hola, tengo quince
[Betzie Jaramillo] El derecho a decidir de las niñas.
A punto de ser madre a los 15 años, Tania llegó tarde a la píldora del día después. Y si hubiera podido, la habría pedido. Pero Yasna está a tiempo. Ya sabe que puede pedirla. A Soraya lo que le interesa es que exista confidencialidad, porque en su casa no saben que se acuesta con su pololo. Por unos pocos meses, para ellas la vida será diferente gracias a ‘la toma de la pastilla'.
A Tania, el anuncio de entregar la píldora del día después le llega tarde. Ya tiene ocho meses de embarazo. "Nunca pensé que me iba a quedar embarazada". Ni lo deseaba. Sin contar a Ashli, el nombre que ha decidido para su niña que nacerá en pocos días, ya son ocho los que viven en su casita de La Pintana. Tania tiene 15 años, mirada de terciopelo y prematuramente mujer. Sus padres le dijeron que tuviera cuidado, que pidiera anticonceptivos, al ver que su relación con Luis pasaba a mayores."Me dio vergüenza ir al consultorio, pero ahora lo haría", dice. El momento de pasión que engendró a Ashli los pilló sin ninguna protección.
Tania cuida a sus hermanos, hace el aseo, prepara la comida y en las noches va al Liceo Capitán Ávalos. ¿Podrá seguir estudiando cuando nazca la niña? No sabe. Puede que le pase lo mismo que a la mayoría de las casi 40 mil adolescentes embarazadas, que dejan de ir a clases. No hay guarderías y las guaguas son un trabajo a tiempo completo. Patricia, la madre de Tania, ahora está contenta con la llegada de su nieta, pero al principio "quería puro pegarle". El rostro de Patricia tiene las señales de la dura vida que le ha tocado y quería para su Tania algo mejor.
En el Consultorio
"¿Tienes relaciones sexuales?", pregunta Ramiro Molina, médico y director del Centro de Medicina Reproductiva y Desarrollo Integral del Adolescente (Cemera), el único lugar dedicado exclusivamente a la adolescencia. "Sí", responde Yasna, con su boquita de cereza, de ojitos brillantes como bochitas negras y con parka sin marca. Acaba de cumplir 15 años, está en octavo básico y tiene sexo con su pololo, el Sebas, de 17 años, por lo menos día por medio. Lo hacen en casa de él, porque donde vive Yasna no hay sitio, son demasiados. Ella es la tercera de seis hermanos, de tres padres diferentes, pero igual de ausentes. "¿Cuántos niños te gustaría tener?", le pregunta el doctor Molina. "Uno no más", y se sopla un rizo rebelde que le cae por la frente.
Yasna viajó una hora desde Conchalí para llegar hasta el Cemera, en calle Profesor Zañartu, que depende de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Viene por primera vez y quiere que le pongan un anticonceptivo inyectable que dura 30 días. Supo por su hermana que allí todo es gratis, desde la consulta hasta los anticonceptivos, y además le aseguran confidencialidad. Por eso se atreve a contarle al doctor Molina que practica todas las variantes del sexo, el vaginal, oral, anal y manual; que un primo suyo quiso abusar de ella cuando tenía 11 años y que aún le da rabia y pena acordarse, y que con el Sebas le gusta acostarse.
Ellas No Son Prioridad
El doctor Molina lleva 25 años trabajando con adolescentes. Las interroga exhaustivamente sobre lo que sienten, lo que quieren, lo que les duele, lo que ignoran. Confecciona una ficha de varias hojas con todos los detalles, les ausculta la vida y dibuja un mapa sobre la estructura familiar de cada una. Así consigue hacerse una idea de quién es Yasna, qué le preocupa, qué necesita. "La adolescencia en general no existe o no son prioridad en los planes de salud. No son niños, ni tercera edad. Además son sanas, no se enferman. Pero se embarazan". Pero en cuanto superan los 19 años lideran las tasas de infecciones sexuales (un 60% de los contagiados se da entre los 19 y los 24 años). Y destaca que sus mayores males tienen que ver con los estados de ánimo: depresión, trastornos en la comida y en el desarrollo de la personalidad.
