viajero leído en parís
[Andrew Ferren] En París, ñascos de arte e historia.
Los visitantes veteranos de París saben que es probable que a su regreso sean interrogados y obligados a pasar por un filisteo test cultural. "¿Qué exposiciones visitaste?" "¿Viste X, en Y; me dijeron que Z no vale tanto como para esperar dos horas".
En realidad, que en la capital francesa uno deba hacerse un tiempo para la cultura es algo tan fijo que los visitantes primerizos, sin experiencia ni interés artístico particular se sienten obligados a volver a casa armados de historias (o, mejor, de videos) del pequeño Jimmy extraviado en el Louvre o esperando dos horas en el Orsay para ver a los impresionistas, sólo para emerger un poco abrumados -o, peor, decepcionados- de la experiencia.
Pero no tiene por qué ser así. Más allá de los principales museos que hay que visitar obligadamente y las salas de exposición y las numerosas galerías dedicadas a un solo artista -los museos de Rodin, Maillol y del adorado Picasso-, hay decenas de museos parisinos más pequeños que no te toman todo el día ni te exigen un plan de guerra para visitarlos.
París ofrece museos y fundaciones con estupendas colecciones e instalaciones de todo, desde arte asiático y obras de arte impresionistas hasta arquitectura moderna. Muchos colecciones siguen estando en las antiguas y grandiosas casonas para las que fueron adquiridas, y se agolpan en los vecindarios menos turísticos, haciendo más fácil visitar varios de ellos en una sola tarde. Y probablemente no tendrás que hacer ninguna cola.
Así, mientras varias dependencias de gobierno deciden qué hacer con el Grand Palais y los fans del ‘Código Da Vinci' recorren el Louvre, y los críticos de arte, etnólogos y arquitectos sopesan los pro y contra del Musée du Quai Branly, de Jean Nouvel, inaugurado recientemente, esta podría ser, cuando se trata de arte, la temporada para alejarse del Sena y encontrar algunos de los tesoros insospechados discretamente escondidos por toda la ciudad.
El primero es el Musée Jacquemart-André en el elegante Octavo Arrondissement. Se lo compara a menudo con la Frick Collection de Nueva York, y ofrece similarmente una mirada en otra época de estilos de vida y colecciones elegantes. Aunque la colección, que incluye trabajos de Mantegna, Botticelli, Chardin, Rembrandt y Van Dyck, puede no estar a la altura de los recursos del Frick, la exuberante y teatral arquitectura de 1875 y los lujosos interiores del Jacquemart-André muestran la solidez francesa y nos recuerdan por qué Frick y otros mecenas del arte estadounidenses hicieron sus excursiones europeas en primer lugar. Esto es parte del placer de pasear por interminables habitaciones doradas, recubiertas de paneles o cubiertas de tapices, para no mencionar el mármol y los jardines de invierno de cristal, obras de arte del espionaje cuando menos las esperas.
Edouard André provenía de una familia de banqueros y Nélie Jacquemart era una joven pintora; se rodearon de finos objetos (crearon su propio ‘Museo Italiano' en el segundo piso) y de elegantes amigos a los que recibían con todo lujo, algo que el guía del audio exagera un poco para realzar el espíritu de la belle époque. La cafetería del museo también lo exagera, y el festivo almuerzo o té de la tarde es un rito popular -si no su descarada razón de ser- para los que visitan el museo (entre los cuales hay muchos parisinos).
No muy lejos se encuentra el Musée Cernuschi, recientemente inaugurado, que alberga muchas obras excepcionales de arte asiático en galerías nuevas de dramático impacto. Casi al lado del Cernuschi se ubica el Musée Nissim de Camondo, de estilo mucho más ‘guante blanco y susurros', que exhibe una de las colecciones más elegantes de muebles Continental, y como el Jacquemart-André, destaca la estatura de París como una ciudad que fija tendencias internacional, un faro de refinamiento y opulencia a través de los siglos.
