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la calle de los libreros de bagdad


[Sudarsan Raghavan] Violencia tuerce destino de legendaria calle de Bagdad.
Bagdad, Iraq. Ha caído el silencio en la calle de Mutanabi. En la suave luz del sol, desleídas vallas publicitarias cuelgan de viejos edificios. Planchas de hierro obstruyen las entradas de las librerías y tiendas de artículos de papelería. Este viernes, como los últimos trece viernes, la violencia se ha cobrado su peaje. No hay ningún cliente. No hay más que fantasmas.
Sentado en una silla roja frente a una librería del tamaño de un armario, la única abierta, Naim al-Shatri está a punto de echarse a llorar. Pequeño, de delgados cabellos canos y ojos oscuros y melancólicos, su voz suena lúgubre. Normalmente, este es el día más ajetreado, pero no ha vendido nada. Se acerca el toque de queda.
Pronto sus sollozos rompen el silencio. "¿Esto es Iraq?", pregunta, a nadie en particular, mostrando la arenosa calle cubierta de basura, donde el olor a papel podrido y alcantarillado se mezclan en el aire.
Es una pregunta que se hacen muchos libreros de la Calle de Mutanabi. Aquí, en la zona cero intelectual de Bagdad, hay guardianes de una tradición literaria que ha sobrevivido al imperio y al colonialismo, a la monarquía y a la dictadura. En los embriagadores días tras la invasión norteamericana, la Calle de Mutanabi vibraba con la promesa de libertad.
Ahora, en el cuarto año de guerra, es una sombra de su venerado pasado. Muchos de los libreros originales han sido obligados a cerrar sus puertas. Otros han sido arrestados, secuestrados o asesinados, o han huido de Iraq. "Caminamos con nuestros ataúdes en las manos", dice Mohammad al-Hayawi, el dueño de la librería Renacimiento, una de las librerías más antiguas de la calle. "En Iraq no hay nada garantizado".
En una ciudad conocida en el mundo árabe por su relación amorosa con los libros, esas emociones reflejan el ocaso de una vibrante comunidad. Para los vecinos de Bagdad, la Calle de Mutanabi es un vínculo con el ilustre pasado de la ciudad, menos un lugar que una extensión de sus almas.
"Son los pulmones con los que respiro", dice Zaien Ahmad al-Nakshabandi, otro librero. "Ahora me siento ahogado".
Hace tres meses, el gobierno impuso un toque de queda al mediodía para el día más sagrado del islam, con el fin de refrenar los ataques contra las mezquitas. Ese fue un importante revés para la Calle de Mutanabi, llamada así en honor en un poeta del siglo diez. Para la mayoría de los iraquíes, el viernes es el único día libre y visitan el mercado de libros.
Antes, un cocimiento multiétnico de libreros de segunda mano exponían sus libros afuera y sacudían cuidadosamente el polvo. En el famoso café Shahbandar se reunía los intelectuales para discurrir sobre política y cultura mientras bebían tazas de café negro como el alquitrán y vasos de té de limón, incluso durante las épocas de mayor represión.
Durante el régimen del ex presidente Saddam Hussein, la Calle de Mutanabi era el nexo de la resistencia y despreocupados debates, donde los escritores clandestinos publicaban libros ilegales que denunciaban a Hussein.
"Me gustaría que pudiese ver cómo eran antes los viernes", dijo Shatri antes de romper a llorar. "Apenas podías caminar. La calle entera estaba llena de libros y gente. La Calle de Mutanabi era parte de la grandeza de Bagdad".
Luego, en tono irreverente, dijo un proverbio conocido en todo el mundo árabe: "El Cairo escribe. Beirut publica. Y Bagdad lee".

Protesta Futil
Shatri ha vivido de los libros desde 1963 en la Calle de Mutanabi, como amigo fiel, atravesando gobiernos militares y opresión política, guerras y embargos. De todas las eras que ha visto ir y venir, es el Iraq de hoy, con su violenta naturaleza, la que más se burla del legado de la Calle de Mutanabi, dice.
"Es la muerte de la educación, la muerte de la historia de la calle, la muerte de la cultura de Bagdad", dijo Shatri.
Hace dos días, Shatri decidió hacer algo. Él y otros miembros de su sindicato de escritores se reunieron frente a su librería. Bebieron té al desayuno. Entonces, a las nueve y media de la mañana, echaron queroseno sobre una pila de libros y los quemaron.
"Yo lloré mientras los libros ardían", dice Shatri.
"Era un mensaje para el gobierno", dice Nakshabandi, que también participó. "Es un SOS. ¡Socorro! Se está muriendo una parte importante de Bagdad. Y este es su último aliento".
"Pero nadie se dio por enterado. Nadie hizo nada".

