el mundo alucinante
[Osvaldo Aguirre] Una novela abierta y heterogénea de Gonzalo Celorio que da una visión cabal de las distintas facetas de la cubanidad.
Gonzalo Celorio, mexicano, suele decir que se siente mitad cubano. No le faltan razones: su madre, tres de sus hermanos y una prolífica parentela nacieron en la isla; desde muy joven adhirió a los ideales de la Revolución Cubana, estudió a sus escritores y más tarde los difundió a través de sus gestiones como editor en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Fondo de Cultura Económica. Al primer mojito, dice, se le atragantan las eses y se le licuan las erres en la boca, como un signo de persistencia de otra lengua, la lengua materna. Sin embargo, aquellos dos grandes amores no se integraron de modo armónico. Al contrario, desde el principio plantearon una contradicción, que se profundizó con el paso de los años. El conflicto estaba en la propia familia, ya que la Revolución separó a la madre de sus hermanas, tanto en la geografía como en la valoración del nuevo régimen, y ese antagonismo es el origen de Tres lindas cubanas.
La novela, sin embargo, no es aquí un ámbito para resolver contradicciones. En todo caso, sirve para desplegarlas y observarlas en todos sus matices. Para Celorio, el género se define por su carácter transgresivo. Novela, en sus términos, sería aquella narración que pone en crisis las definiciones usuales. Más bien sería otra cosa, algo a lo que sólo por falta de un nombre mejor se llama novela. Esa es la cualidad que admira en las obras que toma como referencia –Paradiso, de José Lezama Lima, El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas– y en cuya tradición aspira a situarse. Así, la autobiografía, la crónica de viajes, la correspondencia, el ensayo literario y político y la ficción convergen en su relato y lo despegan de cualquier convención. Al margen de las propias ideas del autor, esa forma parece haber sido impuesta por el poderoso impulso de la experiencia y de las voces que llevaron a la escritura: ante todo, el mandato de una tía que dejó como legado un texto, una primera versión de la historia.
Lo subversivo de esta novela surge a propósito de su estructura y sobre todo del juego con la figura del narrador y la del propio autor. El libro se desarrolla con base en la alternancia de la saga familiar, que remite a fines del siglo XIX, con la crónica de las visitas de Celorio a Cuba, a partir de 1974, realizadas como miembro de delegaciones oficiales, como escritor, como turista, como profesor, como directivo de la UNAM. La continuidad de los capítulos es interrumpida por instantáneas y anécdotas breves, que abren cursos secundarios, aunque siempre referidos al objeto principal. Al mismo tiempo, la narración trama distintas voces, como si el ejercicio de memoria propuesto despertara y encontrara descarnadamente vivos a los personajes a los que se propuso invocar.
La relación de Celorio con Cuba hace presentes además los valores de la generación y el movimiento estudiantil de los '60. En la isla "todo resultaba conmovedor, ejemplar, maravilloso", dice, a propósito de su primera visita; al saludar a Fidel en una recepción "estaba dando la mano a la historia y a la esperanza". Tanta luz no disimulaba las zonas de oscuridad: la imposibilidad de visitar a Lezama Lima, estigmatizado como "conflictivo", es entonces un indicio de la otra cara de la moneda, una cara cada vez más visible. Pero a diferencia de lo que ocurrió con otros intelectuales, no hay desencanto ni abjuración sino una actitud crítica que reconoce al mismo tiempo "los enormes beneficios y las tremendas limitaciones" del sistema socialista. En esa perspectiva, Celorio destaca la situación de los escritores que, sin adherir y aun diferenciándose del régimen, suelen ser rechazados (como demuestra un episodio protagonizado por Octavio Paz) por el hecho de permanecer en la isla o no formular una condena explícita; del mismo modo, repara en la indiferencia de la cultura oficial mexicana ante el exilio cubano, una actitud completamente distinta de la observada con los exiliados de la España franquista. El devenir de la Revolución, a la vez, aparece a través de pequeños sucesos de la vida cotidiana que pesquisa con oficio de narrador: la costumbre de abrir la heladera sólo una vez por día para que no se gaste el hule de la puerta, un elemento irreemplazable; la anécdota del tío hambriento que se comió las cáscaras de una naranja y las actitudes policiales de un funcionario de último rango son detalles mucho más reveladores y sabrosos que cualquier disquisición. Cierto olor característico e indescriptible, la incomparable sensación de fumar un puro en Cuba, un imponente Chevrolet Belair preservado inmóvil y reluciente como un objeto de culto, "los espectaculares culos" de las bailarinas del Tropicana, ciertas manías de Fidel Castro: la extraordinaria materia de la novela está hecha por datos de esta especie.
El éxodo masivo de 1980 y la situación de Reinaldo Arenas, caso testigo de la censura y la homofobia, determinan una nueva mirada sobre Cuba. Alejo Carpentier y Lezama Lima, referentes de la literatura oficial y de la marginada, son personajes centrales. En general Celorio no abre juicios de valor pero despliega su relato de manera que el lector pueda planteárselos: es significativa, en ese sentido, la oposición sugerida entre Norberto Fuentes, escritor y funcionario que cayó en desgracia, salió al exilio y denunció al régimen del que había formado parte, y Dulce María Loynaz, que permaneció en La Habana como en un mundo aparte.
