demonios con domicilio conocido
columna de mérici
Hace algunos días vi un programa de televisión sobre posesiones demoníacas. Me causó inquietud. Y las reflexiones que siguen.
Para empezar, creo que no tengo motivos para dudar de los dichos de los participantes en ese programa.
Lo que más me llama la atención, e inquieta, son las consecuencias cosmológicas, filosóficas y epistemológicas que deberíamos asumir si creyésemos cabalmente en los episodios de posesión demoníaca que conocemos. En un caso, el sacerdote dijo que él confirmaba la posesión (como distinta a una mera enfermedad mental) cuando el poseso se identificaba, vale decir, cuando el espíritu posesor se identificaba. En el caso que mencionó, una joven del campo de Argentina se había identificado como un demonio sobre cuya existencia y nombre es muy difícil que hubiese podido enterarse normalmente.
Ese demonio, como otros muchos, aparece consignado en una especie de enciclopedia de demonios. Se trata ahí, con nombre y otras características, de unos cuatro mil demonios, incluyendo su rango, importancia y hábitos peculiares. Yo tuve entre mis manos un libro semejante, pero con menos demonios, del siglo dieciocho o diecinueve. En ese entonces me pareció simplemente curioso y no saqué ninguna conclusión. Supongo que me pareció literatura.
También creo improbable que una persona no educada conozca a algunos de estos demonios y que conozca incluso detalles sobre ellos. El sacerdote en cuestión, experto en demonios pues era un cura exorcista, al oír la identificación del demonio, sabía de inmediato con quién tenía que vérselas y adoptaba consecuentemente su estrategia de exorcismo. "Ah, este demonio es capaz de hacer las contorsiones más inverosímiles", dijo el sacerdote. "Muy testarudo".
Son demonios con domicilio conocido.
Ciertamente no se trata de un solo caso. Yo mismo he oído o leído sobre varios casos en los que los posesos decían llamarse como demonios. Y es difícil imaginar cómo llegaron a esos nombres. No es imposible. Hace años conocí en Santiago a un satánico que conocía algunos nombres de demonios. Pero para saber esos nombres realmente hay que interesarse en la materia.
Aparte, estos demonios pueden, y suelen expresarse en lenguas antiguas, a veces en latín.
¿Pero qué quiere decir esto? ¿Querrá decir que existen esos demonios? ¿Y que querría decir que existen?
En los exorcismos, los sacerdotes se limitan en realidad a pedirle al demonio activo en ese momento que vuelva al infierno. Pues bien, ¿quiere decir esto que existe el infierno? ¿Que es un domicilio -no exactamente un lugar geográfico, pero sí una dimensión?
Es espeluznante pensar en la posibilidad de una existencia de este tipo. Y luego: ¿Cómo es que alguien -la iglesia en este caso- sabe de la existencia de esta dimensión y conoce los nombres de sus habitantes y otras características, conocimientos que guarda, transcribe y transmite a un grupo limitado de especialistas?
¿Querrá decir que los antiquísimos relatos sobre una lucha primordial entre ángeles y demonios ocurrió efectivamente? ¿Y que los buenos espíritus que acompañaron a la humanidad se encargaron de dejar en la Tierra ese conocimiento?
Si me negase a aceptar esta realidad, ¿cómo interpretar la posesión demoníaca?
Que un poseso diga llamarse como demonio y, con voz de ultratumba, que viene a vengarse de tal y tal, dichos y hechos todos que son confirmados por esos tratados sobre demonios, ¿no confirma la esencial verdad de esos libros? ¿Por qué debería yo omitir ese conocimiento? ¿Debería creer que son casualidades? Mejor: ¿Debería creer que son casualidades que se vienen repitiendo desde hace milenios por todo el planeta? ¿Debería creer que son casualidades que se repiten regularmente, anulando de paso su naturaleza de casualidades?
Si aceptásemos que la realidad es entonces diferente a la que creíamos conocer, vale decir, por ejemplo, que los demonios y el infierno existen, ¿cómo se reformarían nuestras cosmología y epistemología? ¿No deberíamos, por ejemplo, admitir nuevamente que el mal es una fuerza activa en la historia y que los demonios asumen apariencia humana para atacar a la humanidad? ¿Descubriremos alguna vez que Hitler, Pinochet, Stalin, bin Laden, Pol Pot y muchos otros, son en realidad demonios con apariencia humana, o humanos poseídos por demonios?
Si acepto las consecuencias de estas reflexiones, ¿influiría en mis ideas políticas o en mi acción política? Creo que no grandemente. El mal es reconocible. Lo envuelve una nube de odio e intolerancia. Pinochet y los suyos, en mi visión de las cosas, son claramente demonios y enemigos del pueblo de Dios. Aunque el mal suele encarnarse en ideologías derechistas, también se introduce en ideologías izquierdistas (como Stalin, los Kmer Rouge de Camboya y otros). Al mal no le interesan nuestras divisiones políticas. Se limita a utilizarlas para causarnos daño.
Tampoco significa esto necesariamente que toda la historia del hombre, y por doquier, esté dominada por la intervención del mal. Es posible incluso que el mal no esté siempre activo en la historia humana. En la historia de los hombres hay más que solamente demonios y ángeles. También hay intereses puramente humanos, codicias y luchas y otros factores y motivos menos o más nobles. La presencia del mal en la Tierra no agota pues la historia de la humanidad.
Pero, en concreto, imagino que reconocer la intervención del mal en la historia no implicaría cambios radicales en nuestras ideologías políticas. Si has luchado por las cosas que lucha la gente de bien, impulsado por los mismos motivos (justicia, tolerancia, piedad), seguirás luchando por ellas, con o sin demonios.
