la carga de la prueba 6
[Glenn Frankel] Jim McCloskey quería desesperadamente salvar a Roger Coleman de la silla eléctrica. Quizás un poco demasiado desesperadamente.
"¿Es difícil ser optimista?", preguntó Bryant Gumbel a Coleman en el programa ‘Today', quince días antes de la fecha de ejecución.
Faltaban seis días. Larry King quería saber: "¿Cómo te sientes? ¿Estás amargado? ¿Enojado?"
Cinco días después, Phil Donahe fue directamente al grano: "¡Caramba! Te quedan treinta horas de vida".
Tras fracasar por la vía jurídica, Jim McCloskey y Kitty Behan se volvieron hacia la opinión pública. Enviaron carpetas de prensa a decenas de publicaciones, consiguiendo un desfile de reportajes en diarios y revistas que tendían a retratar a Coleman como una víctima inocente, y a los ciudadanos de Grundy, como paletos vueltos locos.
En un artículo titulado ‘Hung on a Technicality', Newsweek retrató "un pequeño pueblo cubierto de hollín" del que había "surgido el tipo de retorcidas historias que dan un buen nombre al gótico sureño". El Washington Post informó que el crimen había "azotado a este pueblo de Appalachia, de mil quinientos habitantes, en una orgía de odio y sospechas" y citaba el reclamo de Coleman de que "saben segundo a segundo todo lo que hice esa noche". Los Angeles Times informó que "han surgido sorprendentes nuevas evidencias" en la acusación contra Ramey y la inoportuna muerte de Teresa Horn, pero no mencionó el análisis de ADN de Blake que implicaba a Coleman.
Luego llegaron las cámaras de televisión. Coleman hizo un excelente, incluso hipnotizador programa, cuando explicó la duración del crimen y las declaraciones de los testigos, analizando las evidencias del ADN y diseccionando fríamente sus propias emociones.
"Tengo un montón de rabia", le dijo a Larry King. "Un montón de amargura, y un montón de frustración". Durante sus primeros años en la cárcel, dijo, "he tenido una increíble cantidad de odio, y eso me estaba consumiendo. Tuve que luchar con ello, e hice un buen trabajo, pues ahora lo puedo controlar... Pero ahora estoy a seis días de la ejecución, y esos sentimientos han vuelto, y se han multiplicado por diez".
Tom Scott y su colega fiscal Michael McGlothlin, Pat Hatfield, Jean Gilbert, Brad McCoy y Brenda Ratliff, la mujer a la que Coleman había intentado violar en 1977, viajaron a Richmond en apoyo de la ejecución de Coleman. "Tratamos de contar la verdadera historia, pero nadie nos quería oír", recuerda McCoy. La prensa había decidido que Coleman era la víctima. "Nadie entendió nunca que la verdadera víctima era Wanda".
McCoy incluso consintió en aparecer en ‘Today' para confrontar a su ex cuñado. Interrogado por Bryant Gumbel si acaso tenía algo que decir a Coleman, Brad dijo: "Sí, quiero preguntarle por qué lo hizo, y también me gustaría pedirle que lo admita".
Por una vez, Coleman pareció perder el control. "¡Yo no maté a Wanda, Bill! ¡No tengo nada que ver con el crimen! Y si abrieras tus ojos y miraras las evidencias que tenemos ahora, evidencias que fueron retenidas por la fiscalía... Quiero decir, has escuchado su historia y te ha convencido su teoría, y has cerrado tu mente para todo lo que hemos descubierto".
Behan y sus colegas en Arnold & Porter escribieron a decenas de personajes famosos pidiéndoles su apoyo, y el bufete emitió declaraciones de prensa reclamando haber descubierto al "verdadero asesino". Una declaración decía que "el asesino todavía vive en Grundy y desde entonces no ha dejado a agredir a mujeres".
Behan, que estaba luchando con el lupus al mismo tiempo que trataba de salvar la vida de Coleman, se sintió apabullada por la enorme sensación de responsabilidad. "Soy la única persona que está entre Roger y la silla eléctrica", dijo más tarde al autor John C. Tucker. "Y, sabes, soy un patético substituto de Superman, que es la única persona que puede salvar a este hombre".
Marie Deans dice que se sentía incómoda con la estrategia del equipo de la defensa. Recuerda haber participado con McCloskey en una rueda de prensa en la que él apuntó con el dedo a Ramey. "Jim dijo algunas cosas que fueron demasiado chocantes para mí, porque no teníamos ninguna prueba", dice.
Pero era la prensa la que estaba convencida, no los tribunales. "Después de una revisión de la supuesta ‘nueva evidencia'", declaró un juez federal al rechazar la última apelación de Coleman ocho días antes de la fecha de ejecución, "esta corte piensa que la acusación contra Coleman es tanto o más fuerte que las evidencias aducidas durante el juicio".
