aristócrata en la cárcel
[Jeffrey Gettleman] Mató a un guardabosques. Tiempo después al ladrón sorprendido por el guardabosques. Puede morir en la horca.
Soysambu, Kenia. De todas las encumbradas familias británica que llegaron a este país, para no volver, ninguna es tan famosa como la de los Delamere.
Daban las fiestas más elegantes, tenían el pedigrí más fabuloso (que se remontaba a Guillermo el Conquistador, decían) y, no insignificantemente, las tierras más impresionantes.
La Hacienda Soysambu es la joya de la corona, veinte mil hectáreas rebosantes de jirafas y cebras en el corazón del Valle del Rift de África. El escenario parece sacado directamente de una postal -los dorados pastizales, las onduladas colinas, la sensación de recibir tanto del mundo en un gran trago.
Pero Thomas Cholmondeley, el corbatudo heredero de la familia, que hasta hace poco estaba en camino de convertirse en el sexto Barón de Delamere, ya no vive aquí. Está en la cárcel de máxima de seguridad de Kamiti, en Nairobi, convertido en la rara cara blanca tras las rejas en este país, esperando su juicio en un caso de asesinato que divide a Kenia.
Porque hace poco más de un año, disparó y mató a dos keniatas negros en su hacienda.
El primero era un guardabosque de la fauna silvestre encubierto que estaba deteniendo a unos trabajadores de Cholmondeley que sospechaba que estaban cazando ilegalmente. Diciendo que había disparado en defensa propia, Cholmondeley fue absuelto sin juicio.
El segundo fue el cazador ilegal mismo, con un antílope colgando de su espalda. Cholmondeley dice que los perros del cazador lo atacaron y que, nuevamente, disparó en defensa propia.
Los hacendados blancos de Kenia, una especie cada vez más asediada y en peligro, muestran una profunda simpatía por él. Dicen que la delincuencia está descontrolada y que la policía es inútil, y que la selva, aunque es bella, está llena de armas.
Ciertamente, ha habido una explosión de violencia en el Valle del Rift, con bandas que operan desde Nairobi y las tensiones alcanzando un máximo entre los jornaleros pobres como ratas y el puñado de keniatas blancos que todavía viven en vastas extensiones de tierra. Joan Root, una afamada ecologista, fue asesinada a balazos en su dormitorio en enero. Otros blancos han sido matados en atracos. Un hacendado dijo que ahora dormía con una escopeta a su lado.
Durante la época colonial, este área, a unos ochenta kilómetros al noroeste de Nairobi, era afamada entre los blancos por su estilo de vida hedonista y era llamado el Valle Feliz. Ahora parece estar bajo sitio.
Pero los keniatas negros ven la situación de Cholmondeley de manera diferente, y temen que los días del privilegio blanco no hayan terminado todavía. Su absolución en el primer caso hizo más profundo su cinismo sobre un poder judicial ya en entredichos y provocó masivas protestas. Alguna gente incluso amenazó con invadir las haciendas blancas.
El caso parece estar golpeando muchos de los puntos débiles de Kenia: la tierra, la violencia, la corrupción, el comercio ilegal de animales y, por supuesto, las carreras de caballo.
"Es muy sexi cuando un hombre blanco se mete en problemas", dice Maina Kiai, presidente de la comisión de derechos humanos de Kenia. "Nosotros todavía tenemos un complejo de inferioridad y nos emociona ver a un hombre blanco en una posición de indefensión".
Y no se trata de cualquier hombre blanco.
El honorable Thomas Patrick Gilbert Cholmondeley, 38, es un anacronismo criado en la selva de dos metros, que luce una cicatriz que va desde su tobillo hasta su cadera de cuando fue atacado por un búfalo hace algunos años y cuyo bisabuelo convirtió en elegante que los aristócratas británicos se mudaran a África.
Ese colono, Hugh Cholmondeley, el tercer Barón de Delamere, se apoderó de pedazos del Valle del Rift de los residentes locales (los analfabetos masai) a principios de siglo, y convirtió la zona en un jardín de recreo para blancos. Entraba a caballo en los bares y disparaba contra los candelabros en hoteles elegantes y se convirtió en un importante hacendado lechero y político. La calle principal de Nairobi se llamó Avenida de Delamere en su honor, hasta la independencia de 1963.
