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[Michael Leahy] Los Vigilantes de Herndon están decididos a parar la inmigración ilegal. Pero ¿es lo que quiere Estados Unidos? Última entrega.
Los relatos de cómo Mario Martínez y muchos de sus amigos entraron clandestinamente a Estados Unidos tienen un detalle en común: Los hombres cruzaron desde México en Arizona. De los veinte sectores que controla la Patrulla Fronteriza, en las fronteras norte y sur, el sector más ajetreado es el de Tucson, que se extiende por 420 kilómetros al oeste del condado de Yuma, Arizona. De acuerdo a cifras de la Patrulla Fronteriza, en el año fiscal 2005 la patrulla realizó en todo el país 1.17 millones de detenciones de extranjeros ilegales, de las que 438 mil en el sector de Tucson, más que en cualquier otro.
Que sea el sector más activo también implica que es el más asediado. Las agresiones contra agentes de la Patrulla Fronteriza han aumentando considerablemente en el sector de Tucson, lo mismo que en todo el país. Y ni siquiera los agentes de la Patrulla Fronteriza afirman que la agencia haya frenado el flujo de inmigrantes ilegales en el sector. Pero capturar a tantos ilegales también significa que la mayoría de ellos escapan a la detección. "Todavía no controlamos esta zona operacionalmente", dice Salvador Zamora, subjefe de la Patrulla Fronteriza.
Grupos de investigación de la inmigración calculan normalmente el número de inmigrantes ilegales que cruzan la frontera en unos tres millones al año, lo que quiere decir que por cada inmigrante aprehendido, otros tres logran pasar. "No tenemos modo de llevar la cuenta", dice Zamora, "aunque no disputamos las cifras. Simplemente sabemos que hay un montón de gente cruzando. Pero creemos que estamos avanzando, y estamos ansiosos de mostrar a la gente nuestros progresos".
Sin embargo, algunos agentes de la Patrulla Fronteriza creen que la patrulla carece de personal suficiente, que su fondo nacional de once mil agentes debe ser aumentando substancialmente. Muchos agentes, incluso los que rechazan los métodos de los vigilantes, reconocen que el grupo ha ayudado a reanimar la discusión sobre la seguridad en las fronteras. Pero oficiales de la Patrulla Fronteriza normalmente desechan el impacto de los vigilantes. "Los vigilantes han realizado una campaña de márketing exitosa, pero no mucho más que eso, porque la implementación real de la ley implica estar en la frontera más que treinta días en las sillas", dice Zamora.
La falta de personal no es todo lo que estorba a la Patrulla Fronteriza, dice Zamora. "Ahora mismo un 50 por ciento del país quiere que hagamos más en cuanto a este tema, y el otro 50 por ciento quiere que hagamos otra cosa. La gente tiene que ponerse de acuerdo sobre lo que quiere".
Entretanto, un inmigrante inteligente entiende que, si se es persistente, logrará quedarse en Estados Unidos. Una tarde, agentes de la Patrulla Fronteriza aprehenden en el desierto a 21 extranjeros ilegales y les ordenan sentarse. Un joven se tiende en la tierra, sonriendo afablemente a los agentes. Se llama Javier Ángel Hernández y a los 21 ya ha vivido durante dos períodos en Estados Unidos. Dice que después de cruzar la frontera la primera vez, trabajó durante casi un año en Willcox, Arizona, recogiendo tomates, hasta que fue aprehendido en una redada de la Patrulla Fronteriza en 2003 y deportado a México. Fue arrestado y expulsado nuevamente en 2004, después de que entrara clandestinamente para trabajar en la misma compañía.
"¿Por qué volviste a Willcox después de ser arrestado allá por primera vez?", le pregunta Zamora.
"Porque me gustaba, y estaba más cerca de México", responde Hernández, en español. "Me pagaban bien. Seiscientos dólares a la semana, sin impuestos, ocho horas al día. Le pagaba diez dólares a alguien para que cobrara mi cheque".
"¿Por qué trataste de cruzar esta vez?", pregunta Zamora.

"No tenía alternativa", dice Hernández, y cuenta que había estado cultivando y cosechando café cerca de su casa en Chiapas cuando las lluvias torrenciales y los corrimientos de tierras arruinaron sus cultivos y terminaron sus trabajos. Volvió a encaminarse hacia el norte, feliz. "Se gana mucho más que allá", dice. "Me gusta Willcox. Hacia allá quiero ir".
Zamora le indica que se suba a la furgoneta. Hernández será trasladado a Nogales, donde será formalizado y luego escoltado a la frontera, desde donde entrará caminando a México. Una vez al otro lado, Hernández podrá contemplar qué hacer, a sólo doscientos metros de Estados Unidos. Si es como muchos de los aprehendidos, intentará cruzar nuevamente uno o dos días después, si no esa misma noche. El joven parece tímido antes de subirse a la furgoneta. Pero, cuando Zamora se distrae para hablar con otro, Hernández sonríe y dice: "Sí, sí, Willcox, mañana".
Willcox, mañana.

