el estrangulador de tacuba
[Trinidad Ferreiro] Conocido como el estrangulador de Tacuba, en 1942 Gregorio Cárdenas mataba a sus víctimas con una cuerda. Este joven, de 27 años, era estudiante de Química y estaba becado por Petróleos Mexicanos.
El 3 de septiembre de 1942, el abogado Manuel Arias Córdova reportó la desaparición de su hija Graciela, de 21 años. De acuerdo con su padre, la conducta de Graciela era intachable y sólo se le conocía un amigo a quien acudía cuando tenía problemas con algunas materias.
Este joven, de 27 años, estudiante de Química y becado por Petróleos Mexicanos, gozaba de toda su confianza. A decir del abogado, Gregorio Cárdenas Hernández no sería capaz de hacer algo que pudiera dañar a su hija.
El jefe de los servicios secretos de la policía, Leopoldo Treviño Garza, comisionó a los detectives José Acosta Suárez y Ana María Dorantes para iniciar las investigaciones.
Visitaron en primer lugar la escuela, y los compañeros confirmaron que, después de clases, Graciela había abordado el Ford 39, placas B-9101, de Gregorio Cárdenas.
El agente Acosta se dirigió entonces al domicilio del ahora sospechoso, en Mar del Norte número 20, en busca de algún indicio que les permitiera encontrar a la joven desaparecida. Sólo encontró a la madre de Cárdenas, Vicenta Hernández, quien les informó que su hijo no estaba en casa y que tardaría mucho tiempo en regresar, pues había sido internado en un hospital psiquiátrico la víspera.
Doña Vicenta explicó a los agentes que la noche anterior su hijo había regresado a casa lleno de lodo y balbuciendo ideas inconexas, por lo que había llamado al doctor Oneto Barenque para que lo atendiera en el nosocomio a su cargo. Barenque había reportado que Gregorio estaba en fuerte estado de conmoción, dijo su madre.
En el hospital, en Tacubaya, el agente se topó con un joven afable que habló correctamente de casi cualquier tema, pero al ser cuestionado por el paradero de Graciela Arias, aseguró que era inventor de profesión y, mostrando trozos de tiza al investigador, le invitó a probar una "pastilla para volverse invisible".
Al día siguiente, el doctor Barenque se presentó ante Treviño Garza y le confesó que el supuesto paciente había admitido que fingía para evitar la furia del padre de la desaparecida, aunque aún se declaraba inocente.
Con esa confesión tácita, el agente Acosta Suárez decidió emprender una nueva búsqueda en la casa del ahora sospechoso.
Tras una infructuosa búsqueda dentro del inmueble, salió al jardín. En medio de una caótica maleza, el zumbido de un enjambre de moscas verdes llamó la atención del investigador. Con sólo remover un poco la tierra, un par de dedos descubrieron la punta de lo que se volvería el caso que acaparó la atención de los medios durante décadas.
Al cuerpo de Graciela Arias le siguió el descubrimiento de otros dos cadáveres: uno sería identificado como Rosa Reyes Quiroz y el tercero, también desnudo pero con tobilleras y un zapato azul, se dijo que correspondía a Raquel Martínez León, la más pequeña de las víctimas, pues contaba sólo 14 años; pero años después la propia hermana de la supuesta víctima informó que la niña había sido encontrada en San Luis Potosí, sembrando la duda sobre la identidad de este cadáver.
Del hospital, Gregorio Cárdenas fue trasladado a los separos de la sexta delegación de policía, en donde confesó su crimen, pero corrigió, no eran tres, sino cuatro la víctimas: María de los Ángeles González Moreno, alias Berta González, de 16 años, también sería encontrada en el jardín de su casa.
El 5 de septiembre, las imágenes de cuatro mujeres estranguladas con una cuerda —las cabezas envueltas en trapos—, iniciaron desde las primeras páginas de los diarios una danza macabra que desató la náusea entre la sociedad. El autor de los crímenes pasaría a los anales del crimen como el primer asesino serial en la historia mexicana: Gregorio Cárdenas Hernández, quien sería bautizado por la prensa como el Estrangulador de Tacuba.
Durante el proceso de identificación de las víctimas, Cárdenas fue acompañado por reporteros a quienes respondió todas sus preguntas. Según sus palabras, su desdichado matrimonio con Sabina Lara González lo había marcado para siempre. Dijo que había matado por odio. "El espasmo, señor, produce en mí efectos indescriptibles. Desaparece el hombre y aparece la bestia."