Incluso en una cacería de museos pequeños, uno puede fácilmente pasar a algunos por alto. "Bueno, no nos olvidéis", dijo Bruno Quantin, portavoz del Musée Carnavalet -en la pequeña y densa zona de museos del Maris y la Place desVosges-, recordándome que el museo, de hecho, se compone de dos importantes hôtels particulares, como se conocían las mansiones familiares en los días de Marie Antoinette, fusionados y ampliados durante la dramática renovación urbana de París en la segunda mitad del siglo 19. El Musée Carnavalet debe ser, como repositorio del refinamiento residencial francés, uno de los museos más ignorados de la ciudad.
Más, o menos, un museo de ‘la ciudad de París', el Carnavalet lleva la crónica de la historia de la capital desde las ruinas romanas y los letreros de boticarios del Renacimiento, hasta los Renoirs y los muebles Ruhlm Art Deco. Se exhiben edificios enteros, escaparates y colecciones de arte, así que es como el almacén de los museos chicos, siempre sorprendente.
Por ejemplo, la nobleza francesa del siglo 18 tenía una especial inclinación por las pinturas de escenas de caza y sus secuelas, así que abundan las naturalezas muertas de ciervos, faisanes y liebres muertas y otros cadáveres pintados cariñosamente en su paso de zonas verdes a despensas. Junto a estas imágenes tradicionales, la pintura en el Carnavalet de una rata de alcantarilla muerta de Auguste Charpentier, "nos recuerda qué había de menú en la ciudad durante el sitio de París", dijo un guía a un grupo de estudiantes franceses, refiriéndose a la Comuna de París de 1871.
Un tema similar se puede observar en los muebles algo espartanos y discordantes, incluyendo un pequeña rueca de mesa para matar el tiempo, que acompañaron a Marie Antoinette durante su período en la cárcel, que terminó cuando fue enviada a la guillotina.
Deja atrás esas muestras de excesos del rococó, y encamínate hacia el otro lado de la ciudad y más rápidamente hacia los años veinte, cuando la estética del diseño local había sufrido su propia revolución francesa. La simplicidad remplazó a la opulencia, y el refinamiento significaba ahora suavidad, paredes de yeso blanco inarticuladas, sin un ápice de hojas doradas. Uno de los pioneros del movimiento fue el suizo Charles Edouard Jeanneret (1887-1965), mejor conocido como Le Corbusier y el hombre no es solamente responsable de gran parte de nuestra estética modernista, sino también, se puede decir, el responsable de inspirar a las siguientes generaciones de arquitectos que llevan monóculos geométricos (el suyo era violentamente redondo). En la sección de Auteil, cerca del Bois de Boulogne, se puede unir a la camada de jóvenes talentos con deficiencias oftalmológicas, meditando sobre la maestría minimalista de Le Corbusier en la Maison La Roche, una casa que construyó en 1923, ahora parte de la Fondation Le Corbusier.
La Maison La Roche también incluye ejemplos de los diseños de muebles más conocidos de Le Corbusier, como la curvilínea y tubular butaca de acero y tapizado de poni sobre la que tenderse y contemplar sus pioneras concepciones espaciales; su genialidad bidimensional se exhibe en una pequeña galería con sus pinturas.
No demasiado lejos, hacia el Bois de Boulogne, se encuentra el Musée Marmottan Monet, una institución de la que -al menos metafóricamente- se puede decir que se asegura un lugar entre la cosecha ad hoc del Carnavalet de la pasada opulencia parisina y la visión estrechamente montada de Le Corbusier del futuro de la ciudad. Fundada en el siglo 19 como una colección de arte napoleónico y del Segundo Imperio, y parafernalia relacionada, el Marmottan se convirtió en la Académie des Beaux-Arts y fue como tal el receptor de varios afortunados legados, incluyendo los de los herederos de Monet, lo que lo convirtió rápidamente en uno de los grandes repositorios de sus trabajos en el mundo. Empezando con la pintura que dio al movimiento artístico su nombre -‘Impresión: Amanecer', de 1873, que los críticos al principio llamaron burlonamente impresionismo-, la colección abarca toda la larga carrera de Monet con pinturas de sus jardines en Giverny, sus estudios en la Catedral de Ruán y las Cámaras del Parlamento británico, y sus imágenes casi abstractas de nenúfares. Las obras de Monet son complementadas con unas trescientas piezas de artistas como Pissarro y Gauguin.
