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odio y muerte en balad


[Borzou Daragahi] Vecinos chiíes cometen espantosas atrocidades en pequeña ciudad de Balad, Iraq.
Balad, Iraq. Aquí no hubo héroes. Cuando un grupo de pistoleros asesinó durante dos días a decenas de personas en esta apacible ciudad chií el mes pasado, nadie intentó detener la matanza. Ni las tropas norteamericanas, cuyo propósito explícito en Iraq incluye impedir que se desate la guerra civil. Ni las fuerzas de seguridad iraquíes que, en general, hicieron la vista gorda. Ni la gente de Balad, que permitieron que décadas de miedo y odio superarán sus mejores instintos.
Quizás no se podía hacer nada. Quizás los conflictos entre chiíes y sunníes se han inflamado tanto en Iraq que ni siquiera los 140 mil soldados norteamericanos pueden parar la guerra civil cada vez más violenta que azota al país.
"Se odian unos a otros", dijo un oficial norteamericano en la zona de Balad, hablando a condición de conservar el anonimato debido a que no está autorizado a comentar en público sobre asuntos que tengan que ver con la sociedad iraquí. "¿Cómo te vas a deshacer de eso? No vas a dar a esos tipos clases de sensibilidad".
Balad, una ciudad de 120 mil habitantes siguiendo el río Tigris desde Bagdad arriba, yace a menos de 24 kilómetros de la Logistics Support Area Anaconda, la base militar norteamericana más grande de Iraq. Una pequeña base operativa de avanzada, el Camp Paliwoda yace justo en las afueras de la ciudad. Pero las tropas estadounidenses se aferraron al mantra de dejar que los iraquíes tomaran la dirección y dieron a la fuerza de policía dominada por los chiíes un amplio margen de libertad mientras la gente de la ciudad participaba en la desenfrenada carnicería.
"No pensábamos que iba a ocurrir a esta escala", dijo el capitán Mark T. Jenner, oficial de inteligencia del 1er Batallón, Regimiento de Infantería Número 8 de la Cuarta División de Infantería, que estaba en el proceso de entregar la zona a otra unidad norteamericana cuando ocurrieron las matanzas.
Quizás lo más escalofriante acerca de la masacre de Balad fue que no fue el trabajo de escuadrones de la muerte de fuera de la ciudad. De acuerdo a oficiales de inteligencia iraquíes y norteamericanos, parece que fue el trabajo de vecinos chiíes que atacaron a sus vecinos.
"Era gente corriente. Algunos cogieron sus armas e hicieron eso", dice Amira Baldawi, miembro chií del parlamento que es de Balad. "La ciudad ha estado todo el tiempo bajo presión. Hay una reacción para cada acción".

Se Rompe la Calma Usual
Los asesinatos empezaron la tarde del viernes, normalmente un día de descanso en los países musulmanes. Ajeel Mujamaie, 30, profesor de inglés y árabe en la secundaria, corría hacia el hospital con su mujer embarazada,
Fadhilla, y se dio cuenta de que la habitual calma del día se había roto.
"Había un montón de tensión y de conmoción en el área", dice.
Mujamaie llevó a Fadhilla a la sala de partos, luego recorrió el hospital buscando a un médico. Topó con un guardia de seguridad al que conocía, un hombre llamado Abbas del que era pariente por matrimonio. Abbas le aconsejó que se marchara.
"Me dijo que me marchara", dijo Mujamaie. "Me dijo que querían matarme".
Pronto un grupo de hombres armados irrumpió en el hospital, ayudados por algunos de los empleados. "Eran de Balad", dijo Mujamaie sobre los hombres que guiaron a los pistoleros de sala en sala. "Les iban diciendo a quién coger".
Mientras Fadhilla se retorcía de dolor, Abbas, que llevaba un uniforme de policía, metió a la pareja en su coche y los llevó a una partera fuera del centro de la ciudad.
En todo Balad sunníes como Mujamaie y su esposa habían empezado a huir.

