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fantasma de la intolerancia en europa


[Dan Bilefsky y Ian Fisher] En Europa, preocupación por el Islam se extiende hacia el centro del espectro político.
Bruselas, Bélgica. Europa parece estar cruzando una línea invisible con respecto a sus minorías musulmanas: hay cada vez más gente de opiniones políticas tradicionales, alegando que el Islam es irreconciliable con los valores europeos.
"Ya ves lo que pasó con el Papa", dice Patrick Gonman, 43, propietario de Raga, una original cantina de vinos en el centro de Amberes, a 40 kilómetros de aquí. "Dijo que el Islam era una religión agresiva. Y al día siguiente, mataron a una monja no sé dónde, probando que tenía razón".
"Se acabó la racionalidad".
Gonman no es un extremista. De hecho, la semana pasada organizó una protesta en la que veinte bares y restaurantes cerraron sus puertas una noche cuando un partido de extrema derecha realizó una manifestación anti-musulmana en el vecindario.
Su preocupación la comparten otros moderados en toda Europa, indignados por los atentados terroristas cometidos en nombre de la religión en un continente que los ha abandonado, e inquietos de que toda crítica del Islam o de los musulmanes provoque amenazas de violencia.
Durante años los que han elevado sus voces eran en su mayor parte de extrema derecha. Ahora la gente vista normalmente como moderada -gente corriente lo mismo que políticos- se están preguntando si los valores antes considerados básicos, de la tolerancia y el multiculturalismo, no deberían tener límites.
El ex ministro de Relaciones Exteriores, Jack Straw, un importante político laborista, pareció resumir el momento cuando escribió, la semana pasada, que se sentía incómodo hablar con mujeres cuyas caras estaban cubiertas por un velo. El velo, escribió, es una "declaración visible de la separación y la diferencia".
Cuando el mes pasado el Papa Benedicto XVI leyó un discurso que incluía una cita en la que se calificaban aspectos del Islam como "crueles e inhumanos", desencadenó sentimientos similares. Los musulmanes lo reprendieron por estigmatizar su cultura, mientras que los no-musulmanes lo aplaudieron por decir valientemente la verdad.
La línea entre la crítica abierta de otro grupo o religión y la intolerancia puede ser angosta, y muchos musulmanes temen que se esté cruzando cada vez más.
Cualquiera sean los motivos, "la realidad es que, a ambos lados, las opiniones se están radicalizando", dijo el imán Wahid Pedersen, un prominente danés que se convirtió el Islam. "Atacar al Islam se ha convertido en políticamente correcto, y conservar la calma se hace difícil para los moderados de los dos lados". Pedersen teme que los moderados de antaño estén acosando a los musulmanes, los mismos que dicen que deberían integrarse en Europa.
Las preocupaciones sobre el extremismo son reales. El partido belga de extrema derecha, Vlaams Belang, obtuvo el 20.5 por ciento de los votos en las elecciones del domingo pasado, cinco puntos porcentuales más que en 2000. En Amberes, su base, sin embargo, sus rendimientos apenas si mejoraron, sugiriendo a algunos expertos que su auge ya alcanzó su punto máximo.
Este mes en Austria los partidos de extrema derecha también obtuvieron buenos resultados electorales, con una campaña de promesas que rara vez se habían expresado abiertamente: que Austria debería empezar a deportar a sus inmigrantes. El Vlaams Belang también ha sugerido la "repatriación" de los inmigrantes que no hacen esfuerzos por integrarse.
La idea es impensable para los líderes tradicionales, pero, sin embargo, muchos musulmanes temen que el día en que ocurra -o al menos un debate sobre el tema- puede estar apenas a un atentado terrorista de distancia.
"Creo que ocurrirá", dice Amir Shafe, 34, un paquistaní que se gana decentemente la vida vendiendo ropa en un mercado de Amberes. Deplora el terrorismo y dice que él mismo no ha sentido hostilidad en Bélgica. Pero, dijo: "Ahora estamos pensando en volver a nuestros países, antes de que eso ocurra".
Muchos expertos observan que existe una profunda y conflictiva historia entre el Islam y Europa, con los cruzados y el Imperio Otomano empujándose mutuamente durante siglos y definiendo violentamente las fronteras de la cristiandad y del Islam.
Un sentimiento de culpa en torno al pasado colonial de Europa y luego la Segunda Guerra Mundial, cuando la intolerancia se convirtió en genocidio, permitió que ocurriera una numerosa inmigración sin debates incómodos sobre las diferencias reales entre inmigrantes y anfitriones.
Entonces los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, despertaron en Europa una nueva conciencia y preocupación.
Los atentados con bomba posteriores en Madrid y Londres, y el asesinato del cineasta holandés Theo van Gogh por un holandés de origen marroquí, destacan como ejemplos de ese extremo. Pero muchos europeos -incluso aquellos que normalmente apoyan la inmigración- han empezado a hablar más francamente sobre las diferencias culturales, específicamente sobre las enraizadas creencias religiosas y normas sociales de los musulmanes, que son mucho más conservadoras que las de la mayoría de los europeos, sobre temas como los derechos de la mujer y la homosexualidad.