"Pero, ¿hoy me van a poner la inyección?", pregunta la niña. "Claro que sí, chicoca", la tranquiliza el doctor Molina, y "¿quieres preguntar algo más sobre este método anticonceptivo?". Ella piensa un instante: "¿Me va a dar cáncer si me la pongo?". "No, no, eso forma parte de la colección de mitos que se escuchan estos días. No te va a pasar nada, excepto no quedarte embarazada". Yasna respira hondo y sonríe. Se levanta de la silla con la orden de la inyección para que se la pongan en el box de al lado y de regalo se lleva 15 condones. "Úsalos, por favor. Y vuelve cuando quieras consultar cualquier cosa", la despide Molina. "¿Y aquí me darían la píldora del día después?", le pregunta desde la puerta. "Si la necesitas, claro que sí".
La vida de Yasna probablemente será diferente a la de su madre y a la de Tania, porque podrá disfrutar de su sexualidad y evitar los embarazos no deseados, que representan el 40% en todo el país. Ella podrá beneficiarse de la norma de proveer, en los servicios públicos y en forma gratuita, a todas las mujeres mayores de 14 años que lo soliciten el anticonceptivo de emergencia. La cifra de 40 mil hijos de madres adolescentes al año –diez veces más que en los países desarrollados– era lo suficientemente escandalosa como para tomar esta medida. Y las embarazadas entre 11 y 14 años han aumentado más del 15% en los últimos diez años. Niñas a las que les crece la panza mientras ven ‘Bob Esponja'. Y casi todas pobres. "A veces, uno no tiene ni para comer; menos, para comprar pastillas", dice Tania mientras se acaricia su enorme vientre.
Las muchachas ricas pueden evitarlo pagando una consulta privada, donde consiguen una receta y volviendo a meter la mano al bolsillo para pagar los ocho mil pesos que cuesta la dosis del anticonceptivo. Además de dinero, ellas tienen acceso a la información y educación sexual en sus colegios de pago. El resto aprende como puede. Por eso, en las comunas más pobres se han vendido 344 cajas y en las más ricas 3.954, y en 2003 sólo una niña fue madre en Providencia. En La Pintana fueron 29, de las cuales tres son compañeras de Tania. Las ricas, además, pueden recurrir a las selectas clínicas clandestinas, donde por cerca de un millón de pesos les practican un aborto limpio y seguro. Para el resto, el aborto es un crimen en todas las circunstancias, incluida la violación, y el castigo es de tres a cinco años de cárcel. Chile y El Salvador son los únicos países con prohibición total de interrupción del embarazo.
El Después del Día Después
El después de la píldora del día después estalló el lunes. Un verdadero incendio de declaraciones en contra. La Iglesia Católica, la UDI, RN y parte de la DC rebuscaron en el más añejo de los rincones argumentos en contra de esta medida, que, como dijo la Presidenta Bachelet, "busca asegurar igualdad" entre las chilenas. "Crimen nefasto" (cardenal Jorge Medina). "Puede provocar cáncer" (Carolina Plaza, alcaldesa de Huechuraba). "Es abortiva y no pienso repartirla (Marta Ehlers, alcaldesa de Lo Barnechea). "Tendremos una explosión de sida" (Jacqueline van Rysselberghe, alcaldes de Concepción). "Promueve el libertinaje" (María Angélica Cristi, diputada UDI). "Bombardear de hormonas a las mujeres es un crimen" (Carlos Olivares, diputado DC). Estas han sido algunas de las frases escuchadas estos días. Una verdadera campaña del terror. Pero el argumento preferido, seguramente porque el científico –no es abortiva– es difícil de rebatir, ha sido el que las adolescentes, aunque tengan más de 14 años, necesitan la autorización de los padres. "Están destruyendo la familia", ha sido el alarido más escuchado.
Pero, ¿de qué familia hablan? Casi el 50% de los niños chilenos nacen fuera del matrimonio. Y nadie garantiza que el resto tenga a su papi y mami viviendo juntos hasta el fin de sus días. O sea, que aun en el caso que el niño sea fruto de un matrimonio, existe una posibilidad real de que sus padres se separen o divorcien en el transcurso de su infancia. En el caso de las madres niñas, esta cifra de madres solas se dispara hasta por encima del 80%. No son familias tradicionales, pero son familias. Que luchan por sobrevivir, que quieren lo mejor para sus hijos y que sueñan con un futuro mejor.