Era Mejor Durante Saddam
Tras la invasión norteamericana de 2003, las revistas occidentales que eran antes prohibidas, pudieron ser exhibidas abiertamente. Florecieron los libros religiosos, especialmente
los que se dirigían a los musulmanes chiíes, que habían sido largamente oprimidos. Hayawi, un hombre fornido con intensos ojos color miel, dijo que los viernes los libreros ganaban el doble que todos los demás días juntos. Entonces, él era optimista sobre el futuro.
Ahora, de vez en vez, la calle todavía es un hervidero de actividad. Pero la deficiente seguridad ha alterado su carácter, dicen muchos de sus viejos libreros. Antes de la invasión, permanecían abiertos hasta tarde por la noche. Ya no.
"Cerramos a las dos de la tarde y nos marchamos rápidamente", dice Andullah Gumar al-Ogaeli, 85, que abrió su papelería en 1947. Delgado y frágil, con bigotes canos, Ogaeli dijo que conocía a unos doscientos comerciantes en los meses previos a la invasión. Ahora, dice, quedan tres. Algunos murieron de causas naturales, otros perdieron sus vidas violentamente.
Dijo que varios libreros fueron secuestrados por hombres armados, pero fueron liberados más tarde. En Bagdad, la elite y la gente educada son a menudo blanco de delincuentes que buscan rescate, y de los extremistas, que quieren hacer pedazos los tejidos culturales e intelectuales de la ciudad. "Muchos de nuestros comerciantes se han marchado de Iraq y abierto tiendas en Egipto, Siria y Jordania", dice Ogaeli. "Los negocios marchan mal ahora".
Hoy, una nueva generación de comerciantes vende papel y otros artículos. Varios libreros de antaño dicen que los recién llegados son saqueadores que crecieron durante el caos de la invasión. Ahora han deslustrado el legado de la Calle de Mutanabi, dicen. "En el trabajo soy siempre honesto", dice Ogaeli, que llama a la Calle de Mutanabi "un nombre sagrado".
La violencia religiosa también está manchando un lugar donde chiíes y sunníes han trabajado siempre codo a codo. "Yo soy chií", dice Ogaeli. "Todas mis hijas están casadas con sunníes. Y mi hijo está casado con una mujer sunní. Nadie mencionaba ese tema. Todo esto es nuevo para nosotros".
Cuando piensa en las pocas amistades duraderas que ha dejado en la Calle de Mutanabi, "me siento triste, incómodo", dice Ogaeli. Su voz desaparece en el bullicio de la calle afuera.
Un sábado hace poco, Hayawi y su hermano mayor, Nabil, los dos musulmanes sunníes, estaban sentados ante un pulcro escritorio dentro de la tienda. En una escalera de hierro, junto a un letrero que decía "40 a 50 por ciento de descuento en todos los libros", colgaba un retrato de su difunto padre.
Eran cinco hermanos. Cuatro de ellos, incluyendo a Nabil, se marcharon de Iraq después del atentado de febrero contra el santuario sagrado de los chiíes en Samarra, que desencadenó una avalancha de asesinatos ‘en represalia'. Nabil, que vive ahora en El Cairo, viaja a menudo entre Bagdad y El Cairo. Dicen que el negocio de la familia no está marchando bien. Les tomó el primer semestre del año, se lamentó Mohammad, ganar lo que ganaban en un mes después de la invasión.
"Pedimos al nuevo gobierno que reparara las calles, que proporcionara servicios y que las limpiara", dice Mohammad, fumando un cigarrillo. "Lo que ocurrió fue lo contrario. La calle fue abandonada".
"Era mejor durante Saddam", dice Nabil, que empieza a quedarse calvo y posee una nariz puntiaguda y una barba blanca. "Los viernes, incluso cuando teníamos problemas de electricidad, no nos cortaban la luz. Había sistema, orden".
Ha resentido siempre la invasión y ocupación norteamericana. Pero ahora culpa derechamente a los norteamericanos por la violencia que está destruyendo sus vidas. "Los norteamericanos son los culpables. Esa es la verdad. Hay que decirlo. El conflicto religioso es como el fuego. Una vez que empieza, consume todo".
Hace un año, la tienda importó mil cajas de libros desde Jordania, Siria, El Líbano y Egipto, dice Nabil. Luego, apuntando a algunas cajas en un rincón de su tienda: "Ahora, en agosto, importamos veinte cajas".
Después de la invasión, la familia pagaba seis mil dinares iraquíes por 20 litros de gasolina para el generador. Ahora, eso cuesta 30 mil dinares. El gobierno les proporciona electricidad una hora al día, dice Mohammad. Ahora no es seguro que puedan conseguir un trabajo y volver a casa sanos y salvos, dice Mohammad. Sabe de 25 comerciantes de su calle que fueron o arrestados por razones desconocidas, o secuestrados y asesinados.
"Ayer, esperábamos que hoy fuera mejor. Pero hoy es todavía peor que ayer", dice Mohammad. "Ahora, si me pregunta si estoy optimista, mi respuesta es no. No tengo nada de optimismo".