Tensiones Enraizadas
Durante décadas, esta región agrícola al norte de Bagdad ha sido una caldera de desconfianza entre las tribus musulmanas chiíes que viven en la ciudad
y las tribus árabes sunníes dispersas en las tierras agrícolas circurdantes.
En los años setenta, la ciudad se convirtió en un bastión de activistas chiíes del entonces prohibido Partido Islámico Dawa, que tenía fuertes vínculos con el vecino Irán. Después de que estallara la guerra Irán-Iraq en 1980, el presidente Saddam Hussein y sus seguidores del Partido Baaz iniciaron una campaña de represión, ejecutando a los miembros de Dawa, destruyendo sus huertos y expropiando las propiedades de chiíes ricos para entregárselas a sunníes.
La invasión norteamericana de 2003 inclinó la balanza de poder. Los chiíes empezaron a mostrar sus músculos, provocando la ira de los sunníes. En 2004 un grupo leal al clérigo radical Muqtada Sáder ocupó una mezquita sunní en el centro de Balad, declarándola de su propiedad.
En febrero, cuando una bomba dañó severamente el santuario chií de la Cúpula Dorada en la cercana Samarra, los soldados norteamericanos tuvieron que acordonar Balad para impedir que los chiíes entraran a vengarse.
Los secuestros a manos de escuadrones de la muerte y los enfrentamientos aumentaron. Soldados estadounidenses e iraquíes encontraban cuerpos en las granjas y flotando en el río Tigris.
La rivalidad económica subyace en algunos de los enfrentamientos. La tribu chií Bani Tamim en la ciudad y los Mashadani sunníes en el campo pelean por el control de las rutas comerciales y del transporte de materiales de construcción hacia Bagdad. Las vendettas tribales se agregaron a una complicada capa de derramamiento de sangre atribuibles a la violencia religiosa.
En los últimos meses los sunníes empezaron a quejarse de que matones chiíes, supuestamente con lazos con la organización de Sáder, montaran puestos de control. También los chiíes advirtieron sobre un inminente punto de ruptura. En septiembre, Baldawi envió un fajo de desesperadas cartas de sus electores al primer ministro, Nouri Maliki.
"La gente se quejaba de que la situación es completamente insegura", dijo. "Querían más fuerzas de seguridad para proteger el área".
Sin embargo, el 13 de septiembre las fuerzas norteamericanas finalmente entregaron el control de la zona a los iraquíes.
Los asesinatos episódicos continuaron. A principios de octubre, un sunní de visita en el hospital de Balad fue encontrado muerto en la ciudad. El 6 de octubre un grupo de sunníes atacó una unidad del ejército iraquí chií. Los soldados mataron a dos sunníes de la tribu Jabouri.
El gatillazo final se produjo en la mañana del 12 de octubre: una balacera en la que soldados del gobierno chií de Iraq mataron a un presunto insurgente sunní. La gente de la ciudad, los campesinos y las tropas norteamericanas esperaron ansiosamente la respuesta sunní. Se produjo tras algunas horas.

Llegaron los Pistoleros
La madre de Mohammed Adnan Obeidi le había advertido no aceptar trabajos de construcción en el pueblo sunní de Duluiya. Pero la familia del chií de 22 años es pobre y el comerciante sunní que le ofreció trabajo
parecía respetable. Así que de 12 de octubre, Obeidi, su mejor amigo Thamer Azzawi y otros 14 hombres aceptaron la oferta del comerciante de reconstruir su tejado y emprendieron camino hacia el pueblo, cruzando el Tigris en Balad.
Terminaron el trabajo hacia el mediodía y se disponían a volver cuando fueron rodeados por decenas de pistoleros enmascarados que bloquearon el camino y empezaron a gritar: "¡Dios es grande!"
Los pistoleros abordaron el bus de los trabajadores y les ordenaron poner sus manos sobre sus cabezas y sus cabezas entre las piernas. El bus anduvo durante casi una hora.
"Traté de ver qué estaba pasando, pero uno de los pistoleros me golpeó en la cabeza con la culata de su rifle", recordó Obeidi.
Una vez que el bus paró, les ordenaron descender, los maniataron y vendaron. Los pistoleros usaban walkie-talkies y ametralladoras pesadas. Azzawi suplicó que le dejaran vivir. Él era sunní, dijo. Mintió y dijo que Obeidi, miembro de una tribu que incluye a las dos sectas, era también sunní.
"Déjennos ir, sólo yo y mi amigo sunní", dijo Obeidi.
Los dos se congelaron de pavor cuando oyeron tiros detrás de ellos, y caminaron durante casi dos horas. Encontraron un camino para volver a Balad al caer la noche, donde contaron su historia a la policía.
A la mañana siguiente, encontraron los cuerpos de los catorce trabajadores en las afueras de Duluiya. Les habían disparado a quemarropa y tenían signos de tortura.
Oficiales norteamericanos e iraquíes reconocieron inmediatamente el peligro que representaba el incidente para las más o menos doscientas familias sunníes que vivían en la ciudad de Balad. "Estaban fuera de los límites tribales", dijo Jenner, el oficial de inteligencia norteamericano. "Eran los sunníes contra los chiíes".
El gobernador de la provincia, un sunní, se encaminó hacia la ciudad en un intento de imponer la calma. Pero los desconfiados chiíes en los puestos de control se negaron a dejarlo entrar. Durante las oraciones del viernes los clérigos llamaron, tanto en mezquitas chiíes como sunníes, a mantener la calma. Nadie les llevó de apunte.

