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la carga de la prueba 2


[Glenn Frankel] Jim McCloskey quería desesperadamente salvar a Roger Coleman de la silla eléctrica. Quizás un poco demasiado desesperadamente.
Brad McCoy y Wanda Faye Thompson, que eran novios desde la escuela secundaria, se casaron después de la graduación de la Escuela Secundaria Grundy en 1978, cuando él tenía 18 y ella, 16. Él consiguió un trabajo como oficinista a tiempo parcial en United Coal, mientras que ella abandonó la escuela para quedarse en casa. Brad dice que su mujer "era una persona muy buena. Muy tranquila, y considerada con los demás". Alquilaron una pequeña casa entre las colinas y hondonadas de Grundy, al otro lado de Slate Creek desde la autopista principal.
La noche del 10 de marzo de 1981, Brad volvió a casa después del turno de la tarde poco después de las 11 y encontró el cuerpo de Wanda en el suelo del dormitorio en una poza de sangre tibia. Había sido apuñalada dos veces en el pecho, y su garganta había sido cortada con tal fuerza que estaba casi decapitada. Tenía 19 años.
Los detectives se concentraron rápidamente en Roger Coleman, 22, un brillante pero atormentado joven que estaba casado con la hermana de 16 años de Wanda y trabajaba en la mina TJ&M Coal. Co. en Looney Creek. Criado en gran parte por sus abuelos y su tío después de la separación de sus padres, Coleman se metió por primera vez en problemas con las autoridades cuando, de adolescente, hizo llamadas telefónicas obscenas. Poco antes de graduarse de la secundaria en 1977, fue acusado de intento de violación de la maestra de la localidad. Ella declaró que él había entrado a su casa, la había obligado a amarrar a su aterrorizada hija de seis años y amenazado con un arma antes de que ella pudiera escapar. Él negó las acusaciones, y el director de la secundaria declaró que había visto a Coleman en la escuela a la hora del crimen. Pero el jurado creyó a la víctima: Coleman debió permanecer veinte meses en la cárcel. Entonces, dos meses antes del asesinato, ocurrió el incidente de la biblioteca. Todo eso, más los vínculos familiares de Coleman con Wanda, llevaron a la policía hasta su puerta.
Al principio, Brad McCoy no lo creyó. Había jugado béisbol con su cuñado y creía que Roger había sido acusado injustamente en el caso de violación. Y no había rencores entre Roger y Wanda -ella adoraba a su hermanita y trataba a Roger como si fuera de la familia. Roger incluso había portado el féretro en su funeral. Pero la policía dijo que las pruebas eran concluyentes y Brad aceptó rápidamente que Coleman era un asesino de sangre fría.
El juicio empezó el 15 de marzo de 1982. En una gasolinera junto al tribunal, alguien colocó un cartel con la leyenda: "Es Hora De Reintroducir El Árbol De La Hora". El equipo de la defensa -dos abogados de la localidad, ninguno de los cuales había tenido entre manos ningún caso criminal de consideración- pidió cambiar de ubicación. Pero el juez presidente Nicholas Persin resolvió que Coleman recibiría un juicio justo en Grundy.
El caso de la fiscalía estaba construido sobre evidencias circunstanciales -no había testigos del crimen. Brad McCoy declaró que Wanda era una persona tímida y ansiosa que habría abierto la puerta, de noche, sólo a un hombre conocido y en quien confiara, como su cuñado. Los expertos forenses de la fiscalía dijeron que tres pequeñas manchas de sangre en el mono de Coleman correspondían con el tipo de sangre de Wanda. El especialista en serología del estado dijo que el semen del violador contenía trazos del tipo de sangre B -el mismo tipo que Coleman y diez por ciento de la población masculina. Los pantalones de Coleman que fueron entregados a los investigadores el día después del asesinato estaban mojados una diez pulgadas por la parte de abajo de cada pierna. Los fiscales postularon la teoría de que Coleman había aparcado su camioneta al otro lado de la Slate Creek frente a la casa de McCoy, cometido el asesinato y luego huido a través del arroyo poco profundo para evitar ser visto por los vecinos. Y oyeron a un compañero de celda que dijo que Coleman le había confesado el crimen.
Coleman reclamo que tenía un alibi para la hora del asesinato. Después de enterarse de que el turno de esa tarde había sido suspendido, paró para darle a la lengua con su buen amigo Phillip VanDyke, luego se había acercado al parking para caravanas para recoger una cinta de ocho pistas de Supertramp que había dejado en la caravana de Sandra y Scott Stiltner. Después de eso, dijo, fue a los baños públicos de la ciudad a darse una ducha, como hacen de costumbre los mineros, y cambiarse de ropa. Simplemente no había tiempo, insistió, como para haber ido a Slate Creek, hacerse camino hasta la casa de Wanda McCoy, y violarla y asesinarla antes de que Brad McCoy volviera a casa. VanDyke corroboró su historia, diciendo que se había separado a eso de las 10:30. Pero Sandra Stiltner declaró que Coleman había llegado a su casa para marcharse de inmediato a eso de las 10:20, lo que dejó un lapso de 45 minutos -tiempo suficiente para que un violador asesino con prisa, de acuerdo a la fiscalía.
"Tened en mente que los violadores odian a las mujeres", dice Thomas Scott, uno de los fiscales. "Él no llegó al lugar para hacer juegos preliminares; llegó allá para matarla. Pudo haber ocurrido fácilmente en diez minutos, incluso menos".
El juicio empezó un lunes en la mañana y terminó el jueves en la tarde. Los jurados demoraron 3 horas y diez minutos esa tarde en encontrar que Coleman era culpable. Al día siguiente, decidieron condenarlo a la pena de muerte.
El juez Persin no había sentenciado nunca antes a un hombre a la muerte. "Fue horrendo", recuerda. "Sabía que tenía que hacerlo, y me angustiaba tanto que esa noche apenas si pegué pestaña". Pero dadas las evidencias y la historia de Coleman, dice el juez, cree que el veredicto y la pena fueron correctas.
En su audiencia para la sentencia, Coleman dijo al tribunal que no le importaba demasiado si moría o no. Su esposa le había pedido el divorcio. "La última noche, cuando se dictó el veredicto de que soy culpable, perdí lo único que significa algo para mí, mi libertad, mi vida, mi mujer, a la que quiero mucho. En este momento, pena de muerte o vida, no me interesan. Ahora es cosa del Señor. De todos modos".
Sin embargo, cuando lo ingresaron al corredor de la muerte, Roger Coleman cambió de opinión.

14 de mayo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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