Ephraim Cruz, agente de la Patrulla Fronteriza suspendido indefinidamente y formalizado por conducir a la novia mexicana de un colega agente al otro lado de la frontera en Estados Unidos, tiene su propia perspectiva sobre la ambivalencia de Estados Unidos con respecto a los inmigrantes ilegales. "Todos sabemos aquí [en Douglas, Arizona] quién construye las casas para los jefes de la Patrulla Fronteriza", dice. "Son los inmigrantes ilegales. Todos saben por quienes son atendidos cuando entran a un restaurante. Todos saben quiénes recogen los tomates que compran... Todos saben que hay varios agentes que viven con mujeres mexicanas. Pero también hay otros ejemplos en que sólo la mujer y el agente saben la verdad -donde la mujer es aparentemente una ciudadana norteamericana porque forma parte del tejido social de la ciudad donde vive en el lado americano de la frontera. Sus hijos van a la escuela pública aquí. Ella y sus hijos viven en viviendas sociales. Es miembro del club del gimnasio del barrio".
A la espera de su juicio por una corte federal por el cargo de introducir clandestinamente a un extranjero ilegal, mantiene su inocencia y dice que no sabía que la mujer era ilegal. Cruz considera la acusación como una venganza por haber dicho que la Patrulla Fronteriza maltrataba a los inmigrantes detenidos. Ve la hipocresía de las leyes de inmigración donde quiera que mire. Comparte una sola cosa con los vigilantes: el desprecio por las prácticas laborales de las grandes empresas. "Nosotros arrestamos a los inmigrantes porque es más fácil", dice. "Pero son los grandes empleadores que los contratan los que crean la demanda de su trabajo. ¿Dónde está la justicia si dejamos que los inmigrantes sufran? ¿Sabes por qué los vigilantes no pueden ganar esta lucha? Es simple: Hay muchos más empleadores que usan a los inmigrantes que vigilantes que no lo hacen".

Después de Noche Vieja, George Taplin tiene sus momentos de alegría, pero también sufre pequeñas humillaciones. Una mañana se asoma a la puerta de su casa y descubre una pintada en la acera: "NADIE ES ILEGAL" y "EL AMOR NO TIENE FRONTERAS".
Unas semanas más tarde, una fría noche de la semana en febrero, está siendo vitoreado por su liderazgo de los vigilantes. El auditorio de la Escuela Secundaria Herndon está a mitad lleno y un equipo de seguridad utiliza un detector de metales para controlar a los invitados a la entrada. Chris Simcox, llevando su chaqueta de cuero negra y una camiseta blanca con un chaleco antibalas debajo, ha llegado a Herndon para otorgar a Taplin el Galardón Águila de los vigilantes.
El galardón, dice Simcox, reconoce las "excelentes contribuciones de Taplin a la salvación de la república". Entre vítores, Simcox predice la victoria en Herndon y en todas partes donde los vigilantes han atacado a sus enemigos. Una lista de oradores de todo el país se han acercado a dar inspiración. Un hombre, observando a un grupo de críticos en el terreno de la escuela, grita por el micrófono: "Esa gente allá afuera tienen otros valores: Quieren despojar a Estados Unidos de su recompensa".
El público lo ovaciona. Taplin proclama: "¡Ese es un patriota!"
Después, Taplin da la mano y posa para fotografías, exhibiendo su trofeo. Dice que tiene la sensación de que la guerra puede no terminar nunca, que "esa gente está en todas partes". Pero él nunca abandonará la lucha, dice.
Pero, a esa hora, la determinación se encuentra a los dos lados de las calles de Herndon. Unos minutos después y a unos bloques de distancia, tres trabajadores latinos con cazadoras manchadas de pintura esperan tranquilamente junto al Starbucks, soplándose las manos. Una furgoneta con una escalera para en el estacionamiento junto a ellos, y un hombre de rasgos asiáticos sale, sonríe y se acerca.
"Hola", dice uno de los hombres, dándole la mano al asiático. El apretón de mano sella un acuerdo.
"Gracias", dice el asiático.
Los necesita para la mañana siguiente. Hay cosas por hacer.

19 de marzo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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