Por lo visto, lo que irrita a los sectores más conservadores es que las niñas de 14 o más años puedan ir solitas a un consultorio a pedir el anticonceptivo de emergencia. Y los médicos y matronas que las atienden deben respetar la confidencialidad de sus pacientes. Es lo que preocupa a Soraya, que acaba de cumplir 16 y se ha acercado al Cemera a pedir anticonceptivos. "Mi mami no sabe que tengo relaciones. Mi papá, menos, porque ni siquiera sé dónde vive y hace tiempo que no lo veo". El doctor Molina le asegura que todo lo que diga en la consulta es confidencial. "Ni aunque me corten la cabeza, no diré nada. Así que tranquila". O sea, Soraya tiene derechos: sus intimidades sólo se darán a conocer si ella así lo quiere. Por eso, le explica al médico que hace un tiempo dejó de tomar trago, pero que sigue fumando "pitos" todos los días. "¿Y te gustaría dejar de fumarlos?", le pregunta el médico. Soraya duda y no contesta. "Bueno, en cuanto quieras, nosotros te podemos ayudar. Tenemos sicólogos que te pueden atender". Soraya lo mira a los ojos: "¿Hay que pagar?". "No, no, sólo tienes que comprometerte a avisar si no puedes venir a la cita. Es porque hay muchas esperando a que las atiendan". Soraya acepta la oferta. Antes de cerrar la puerta, con las cajas de anticonceptivos en la mano, el "Doc", como le dicen las enfermeras, le comenta: "Sería bueno que hablaras con tu mamá. Así no tendrás que vivir escondiendo los anticonceptivos".
Los Derechos De las Niñas
"La confidencialidad y el secreto médico no tienen límites de edad. Y es sagrado", aclara el "Doc". Y es primordial para conseguir que las niñas puedan tener confianza, al menos en sus médicos. Confianza y confidencialidad que en buena parte se destruyó cuando desmantelaron el sistema de planificación para unificarlo todo en los consultorios de familia. Esto significó que cuando una niña iba al médico podía encontrarse con la copuchenta de la cuadra en la misma sala de espera. Y, claro, no van para no arriesgarse a ser tema de conversación de lenguas venenosas en las peluquerías del barrio. Sobre la confianza con los padres habría mucho que decir, pero lo normal es que en cuanto las niñas empiezan a tener formas de mujer o la madre descubre que su niño querido moja las sábanas, una brecha difícil se abre en la comunicación.
Porque a los adultos parece que les gusta la idea de que las niñas son seres asexuados. Curioso este empeño en negar la realidad de los adolescentes, que se demuestra en cada encuesta y, por último, en cada embarazo de jovencitas. El sexo forma parte de la comunicación y de los afectos, además de ser un mandato biológico. Y los adolescentes son precisamente eso: toneladas de necesidad de afecto y comunicación, en un cóctel explosivo de hormonas en ebullición. ¿Cómo pretender que no practiquen el sexo, que, junto con ver la televisión y pasear por la calle, es lo único gratis que pueden hacer? El problema es que el sexo las puede dejar preñadas. Y ese sí que es un precio alto por un instante de gustito y romance.
¿Es que no saben que existen métodos, como los anticonceptivos normales o los condones? Claro que lo saben, pero no siempre están a mano cuando el arrebato del placer estremece sus cuerpos. Soraya y Yasna son sinceras ante el doctor Molina. "Sí, alguna vez hemos usado condón. Pero la mayoría de las veces no", dice Yasna. "Ni a mí, ni a mi pololo, nos gusta", manifiesta Soraya. ¿No temen a las infecciones? Sí, pero le temen más al embarazo. Por eso, lo que buscan son anticonceptivos. Y, además, ellas han sido el objeto del bombardeo anticondón por parte de la Iglesia Católica y sus canales de televisión afines, donde todavía se niegan a difundir las campañas de uso del preservativo contra el sida.
Hacinamiento y Criminalización
Y luego está esa otra realidad. La más oscura. Hay un viejo dicho: "el roce hace el cariño". Pero qué decir de lo que provoca el hacinamiento. Una de las campañas más tristes de los últimos tiempos es "Un niño, una cama", que intenta conseguir, y no lo logra, camas para los 130 mil niños que duermen amontonados con hermanos y mayores. Y entre los ronquidos de algunos, otros pueden decidir estirar la mano hacia la niña que descansa a su lado. Duras condiciones para mantenerse intactas. Y ahí habría que entrar en el secreto mundo de los incestos, de los padres, hermanos, primos y convivientes borrachos, que aturdidos no respetan ni a la más hermosa y pura flor de la familia. Pero eso no es fácil de digerir en una sociedad que insiste en que todos vamos a misa los domingos.