Con estos museos marcados en tu plano de París, una buena guía puede ayudarte a trazar un itinerario. Está el Musée Gustave Moreau, antiguamente la lujosa casa y taller de ese pintor simbolista del siglo 19, no muy lejos de Montmartre, la guarida de toda la vida del artista. O toma un descanso cuando hagas tus compras de elegante ropa blanca o carteras Muji en la Rue des Francs Bourgeois y visita el Musée Cognacq-Jay, otro lugar a lo Frick (remodelado recientemente), que prácticamente se extiende hasta el Carnavalet y está a la vuelta de la esquina del popular Musée Picasso.
La mayoría de ellos no exigirán más de una hora de visita. Entonces podrás adornar tu siguiente correo con anécdotas de cócteles parisinos con todo tipo de nombres deliciosamente refinados que confirmarán firmemente tus credenciales culturales parisienses.
Museos
Musée Jacquemart-André, 158, boulevard Haussmann, (33-1) 45-62-11-59; www.musee-jacquemart-andre.com
Entrada 9.50 euros; abre todos los días.
Musée Cernuschi, 7, avenue Velasquez, (33-1) 53-96-21-50; www.cernuschi.paris.fr Entrada libre. Cierra los lunes.
Nissim de Camondo, 63 rue de Monceau, (33-1) 53-89-06-50; www.lesartsdecoratifs.fr 6 euros. Cierra lunes y martes.
Musée Gustave Moreau, 14, rue de La Rochefoucauld, (33-1) 48-74-38-50; www.musee-moreau.fr. 5 euros; cierra los martes.
Fondation Le Corbusier, 10, square du Docteur Blanche; (33-1) 42-88-41-53; www.fondationlecorbusier.fr. 3 euros; cierra los domingos.
Musée Marmottan Monet, 2, rue Louis-Boilly; (33-1) 44-96-50-33; www.marmottan.com. 8 euros; cierra los lunes.
Musée Carnavalet, 23, rue de Sevignée, (33-1) 42-72-41-13; www.carnavalet.paris.fr. Entrada libre; cierra los lunes.
Musée Cognacq-Jay, 8, rue Elzévir, (33-1) 40-27-07-21. Entrada libre; cierra los lunes.
En realidad, que en la capital francesa uno deba hacerse un tiempo para la cultura es algo tan fijo que los visitantes primerizos, sin experiencia ni interés artístico particular se sienten obligados a volver a casa armados de historias (o, mejor, de videos) del pequeño Jimmy extraviado en el Louvre o esperando dos horas en el Orsay para ver a los impresionistas, sólo para emerger un poco abrumados -o, peor, decepcionados- de la experiencia.
Pero no tiene por qué ser así. Más allá de los principales museos que hay que visitar obligadamente y las salas de exposición y las numerosas galerías dedicadas a un solo artista -los museos de Rodin, Maillol y del adorado Picasso-, hay decenas de museos parisinos más pequeños que no te toman todo el día ni te exigen un plan de guerra para visitarlos.
París ofrece museos y fundaciones con estupendas colecciones e instalaciones de todo, desde arte asiático y obras de arte impresionistas hasta arquitectura moderna. Muchos colecciones siguen estando en las antiguas y grandiosas casonas para las que fueron adquiridas, y se agolpan en los vecindarios menos turísticos, haciendo más fácil visitar varios de ellos en una sola tarde. Y probablemente no tendrás que hacer ninguna cola.
Así, mientras varias dependencias de gobierno deciden qué hacer con el Grand Palais y los fans del ‘Código Da Vinci' recorren el Louvre, y los críticos de arte, etnólogos y arquitectos sopesan los pro y contra del Musée du Quai Branly, de Jean Nouvel, inaugurado recientemente, esta podría ser, cuando se trata de arte, la temporada para alejarse del Sena y encontrar algunos de los tesoros insospechados discretamente escondidos por toda la ciudad.