Calle Agonizante
Un miércoles hace poco, al otro lado de la calle, el centenario café Shahbandar, con sus paredes cubiertas de fotografías blanco y negro de Bagdad, estaba vacío, excepto por dos hombres. Fumaban silenciosamente con sus pipas de agua. Era la una y media de la tarde.
"En esta época, no habría encontrado un lugar donde sentarse", dijo Fahim al-Khakshali, cuyo padre es dueño de este legendario café.
Eso fue antes de que hace unos meses unos hombres armados mataran a dos profesores después de que salieran del café, dijo Khakshali. Y antes de que unos hombres entraran en la cercana librería Al-Sadim en agosto pasado. Al salir, dejaron una maleta en la puerta. Explotó, matando al hijo del dueño.
Hace tres meses, unos desconocidos amenazaron a Khakshali y le ordenaron cerrar el café. Se negó a hacerlo. Dice que no sabe por qué han escogido a Shahbandar como blanco, pero lo supone. "Quizás es porque los clientes son personas educadas", dijo.
A la una cuarenta de la tarde, Nakshabandi, el librero, entró al café. Con su cara en forma de pera y calvo, con gafas de búho, recordó a los artistas y actores, escritores y poetas que frecuentaban antes el café.
"Durante la guerra de Irán-Iraq, cuando los bombas nos caía encima de la cabeza, el café pasaba lleno de gente", dijo. "Nadie tenía miedo".
Hoy, cuando la vida de todos los días incluye colas en la gasolinera de cinco horas o correr el riesgo de morir en un embotellamiento de tráfico, esos escritores, artistas e intelectuales iraquíes que todavía viven aquí, no tienen tiempo para venir a la Calle de Mutanabi.
"Ahora, el peso en nuestras espaldas es mayor que antes", dijo Nakshabandi. Recuerda con tristeza cómo los intelectuales más viejos venían acá y contaban historias a los más jóvenes, una tradición que ha desaparecido. Los viernes, Nakshabandi todavía ve gente encaminarse a su café. Pero miran las puertas cerradas y se devuelven. "Sientes que están destrozados, como si hubieran perdido algo que amaban", dice.
Son casi las dos y media de la tarde. Khakshali ha cerrado todas las puertas, excepto una. Miró a su visitante y le dijo amablemente: "Ahora tiene que marcharse. Es peligroso para usted".
Desde su silla roja, Shatri observaba el último capítulo de Iraq. Se aferra a lo poco que tiene. Su tienda. Sus recuerdos. Su calle. Eso ayuda a explicar por qué está aquí fuera este viernes, frente a la única tienda abierta en una calle agonizante.
Algunos días, su mente salta hacia el futuro. "Devolvedme la seguridad, y te mostraré la grandeza de la Calle de Mutanabi", dice, a cualquiera que lo quiera oír.
Pero la mayoría de las veces, su mente viaja al pasado. Y es entonces cuando se echa a llorar.
"La gente culta se ha marchado", dice Shatri, mientras sacaba de su bolsillo un pañuelo gris, cuidadosamente doblado.
"Iraq", dice, mientras se limpiaba los ojos, "es el primer país. Impuso las leyes de Hammurabi". Se estaba refiriendo al primer gobernante de Babilonia, que fue construida en lo que es hoy Iraq. Hammurabi creó el primer código civil del planeta.
"Y ahora", dice, "no hay leyes".
Su voz languideció. Se limpió los ojos.
Y el silencio volvió a caer sobre la Calle de Mutanabi.

17 de septiembre de 2006
©washington post
©traducción mQh
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