Sin embargo, hay otra criminalización que pesa sobre la sexualidad de los adolescentes. Tras la alarma que provocó el caso Spiniak, las relaciones sexuales consentidas subieron de los 12 a los 14 años. Lo que quiere decir que si una niña de 13 años llega a un consultorio con algún tema que tiene que ver con las relaciones sexuales (una infección, un embarazo o sencillamente a pedir anticonceptivos), la ley obliga a informar. Y si el compañero sexual de la niña es mayor por más de dos años, se arriesga a ser acusado de violación. "Y ha habido denuncias", como reconoce la matrona Verónica Schiappacasse, que trabaja para el Instituto Chileno de Medicina Reproductiva (Icmer), en calle José Victorino Lastarria, 26, lugar al que llegan los y las adolescentes porque es uno de los centros privados pioneros en facilitar gratuitamente las recetas y la propia píldora del día después.
Son las matronas las que suelen tener la llave del sexo de las adolescentes. Tienen a su cargo el 90% de la planificación familiar y pueden recetar anticonceptivos, sean de emergencia o no. Y saben mucho. Cuando atienden menores de 14 con actividad sexual tienen el dilema de comunicarlo a la Fiscalía o, según su criterio, optar por mecanismos extraoficiales. No hacen ficha y las ven sin que quede constancia. Ellas arriesgan mucho al no obedecer, pero no es fácil mandar a una niña de 13 que se acuesta con su pololo de 16 (sospechoso de delito) y someterlos al rigor de la justicia.
Son también las que luego atienden a las niñas en sus partos. Y debe encoger el corazón ayudarlas a parir y luego mandarlas a la calle con una "muñeca" viva entre sus brazos. A partir de ese momento, lo más probable es que se dediquen a mirar por la ventana cómo la vida pasa por fuera.
Por segunda vez en este año – el primero fue la rebelión de los estudiantes–, los adolescentes son el sujeto y el objeto de un país en el que por fin son protagonistas. Y obligan al resto a crecer con ellos. Y sin miedo a la libertad.
En la calle, la primavera está a punto de reventar. En los callejones de un suburbio cualquiera se escucha sin parar "Hoy es noche de sexo", el último hit de reggaeton del grupo Wisin and Yandel. Una muchacha le tiñe el pelo a otra en el patio mientras susurra: "No, no puedo vivir con tanto veneno", de Shakira. La vida será diferente con "la toma de la pastilla".
A Tania, el anuncio de entregar la píldora del día después le llega tarde. Ya tiene ocho meses de embarazo. "Nunca pensé que me iba a quedar embarazada". Ni lo deseaba. Sin contar a Ashli, el nombre que ha decidido para su niña que nacerá en pocos días, ya son ocho los que viven en su casita de La Pintana. Tania tiene 15 años, mirada de terciopelo y prematuramente mujer. Sus padres le dijeron que tuviera cuidado, que pidiera anticonceptivos, al ver que su relación con Luis pasaba a mayores."Me dio vergüenza ir al consultorio, pero ahora lo haría", dice. El momento de pasión que engendró a Ashli los pilló sin ninguna protección.
Tania cuida a sus hermanos, hace el aseo, prepara la comida y en las noches va al Liceo Capitán Ávalos. ¿Podrá seguir estudiando cuando nazca la niña? No sabe. Puede que le pase lo mismo que a la mayoría de las casi 40 mil adolescentes embarazadas, que dejan de ir a clases. No hay guarderías y las guaguas son un trabajo a tiempo completo. Patricia, la madre de Tania, ahora está contenta con la llegada de su nieta, pero al principio "quería puro pegarle". El rostro de Patricia tiene las señales de la dura vida que le ha tocado y quería para su Tania algo mejor.
En el Consultorio
"¿Tienes relaciones sexuales?", pregunta Ramiro Molina, médico y director del Centro de Medicina Reproductiva y Desarrollo Integral del Adolescente (Cemera), el único lugar dedicado exclusivamente a la adolescencia. "Sí", responde Yasna, con su boquita de cereza, de ojitos brillantes como bochitas negras y con parka sin marca. Acaba de cumplir 15 años, está en octavo básico y tiene sexo con su pololo, el Sebas, de 17 años, por lo menos día por medio. Lo hacen en casa de él, porque donde vive Yasna no hay sitio, son demasiados. Ella es la tercera de seis hermanos, de tres padres diferentes, pero igual de ausentes. "¿Cuántos niños te gustaría tener?", le pregunta el doctor Molina. "Uno no más", y se sopla un rizo rebelde que le cae por la frente.