Fue Gente de la Zona
Aunque desconfían unos de otros, sunníes y chíies en el área de Balad llevan vidas entrelazadas. Los sunníes en el campo cultivan productos agrícolas, y la ciudad es un centro comercial.
Los sunníes van a la cudad para usar el hospital, las tiendas, para sus citas con abogados y para comprar y vender coches en las subastas.
Cuando las represalias contra los sunníes empezaron el viernes tarde, el asesino y su víctima probablemente se conocían.
Obeid Nawaf, 51, un agente inmobiliario sunní, dejó su pequeña casa en el campo tan pronto como se enteró del asesinato de los trabajadores. En la tarde envió a su hermano e hijo a por suministros. Fue la última vez que los vio con vida.
Los asesinatos continuaron el sábado. Durante horas turbas de chíies mataron a todo hombre sunní que encontraron en su camino. Una mujer de Duluiya que se identificó a sí misma solamente como Umm Mohammed dijo que su hijo Hamid, de 22, entró desprevenidamente a Balad a hacer las compras del sábado y fue matado a balazos por pistoleros chiíes.
Los pistoleros visitaron subastas de coche y aprehendieron a sunníes, matándolos y quemando sus vehículos.
Hussein Azzawi, 39, vendedor de coches usados de Duluiya, había enviado a dos de sus empleados a vender coches a Balad. "Los quemaron dentro de sus coches", contó. "No habían cometido ningún delito. Sólo que eran sunníes".
Nawaf, el agente inmobiliario, oyó que algunos de los muertos estaban siendo llevados a la morgue de una ciudad cercana. Allá encontró los cuerpos de su hijo y hermano. "No lo puedo describir", dijo. "Fueron cortados y mutilados. Les habían arrojado ácido en la cara".
Líderes políticos y religiosos sunníes acusaron a los combatientes vinculados a las milicias Al Mahdi, de Sáder, de invadir la ciudad y dirigir los asesinatos a instancias de vecinos de Balad. Pero los residentes chiíes de Balad y las fuerzas norteamericanas rechazan esa teoría.
"No creemos que fuera el Ejército Madi", dijo el capitán Matthew Thomas, el nuevo oficial de la inteligencia del Ballatón Número 3, Regimiento de Caballería Número 8.
El capitán Keith L. Carter, un comandante de compañía cuya área de responsabilidad incluía a la ciudad, probablemente conoce al Balad de hoy mejor que cualquier otro oficial norteamericano. "No creo que esta violencia venga de fuera", dijo.
En realidad, en los días previos a los ataques, el servicio de teléfonos de la ciudad se había descolgado debido a un ataque insurgente, cortando a Balad la comunicación con el exterior.
El odio de ese día era local.
"No hay un ejército de Sáder en Balad y nunca pedimos su intervención", dice Tahseen Rasheed, un vecino. "Fueron las familias de las víctimas las que decidieron vengarse. Se armaron a sí mismas y se echaron a la calle y empezaron a matar a los que encontraban sospechosos".