Behan y McCloskey hicieron un último y desesperado esfuerzo de convencer al gobernador Wilder para que interviniese. El despacho del gobernador recibió más de seis mil mensajes, 95 por ciento de los cuales a favor de Coleman. McCloskey y Behan se sintieron eufóricos cuando el Time puso a Coleman en la portada, pensando que el gobernador no tendría otra opción que retrasar la ejecución. Pero Wilder, un hombre orgulloso e irritable que se resentía con la presión, no estaba dispuesto a ceder. En lugar de eso, le ofreció a Coleman la posibilidad de someterse al detector de mentiras.
Los abogados de la defensa se sintieron escandalizados por el gesto. Creían que era injusto obligar a un hombre condenado a someterse al test en circunstancias tan difíciles. Pero al final no les quedaba otra opción. Coleman fue llevado en helicóptero a la sede de la policía del estado en la mañana del día de la ejecución. Salió esposado, con las manos arriba para proteger sus ojos de la dura luz del sol, arrastrando los pies lentamente a través de la puerta custodiada por policías del estado. No se permitió que lo acompañara ningún abogado ni amigo. Más tarde ese día, el despacho de Wilder anunció que Coleman había fracasado.
Esa noche, McCloskey y Behan se sentaron en el suelo de concreto junto a la celda de Coleman; estaban a un lado de los barrotes, Coleman al otro. Durante su última cena, Coleman pidió una pizza de Pizza Hut, galletas de mantequilla y Sprite. Cuando llegaron, la pizza estaba fría y el Sprite, caliente. Sin embargo, Coleman los engulló.
"No mostró signos de temor, ni siquiera de ansiedad", recuerda McCloskey. "Era algo muy extraño. Aquí estábamos sentados con un hombre que sabíamos que iba a morir, y estábamos hablando sobre cosas de todos los días. Estábamos todos hablando vaguedades".
Coleman le dijo a McCloskey que veía un lado positivo en su sacrificio. "Me dijo: ‘Si no hubiese sido injustamente condenado, en Grundy habría sido un don nadie toda la vida. Y aquí estoy, he conocido a Sharon, ella es todo el mundo para mí, soy famoso, salió mi cara en el Time. Soy alguien'".
Los gendarmes dijeron que había llegado la hora. McCloskey miró a Coleman a los ojos y le prometió solemnemente que demostraría su inocencia. Entonces él y Behan dejaron a Coleman con el capellán del corredor de la muerte. Ni McCloskey ni Behan habían presenciado antes una ejecución.
Uno de los periodistas que sí lo había hecho, Kathy Still, del Herald Courier de Bristil, Virginia, recuerda vívidamente a Coleman entrando a la cámara de ejecución. Él estaba a unos pasos más allá del capellán y los gendarmes, y se dirigió directamente a la silla eléctrica. Luego, rápidamente, leyó sus últimas palabras, que había escrito en una toalla de papel, proclamando su inocencia y declarando su amor por Sharon. "Mantuvo la cabeza en alto todo el tiempo", recuerda Still.
Faltaban seis días. Larry King quería saber: "¿Cómo te sientes? ¿Estás amargado? ¿Enojado?"
Cinco días después, Phil Donahe fue directamente al grano: "¡Caramba! Te quedan treinta horas de vida".
Tras fracasar por la vía jurídica, Jim McCloskey y Kitty Behan se volvieron hacia la opinión pública. Enviaron carpetas de prensa a decenas de publicaciones, consiguiendo un desfile de reportajes en diarios y revistas que tendían a retratar a Coleman como una víctima inocente, y a los ciudadanos de Grundy, como paletos vueltos locos.
En un artículo titulado ‘Hung on a Technicality', Newsweek retrató "un pequeño pueblo cubierto de hollín" del que había "surgido el tipo de retorcidas historias que dan un buen nombre al gótico sureño". El Washington Post informó que el crimen había "azotado a este pueblo de Appalachia, de mil quinientos habitantes, en una orgía de odio y sospechas" y citaba el reclamo de Coleman de que "saben segundo a segundo todo lo que hice esa noche". Los Angeles Times informó que "han surgido sorprendentes nuevas evidencias" en la acusación contra Ramey y la inoportuna muerte de Teresa Horn, pero no mencionó el análisis de ADN de Blake que implicaba a Coleman.
Luego llegaron las cámaras de televisión. Coleman hizo un excelente, incluso hipnotizador programa, cuando explicó la duración del crimen y las declaraciones de los testigos, analizando las evidencias del ADN y diseccionando fríamente sus propias emociones.
"Tengo un montón de rabia", le dijo a Larry King. "Un montón de amargura, y un montón de frustración". Durante sus primeros años en la cárcel, dijo, "he tenido una increíble cantidad de odio, y eso me estaba consumiendo. Tuve que luchar con ello, e hice un buen trabajo, pues ahora lo puedo controlar... Pero ahora estoy a seis días de la ejecución, y esos sentimientos han vuelto, y se han multiplicado por diez".
Tom Scott y su colega fiscal Michael McGlothlin, Pat Hatfield, Jean Gilbert, Brad McCoy y Brenda Ratliff, la mujer a la que Coleman había intentado violar en 1977, viajaron a Richmond en apoyo de la ejecución de Coleman. "Tratamos de contar la verdadera historia, pero nadie nos quería oír", recuerda McCoy. La prensa había decidido que Coleman era la víctima. "Nadie entendió nunca que la verdadera víctima era Wanda".