Yasna viajó una hora desde Conchalí para llegar hasta el Cemera, en calle Profesor Zañartu, que depende de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Viene por primera vez y quiere que le pongan un anticonceptivo inyectable que dura 30 días. Supo por su hermana que allí todo es gratis, desde la consulta hasta los anticonceptivos, y además le aseguran confidencialidad. Por eso se atreve a contarle al doctor Molina que practica todas las variantes del sexo, el vaginal, oral, anal y manual; que un primo suyo quiso abusar de ella cuando tenía 11 años y que aún le da rabia y pena acordarse, y que con el Sebas le gusta acostarse.
Ellas No Son Prioridad
El doctor Molina lleva 25 años trabajando con adolescentes. Las interroga exhaustivamente sobre lo que sienten, lo que quieren, lo que les duele, lo que ignoran. Confecciona una ficha de varias hojas con todos los detalles, les ausculta la vida y dibuja un mapa sobre la estructura familiar de cada una. Así consigue hacerse una idea de quién es Yasna, qué le preocupa, qué necesita. "La adolescencia en general no existe o no son prioridad en los planes de salud. No son niños, ni tercera edad. Además son sanas, no se enferman. Pero se embarazan". Pero en cuanto superan los 19 años lideran las tasas de infecciones sexuales (un 60% de los contagiados se da entre los 19 y los 24 años). Y destaca que sus mayores males tienen que ver con los estados de ánimo: depresión, trastornos en la comida y en el desarrollo de la personalidad.
"Pero, ¿hoy me van a poner la inyección?", pregunta la niña. "Claro que sí, chicoca", la tranquiliza el doctor Molina, y "¿quieres preguntar algo más sobre este método anticonceptivo?". Ella piensa un instante: "¿Me va a dar cáncer si me la pongo?". "No, no, eso forma parte de la colección de mitos que se escuchan estos días. No te va a pasar nada, excepto no quedarte embarazada". Yasna respira hondo y sonríe. Se levanta de la silla con la orden de la inyección para que se la pongan en el box de al lado y de regalo se lleva 15 condones. "Úsalos, por favor. Y vuelve cuando quieras consultar cualquier cosa", la despide Molina. "¿Y aquí me darían la píldora del día después?", le pregunta desde la puerta. "Si la necesitas, claro que sí".
La vida de Yasna probablemente será diferente a la de su madre y a la de Tania, porque podrá disfrutar de su sexualidad y evitar los embarazos no deseados, que representan el 40% en todo el país. Ella podrá beneficiarse de la norma de proveer, en los servicios públicos y en forma gratuita, a todas las mujeres mayores de 14 años que lo soliciten el anticonceptivo de emergencia. La cifra de 40 mil hijos de madres adolescentes al año –diez veces más que en los países desarrollados– era lo suficientemente escandalosa como para tomar esta medida. Y las embarazadas entre 11 y 14 años han aumentado más del 15% en los últimos diez años. Niñas a las que les crece la panza mientras ven ‘Bob Esponja'. Y casi todas pobres. "A veces, uno no tiene ni para comer; menos, para comprar pastillas", dice Tania mientras se acaricia su enorme vientre.
Las muchachas ricas pueden evitarlo pagando una consulta privada, donde consiguen una receta y volviendo a meter la mano al bolsillo para pagar los ocho mil pesos que cuesta la dosis del anticonceptivo. Además de dinero, ellas tienen acceso a la información y educación sexual en sus colegios de pago. El resto aprende como puede. Por eso, en las comunas más pobres se han vendido 344 cajas y en las más ricas 3.954, y en 2003 sólo una niña fue madre en Providencia. En La Pintana fueron 29, de las cuales tres son compañeras de Tania. Las ricas, además, pueden recurrir a las selectas clínicas clandestinas, donde por cerca de un millón de pesos les practican un aborto limpio y seguro. Para el resto, el aborto es un crimen en todas las circunstancias, incluida la violación, y el castigo es de tres a cinco años de cárcel. Chile y El Salvador son los únicos países con prohibición total de interrupción del embarazo.