"Un montón de gente progresista -no estamos hablando de los nacionalistas ni de la extrema derecha- están diciendo: "Ahora tenemos esta religión, que es importante y que pone en aprietos los principios que aprendimos en los años sesenta y setenta, dice Joost Lagendijk, miembro del Partido Verde holandés en el Parlamento Europeo, que trabaja en temas musulmanes.
"Así que existe el temor", dice, "de que estamos retrocediendo en una máquina del tiempo y que tenemos que explicar a nuestros inmigrantes que hombres y mujeres son iguales, y que los homosexuales deben ser tratados civilizadamente. Existe la sensación de que tenemos que hacerlo de nuevo".
Ahora los europeos están debatiendo sobre los límites de la tolerancia: la derecha con creciente estridencia, y con algunas reservas la izquierda.
En sus últimas elecciones los austriacos se quejaron sobre las escuelas públicas de Viena, por estar casi llenas de alumnos musulmanes, y acusaron a los últimos gobiernos de permitir que ocurriera.
Algunos musulmanes holandeses han expresado su respaldo a los rebeldes en Irak por sobre los soldados holandeses allá, basándose en la teoría de que su primera lealtad la deben a un país musulmán que está invadido.
Tan fuerte es el sentimiento de que los valores holandeses de la tolerancia están bajo sitio, que en el invierno pasado el gobierno introdujo un cursillo sobre esos valores para los inmigrantes recién llegados a Holanda: un DVD que muestra por breves instantes a una mujer desnuda y a dos hombres besándose. La película no menciona explícitamente a los musulmanes, pero la audiencia que tiene en mente es tan clara como su mensaje: asimila nuestra cultura o lárgate.
Quizás lo más angustiante ha sido el tema de la libertad de expresión y prensa, y el creciente temor de que toda crítica del Islam pueda provocar violencia.
El mes pasado en Francia, un profesor de la secundaria decidió ocultarse después de recibir amenazas de muerte por escribir un artículo en el que llama "un cruel señor de la guerra, un saqueador, un asesino de judíos y un polígamo" al profeta Mahoma. En Alemania, una ópera de Mozart con una escena en la que se exhibía la cabeza cercenada de Mahoma, fue suspendida por temores por la seguridad.
Con cada nuevo incidente, los líderes tradicionales hablan más francamente. "La auto-censura no nos protege de gente que quiere usar la violencia en nombre del Islam", dijo la canciller Angela Merkel, de Alemania, criticando la suspensión de la ópera.
"Contenerse no tiene sentido".
La reacción se manifiesta de otros modos. El mes pasado el ministro del Interior británico, John Reid, llamó a los padres musulmanes a vigilar más estrechamente a sus hijos. "No se puede decir esto de manera más simpática", dijo a un grupo musulmán en East London. "Esos fanáticos están tratando de preparar y de indoctrinar a los niños, incluyendo a los vuestros, para cometer atentados suicidas, prepararlos para matarse a sí mismos y matar a otros".
Muchos musulmanes dicen que este nuevo ánimo está imponiendo repentinamente expectativas que no existían antes, de que los musulmanes deben ser exactamente iguales a sus anfitriones europeos.
Dyab Abou Jahjah, un activista libanés nacido aquí en Bélgica, dijo que durante años los europeos habían enfatizado "la ciudadanía y los derechos humanos", la idea de que los inmigrantes musulmanes tenían la responsabilidad de acatar la ley, pero que de otro modo podían vivir con sus tradiciones.
"Luego llegaron otros y dijeron que hay más diferencias que esas", dice Jahjah, que se opone a la asimilación. "Tienes que deshacerte de tu cultura y de tu religión. Ahora se trata de otra cosa".
Lianne Duinberke, 34, que trabaja en un supermercado racialmente mixto en la parte norte de Amberes, dijo: "Antes yo estaba ansiosa de decirle a la gente que estaba casada con un musulmán. Ahora titubeo". Ha estado viviendo con su esposo tunecino durante los últimos 12 años, y tienen tres hijos.
Muchos europeos, dijo, no aceptan a los musulmanes, especialmente después del 11 de septiembre de 2001. Por otro lado, dijo, los musulmanes son en realidad culturalmente diferentes: Ninguna explicación sobre la libertad de expresión podría convencer a su marido de que la publicación de unas caricaturas sobre Mahoma en un diario danés, se justificaba de algún modo.
Cuando se le preguntó si era optimista o pesimista con respecto al futuro de la inmigración musulmana en Europa, lo pensé dos veces.
Finalmente sonrió débilmente. "Estoy tratando de ser optimista", dijo. "Pero si ves los problemas que hay en todo el mundo, no puedes serlo".

Dan Bilefsky informó desde Bruselas, y Ian Fisher desde Roma. Sarah Lyall y Alan Cowell, de Londres; Mark Landler, de Frankfurt; Peter Kiefer, de Roma; Renwick Malean, de Madrid; y Maia de la Baume, de París, contribuyeron a este artículo.

11 de octubre de 2006
©new york times
8traducción mQh
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