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juzgados en el banquillo 4


[William Glaberson] En pequeños tribunales orales de Nueva York abundan los abusos de la ley y de poder. "No soy abogado".
Una chiquilla de 17 no volvió a casa una noche, se peleó luego con su familia y terminó siendo acusada de acoso sexual en Alexandria Bay, un ajetreado pueblo turístico en el St. Lawrence River. El juez, Charles A. Pennington, botero con 23 años de experiencia en el estrado, escuchó su declaración de inocencia un domingo de 2003.
Pero cuando le dijeron que la niña no tenía dónde ir, el juez no la envió al refugio de mujeres ni avisó a los funcionarios de servicios sociales, como hacen normalmente los jueces locales. En lugar de eso se la llevó a su casa.
"Salí del juzgado en estado de shock", declaró más tarde un agente de policía. "Nunca había presenciado nada semejante".
La madre de la chica, Keitha Rogers, dijo en una entrevista que se había horrorizado cuando encontró a su hija en casa del juez, entonces de 61, que estaba bebiendo con otro hombre. "Claro, él conoce la diferencia entre la popa y la proa", dijo Rogers. "Pero ¿qué tiene que ver eso con tomar decisiones sobre la vida de la gente?"
La Comisión Encargada de la Conducta Judicial, que ordenó el despido del juez Pennington en el otoño pasado por este y otros lapsos, resolvió que aunque no había pruebas de que hubiese hecho avances impropios hacia la niña, que se marchó de casa alrededor de una hora después, había hecho gala de "una extraordinaria falta de criterio".
Y mientras Pennington argumentaba que no había estado bebiendo, no rechazó enteramente las acusaciones. "Acepto que hubo errores", dijo el juez, que renunció antes de que la comisión tomase una decisión. "No soy abogado".
Tampoco lo es la mayoría de sus colegas. Y eso es casi todo lo que sabe el estado sobre ellos. Funcionarios de la Oficina de Administración de Tribunales dicen que el único modo que tienen de enterarse de la elección de un nuevo juez, es cuando los funcionarios locales los notifican.
Durante décadas la agencia ha pedido a los jueces que rellenen modestos cuestionarios biográficos, para luego archivar las respuestas. Bajo la ley de libertad de información, el Times obtuvo cuestionarios completados por más de 1.800 de los jueces actuales; ofrecen el retrato de un grupo que tiene una educación muy deficiente y son mal pagados, incluso aunque las leyes que manejan son cada vez más complejas.
De los que no son abogados, cerca de un tercio -más de 400- no tuvieron mayor educación que la secundaria. Al menos 40 de ellos no terminaron la secundaria, aunque varios de ellos sacaron diplomas equivalentes.
Entrevistas con más de 60 jueces dejaron claro quiénes son muchos de ellos: jubilados, granjeros, mecánicos, ex agentes de policía y otros con horarios flexibles o trabajo temporal. La mayoría se parece a Pennington: blancos, y viejos. Al menos 30 jueces son octogenarios, mucho más allá de la edad de jubilación permitida (70) para otros jueces de Nueva York.
Aunque la paga de los jueces es a menudo magra -hasta 850 dólares al año-, pueden fijar fianzas, una precaución legal básica. Realizan cruciales vistas preliminares en casos de delitos graves y conducen juicios por delitos menores. Presiden casos civiles en que las demandas pueden llegar hasta tres mil dólares y casos de conflictos entre caseros e inquilinos sin límites monetarios, incluyendo casos comerciales que implican cientos de miles de dólares.
Y luego están los poderes que simplemente se atribuyen.
En lo que la Comisión Encargada de la Conducta Judicial calificó de "un escandaloso abuso del poder judicial", el juez Roger C. Maclaughlin persiguió él solo a un hombre sobre el que había decidido que estaba violando los reglamentos de tenencia de ganado en Steuben, cerca de Utica. El juez interrogó a testigos, dio datos a los agentes de policía, cabildeó en el concejo municipal para que le negaran al hombre un permiso para instalar un parque de caravanas, y luego lo encarceló durante diez días, sin derecho a fianza -y ni siquiera la posibilidad de poder defenderse, dijo la comisión.
En una entrevista, el juez Maclaughlin dijo que la comisión parecía estar más interesada en tecnicismos legales que en la verdadera justicia.
Un juez de pueblo del condado de Essex, Richard H. Rock, encarceló a dos chicos de 16 durante una noche, sin proceso, diciendo que quería "enseñarles una lección". Habían sido acusados de escupir a otras dos personas, y de acoso sexual. Luego los envió diez días más a la cárcel, dijo la comisión, sin ni siquiera informarles de que tenían derecho a un abogado.
En 2001, la comisión lo castigó, a él y al juez Maclaughlin, censurándolos, el castigo más grave después de la inhabilitación. El juez Maclauglin lleva once años en el estrado. El juez Rock, diez.
En Alexandria Bay, donde el juez Pennington presidía en una mesa de metal en un diminuto cuarto en un edificio de policía, medio siglo en el oficio no parecían haber profundizado su comprensión de su papel. Tres días después se llevó a casa a una chica de 17, otro caso que hizo surgir renovadas preguntas sobre su compresión de las leyes, o siquiera del mundo fuera de su juzgado.
Eeric D. Bailey, un soldado negro de 21 años de la cercana Fort Drum, había sido acusado de desorden público después de una pelea con un gorila blanco de un bar. A metro y medio de Bailey, el gorila lo identificó como "ese hombre de color". A Bailey se quedó con la boca abierta.
El soldado, que no tenía abogado, le dijo al juez que el término era ofensivo. Pero el juez Pennington dijo que mientras otras palabras eran racistas, "de color" no lo eran. "Hace años que no tenemos gente de color aquí", dijo.
La comisión se ha enterado de cosas peores. Después de procesar a tres acusados negros, detenidos en disturbios en la universidad en 1994, un juez de la región de Finger Lakes, dijo en el juzgado: "Sí, ha sido un día difícil, con todos estos negros aquí". Unos años antes, un juez de Catskill dijo en el tribunal que "antes de la llegada de negros y portorriqueños", las mujeres podían andar por la calle sin problemas.
En una entrevista, el juez Pennington dijo que la comisión lo había tratado injustamente. Pero no se ha ayudado a sí mismo al declarar a la comisión nuevamente que la expresión "hombre de color" era una descripción aceptable.
"Quiero decir, para mí", declaró, "de color no quiere decir solamente negro. Podría querer decir indio, que son rojos. O podría querer decir chinos, que son amarillos".

Jo Craven McGinty contribuyó a este reportaje.

25 de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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