El 12 de septiembre de 1942 fue decretada la formal prisión. Cárdenas Hernández nombró como abogado defensor a Eduardo D. Casasús y el proceso quedó a cargo del licenciado Espinosa y López Portillo. El procurador del DF, Francisco Castellanos, nombró a Ernesto Urtusástegui como agente del Ministerio Público encargado.
Para determinar si se trataba de un loco o no, el juez de la causa designó a un grupo de siquiatras y criminólogos, entre ellos a Alfonso Quiroz Cuarón.
En noviembre de 1943, Cárdenas fue trasladado al Manicomio General de la Castañeda, donde el director le otorgó una serie de canonjías, que incluían la falta de vigilancia. Esa falta de cuidado tuvo como consecuencia que Gregorio Cárdenas Hernández se fugara del lugar en 1948. Fue encontrado en Oaxaca y llevado a Lecumberri.
Una vez en el Palacio Negro, con ayuda de Quiroz Cuarón, logró que lo recluyeran con los demás presos. El criminólogo, además, lo ayudó a que estudiara derecho, y el joven científico se tituló con honores en prisión con un objetivo clar lograr una reducción significativa de su condena. A partir de 1962, comenzó sus apelaciones alegando que habían transcurrido 20 años desde la fecha de los crímenes, y que ésa era la pena fijada por las leyes. Los alegatos continuaron hasta 1976, cuando finalmente fue liberado.
Gregorio Cárdenas Hernández contrajo matrimonio y utilizó sus conocimientos para defender y sacar de la cárcel a personas inocentes, lograr la revisión de casos, libertades condicionales y todo lo que los abogados de oficio no podían o no deseaban resolver; sus clientes eran gente humilde.
Cuando salió de prisión, Goyo Cárdenas fue convocado a una reunión plenaria del Congreso de la Unión y ovacionado de pie por los legisladores. Hay quien los acusa de haber cometido un acto infame: ¿cómo reconocían a un asesino? Pero algo parece ciert si el ideal de un sistema judicial es la rehabilitación de los reos, Cárdenas es un ejemplo claro de que es posible.
Este joven, de 27 años, estudiante de Química y becado por Petróleos Mexicanos, gozaba de toda su confianza. A decir del abogado, Gregorio Cárdenas Hernández no sería capaz de hacer algo que pudiera dañar a su hija.
El jefe de los servicios secretos de la policía, Leopoldo Treviño Garza, comisionó a los detectives José Acosta Suárez y Ana María Dorantes para iniciar las investigaciones.
Visitaron en primer lugar la escuela, y los compañeros confirmaron que, después de clases, Graciela había abordado el Ford 39, placas B-9101, de Gregorio Cárdenas.
El agente Acosta se dirigió entonces al domicilio del ahora sospechoso, en Mar del Norte número 20, en busca de algún indicio que les permitiera encontrar a la joven desaparecida. Sólo encontró a la madre de Cárdenas, Vicenta Hernández, quien les informó que su hijo no estaba en casa y que tardaría mucho tiempo en regresar, pues había sido internado en un hospital psiquiátrico la víspera.
Doña Vicenta explicó a los agentes que la noche anterior su hijo había regresado a casa lleno de lodo y balbuciendo ideas inconexas, por lo que había llamado al doctor Oneto Barenque para que lo atendiera en el nosocomio a su cargo. Barenque había reportado que Gregorio estaba en fuerte estado de conmoción, dijo su madre.
En el hospital, en Tacubaya, el agente se topó con un joven afable que habló correctamente de casi cualquier tema, pero al ser cuestionado por el paradero de Graciela Arias, aseguró que era inventor de profesión y, mostrando trozos de tiza al investigador, le invitó a probar una "pastilla para volverse invisible".
Al día siguiente, el doctor Barenque se presentó ante Treviño Garza y le confesó que el supuesto paciente había admitido que fingía para evitar la furia del padre de la desaparecida, aunque aún se declaraba inocente.
Con esa confesión tácita, el agente Acosta Suárez decidió emprender una nueva búsqueda en la casa del ahora sospechoso.