El Después del Día Después
El después de la píldora del día después estalló el lunes. Un verdadero incendio de declaraciones en contra. La Iglesia Católica, la UDI, RN y parte de la DC rebuscaron en el más añejo de los rincones argumentos en contra de esta medida, que, como dijo la Presidenta Bachelet, "busca asegurar igualdad" entre las chilenas. "Crimen nefasto" (cardenal Jorge Medina). "Puede provocar cáncer" (Carolina Plaza, alcaldesa de Huechuraba). "Es abortiva y no pienso repartirla (Marta Ehlers, alcaldesa de Lo Barnechea). "Tendremos una explosión de sida" (Jacqueline van Rysselberghe, alcaldes de Concepción). "Promueve el libertinaje" (María Angélica Cristi, diputada UDI). "Bombardear de hormonas a las mujeres es un crimen" (Carlos Olivares, diputado DC). Estas han sido algunas de las frases escuchadas estos días. Una verdadera campaña del terror. Pero el argumento preferido, seguramente porque el científico –no es abortiva– es difícil de rebatir, ha sido el que las adolescentes, aunque tengan más de 14 años, necesitan la autorización de los padres. "Están destruyendo la familia", ha sido el alarido más escuchado.
Pero, ¿de qué familia hablan? Casi el 50% de los niños chilenos nacen fuera del matrimonio. Y nadie garantiza que el resto tenga a su papi y mami viviendo juntos hasta el fin de sus días. O sea, que aun en el caso que el niño sea fruto de un matrimonio, existe una posibilidad real de que sus padres se separen o divorcien en el transcurso de su infancia. En el caso de las madres niñas, esta cifra de madres solas se dispara hasta por encima del 80%. No son familias tradicionales, pero son familias. Que luchan por sobrevivir, que quieren lo mejor para sus hijos y que sueñan con un futuro mejor.
Por lo visto, lo que irrita a los sectores más conservadores es que las niñas de 14 o más años puedan ir solitas a un consultorio a pedir el anticonceptivo de emergencia. Y los médicos y matronas que las atienden deben respetar la confidencialidad de sus pacientes. Es lo que preocupa a Soraya, que acaba de cumplir 16 y se ha acercado al Cemera a pedir anticonceptivos. "Mi mami no sabe que tengo relaciones. Mi papá, menos, porque ni siquiera sé dónde vive y hace tiempo que no lo veo". El doctor Molina le asegura que todo lo que diga en la consulta es confidencial. "Ni aunque me corten la cabeza, no diré nada. Así que tranquila". O sea, Soraya tiene derechos: sus intimidades sólo se darán a conocer si ella así lo quiere. Por eso, le explica al médico que hace un tiempo dejó de tomar trago, pero que sigue fumando "pitos" todos los días. "¿Y te gustaría dejar de fumarlos?", le pregunta el médico. Soraya duda y no contesta. "Bueno, en cuanto quieras, nosotros te podemos ayudar. Tenemos sicólogos que te pueden atender". Soraya lo mira a los ojos: "¿Hay que pagar?". "No, no, sólo tienes que comprometerte a avisar si no puedes venir a la cita. Es porque hay muchas esperando a que las atiendan". Soraya acepta la oferta. Antes de cerrar la puerta, con las cajas de anticonceptivos en la mano, el "Doc", como le dicen las enfermeras, le comenta: "Sería bueno que hablaras con tu mamá. Así no tendrás que vivir escondiendo los anticonceptivos".
Los Derechos De las Niñas
"La confidencialidad y el secreto médico no tienen límites de edad. Y es sagrado", aclara el "Doc". Y es primordial para conseguir que las niñas puedan tener confianza, al menos en sus médicos. Confianza y confidencialidad que en buena parte se destruyó cuando desmantelaron el sistema de planificación para unificarlo todo en los consultorios de familia. Esto significó que cuando una niña iba al médico podía encontrarse con la copuchenta de la cuadra en la misma sala de espera. Y, claro, no van para no arriesgarse a ser tema de conversación de lenguas venenosas en las peluquerías del barrio. Sobre la confianza con los padres habría mucho que decir, pero lo normal es que en cuanto las niñas empiezan a tener formas de mujer o la madre descubre que su niño querido moja las sábanas, una brecha difícil se abre en la comunicación.