Thomas nació cinco años después, creció en Soysambu (el nombre significa ‘lugar de rocas rojas' en la lengua masai) y finalmente fue enviado a Eton. Para entonces, un masai llamado Samson ole Sisina estaba reparando camiones para la comisión de turismo de Kenia, y tenía la esperanza de llegar a ser guardabosques. Robert Njoya, un kikuyu pobre, había abandonado la escuela para dedicarse a acarrear rocas y cazar ilegalmente. Los hombres vivían cerca de Naivasha, una somnolienta ciudad en el pasado que pasaba por momentos difíciles.
Los granjeros de flores estaban brotando por todas partes en torno al Lago Naivasha, atrayendo a miles de jornaleros mal pagados. Muchos vivían en campamentos improvisados, incluyendo uno llamado Manera construido en tierras de Delamere. La gente llamaba a Delamere ‘el asesino honorable' y dicen que los aterrorizó durante años.
Mary Njeri, 51, dijo que Cholmondeley la había sorprendido en su propiedad recogiendo leña y la había azotado hasta que perdió la conciencia. Peter Kiragu, 12, dijo que estaba jugando fútbol, hace cuatro años, en la propiedad de Delamere, cuando Cholmondeley lo agarró de la camiseta, lo metió a un camión y lo mantuvo encerrado durante horas.
Los dos episodios fueron reportados a la policía, pero nunca se formularon cargos. "Los Delamere eran intocables", dice Gideon Kibunjah, portavoz de la policía keniata. "Pero eso ha cambiado ahora".
El Thomas Cholmomdeley que describen sus amigos blancos es muy diferente: encantador, sincero, un atento interlocutor, un padre dedicado a sus dos hijos, el tipo de hacendado que habla en swahili con sus trabajadores y los mira a los ojos.
Como director de las haciendas lecheras y ganaderas de su familia, es un partidario de la fauna silvestre y sus esfuerzos han aumentado la cantidad de jirafas, cebras, pelícanos y flamencos en la zona. Una razón por la que le dieron permiso para portar armas, era para proteger a esos animales.
"Tom adora esa tierra", dice Dodo Cunningham-Reid, una amiga que gestiona un exclusivo hotel en Naivasha.
Fred Ojiambo, abogado de Cholmondeley, dice que su cliente ha sido injustificadamente demonizado. No quiso discutir los detalles del caso, pero dijo: "Es muy difícil considerar este caso solamente como un caso en que se disparó contra alguien. Esto ocurrió en un contexto".
El año pasado, dijeron funcionarios de la fauna silvestre de Kenia, unos trabajadores de Soysambu fueron sospechados de cazar ilegalmente y de comerciar también ilegalmente la carne de los animales cazados. El 19 de abril de 2005, Sisina, que había sido ascendido de mecánico a guardabosques, y otros dos guardas, se dirigieron a la hacienda, encubiertos, y capturaron a los trabajadores despellejando a un búfalo.
Justo en los momentos en que Sisina y sus colegas empezaban a detenerlos, llegó Cholmondeley. Vio a extraños en ropas de paisano amenazando con armas a sus trabajadores y disparó contra Sisina.
Después de que fuera detenido, dijo a la policía: "Estoy desolado por la enormidad de mi error". Dijo que había pensado que Sisina era un ladrón.
El caso abrió una grieta entre los funcionarios policiales que exigían su juicio por asesinato y los fiscales, que creían en su alegato de defensa personal. Y los masai estaban observando.
Los masai son famosos por sus pinturas de ocre rojo de guerra y modo de vida pastoral. La mayoría son extremadamente pobres, pero Sisina era diferente. Había pasado de una choza de estiércol a un respetable trabajo en el gobierno.
Cuando se retiraron abruptamente los cargos hace un mes -una fotografía de un sonriente Cholmondeley con los pulgares en alto apareció en la primera plana de un importante diario keniata-, los masai estallaron, protestando frente al despacho del fiscal general y amenazando con arrasar Soysambu.