Con toda la provisión de su propia experiencia y la de sus ancestros, Celorio sintió la necesidad de escribir "lo que fuera" para cumplir con ese legado. Y el resultado es un libro cargado de intensidad, que ilumina de un modo particular su asunto y recompensa al lector con múltiples historias, sugerencias y nuevas preguntas.
La novela, sin embargo, no es aquí un ámbito para resolver contradicciones. En todo caso, sirve para desplegarlas y observarlas en todos sus matices. Para Celorio, el género se define por su carácter transgresivo. Novela, en sus términos, sería aquella narración que pone en crisis las definiciones usuales. Más bien sería otra cosa, algo a lo que sólo por falta de un nombre mejor se llama novela. Esa es la cualidad que admira en las obras que toma como referencia –Paradiso, de José Lezama Lima, El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas– y en cuya tradición aspira a situarse. Así, la autobiografía, la crónica de viajes, la correspondencia, el ensayo literario y político y la ficción convergen en su relato y lo despegan de cualquier convención. Al margen de las propias ideas del autor, esa forma parece haber sido impuesta por el poderoso impulso de la experiencia y de las voces que llevaron a la escritura: ante todo, el mandato de una tía que dejó como legado un texto, una primera versión de la historia.
Lo subversivo de esta novela surge a propósito de su estructura y sobre todo del juego con la figura del narrador y la del propio autor. El libro se desarrolla con base en la alternancia de la saga familiar, que remite a fines del siglo XIX, con la crónica de las visitas de Celorio a Cuba, a partir de 1974, realizadas como miembro de delegaciones oficiales, como escritor, como turista, como profesor, como directivo de la UNAM. La continuidad de los capítulos es interrumpida por instantáneas y anécdotas breves, que abren cursos secundarios, aunque siempre referidos al objeto principal. Al mismo tiempo, la narración trama distintas voces, como si el ejercicio de memoria propuesto despertara y encontrara descarnadamente vivos a los personajes a los que se propuso invocar.
La relación de Celorio con Cuba hace presentes además los valores de la generación y el movimiento estudiantil de los '60. En la isla "todo resultaba conmovedor, ejemplar, maravilloso", dice, a propósito de su primera visita; al saludar a Fidel en una recepción "estaba dando la mano a la historia y a la esperanza". Tanta luz no disimulaba las zonas de oscuridad: la imposibilidad de visitar a Lezama Lima, estigmatizado como "conflictivo", es entonces un indicio de la otra cara de la moneda, una cara cada vez más visible. Pero a diferencia de lo que ocurrió con otros intelectuales, no hay desencanto ni abjuración sino una actitud crítica que reconoce al mismo tiempo "los enormes beneficios y las tremendas limitaciones" del sistema socialista. En esa perspectiva, Celorio destaca la situación de los escritores que, sin adherir y aun diferenciándose del régimen, suelen ser rechazados (como demuestra un episodio protagonizado por Octavio Paz) por el hecho de permanecer en la isla o no formular una condena explícita; del mismo modo, repara en la indiferencia de la cultura oficial mexicana ante el exilio cubano, una actitud completamente distinta de la observada con los exiliados de la España franquista. El devenir de la Revolución, a la vez, aparece a través de pequeños sucesos de la vida cotidiana que pesquisa con oficio de narrador: la costumbre de abrir la heladera sólo una vez por día para que no se gaste el hule de la puerta, un elemento irreemplazable; la anécdota del tío hambriento que se comió las cáscaras de una naranja y las actitudes policiales de un funcionario de último rango son detalles mucho más reveladores y sabrosos que cualquier disquisición. Cierto olor característico e indescriptible, la incomparable sensación de fumar un puro en Cuba, un imponente Chevrolet Belair preservado inmóvil y reluciente como un objeto de culto, "los espectaculares culos" de las bailarinas del Tropicana, ciertas manías de Fidel Castro: la extraordinaria materia de la novela está hecha por datos de esta especie.
El éxodo masivo de 1980 y la situación de Reinaldo Arenas, caso testigo de la censura y la homofobia, determinan una nueva mirada sobre Cuba. Alejo Carpentier y Lezama Lima, referentes de la literatura oficial y de la marginada, son personajes centrales. En general Celorio no abre juicios de valor pero despliega su relato de manera que el lector pueda planteárselos: es significativa, en ese sentido, la oposición sugerida entre Norberto Fuentes, escritor y funcionario que cayó en desgracia, salió al exilio y denunció al régimen del que había formado parte, y Dulce María Loynaz, que permaneció en La Habana como en un mundo aparte.
Con toda la provisión de su propia experiencia y la de sus ancestros, Celorio sintió la necesidad de escribir "lo que fuera" para cumplir con ese legado. Y el resultado es un libro cargado de intensidad, que ilumina de un modo particular su asunto y recompensa al lector con múltiples historias, sugerencias y nuevas preguntas.
Libro reseñado:
Tres lindas cubanas
Gonzalo Celorio
Tusquets
384 páginas
15 de octubre de 2006
©página 12
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