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[Kim Murphy] La delincuencia callejera se ha convertido en un problema que incluye a jóvenes armados.
Londres, Gran Bretaña. Canning Town creció como una barriada de la época victoriana, sede de un cáustico cocimiento de nocivas fábricas y apretadas casas que daban a acequias del alcantarillado. Algunos creen que fue la fuente de inspiración para los retratos de los jóvenes de Londres de Charles Dickens, demasiado miserable como para producir otra cosa que ladrones.
Las cosas no han cambiado demasiado, si le preguntas a Alex Jackson, un antiguo residente del barrio de East London.
Jackson dijo que fue abordado hace poco en el mercado por tres o cuatro niños de edades de entre diez y catorce años.
"Uno de los niños me dijo: ‘Denos cigarrillos, ¿quiere?' Yo le dije: ‘No tienes edad para fumar'. Y seguí caminando. Cuando salía, a unos diez metros de ahí, se pone uno de ellos frente a mí y me dice, perdón que lo repita: ‘Viejo calvo de mierda, te voy a apuñalar'. No estoy bromeando. Es algo que ocurre todos los días".
El barrio llegó a primera plana el año pasado cuando DHL, el servicio de correos mundial, permitió a sus choferes que rehusaran entregas en Canning Town.
"Hacen entregas en Beirut. Pero no en E16", dijo Jackson, refiriéndose al código postal aquí.
Uno sólo tiene que bajarse del tren en este barrio del muelle, separado del rico distrito de Canary Wharf por el río Támesis, para entender por qué la delincuencia se ha convertido en un problema todavía más difícil que el terrorismo para el Partido Laborista del primer ministro Tony Blair.
El gobierno ha destinado importantes recursos a decenas de investigaciones de extremistas musulmanes nacionales. Pero la realidad más inmediata en sectores de muchas ciudades británicas es que ir al mercado o ir a dejar a los niños a la escuela puede implicar toparse con pandillas de jóvenes delincuentes cuyos números y atrevimiento parecen haber superado a la policía en zonas como Canning Town.
La tasa de homicidios con arma de fuego en Inglaterra y Gales es cuarenta veces menor que la tasa estadounidense, pero las estadísticas muestran un aumento de más de un tercio en balaceras en Londres entre abril y marzo de 2005, según el Servicio de Policía Metropolitana. Las cifras se han reducido moderadamente desde entonces.
Gran parte del problema, dice la policía, se puede atribuir al creciente número de adolescentes que portan armas y las usan para solucionar problemas menores.
El Servicio de Policía Metropolitano ha presenciado un aumento de jóvenes delincuentes en comparación con el año pasado, dijo una portavoz que, de acuerdo con el protocolo oficial, habló a condición de conservar el anonimato. "El chico más joven acusado el año pasado tenía catorce años. Claramente, esta situación es inaceptable y causa preocupación.
"Parece que una minoría de jóvenes piensa que es social y moralmente aceptable, más que en el pasado, portar armas", dijo. "Los delincuentes están haciendo uso de armas fuego en riñas triviales como peleas sobre bebidas derramadas, choques entre personas o pequeños topones de tráfico".
En el caso de Peter Woodhams, un técnico de antenas de 22 años que vivía con su novia y su hijo de tres años en un cul-de-sac en Canning Town, la ‘disputa trivial' empezó cuando le arrojaron una piedra a su Ford Escort nuevo.
Durante meses, cuando Woodhams volvía a casa de su trabajo, un grupo de adolescentes ociosos en la calle le arrojarían una piedra a su coche. En enero hizo frente a los niños. Lo arrojaron al suelo y lo apuñalaron experta y rápidamente en el cuello.
Después de eso, los niños siguieron molestando a Woodhams cuando pasaba. En una ocasión, un niño apuntó a Woodhams con un dedo y lo pasó por su garganta.
"Siempre que salíamos, estaban en la esquina. Nos apuntaban e intimidaban", dijo la novia de Woodhams, Jane Bowden, una maestra en un jardín de infancia y su novia desde la secundaria.
Woodhams llamaba regularmente a la policía. Él y Bowden proporcionaron a los agentes descripciones de los jóvenes y también el nombre y domicilio de su cabecilla, datos que les fueron entregados por un desconocido que llamó por teléfono.
Poco a poco, sin embargo, dejaron de llamar a la policía.
"Los agentes dijeron que no podían actuar basándose en cosas oídas", dijo Bowden.
Luego, el mes pasado, volvió a ocurrir. Woodhams salió hacia una tienda después de la cena, dejando a Bowden y su hijo en su pequeño apartamento. Volvió poco después, arrojó las llaves sobre la mesa y volvió a salir. Estaban otra vez en ello, le dijo a Bowden. Tendría que encargarse.