"Los Delamere son quienes nos robaron la tierra, en primer lugar", dice William ole Ntimama, un masai miembro del parlamento. "Y ahora mírenos. Nos hemos convertido en parte de la fauna silvestre".
Enfadados masai marcharon hace dos años contra haciendas blancas y trataron de recuperar la tierra ancestral. Pero Kenia no es Zimbabue, donde el gobierno instigó esas recuperaciones. La policía keniata antimotines dispersó a los masai.
Sisina dejó a su viuda Seenoi, y sus ocho hijos, que todos viven ahora de limosnas. Cholmondeley volvió a la hacienda de la familia, la Delamere Estates Ltd., y empezó a patrullar Soysambu, armado.
El 10 de mayo de este año, Njoya, el kikuyu, salió a buscar comida para su esposa Sarah y sus cuatro hijos. Llevó con él a dos amigos y seis perros, y encontraron a un antílope muerto en una trampa que habían colocado en tierra de Soysambu.
Ese noche, Cholmondeley, llevando un rifle de la época colonial, estaba buscando un terreno para levantar una casa.
Lo que pasó después no está claro. Cholmondeley dice que los cazadores azuzaron los perros contra él y que mató a dos, alcanzando accidentalmente a Njoya. Los amigos de Njoya dicen que ellos ni siquiera vieron a Cholmondeley.
"Sólo oímos los balazos que venían de la selva", dijo Peter Gicuchi, que dijo que estaba junto a Njoya.
Njoya se desangró y murió a los pocos minutos.
"¡Oh, no otra vez!", fueron los titulares de esta vez, y las protestas se hicieron más masivas. Muchos keniatas negros están boicoteando los productos Delamere, llamando al yogur de la familia, que se vende con una distintiva corona dorada, "yogur de sangre".
Esta vez, los fiscales presentaron cargos por asesinato. El juicio debe empezar el 25 de septiembre. Si es condenado, Cholmondeley podría morir en la horca.
La última vez que un hombre blanco estuvo en el centro de un caso tan sensacional en Kenia fue en 1980, cuando Frank Sundstrom, un marino estadounidense, mató a una prostituta en Mombasa. Sundstrom se declaró culpable de homicidio, pagó una multa de setenta dólares y volvió a su casa.
Daban las fiestas más elegantes, tenían el pedigrí más fabuloso (que se remontaba a Guillermo el Conquistador, decían) y, no insignificantemente, las tierras más impresionantes.
La Hacienda Soysambu es la joya de la corona, veinte mil hectáreas rebosantes de jirafas y cebras en el corazón del Valle del Rift de África. El escenario parece sacado directamente de una postal -los dorados pastizales, las onduladas colinas, la sensación de recibir tanto del mundo en un gran trago.
Pero Thomas Cholmondeley, el corbatudo heredero de la familia, que hasta hace poco estaba en camino de convertirse en el sexto Barón de Delamere, ya no vive aquí. Está en la cárcel de máxima de seguridad de Kamiti, en Nairobi, convertido en la rara cara blanca tras las rejas en este país, esperando su juicio en un caso de asesinato que divide a Kenia.
Porque hace poco más de un año, disparó y mató a dos keniatas negros en su hacienda.
El primero era un guardabosque de la fauna silvestre encubierto que estaba deteniendo a unos trabajadores de Cholmondeley que sospechaba que estaban cazando ilegalmente. Diciendo que había disparado en defensa propia, Cholmondeley fue absuelto sin juicio.
El segundo fue el cazador ilegal mismo, con un antílope colgando de su espalda. Cholmondeley dice que los perros del cazador lo atacaron y que, nuevamente, disparó en defensa propia.
Los hacendados blancos de Kenia, una especie cada vez más asediada y en peligro, muestran una profunda simpatía por él. Dicen que la delincuencia está descontrolada y que la policía es inútil, y que la selva, aunque es bella, está llena de armas.
Ciertamente, ha habido una explosión de violencia en el Valle del Rift, con bandas que operan desde Nairobi y las tensiones alcanzando un máximo entre los jornaleros pobres como ratas y el puñado de keniatas blancos que todavía viven en vastas extensiones de tierra. Joan Root, una afamada ecologista, fue asesinada a balazos en su dormitorio en enero. Otros blancos han sido matados en atracos. Un hacendado dijo que ahora dormía con una escopeta a su lado.