McCoy incluso consintió en aparecer en ‘Today' para confrontar a su ex cuñado. Interrogado por Bryant Gumbel si acaso tenía algo que decir a Coleman, Brad dijo: "Sí, quiero preguntarle por qué lo hizo, y también me gustaría pedirle que lo admita".
Por una vez, Coleman pareció perder el control. "¡Yo no maté a Wanda, Bill! ¡No tengo nada que ver con el crimen! Y si abrieras tus ojos y miraras las evidencias que tenemos ahora, evidencias que fueron retenidas por la fiscalía... Quiero decir, has escuchado su historia y te ha convencido su teoría, y has cerrado tu mente para todo lo que hemos descubierto".
Behan y sus colegas en Arnold & Porter escribieron a decenas de personajes famosos pidiéndoles su apoyo, y el bufete emitió declaraciones de prensa reclamando haber descubierto al "verdadero asesino". Una declaración decía que "el asesino todavía vive en Grundy y desde entonces no ha dejado a agredir a mujeres".
Behan, que estaba luchando con el lupus al mismo tiempo que trataba de salvar la vida de Coleman, se sintió apabullada por la enorme sensación de responsabilidad. "Soy la única persona que está entre Roger y la silla eléctrica", dijo más tarde al autor John C. Tucker. "Y, sabes, soy un patético substituto de Superman, que es la única persona que puede salvar a este hombre".
Marie Deans dice que se sentía incómoda con la estrategia del equipo de la defensa. Recuerda haber participado con McCloskey en una rueda de prensa en la que él apuntó con el dedo a Ramey. "Jim dijo algunas cosas que fueron demasiado chocantes para mí, porque no teníamos ninguna prueba", dice.
Pero era la prensa la que estaba convencida, no los tribunales. "Después de una revisión de la supuesta ‘nueva evidencia'", declaró un juez federal al rechazar la última apelación de Coleman ocho días antes de la fecha de ejecución, "esta corte piensa que la acusación contra Coleman es tanto o más fuerte que las evidencias aducidas durante el juicio".
Behan y McCloskey hicieron un último y desesperado esfuerzo de convencer al gobernador Wilder para que interviniese. El despacho del gobernador recibió más de seis mil mensajes, 95 por ciento de los cuales a favor de Coleman. McCloskey y Behan se sintieron eufóricos cuando el Time puso a Coleman en la portada, pensando que el gobernador no tendría otra opción que retrasar la ejecución. Pero Wilder, un hombre orgulloso e irritable que se resentía con la presión, no estaba dispuesto a ceder. En lugar de eso, le ofreció a Coleman la posibilidad de someterse al detector de mentiras.
Los abogados de la defensa se sintieron escandalizados por el gesto. Creían que era injusto obligar a un hombre condenado a someterse al test en circunstancias tan difíciles. Pero al final no les quedaba otra opción. Coleman fue llevado en helicóptero a la sede de la policía del estado en la mañana del día de la ejecución. Salió esposado, con las manos arriba para proteger sus ojos de la dura luz del sol, arrastrando los pies lentamente a través de la puerta custodiada por policías del estado. No se permitió que lo acompañara ningún abogado ni amigo. Más tarde ese día, el despacho de Wilder anunció que Coleman había fracasado.
Esa noche, McCloskey y Behan se sentaron en el suelo de concreto junto a la celda de Coleman; estaban a un lado de los barrotes, Coleman al otro. Durante su última cena, Coleman pidió una pizza de Pizza Hut, galletas de mantequilla y Sprite. Cuando llegaron, la pizza estaba fría y el Sprite, caliente. Sin embargo, Coleman los engulló.
"No mostró signos de temor, ni siquiera de ansiedad", recuerda McCloskey. "Era algo muy extraño. Aquí estábamos sentados con un hombre que sabíamos que iba a morir, y estábamos hablando sobre cosas de todos los días. Estábamos todos hablando vaguedades".
Coleman le dijo a McCloskey que veía un lado positivo en su sacrificio. "Me dijo: ‘Si no hubiese sido injustamente condenado, en Grundy habría sido un don nadie toda la vida. Y aquí estoy, he conocido a Sharon, ella es todo el mundo para mí, soy famoso, salió mi cara en el Time. Soy alguien'".
Los gendarmes dijeron que había llegado la hora. McCloskey miró a Coleman a los ojos y le prometió solemnemente que demostraría su inocencia. Entonces él y Behan dejaron a Coleman con el capellán del corredor de la muerte. Ni McCloskey ni Behan habían presenciado antes una ejecución.
Uno de los periodistas que sí lo había hecho, Kathy Still, del Herald Courier de Bristil, Virginia, recuerda vívidamente a Coleman entrando a la cámara de ejecución. Él estaba a unos pasos más allá del capellán y los gendarmes, y se dirigió directamente a la silla eléctrica. Luego, rápidamente, leyó sus últimas palabras, que había escrito en una toalla de papel, proclamando su inocencia y declarando su amor por Sharon. "Mantuvo la cabeza en alto todo el tiempo", recuerda Still.
14 de mayo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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