en sí mismo legitima toda la empresa.
Admite, aunque a regañadientes, que Estados Unidos es una irónica opción para el papel de libertador. Primero, la política de Estados Unidos en Oriente Medio en los últimos cincuenta años se ha apoyado firmemente en los regímenes autoritarios -más notablemente en la monarquía puritana de la Casa de Saud y la dictadura egipcia encabezada por Hosni Mubarak, por el que Ajami siente una especial aversión. Ya que Estados Unidos no se divorciará de sus viejos aliados, Estados Unidos no se presenta como un creador de democracias con las manos limpias. Segundo, Ajami dice poco sobre las severas penurias que sufrieron la mayoría de los iraquíes bajo el largo período de las sanciones de Naciones Unidas desde el término de la Guerra del Golfo en 1991 hasta la invasión de 2003, aunque cualquier habitante de esa región del mundo está agudamente consciente de ellas. (Saddam Hussein manipuló críticamente las sanciones, por supuesto, pero para los iraquíes de a pie las penurias fueron suficientemente reales).
Finalmente, Ajami alude constantemente al endémico anti-americanismo de los árabes. Entre los intelectuales árabes, y en las calles árabes, la idea de que la presencia norteamericana en Iraq pudiera ofrecer oportunidades inspiradoras parece derechamente absurda. Ajami trata el anti-americanismo de manera asombrosamente desdeñosa; lo considera una especie de patología, el perverso irracionalismo de un pueblo perverso que es incapaz de reconocer que el extranjero le ha ofrecido un verdadero regalo. El anti-americanismo es un fenómeno complejo, pero no surge de la nada, y ciertamente merece un tratamiento más indagador que el que recibe es este libro.
A pesar de las esperanzas que ha puesto Ajami en la intervención norteamericana, reconoce cabalmente los inmensos obstáculos a los que se enfrenta. Aquí el autor es su propio y más severo adversario; si su análisis es coherente, Estados Unidos se ha impuesto una tarea que está bastante más allá de sus recursos y comprensión. El problema central, dice, es el fracaso iraquí en la construcción de una forma inclusiva de identidad nacional que pudiera superar las tradicionales lealtades religiosas, étnicas y tribales del país. Desde la formación de Iraq tras la Primera Guerra Mundial, los árabes sunníes han dominado su vida política; otros grupos, y muy especialmente la mayoría chií, han sido marginados o reprimidos violentamente. La dictadura baazista dominada por los sunníes, que gobernó Bagdad de 1968 a 2003, intensificó y envenenó hasta tal punto las rivalidades tradicionales, que muchos iraquíes no pueden imaginar una verdadera vida nacional.
De principio a fin, Ajami enfatiza el modo en que sus colegas chiíes (en Iraq en particular y en el mundo árabe en general) son vistos por los árabes sunníes: como un elemento extranjero, imposible de asimilar, en la cultura y sociedad árabes. No son árabes realmente, sino cuasi-iraníes, caballos de Troya pérsicos caracterizados por el disimulo, las herejías a-islámicas y la religiosidad emocional. Son mirados con condescendencia y desdén, pero también con miedo y, a veces (como entre los sunníes yihadistas, el homicida anti-chiísmo de Abu Musab al-Zarqawi), con un virulento odio. Para Ajami, la resistencia sunní es simplemente un rechazo a aceptar las consecuencias inevitablemente democráticas del traslado del poder a la mayoría chií de Iraq. A un nivel muy importante, el libro de Ajami quiere ser una reivindicación de los derechos de los chiíes en el mundo árabe, especialmente de los de Iraq. Quiere dar a los chiíes su lugar bajo el sol, insistiendo en que son parte integral de la sociedad árabe e iraquí.
‘The Foreigner's Gift' plantea inevitablemente muchas preguntas que deja sin responder. Los lectores irremediablemente hostiles a la intervención estadounidense en Iraq encontrarán, sin duda, muchos motivos de ofensa. Pero este importante libro representa reflexiones, bien informadas y profundamente personales, de un importante intelectual árabe-norteamericano -ciertamente uno al que el gobierno de Bush debiese escuchar con especial atención. Parece así adecuado concluir entregando la palabra al propio Ajami. Gran parte de su libro se resume en su comparación -especialmente aguda ahora que otra guerra más ha estallado en Oriente Medio, en el Líbano- de las recientes tribulaciones de Iraq con las de su Beirut nativo hace dos décadas: "Una ciudad que en el pasado tuvo grandes horizontes se convirtió en un sinónimo de bandolerismo y ruinas. Los déspotas del planeta entero señalaban la ciudad como un ejemplo de lo que les pasa a los soñaron que, para los pueblos árabes y musulmanes, había algo más que los decretos y el látigo de los gobernantes".
Libro reseñado:
The Foreigner's Gift'. The Americans, the Arabs, and the Iraqis in Iraq
Fouad Ajami
Free Press
378 pp.
$26
R. Stephen Humphreys es profesor de historia de Oriente Medio y estudios islámicos en la Universidad de California, Santa Bárbara, y autor de ‘Between Memory and Desire: The Middle East in a Troubled Age'.
6 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
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Kilivor -
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