Porque a los adultos parece que les gusta la idea de que las niñas son seres asexuados. Curioso este empeño en negar la realidad de los adolescentes, que se demuestra en cada encuesta y, por último, en cada embarazo de jovencitas. El sexo forma parte de la comunicación y de los afectos, además de ser un mandato biológico. Y los adolescentes son precisamente eso: toneladas de necesidad de afecto y comunicación, en un cóctel explosivo de hormonas en ebullición. ¿Cómo pretender que no practiquen el sexo, que, junto con ver la televisión y pasear por la calle, es lo único gratis que pueden hacer? El problema es que el sexo las puede dejar preñadas. Y ese sí que es un precio alto por un instante de gustito y romance.
¿Es que no saben que existen métodos, como los anticonceptivos normales o los condones? Claro que lo saben, pero no siempre están a mano cuando el arrebato del placer estremece sus cuerpos. Soraya y Yasna son sinceras ante el doctor Molina. "Sí, alguna vez hemos usado condón. Pero la mayoría de las veces no", dice Yasna. "Ni a mí, ni a mi pololo, nos gusta", manifiesta Soraya. ¿No temen a las infecciones? Sí, pero le temen más al embarazo. Por eso, lo que buscan son anticonceptivos. Y, además, ellas han sido el objeto del bombardeo anticondón por parte de la Iglesia Católica y sus canales de televisión afines, donde todavía se niegan a difundir las campañas de uso del preservativo contra el sida.
Hacinamiento y Criminalización
Y luego está esa otra realidad. La más oscura. Hay un viejo dicho: "el roce hace el cariño". Pero qué decir de lo que provoca el hacinamiento. Una de las campañas más tristes de los últimos tiempos es "Un niño, una cama", que intenta conseguir, y no lo logra, camas para los 130 mil niños que duermen amontonados con hermanos y mayores. Y entre los ronquidos de algunos, otros pueden decidir estirar la mano hacia la niña que descansa a su lado. Duras condiciones para mantenerse intactas. Y ahí habría que entrar en el secreto mundo de los incestos, de los padres, hermanos, primos y convivientes borrachos, que aturdidos no respetan ni a la más hermosa y pura flor de la familia. Pero eso no es fácil de digerir en una sociedad que insiste en que todos vamos a misa los domingos.
Sin embargo, hay otra criminalización que pesa sobre la sexualidad de los adolescentes. Tras la alarma que provocó el caso Spiniak, las relaciones sexuales consentidas subieron de los 12 a los 14 años. Lo que quiere decir que si una niña de 13 años llega a un consultorio con algún tema que tiene que ver con las relaciones sexuales (una infección, un embarazo o sencillamente a pedir anticonceptivos), la ley obliga a informar. Y si el compañero sexual de la niña es mayor por más de dos años, se arriesga a ser acusado de violación. "Y ha habido denuncias", como reconoce la matrona Verónica Schiappacasse, que trabaja para el Instituto Chileno de Medicina Reproductiva (Icmer), en calle José Victorino Lastarria, 26, lugar al que llegan los y las adolescentes porque es uno de los centros privados pioneros en facilitar gratuitamente las recetas y la propia píldora del día después.
Son las matronas las que suelen tener la llave del sexo de las adolescentes. Tienen a su cargo el 90% de la planificación familiar y pueden recetar anticonceptivos, sean de emergencia o no. Y saben mucho. Cuando atienden menores de 14 con actividad sexual tienen el dilema de comunicarlo a la Fiscalía o, según su criterio, optar por mecanismos extraoficiales. No hacen ficha y las ven sin que quede constancia. Ellas arriesgan mucho al no obedecer, pero no es fácil mandar a una niña de 13 que se acuesta con su pololo de 16 (sospechoso de delito) y someterlos al rigor de la justicia.
Son también las que luego atienden a las niñas en sus partos. Y debe encoger el corazón ayudarlas a parir y luego mandarlas a la calle con una "muñeca" viva entre sus brazos. A partir de ese momento, lo más probable es que se dediquen a mirar por la ventana cómo la vida pasa por fuera.
Por segunda vez en este año – el primero fue la rebelión de los estudiantes–, los adolescentes son el sujeto y el objeto de un país en el que por fin son protagonistas. Y obligan al resto a crecer con ellos. Y sin miedo a la libertad.
En la calle, la primavera está a punto de reventar. En los callejones de un suburbio cualquiera se escucha sin parar "Hoy es noche de sexo", el último hit de reggaeton del grupo Wisin and Yandel. Una muchacha le tiñe el pelo a otra en el patio mientras susurra: "No, no puedo vivir con tanto veneno", de Shakira. La vida será diferente con "la toma de la pastilla".
10 de septiembre de 2006
©la nación
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