Lo siguiente que oyó ella fueron disparos. Encontró a Woodhams no muy lejos de donde lo había encontrado empapado en sangre meses antes. Pero esta vez estaba agonizando.
Los meses de llamadas telefónicas de Woodhams a la policía se perdieron en el caos de Canning Town, donde las estadísticas de crímenes estropean la tendencia general a la baja en Londres.
En Newham, un municipio de 36 kilómetros cuadrados que incluye a Canning Town, hubo un promedio de 11 robos al día en el año, hasta julio. Hubo un promedio de 22 asaltos y siete atracos al día.
Canning Town recibió un presupuesto para un programa de renovación de 3.2 billones de dólares que debe coincidir con las Olimpíadas de 2012 en Londres. Muchos de los eventos deportivos se realizarán en las cercanías.
Entretanto, el barrio sigue siendo una de las comunidades más pobres de Gran Bretaña, afligida por un servicio de salud deficiente, mala educación y pobreza. Casi un cincuenta por ciento de sus adultos en edad de trabajar no posee calificaciones formales.
En una pequeña tienda de licores cerca de donde fue atacado Woodhams, el dueño mantiene a un dependiente en la puerta de entrada, uno en el centro de la tienda y otro detrás del mostrador para interceptar a grupos de jóvenes que entran regularmente a hurtar cerveza.
El dueño, que dijo que tenía miedo a las represalias si daba su nombre, dijo que el ventanal de su tienda ha sido roto al menos veinte veces en los últimos tres años. Ha dejado de llamar a la compañía de seguros, que amenazó con cancelar su póliza si presentaba más reclamos, y la policía, que le recomendó que llamara a su agente de seguros.
En Canning Town, mucha gente sabe quién mató a Woodhams, pero no se comunican con la policía. Decenas de clientes de Woodhams han enviado tarjetas y flores, aparentemente en recuerdo de los pocos minutos que pasó en sus casas instalando antenas de satélite.
Un chico de 14 fue detenido en los dos ataques contra Woodhams y dejado en libertad bajo fianza, pero la policía espera reunir suficientes evidencias para acusar al cabecilla de la pandilla.
La semana pasada las autoridades pidieron la ayuda del público para localizad a Bradley Tucker, identificado como el principal sospechoso del asesinato de Woodhams. Nadie se ha presentado para ayudar a encontrar a Tucker, que desapareció el día del asesinato.
"Mucha gente vio el incidente, pero nadie coopera", dijo un tendero. "La gente tiene miedo. Se sienten amenazados".
El subcomisario del Servicio de Policía Metropolitano, Paul Stephenson, dijo que la pesquisa sobre el primer ataque contra Woodhams era inaceptable, y ordenó una revisión de todas las investigaciones pendientes de agresiones graves en Londres.
"No se trata solamente de esta zona de Londres. Está ocurriendo en toda la ciudad', dijo Paul Schafer, un concejal de Canning Town. "Es algo que viene ocurriendo desde hace algunos años, en que se reportan menos delitos debido a la cantidad que trabajo que tiene la policía entre manos.
"Si informas que tu coche está siendo destruido o robado, lo primero que quieren que hagas es que pidas permiso en el trabajo y te pases unas horas en la comisaría tratando de denunciarlo. Así ocurre que los hechores creen que pueden hacer lo que quieren".
Scahfer dijo que la policía cubrió el barrio con octavillas solicitando a testigos del asesinato de Woodhams.
"Bueno, deberían preguntarle a su propia gente, no al público", dijo. "Si la gente quisiera contar lo que pasó, ya lo habrían hecho. Al final, no veo que hayan detenido a nadie. ¿Dónde está el asesino? ¿Por qué no lo han capturado? ¿Está aquí? ¿Se marchó del país?... ¿O no saben por dónde empezar?"
El padre de Woodhams, llamado también Peter, dijo que ha vivido la mayor parte de su vida en East London. Fue siempre un barrio rudo, dijo, pero nunca tanto como ahora.
"Mi hijo no llevaba una vida privilegiada", dijo. "Quiero decir, no somos ricos. Tengo cinco hijos y no les puedo dar nada de lo que me gustaría, pero sí tuvo una buena vida. Conocía la diferencia entre el bien y el mal y respetaba a la gente.
"Acostumbraba a decir: ‘Funciona. Muestra respeto a la gente, y la gente te respetará. Y así viviremos en un mundo mejor'".

kim.murphy@latimes.com

29 de septiembre de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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