Durante la época colonial, este área, a unos ochenta kilómetros al noroeste de Nairobi, era afamada entre los blancos por su estilo de vida hedonista y era llamado el Valle Feliz. Ahora parece estar bajo sitio.
Pero los keniatas negros ven la situación de Cholmondeley de manera diferente, y temen que los días del privilegio blanco no hayan terminado todavía. Su absolución en el primer caso hizo más profundo su cinismo sobre un poder judicial ya en entredichos y provocó masivas protestas. Alguna gente incluso amenazó con invadir las haciendas blancas.
El caso parece estar golpeando muchos de los puntos débiles de Kenia: la tierra, la violencia, la corrupción, el comercio ilegal de animales y, por supuesto, las carreras de caballo.
"Es muy sexi cuando un hombre blanco se mete en problemas", dice Maina Kiai, presidente de la comisión de derechos humanos de Kenia. "Nosotros todavía tenemos un complejo de inferioridad y nos emociona ver a un hombre blanco en una posición de indefensión".
Y no se trata de cualquier hombre blanco.
El honorable Thomas Patrick Gilbert Cholmondeley, 38, es un anacronismo criado en la selva de dos metros, que luce una cicatriz que va desde su tobillo hasta su cadera de cuando fue atacado por un búfalo hace algunos años y cuyo bisabuelo convirtió en elegante que los aristócratas británicos se mudaran a África.
Ese colono, Hugh Cholmondeley, el tercer Barón de Delamere, se apoderó de pedazos del Valle del Rift de los residentes locales (los analfabetos masai) a principios de siglo, y convirtió la zona en un jardín de recreo para blancos. Entraba a caballo en los bares y disparaba contra los candelabros en hoteles elegantes y se convirtió en un importante hacendado lechero y político. La calle principal de Nairobi se llamó Avenida de Delamere en su honor, hasta la independencia de 1963.
Thomas nació cinco años después, creció en Soysambu (el nombre significa ‘lugar de rocas rojas' en la lengua masai) y finalmente fue enviado a Eton. Para entonces, un masai llamado Samson ole Sisina estaba reparando camiones para la comisión de turismo de Kenia, y tenía la esperanza de llegar a ser guardabosques. Robert Njoya, un kikuyu pobre, había abandonado la escuela para dedicarse a acarrear rocas y cazar ilegalmente. Los hombres vivían cerca de Naivasha, una somnolienta ciudad en el pasado que pasaba por momentos difíciles.
Los granjeros de flores estaban brotando por todas partes en torno al Lago Naivasha, atrayendo a miles de jornaleros mal pagados. Muchos vivían en campamentos improvisados, incluyendo uno llamado Manera construido en tierras de Delamere. La gente llamaba a Delamere ‘el asesino honorable' y dicen que los aterrorizó durante años.
Mary Njeri, 51, dijo que Cholmondeley la había sorprendido en su propiedad recogiendo leña y la había azotado hasta que perdió la conciencia. Peter Kiragu, 12, dijo que estaba jugando fútbol, hace cuatro años, en la propiedad de Delamere, cuando Cholmondeley lo agarró de la camiseta, lo metió a un camión y lo mantuvo encerrado durante horas.
Los dos episodios fueron reportados a la policía, pero nunca se formularon cargos. "Los Delamere eran intocables", dice Gideon Kibunjah, portavoz de la policía keniata. "Pero eso ha cambiado ahora".
El Thomas Cholmomdeley que describen sus amigos blancos es muy diferente: encantador, sincero, un atento interlocutor, un padre dedicado a sus dos hijos, el tipo de hacendado que habla en swahili con sus trabajadores y los mira a los ojos.
Como director de las haciendas lecheras y ganaderas de su familia, es un partidario de la fauna silvestre y sus esfuerzos han aumentado la cantidad de jirafas, cebras, pelícanos y flamencos en la zona. Una razón por la que le dieron permiso para portar armas, era para proteger a esos animales.