Rechazan Ofrecimiento de Ayuda
Los militares norteamericanos observaron los acontecimientos desde su base justo en las afueras de Balad, donde su papel en el control de los conflictos es cada vez más marginal.
"Podíamos sentir que la violencia sectaria estaba aumentando", dijo Thomas. "Recibimos informes sobre venganzas chiíes contra sunníes".
Para el viernes tarde, las fuerzas norteamericanas desplegaron una unidad del tamaño de un pelotón en la ciudad. Los soldados ofrecieron ayuda a las fuerzas iraquíes para mantener el orden. Los oficiales iraquíes rechazaron el ofrecimiento y los norteamericanos se marcharon.
En algún momento del sábado, las fuerzas estadounidenses entraron en contacto con los iraquíes y les dijeron que montaran puestos de control en la ciudad y empezaran a recoger los cadáveres. A las cinco de la tarde, funcionarios de la ciudad declararon un toque de queda de 48 horas en Balad y Duluiya, sacando a los coches de la calle y prohibiendo el tráfico vehicular hacia y desde las ciudades.
Casi 30 horas después del hallazgo de los cuerpos de los trabajadores chiíes, los asesinatos en venganza empezaron a disminuir.
Para entonces, habían sido asesinados entre 36 y 70 sunníes en una ciudad del tamaño de Thousand Oaks. Hassanian Baldawi, un empleado del hospital de Balad, dijo que dos días después de la masacre el hospital había recibido ochenta cadáveres de los cuatro días previos, incluyendo a mujeres.
La actitud de no intervención de los estadounidenses asombró a muchos. "Todo el mundo se preguntaba por qué no intervenían los norteamericanos", dijo Ismail Amili, 45, un empleado del hospital. "¿Acaso la carnicería conviene a sus intereses?"
Las fuerzas norteamericanas aquí adoptaron una posición firme, obligando a los iraquíes a tomar la iniciativa. "Aunque probablemente teníamos la capacidad de mandar a todas nuestras tropas y proteger la ciudad, es bueno que los iraquíes se encarguen del asunto", dijo Thomas.
Pero quizás los soldados norteamericanos -consciente o inconscientemente- hacen un macabro cálculo que les conviene. Los rebeldes sunníes en el campo atacan tanto a los chiíes como a las tropas norteamericanas. En contraste, los milicianos chiíes a menudo acogen a los americanos en sus pueblos y atacan fundamentalmente a jóvenes sunníes acusados de ser rebeldes.
Mientras que en los pueblos sunníes los soldados estadounidenses son mirados con desconfianza, en el centro de Balad pueden pasearse sin temor.
"Honestamente, eso hace que nuestro trabajo sea más fácil", dice el sargento Dominie Price, 25, de Wheaton, Illinois, sobre los chiíes que atacan a los sunníes. "Ahora hay menos insurgentes atacándonos".
Sin embargo, incluso con la actitud reticente de los estadounidenses, Balad está mejor con ellos en el vecindario, dijo Carter.
Si los norteamericanos se marcharan mañana, no tiene ninguna duda sobre lo que ocurriría: "Los milicianos chiíes entrarían en Balad y formarían una barrera defensiva", dijo. "Luego los insurgentes sunníes sitiarían la ciudad".
Poco después de la masacre se realizó una reunión para la reconciliación en la capital provincial de Tikrit. Oficiales norteamericanos la saludaron como "un signo claro de solidaridad entre los dirigentes cívicos, militares y religiosos de Balad". Pero no logró sacar ninguna resolución política o aliviar las fricciones entre chiíes y sunníes o las tribus.
Pese a los rumores de una tregua, los sunníes atacan Balad todas las noches con fuego de mortero y han matado y herido a decenas de residentes. La policía y soldados chiíes luchan contra los pistoleros sunníes todas las noches por el control de un puesto de control en los bordes de la ciudad que sirve como puerta de entrada de alimentos, combustible y personas. El puesto de control ha sido impactado tantas veces por las bombas que su torre de vigilancia de concreto se derrumbó.
Y más de la mitad de las doscientas familias sunníes que vivían en Balad antes de la masacre, han huido al campo, aterrorizadas ante la perspectiva de convertirse en víctimas de sus vecinos.
Hace poco un oficial norteamericano de visita elogió a un grupo de andrajosos soldados y agentes de policía iraquíes que controlaban el puesto de control, llamado Delta 49. Los hombres habían capturado a dos combatientes sunníes y matado a uno. Los combatientes estaban tratando supuestamente de entrar al pueblo con un alijo de dinamita y otras municiones.
Los veinte jóvenes explicaron que eran voluntarios que estaban protegiendo las puertas de la ciudad contra los intrusos sunníes.
"Los terroristas vienen de esta área", dijo el agente de policía Saad Fakhreen Hassan, apuntando hacia el verde campo. "Vinimos a retar a los terroristas".
Interrogado sobre los acontecimientos del 13 y 14 de octubre, negó que hubiesen habido represalias contra los sunníes en Balad. Las familias sunníes se marcharon porque querían, dijo.
"Ahora mismo Balad está rodeada de terroristas, y los pueblos están llenos de terroristas", dijo. "Balad es una ciudad que ama la paz".
Mujamaie ve las cosas de otro modo. Él y su esposa llegaron a casa de la partera ese viernes tarde, y ahora tienen una bebita llamada Noor.
"La gente de Balad está dividida", dijo. "Hay los que están contra los asesinatos y los que los apoyan. Pero yo no volveré nunca a Balad. Vimos qué clase de gente son esos asesinos".

daragahi@latimes.com

Raheem Salman, Suhail Ahmad, Zeena Hamid, Saif Rasheed, Saif Hameed y Said Rifai y corresponsales en Balad, Duluiya, Samarra y Tikrit contribuueron a este reportaje.

7 de noviembre de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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