El primero es el Musée Jacquemart-André en el elegante Octavo Arrondissement. Se lo compara a menudo con la Frick Collection de Nueva York, y ofrece similarmente una mirada en otra época de estilos de vida y colecciones elegantes. Aunque la colección, que incluye trabajos de Mantegna, Botticelli, Chardin, Rembrandt y Van Dyck, puede no estar a la altura de los recursos del Frick, la exuberante y teatral arquitectura de 1875 y los lujosos interiores del Jacquemart-André muestran la solidez francesa y nos recuerdan por qué Frick y otros mecenas del arte estadounidenses hicieron sus excursiones europeas en primer lugar. Esto es parte del placer de pasear por interminables habitaciones doradas, recubiertas de paneles o cubiertas de tapices, para no mencionar el mármol y los jardines de invierno de cristal, obras de arte del espionaje cuando menos las esperas.
Edouard André provenía de una familia de banqueros y Nélie Jacquemart era una joven pintora; se rodearon de finos objetos (crearon su propio ‘Museo Italiano' en el segundo piso) y de elegantes amigos a los que recibían con todo lujo, algo que el guía del audio exagera un poco para realzar el espíritu de la belle époque. La cafetería del museo también lo exagera, y el festivo almuerzo o té de la tarde es un rito popular -si no su descarada razón de ser- para los que visitan el museo (entre los cuales hay muchos parisinos).
No muy lejos se encuentra el Musée Cernuschi, recientemente inaugurado, que alberga muchas obras excepcionales de arte asiático en galerías nuevas de dramático impacto. Casi al lado del Cernuschi se ubica el Musée Nissim de Camondo, de estilo mucho más ‘guante blanco y susurros', que exhibe una de las colecciones más elegantes de muebles Continental, y como el Jacquemart-André, destaca la estatura de París como una ciudad que fija tendencias internacional, un faro de refinamiento y opulencia a través de los siglos.
Incluso en una cacería de museos pequeños, uno puede fácilmente pasar a algunos por alto. "Bueno, no nos olvidéis", dijo Bruno Quantin, portavoz del Musée Carnavalet -en la pequeña y densa zona de museos del Maris y la Place desVosges-, recordándome que el museo, de hecho, se compone de dos importantes hôtels particulares, como se conocían las mansiones familiares en los días de Marie Antoinette, fusionados y ampliados durante la dramática renovación urbana de París en la segunda mitad del siglo 19. El Musée Carnavalet debe ser, como repositorio del refinamiento residencial francés, uno de los museos más ignorados de la ciudad.
Más, o menos, un museo de ‘la ciudad de París', el Carnavalet lleva la crónica de la historia de la capital desde las ruinas romanas y los letreros de boticarios del Renacimiento, hasta los Renoirs y los muebles Ruhlm Art Deco. Se exhiben edificios enteros, escaparates y colecciones de arte, así que es como el almacén de los museos chicos, siempre sorprendente.
Por ejemplo, la nobleza francesa del siglo 18 tenía una especial inclinación por las pinturas de escenas de caza y sus secuelas, así que abundan las naturalezas muertas de ciervos, faisanes y liebres muertas y otros cadáveres pintados cariñosamente en su paso de zonas verdes a despensas. Junto a estas imágenes tradicionales, la pintura en el Carnavalet de una rata de alcantarilla muerta de Auguste Charpentier, "nos recuerda qué había de menú en la ciudad durante el sitio de París", dijo un guía a un grupo de estudiantes franceses, refiriéndose a la Comuna de París de 1871.
Un tema similar se puede observar en los muebles algo espartanos y discordantes, incluyendo un pequeña rueca de mesa para matar el tiempo, que acompañaron a Marie Antoinette durante su período en la cárcel, que terminó cuando fue enviada a la guillotina.
Deja atrás esas muestras de excesos del rococó, y encamínate hacia el otro lado de la ciudad y más rápidamente hacia los años veinte, cuando la estética del diseño local había sufrido su propia revolución francesa. La simplicidad remplazó a la opulencia, y el refinamiento significaba ahora suavidad, paredes de yeso blanco inarticuladas, sin un ápice de hojas doradas. Uno de los pioneros del movimiento fue el suizo Charles Edouard Jeanneret (1887-1965), mejor conocido como Le Corbusier y el hombre no es solamente responsable de gran parte de nuestra estética modernista, sino también, se puede decir, el responsable de inspirar a las siguientes generaciones de arquitectos que llevan monóculos geométricos (el suyo era violentamente redondo). En la sección de Auteil, cerca del Bois de Boulogne, se puede unir a la camada de jóvenes talentos con deficiencias oftalmológicas, meditando sobre la maestría minimalista de Le Corbusier en la Maison La Roche, una casa que construyó en 1923, ahora parte de la Fondation Le Corbusier.