Tras una infructuosa búsqueda dentro del inmueble, salió al jardín. En medio de una caótica maleza, el zumbido de un enjambre de moscas verdes llamó la atención del investigador. Con sólo remover un poco la tierra, un par de dedos descubrieron la punta de lo que se volvería el caso que acaparó la atención de los medios durante décadas.
Al cuerpo de Graciela Arias le siguió el descubrimiento de otros dos cadáveres: uno sería identificado como Rosa Reyes Quiroz y el tercero, también desnudo pero con tobilleras y un zapato azul, se dijo que correspondía a Raquel Martínez León, la más pequeña de las víctimas, pues contaba sólo 14 años; pero años después la propia hermana de la supuesta víctima informó que la niña había sido encontrada en San Luis Potosí, sembrando la duda sobre la identidad de este cadáver.
Del hospital, Gregorio Cárdenas fue trasladado a los separos de la sexta delegación de policía, en donde confesó su crimen, pero corrigió, no eran tres, sino cuatro la víctimas: María de los Ángeles González Moreno, alias Berta González, de 16 años, también sería encontrada en el jardín de su casa.
El 5 de septiembre, las imágenes de cuatro mujeres estranguladas con una cuerda —las cabezas envueltas en trapos—, iniciaron desde las primeras páginas de los diarios una danza macabra que desató la náusea entre la sociedad. El autor de los crímenes pasaría a los anales del crimen como el primer asesino serial en la historia mexicana: Gregorio Cárdenas Hernández, quien sería bautizado por la prensa como el Estrangulador de Tacuba.
Durante el proceso de identificación de las víctimas, Cárdenas fue acompañado por reporteros a quienes respondió todas sus preguntas. Según sus palabras, su desdichado matrimonio con Sabina Lara González lo había marcado para siempre. Dijo que había matado por odio. "El espasmo, señor, produce en mí efectos indescriptibles. Desaparece el hombre y aparece la bestia."
El 12 de septiembre de 1942 fue decretada la formal prisión. Cárdenas Hernández nombró como abogado defensor a Eduardo D. Casasús y el proceso quedó a cargo del licenciado Espinosa y López Portillo. El procurador del DF, Francisco Castellanos, nombró a Ernesto Urtusástegui como agente del Ministerio Público encargado.
Para determinar si se trataba de un loco o no, el juez de la causa designó a un grupo de siquiatras y criminólogos, entre ellos a Alfonso Quiroz Cuarón.
En noviembre de 1943, Cárdenas fue trasladado al Manicomio General de la Castañeda, donde el director le otorgó una serie de canonjías, que incluían la falta de vigilancia. Esa falta de cuidado tuvo como consecuencia que Gregorio Cárdenas Hernández se fugara del lugar en 1948. Fue encontrado en Oaxaca y llevado a Lecumberri.
Una vez en el Palacio Negro, con ayuda de Quiroz Cuarón, logró que lo recluyeran con los demás presos. El criminólogo, además, lo ayudó a que estudiara derecho, y el joven científico se tituló con honores en prisión con un objetivo clar lograr una reducción significativa de su condena. A partir de 1962, comenzó sus apelaciones alegando que habían transcurrido 20 años desde la fecha de los crímenes, y que ésa era la pena fijada por las leyes. Los alegatos continuaron hasta 1976, cuando finalmente fue liberado.
Gregorio Cárdenas Hernández contrajo matrimonio y utilizó sus conocimientos para defender y sacar de la cárcel a personas inocentes, lograr la revisión de casos, libertades condicionales y todo lo que los abogados de oficio no podían o no deseaban resolver; sus clientes eran gente humilde.
Cuando salió de prisión, Goyo Cárdenas fue convocado a una reunión plenaria del Congreso de la Unión y ovacionado de pie por los legisladores. Hay quien los acusa de haber cometido un acto infame: ¿cómo reconocían a un asesino? Pero algo parece ciert si el ideal de un sistema judicial es la rehabilitación de los reos, Cárdenas es un ejemplo claro de que es posible.
8 de octubre de 2006
©nuevo excelsior
5 comentarios
marah -
Nancy -
Carlos Zamora Estrada -
De por sí nadie habla de mi abuelo, cuando lo hacen son muy breves o como en este caso, mienten.
Que pena.
Al menos una investigación y publicación de lo que hizo mi abuelo estaría perfecto, sobretodo porque se trató de uno de los últimos buenos policias. En época de corrupción.
el comandante -
Ed Gein -