Para empezar, creo que no tengo motivos para dudar de los dichos de los participantes en ese programa.
Lo que más me llama la atención, e inquieta, son las consecuencias cosmológicas, filosóficas y epistemológicas que deberíamos asumir si creyésemos cabalmente en los episodios de posesión demoníaca que conocemos. En un caso, el sacerdote dijo que él confirmaba la posesión (como distinta a una mera enfermedad mental) cuando el poseso se identificaba, vale decir, cuando el espíritu posesor se identificaba. En el caso que mencionó, una joven del campo de Argentina se había identificado como un demonio sobre cuya existencia y nombre es muy difícil que hubiese podido enterarse normalmente.
Ese demonio, como otros muchos, aparece consignado en una especie de enciclopedia de demonios. Se trata ahí, con nombre y otras características, de unos cuatro mil demonios, incluyendo su rango, importancia y hábitos peculiares. Yo tuve entre mis manos un libro semejante, pero con menos demonios, del siglo dieciocho o diecinueve. En ese entonces me pareció simplemente curioso y no saqué ninguna conclusión. Supongo que me pareció literatura.
También creo improbable que una persona no educada conozca a algunos de estos demonios y que conozca incluso detalles sobre ellos. El sacerdote en cuestión, experto en demonios pues era un cura exorcista, al oír la identificación del demonio, sabía de inmediato con quién tenía que vérselas y adoptaba consecuentemente su estrategia de exorcismo. "Ah, este demonio es capaz de hacer las contorsiones más inverosímiles", dijo el sacerdote. "Muy testarudo".
Son demonios con domicilio conocido.
Ciertamente no se trata de un solo caso. Yo mismo he oído o leído sobre varios casos en los que los posesos decían llamarse como demonios. Y es difícil imaginar cómo llegaron a esos nombres. No es imposible. Hace años conocí en Santiago a un satánico que conocía algunos nombres de demonios. Pero para saber esos nombres realmente hay que interesarse en la materia.
Aparte, estos demonios pueden, y suelen expresarse en lenguas antiguas, a veces en latín.
¿Pero qué quiere decir esto? ¿Querrá decir que existen esos demonios? ¿Y que querría decir que existen?
En los exorcismos, los sacerdotes se limitan en realidad a pedirle al demonio activo en ese momento que vuelva al infierno. Pues bien, ¿quiere decir esto que existe el infierno? ¿Que es un domicilio -no exactamente un lugar geográfico, pero sí una dimensión?
Es espeluznante pensar en la posibilidad de una existencia de este tipo. Y luego: ¿Cómo es que alguien -la iglesia en este caso- sabe de la existencia de esta dimensión y conoce los nombres de sus habitantes y otras características, conocimientos que guarda, transcribe y transmite a un grupo limitado de especialistas?
¿Querrá decir que los antiquísimos relatos sobre una lucha primordial entre ángeles y demonios ocurrió efectivamente? ¿Y que los buenos espíritus que acompañaron a la humanidad se encargaron de dejar en la Tierra ese conocimiento?
Si me negase a aceptar esta realidad, ¿cómo interpretar la posesión demoníaca?
Que un poseso diga llamarse como demonio y, con voz de ultratumba, que viene a vengarse de tal y tal, dichos y hechos todos que son confirmados por esos tratados sobre demonios, ¿no confirma la esencial verdad de esos libros? ¿Por qué debería yo omitir ese conocimiento? ¿Debería creer que son casualidades? Mejor: ¿Debería creer que son casualidades que se vienen repitiendo desde hace milenios por todo el planeta? ¿Debería creer que son casualidades que se repiten regularmente, anulando de paso su naturaleza de casualidades?
Si aceptásemos que la realidad es entonces diferente a la que creíamos conocer, vale decir, por ejemplo, que los demonios y el infierno existen, ¿cómo se reformarían nuestras cosmología y epistemología? ¿No deberíamos, por ejemplo, admitir nuevamente que el mal es una fuerza activa en la historia y que los demonios asumen apariencia humana para atacar a la humanidad? ¿Descubriremos alguna vez que Hitler, Pinochet, Stalin, bin Laden, Pol Pot y muchos otros, son en realidad demonios con apariencia humana, o humanos poseídos por demonios?
Si acepto las consecuencias de estas reflexiones, ¿influiría en mis ideas políticas o en mi acción política? Creo que no grandemente. El mal es reconocible. Lo envuelve una nube de odio e intolerancia. Pinochet y los suyos, en mi visión de las cosas, son claramente demonios y enemigos del pueblo de Dios. Aunque el mal suele encarnarse en ideologías derechistas, también se introduce en ideologías izquierdistas (como Stalin, los Kmer Rouge de Camboya y otros). Al mal no le interesan nuestras divisiones políticas. Se limita a utilizarlas para causarnos daño.
Tampoco significa esto necesariamente que toda la historia del hombre, y por doquier, esté dominada por la intervención del mal. Es posible incluso que el mal no esté siempre activo en la historia humana. En la historia de los hombres hay más que solamente demonios y ángeles. También hay intereses puramente humanos, codicias y luchas y otros factores y motivos menos o más nobles. La presencia del mal en la Tierra no agota pues la historia de la humanidad.
Pero, en concreto, imagino que reconocer la intervención del mal en la historia no implicaría cambios radicales en nuestras ideologías políticas. Si has luchado por las cosas que lucha la gente de bien, impulsado por los mismos motivos (justicia, tolerancia, piedad), seguirás luchando por ellas, con o sin demonios.
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