La Maison La Roche también incluye ejemplos de los diseños de muebles más conocidos de Le Corbusier, como la curvilínea y tubular butaca de acero y tapizado de poni sobre la que tenderse y contemplar sus pioneras concepciones espaciales; su genialidad bidimensional se exhibe en una pequeña galería con sus pinturas.
No demasiado lejos, hacia el Bois de Boulogne, se encuentra el Musée Marmottan Monet, una institución de la que -al menos metafóricamente- se puede decir que se asegura un lugar entre la cosecha ad hoc del Carnavalet de la pasada opulencia parisina y la visión estrechamente montada de Le Corbusier del futuro de la ciudad. Fundada en el siglo 19 como una colección de arte napoleónico y del Segundo Imperio, y parafernalia relacionada, el Marmottan se convirtió en la Académie des Beaux-Arts y fue como tal el receptor de varios afortunados legados, incluyendo los de los herederos de Monet, lo que lo convirtió rápidamente en uno de los grandes repositorios de sus trabajos en el mundo. Empezando con la pintura que dio al movimiento artístico su nombre -‘Impresión: Amanecer', de 1873, que los críticos al principio llamaron burlonamente impresionismo-, la colección abarca toda la larga carrera de Monet con pinturas de sus jardines en Giverny, sus estudios en la Catedral de Ruán y las Cámaras del Parlamento británico, y sus imágenes casi abstractas de nenúfares. Las obras de Monet son complementadas con unas trescientas piezas de artistas como Pissarro y Gauguin.
Con estos museos marcados en tu plano de París, una buena guía puede ayudarte a trazar un itinerario. Está el Musée Gustave Moreau, antiguamente la lujosa casa y taller de ese pintor simbolista del siglo 19, no muy lejos de Montmartre, la guarida de toda la vida del artista. O toma un descanso cuando hagas tus compras de elegante ropa blanca o carteras Muji en la Rue des Francs Bourgeois y visita el Musée Cognacq-Jay, otro lugar a lo Frick (remodelado recientemente), que prácticamente se extiende hasta el Carnavalet y está a la vuelta de la esquina del popular Musée Picasso.
La mayoría de ellos no exigirán más de una hora de visita. Entonces podrás adornar tu siguiente correo con anécdotas de cócteles parisinos con todo tipo de nombres deliciosamente refinados que confirmarán firmemente tus credenciales culturales parisienses.
Museos
Musée Jacquemart-André, 158, boulevard Haussmann, (33-1) 45-62-11-59; www.musee-jacquemart-andre.com
Entrada 9.50 euros; abre todos los días.
Musée Cernuschi, 7, avenue Velasquez, (33-1) 53-96-21-50; www.cernuschi.paris.fr Entrada libre. Cierra los lunes.
Nissim de Camondo, 63 rue de Monceau, (33-1) 53-89-06-50; www.lesartsdecoratifs.fr 6 euros. Cierra lunes y martes.
Musée Gustave Moreau, 14, rue de La Rochefoucauld, (33-1) 48-74-38-50; www.musee-moreau.fr. 5 euros; cierra los martes.
Fondation Le Corbusier, 10, square du Docteur Blanche; (33-1) 42-88-41-53; www.fondationlecorbusier.fr. 3 euros; cierra los domingos.
Musée Marmottan Monet, 2, rue Louis-Boilly; (33-1) 44-96-50-33; www.marmottan.com. 8 euros; cierra los lunes.
Musée Carnavalet, 23, rue de Sevignée, (33-1) 42-72-41-13; www.carnavalet.paris.fr. Entrada libre; cierra los lunes.
Musée Cognacq-Jay, 8, rue Elzévir, (33-1) 40-27-07-21. Entrada libre; cierra los lunes.
27 de agosto de 2006
©new york times
©traducción mQh
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