"Tom adora esa tierra", dice Dodo Cunningham-Reid, una amiga que gestiona un exclusivo hotel en Naivasha.
Fred Ojiambo, abogado de Cholmondeley, dice que su cliente ha sido injustificadamente demonizado. No quiso discutir los detalles del caso, pero dijo: "Es muy difícil considerar este caso solamente como un caso en que se disparó contra alguien. Esto ocurrió en un contexto".
El año pasado, dijeron funcionarios de la fauna silvestre de Kenia, unos trabajadores de Soysambu fueron sospechados de cazar ilegalmente y de comerciar también ilegalmente la carne de los animales cazados. El 19 de abril de 2005, Sisina, que había sido ascendido de mecánico a guardabosques, y otros dos guardas, se dirigieron a la hacienda, encubiertos, y capturaron a los trabajadores despellejando a un búfalo.
Justo en los momentos en que Sisina y sus colegas empezaban a detenerlos, llegó Cholmondeley. Vio a extraños en ropas de paisano amenazando con armas a sus trabajadores y disparó contra Sisina.
Después de que fuera detenido, dijo a la policía: "Estoy desolado por la enormidad de mi error". Dijo que había pensado que Sisina era un ladrón.
El caso abrió una grieta entre los funcionarios policiales que exigían su juicio por asesinato y los fiscales, que creían en su alegato de defensa personal. Y los masai estaban observando.
Los masai son famosos por sus pinturas de ocre rojo de guerra y modo de vida pastoral. La mayoría son extremadamente pobres, pero Sisina era diferente. Había pasado de una choza de estiércol a un respetable trabajo en el gobierno.
Cuando se retiraron abruptamente los cargos hace un mes -una fotografía de un sonriente Cholmondeley con los pulgares en alto apareció en la primera plana de un importante diario keniata-, los masai estallaron, protestando frente al despacho del fiscal general y amenazando con arrasar Soysambu.
"Los Delamere son quienes nos robaron la tierra, en primer lugar", dice William ole Ntimama, un masai miembro del parlamento. "Y ahora mírenos. Nos hemos convertido en parte de la fauna silvestre".
Enfadados masai marcharon hace dos años contra haciendas blancas y trataron de recuperar la tierra ancestral. Pero Kenia no es Zimbabue, donde el gobierno instigó esas recuperaciones. La policía keniata antimotines dispersó a los masai.
Sisina dejó a su viuda Seenoi, y sus ocho hijos, que todos viven ahora de limosnas. Cholmondeley volvió a la hacienda de la familia, la Delamere Estates Ltd., y empezó a patrullar Soysambu, armado.
El 10 de mayo de este año, Njoya, el kikuyu, salió a buscar comida para su esposa Sarah y sus cuatro hijos. Llevó con él a dos amigos y seis perros, y encontraron a un antílope muerto en una trampa que habían colocado en tierra de Soysambu.
Ese noche, Cholmondeley, llevando un rifle de la época colonial, estaba buscando un terreno para levantar una casa.
Lo que pasó después no está claro. Cholmondeley dice que los cazadores azuzaron los perros contra él y que mató a dos, alcanzando accidentalmente a Njoya. Los amigos de Njoya dicen que ellos ni siquiera vieron a Cholmondeley.
"Sólo oímos los balazos que venían de la selva", dijo Peter Gicuchi, que dijo que estaba junto a Njoya.
Njoya se desangró y murió a los pocos minutos.
"¡Oh, no otra vez!", fueron los titulares de esta vez, y las protestas se hicieron más masivas. Muchos keniatas negros están boicoteando los productos Delamere, llamando al yogur de la familia, que se vende con una distintiva corona dorada, "yogur de sangre".
Esta vez, los fiscales presentaron cargos por asesinato. El juicio debe empezar el 25 de septiembre. Si es condenado, Cholmondeley podría morir en la horca.
La última vez que un hombre blanco estuvo en el centro de un caso tan sensacional en Kenia fue en 1980, cuando Frank Sundstrom, un marino estadounidense, mató a una prostituta en Mombasa. Sundstrom se declaró culpable de homicidio, pagó una multa de setenta dólares y volvió a su casa.
5de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
0 comentarios