la realidad del presidente bush
Bush dijo que, en la guerra contra el terrorismo, volvería a hacer exactamente lo mismo, invadiendo Iraq.
Ayer noche, el presidente Bush instó a los estadounidenses una vez más a tomar en serio al terrorismo -una advertencia que difícilmente parece necesaria. Un aspecto de ese terrible día hace cinco años que parece inmune a la politización o banalización, es el temor a otro ataque. Cuando Bush advierte que Al Qaeda dice en serio lo que dice, que hay fanáticos musulmanes en el mundo que nos quieren dañar y que el siguiente atentado podría incluso ser peor que el último, no necesita insistir en el argumento.
Después de eso, los senderos divergen. Bush ha estado marcando el quinto aniversario del 11 de septiembre de 2001 con una serie de discursos sobre el terrorismo que culminaron anoche con su discurso televisado. Describió un mundo donde Iraq es una joven y esperanzada democracia con un "gobierno de unidad" que representa a su variada población. Los terroristas adiestrados por Al Qaeda que se aterrorizan con "la vista de un viejo jalando la palanca de las elecciones", están tratando de detener el curso del progreso. Estados Unidos y sus amigos se mantienen firmes en una guerra que decidirá quién dominará el siglo 21, la libertad o el terror.
Si eso fuera la realidad, el llamado del presidente a "dejar de lado las diferencias y trabajar juntos para pasar la prueba que nos ha dado la historia" sería inspirador, en lugar de frustrante y deprimente.
Iraq no tenía nada que ver con la guerra contra el terrorismo hasta que el gobierno de Bush decidió invadir ese país. El presidente admite ahora que Saddam Hussein no fue responsable del 11 de septiembre de 2001 (aunque afirmó anoche que la invasión era necesaria porque Iraq representaba un "riesgo"). Pero ha fracasado a la hora de ofrecer al país una nueva razón realista para seguir allá.
Fundar una democracia en el corazón de Oriente Medio ya no es un motivo, por deseable que sea. Donde Bush ve un gobierno iraquí laico naciente, la mayoría del mundo ve una colección de líderes partidistas étnicos y religiosos, armados con milicias privadas, dirigiendo un creciente conflicto entre chiíes y sunníes. Advertir a los estadounidenses que la retirada equivaldría a "envalentonar" al enemigo está lejos de ser un argumento mientras haya constantes evidencias de que la presencia estadounidense está provocando una terrible reacción en todo el mundo musulmán que fortalece a los fanáticos mucho más de lo que los atemoriza.
Esquivar el caos que acompañaría ciertamente la guerra civil sería una razón para mantener el curso, aunque la verbosa retórica sobre la libertad que ofreció Bush anoche no inspira para nada. Pero el país necesita un plan operacional para estabilizar un país fragmentado, en proceso de desintegración, y poner fin a la violencia. Si existe esa estrategia, no parece probable que Bush la esté viendo a través del filtro de sus fantasías.
Es difícil imaginar cómo construir un consenso cuando los hombres a cargo viven rodeados de mitos. El vice-presidente Dick Cheney sugirió el fin de semana pasado que la Casa Blanca se hace todavía más ilusiones que lo que sugiere la retórica de Bush. El vice-presidente dijo a Tim Russert, de la NBC, que la invasión de Iraq no solamente había sido lo correcto, sino que "si tuviéramos que hacerlo otra vez, haríamos exactamente lo mismo".
Es un pensamiento impresionante. Si pudiéramos volver al 12 de septiembre de 2001, sabiendo todo lo que sabemos desde entonces, Cheney y el presidente harían de nuevo "exactamente lo mismo". Será difícil volver a oír la frase "las lecciones del 11 de septiembre" sin pensar en esa declaración.
Después de eso, los senderos divergen. Bush ha estado marcando el quinto aniversario del 11 de septiembre de 2001 con una serie de discursos sobre el terrorismo que culminaron anoche con su discurso televisado. Describió un mundo donde Iraq es una joven y esperanzada democracia con un "gobierno de unidad" que representa a su variada población. Los terroristas adiestrados por Al Qaeda que se aterrorizan con "la vista de un viejo jalando la palanca de las elecciones", están tratando de detener el curso del progreso. Estados Unidos y sus amigos se mantienen firmes en una guerra que decidirá quién dominará el siglo 21, la libertad o el terror.
Si eso fuera la realidad, el llamado del presidente a "dejar de lado las diferencias y trabajar juntos para pasar la prueba que nos ha dado la historia" sería inspirador, en lugar de frustrante y deprimente.
Iraq no tenía nada que ver con la guerra contra el terrorismo hasta que el gobierno de Bush decidió invadir ese país. El presidente admite ahora que Saddam Hussein no fue responsable del 11 de septiembre de 2001 (aunque afirmó anoche que la invasión era necesaria porque Iraq representaba un "riesgo"). Pero ha fracasado a la hora de ofrecer al país una nueva razón realista para seguir allá.
Fundar una democracia en el corazón de Oriente Medio ya no es un motivo, por deseable que sea. Donde Bush ve un gobierno iraquí laico naciente, la mayoría del mundo ve una colección de líderes partidistas étnicos y religiosos, armados con milicias privadas, dirigiendo un creciente conflicto entre chiíes y sunníes. Advertir a los estadounidenses que la retirada equivaldría a "envalentonar" al enemigo está lejos de ser un argumento mientras haya constantes evidencias de que la presencia estadounidense está provocando una terrible reacción en todo el mundo musulmán que fortalece a los fanáticos mucho más de lo que los atemoriza.
Esquivar el caos que acompañaría ciertamente la guerra civil sería una razón para mantener el curso, aunque la verbosa retórica sobre la libertad que ofreció Bush anoche no inspira para nada. Pero el país necesita un plan operacional para estabilizar un país fragmentado, en proceso de desintegración, y poner fin a la violencia. Si existe esa estrategia, no parece probable que Bush la esté viendo a través del filtro de sus fantasías.
Es difícil imaginar cómo construir un consenso cuando los hombres a cargo viven rodeados de mitos. El vice-presidente Dick Cheney sugirió el fin de semana pasado que la Casa Blanca se hace todavía más ilusiones que lo que sugiere la retórica de Bush. El vice-presidente dijo a Tim Russert, de la NBC, que la invasión de Iraq no solamente había sido lo correcto, sino que "si tuviéramos que hacerlo otra vez, haríamos exactamente lo mismo".
Es un pensamiento impresionante. Si pudiéramos volver al 12 de septiembre de 2001, sabiendo todo lo que sabemos desde entonces, Cheney y el presidente harían de nuevo "exactamente lo mismo". Será difícil volver a oír la frase "las lecciones del 11 de septiembre" sin pensar en esa declaración.
12 de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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